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"Élisa" de Jacques Chauviré


Sabemos de la infancia por los mayores. Ningún niño es capaz de dejar escrito lo que se siente, lo que se vive, en esos años primeros y definitivos de la vida. En ocasiones, esa infancia se muestra a través de los ojos de los mayores, de sus recuerdos. Nos han contado cómo éramos de niños, nos han explicado nuestras travesuras, los juguetes que nos gustaban, qué comíamos o qué bebíamos. Son recuerdos interpuestos. Nada hay que nos indique la verdad de lo que fuimos. Y, sin embargo, la infancia es el tiempo de la vida que más huella nos deja. Y lo peor es que es una huella oculta, misteriosa. No sabemos a ciencia cierta cómo transcurrió y, por eso mismo, no tenemos ni idea de qué parte de ella nos ha hecho ser como somos. 

Tengo en mis manos un libro escrito por un anciano de casi noventa años, poco tiempo antes de su muerte. Lo que uno escribe en la antesala del adiós tiene tanto valor como esos garabatos infantiles en los que apenas se esbozan las grafías de los nombres definitivos: "papá", "mamá". Y este libro trata de la infancia, de los cinco años de ese hombre que está a punto de morir. Por eso tiene tanto valor, por eso es un testimonio a la vez que una obra literaria. 

Solamente sesenta páginas. No han hecho falta más para contar aquel episodio de su vida que más ha quedado incrustado en su memoria, mejor dicho, en su corazón. El corazón de los niños es una máquina registradora en la que se graban para siempre las dichas y los dolores indelebles. Uno no sabe que esa grabación existe pero reaparece cuando eres mayor. Las carencias de afecto, la sobrecarga de protección, las miradas miedosas de tus padres cuando te subes a un columpio, los desprecios de los otros niños, las fugaces sensaciones atadas al despertar de la vida. 

El libro está escrito en primera persona y principia cuando Élisa, con apenas dieciocho años, llega a servir a casa del niño, huérfano de padre y que cambia de nombre hasta desvanecerse su identidad y convertirse solo en el niño que andaba de la mano de Élisa. ¿Puede un niño de cinco años sentir amor por una chica? ¿Puede convertirse en un celoso guardador de los afectos de ella? No lo sabemos. Nadie lo sabe. Porque nadie sabe qué sintió, en realidad, cuando tenía cinco años. Pero el caso es que este hombre, en el umbral de la muerte, recuerda los días en los que Élisa era su compañera de juegos, su guardiana, su fuente de inspiración, casi su vida entera. La figura de la madre se desdibuja, se convierte en un ser espectral, emergiendo así la de Élisa, la muchacha tímida, de aire campesino y palabras tajantes que el niño ve llegar para quedarse en su vida, en su sentimiento, ya para siempre. 

En ese mosaico de años infantiles que se relatan, aparecen otras mujeres, porque el niño está rodeado de ellas. Como no nos cuenta nada de su vida futura, salvo que se hizo médico y que, por ello, atendió a Élisa en su enfermedad última, desconocemos qué influencia pudo tener esa infancia tan femenina, ese cúmulo de mujeres que velaban su sueño, cuidaban de que no se cayera, controlaban su alimentación y le reñían por su precocidad. Era un niño precoz, desde luego, en todo. En el uso del lenguaje, en la observación de la vida y en la expresión de sus sentimientos. Besar a Élisa era su gran deseo. 

El sentido de la ausencia, cuando Élisa se casa y abandona su vida, queda patente en esta frase que no deja de emocionarnos: "El agua era mi mejor amiga, especialmente porque yo solía tener sed. Sed de mi madre también y, pese a todo, todavía de Élisa". 

Melancólico, bellísimo, luminoso texto, que habla de lo que definió Baudelaire como "El verde paraíso de los amores infantiles". De cómo una persona puede cambiar tu vida y trocar la tristeza de la orfandad y el agobio de la sobreprotección en una energía atronadoramente plena. Infancia y vejez se mezclan en el libro, que comienza con el niño y termina con el anciano que ve el final de su vida recordando aquello más preciado, esa muchacha que le abrió los brazos y que tenía un ensordecedor olor a jazmines en el cuello. 

Nota Bibliográfica: 

"Elisa" ha sido rescatada por la editorial Errata Naturae, del olvido que muchas obras consideradas "pequeñas" tienen para los lectores. Su autor Jacques Chauviré fue un hombre discreto, un médico que ejerció de tal y que nunca quiso hacer carrera literaria. Sin embargo, la publicación de esta nouvelle, le convirtió en un autor reconocido en Francia. El año de su publicación, 2003, cuando él tenía ya 88 años, los libreros franceses reconocieron que fue uno de los mejores libros del año. 

Chauviré (1915/2005) había nacido cerca de Lyon. Su padre murió en el frente ese mismo año y nunca llegó a conocer a su hijo. Después de estudiar medicina en la universidad de Lyon abrió una consulta en Neuville-sur-Saône y allí vivió toda su vida. Fue Albert Camus el que hizo que sus novelas se publicaran en la prestigiosa editorial Gallimard. Así vieron la luz Partage de la soif, Les passants, La terre et la guerre, Les mouettes sur la Saône...

El estilo de Chauviré es sencillo, limpio, emotivo, lleno de esa claridad única que destilan los observadores inteligentes. Su lectura te hace sentir que es posible describir hasta aquello que se encuentra en lo más hondo de nosotros mismos. 


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