Hay un momento al principio del libro en el que Lily Boyne y Rose Curtland se tropiezan en medio del jolgorio bullicioso y casi aristocrático de una fiesta de antiguos alumnos en Oxford. Las fiestas de antiguos alumnos tienen todas el mismo aire de nostálgica pesadumbre pero, en esta ocasión, también goza de un sí es no elitista, cuajado de promesas incumplidas, de brillantez venida a menos y de conflictos sin resolver. Lily y Rose no son amigas ni lo han sido nunca y por eso no se conocen lo suficiente como para saber, en realidad, lo que piensa la una de la otra y viceversa. Así que, lógicamente, malpiensan. Aventuran adjetivos que no existen y manejan conceptos que no son exactos. Este fragmento en el que se describe cómo se conocieron, cuánto se conocían y qué opinan y qué no opinan Lily de Rose y Rose de Lily, es de una genialidad que, por sí solo, bastaría para justificar el nombre de Iris Murdoch como escritora. No es la suya esa típica mirada, que se con
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