"A propósito de las mujeres" de Natalia Ginzburg
Una vez yo paseaba por la carretera de la Estación y encontré en un lateral una especie de establecimiento que vendía cosas, un poco de todo. Al exterior se separaba por una cortina de cuentas de colores, de esas que suenan cuando las mueves. Eran colores fastuosos, brillantes, alegres, algunas cuentas parecían perlas y otras tenían un aire oriental muy llamativo. Me acerqué a la cortina y pasé mis manos por ellas. Eran las manos de una niña de ocho años y, al hacerlo, se oyó un suave tintineo, una música perfectamente organizada, como si alguien, una orquesta entera, entonara un himno. Entonces, sin apenas poder reaccionar, sin darme cuenta, alguien surgió de dentro de la tienda y mirándome con rencor evidente, un rencor que no entendía, yo, que era una niña de ocho años, entonces, me dio una bofetada. La bofetada paralizó la música, detuvo mis manos y su sonido metálico se impuso en el silencio de la tarde de mayo. Contuve la respiración y las lágrimas. Se conservaron dentro de los ojos, haciéndolos transparentes, como si un hilillo de agua hubiera acudido al ser convocado por el gesto de aquel hombre. Desde aquel día, en otras ocasiones, he sentido lo mismo. Esa sensación de que disfrutas de algo que te hace feliz y que, de pronto, se interrumpe cruelmente porque una bofetada cruza el aire y te golpea en la cara. El rostro del hombre ha cambiado de semblante pero la evidencia es la misma: destruir la alegría es un deporte.
He recordado esta historia leyendo este libro. Si un libro te hace volver atrás o te hace adelantarte al tiempo, entonces ese libro ha calado dentro de ti, no son solo palabras o solo frases bien ajustadas, unas con otras, enteras, plenas. En el prólogo del libro Elena Medel ya lo advierte: "Natalia Ginzburg convierte el relato en el territorio de la exigencia" No son sucedáneos de novelas sino entes con personalidad propia, con vida propia, ellos mismos. La casa como el centro espacial de todo lo que sucede y las relaciones humanas, afectivas, amorosas, fraternales, son la enorme argamasa en la que se cuecen estas historias.
Algunos de estos ocho relatos ya se habían publicado, explica también Medel, pero ahora forman una unidad, un tempo coordinado, una melodía que pasa de una página a otra. La intención de Ginzburg no puede ocultarse porque los relatos se anteceden de una explicación que les añade sentido.
Las mujeres son una estirpe desgraciada e infeliz con muchos siglos de esclavitud a sus espaldas y lo que tienen que hacer es defenderse con uñas y dientes de su malsana costumbre de caer en el pozo, porque un ser libre no cae casi nunca en el pozo ni piensa siempre en sí mismo, sino que se ocupa de todas las cosas importantes y serias que hay en el mundo y solo se ocupa de sí mismo esforzándose por ser día a día más libre.
En esa búsqueda de la libertad personal halla Natalia Ginzburg el motivo para enlazar unas narraciones que se detienen en toda clase de mujeres, en sus pasiones inconfesables, en sus amores ilícitos, en las traiciones, el desamor y el amor, los hijos deseados y no queridos, las ansias de ser de otra manera, la vergüenza de caer una y otra vez en las mismas redes que no se pueden cortar con tijeras. La ambigüedad impide que haya buenos y malos y la escritura abrupta, aparentemente sencilla pero llena de símbolos, genera la sensación de que quedan cosas por decir, como una cortina que solo se descorriera a medias. Algo debíamos saber antes de empezar a leer el libro, nos decimos, pero ese algo se escapa. Para poderlo asir no tenemos otra opción que volvernos hacia dentro, hacia nosotras mismas, abandonar la lectura y pensar. En ese pensamiento vamos a encontrar la forma de caminar hacia la libertad que ansiamos, incluso cuando no somos conscientes de ello.
Las mujeres tienen la mala costumbre de caer en un pozo de vez en cuando, de dejarse embargar por una terrible melancolía, ahogarse en ella y bracear para mantenerse a flote: ese es su verdadero problema.
No se entiende este libro sin ahondar en el conjunto de la obra de Ginzburg, quizá en su propia vida. Como nos ocurre a todos, la casa en que nacimos, la familia a la que pertenecemos y los hombres a los que amamos, son una parte indisoluble de la obra que verá la luz en forma de palabra o en forma de desdicha, a veces unidas ambas en una sola cosa.
Natalia Ginzburg había nacido en Palermo en 1916 y vivió en Turín desde los tres años. Judíos, librepensadores y socialistas forman su árbol familiar. También su marido, Leone Ginzburg, era un antifascista convencido que le dio su apellido, le proporcionó una editorial en la que publicar, Einauide, y murió entre torturas después de un destierro dictado por Mussolini. Con él tuvo tres hijos y dos más tendría con su segundo marido, el profesor experto en literatura inglesa Gabriele Baldini.
Desde 1942 en que publicó su primera novela "El camino que va a la ciudad", la trayectoria literaria de Ginzburg, superpuesta a una vida personal ajetreada y a un trasfondo social e histórico convulso, contiene comedias teatrales, novelas y traducciones (de Maupassant, Flaubert y Marcel Proust). Otras obras suyas que han alcanzado el reconocimiento de ávidos lectores que la siguen son "Todos nuestros ayeres" 1952, "Las palabras de la noche"1961, "Léxico familiar"1963, que es una especie de autobiografía, "Querido Miguel"1973, "Familia"1977, "La ciudad y la casa" 1984, "La familia Manzoni" 1983. En todas ellas hay idéntica preocupación por los entornos cerrados de las casas, los apegos familiares y las distorsiones que se producen en las relaciones humanas debido a emociones y sentimientos que cruzan las vidas como un arcoiris en los días de lluvia y sol.
A propósito de las mujeres. Editorial Lumen. Enero de 2017. Traducción de María Ponz Irazazábal. Edición ilustrada por Óscar Tusquets Blanca. Prólogo de Elena Medel.
Comentarios
Enhorabuena por una reseña tan trabajada.
Por cierto soy Pérfida
Un saludo coleguita