Miradla, está en el centro de la foto. La niña quiere ser buena pero no consigue que su mirada se centre en el libro que está leyendo. No consigue que se detenga ahí, que se convierta en el motivo principal de su interés. No. Mira más allá, se despliega, se lanza a un universo desconocido, se zambulle en un mar de olas peligrosas y sin fin. Ella, la niña de la foto, se pregunta por algo más que los libros no enseñan. Y esa pregunta es el motivo principal de sus dudas. Y será así siempre, toda la vida, todos los años venideros, toda la gente que va a conocer, representará esa pregunta sin respuesta. La niña de la foto no sonríe. No tiene el gesto concentrado de la compañera del jersey geométrico, que parece buscar en el libro de al lado algo que en el suyo no existe. Esos ojos fruncidos indican un sentimiento de malestar porque ese otro libro es más interesante que el suyo, más grande, con menos hojas. Tampoco se parece a la niña rubia del vestido bordeado de piquillos. Esta ni
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