Ir al contenido principal

"Los hermanos Burgess" de Elizabeth Strout

Este es el cuarto libro que leo de Elizabeth Strout. Cada uno de los anteriores tiene su reseña en este blog. El primero de ellos fue Me llamo Lucy Barton. Es un libro de encuentros y desencuentros, de vuelta al pasado y de ajuste de cuentas. Todos tenemos, en algún momento de nuestra vida, que volver la vista atrás y hacer esa especie de balance que suele dejarnos insatisfechos. Después leí Amy e Isabelle. La relación madre-hija que en el anterior tenía caracteres de perdón aquí se manifiesta en toda su intensidad, dando lugar a un relato poderoso y lleno de matices. Todo es posible, el tercer libro de Strout que he leído, es un conjunto de relatos en el que el estilo literario de la autora ya es reconocible. 

Elizabeth Strout, que nació en Maine pero reside en Nueva York, recrea este mismo itinerario geográfico en sus obras y eso es lo que ocurre en Los hermanos Burgess. Tres hermanos, Bob, Susan y Jim, originarios de Maine, han sufrido en su infancia y llevan, de adultos, vidas tan dispares que suscitan el interés de la narradora y de su madre, ambas viudas, que comparten confidencias en la distancia, porque una vive en Nueva York y la otra sigue viviendo en Maine. Las historias antiguas dejan pecados nuevos y así el hilo del que tira el relato nos deja al descubierto heridas sin cerrar y acciones sin castigar y sin resolución.

La huida de Bob y Jim del pueblo se produjo a raíz de un extraño accidente en el que su padre murió. Su hermana Susan, sin embargo, decidió quedarse en su pueblo natal y no instalarse en Nueva York como ellos. De un modo que parece guardar determinadas historias familiares ancladas en el pasado. Sin embargo, el lazo entre ellos no puede romperse y es a ellos a los que recurre Susan cuando surge un problema con un chico, digamos, problemático. Es la vida de familia, con sus oscuridades y sus desengaños, con las necesidades de aclaración y la lucha por preservar determinados sentimientos, lo que centra el libro y la escritura tiene, por tanto, perfiles psicológicos muy desmenuzados, de la manera en que Elizabeth Strout lo hace siempre en sus libros. Por mucho que huyas, viene a decirnos, aunque te ocultes, te escondas, te cases una y otra vez y tu fisonomía cambie, no podrás evitar reflejarte en el espejo de tu infancia, de tu familia, de tu pueblo.

Los personajes de Strout no son de cartón piedra, sino, muy al contrario, terriblemente humanos y esto es un rasgo definitorio de su literatura, plena de emociones y de hechos contradictorios, no tratados de manera ampulosa o recargada, sino con la sencillez de quien hace la crónica de unas vidas cotidianas cuyos impulsos y errores son elementos terribles que no pueden dejarse de lado. Lo asombroso y lo corriente unidos en un mismo pulso narrativo.

El libro está dedicado a Jim Tierney, el marido de la autora. Ella es también una chica de Maine (nació en Portland en 1956) que vive en Nueva York, como sus personajes. Hija de profesores, ella misma ha trabajado como profesora de literatura e inició su carrera escribiendo cuentos, para llegar luego a publicar novelas que han tenido una excelente acogida tanto entre el público como en la crítica especializada, lo que ha llevado a que consiga premios prestigiosos, entre ellos el Pulitzer por "Olive Kitterige", el libro que estoy leyendo ahora y que reseñaré próximamente. Es una virtuosa a la hora de representar caracteres femeninos, a los que dota de una enorme complejidad, huyendo de estereotipos y convirtiéndolos en personajes humanos, con defectos, virtudes y luchas internas y externas que no dejan a nadie indiferente.

Los hermanos Burgess. Elizabeth Strout. Publicado por Seix Barral. Primera edición enero de 2018. Traducción de Rosa Pérez Pérez. El libro original se publicó en inglés en 2013 

Comentarios

Alberto Mrteh ha dicho que…
Es un placer descubrir tu blog gracias Bienvenida Narrativa.
Quedas invitada a visitar El zoco del escriba, a tomar un té con hierbabuena y hablar tu último libro favorito.
Me alegro de haber conocido este espacio.
Alberto Mrteh (El zoco del escriba)
Caty León ha dicho que…
Gracias a ti y vuelve por aquí cuando quieras.

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

La hora de las palabras

 Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin

Siete mujeres y una cámara

  La maestra de todas ellas y la que trajo la modernidad a la escritura fue Jane Austen. La frescura de sus personajes puede trasladarse a cualquier época, de modo que no se puede considerar antigua ni pasada de moda, todo lo contrario. Cronológicamente le sigue Edith Wharton pero entre las dos hay casi un siglo de diferencia y en un siglo puede pasar de todo. Austen fue una maestra con una obra escasa y Wharton cogió el bastón de la maestra y llevó a cabo una obra densa, larga y variada. Veinte años después nació Virginia Woolf y aquí no solo se reverdece la maestría sino que, en cierto modo, hay una vuelta de tuerca porque reflexionó sobre la escritura, sobre las mujeres que escriben y lo dejó por escrito, lo que no quiere decir que Edith y Jane no tuvieran ya claros algunos de esos postulados que Virginia convierte en casi leyes. Ocho años más tarde que Virginia nació Agatha Christie y aunque su obra no tiene nada que ver con las anteriores dio un salto enorme en lo que a considerac

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La primavera es una cesta llena de libros

 /Foto C.L.B. Archivo personal/ Una de mis viejas amigas (viejas porque son de toda la vida) tiene siempre a flor de piel el deseo de encontrar un lugar tranquilo donde sentarse a leer y a tomarse una taza de té. Creo que lo del té es reminiscencia de nuestras lecturas inglesas, porque todas nosotras, ineludiblemente y sin razón alguna, tenemos en esa literatura una referencia constante. No solo hemos leído muchos libros de autores ingleses y estadounidenses sino que los comentamos y nos intercambiamos exclamaciones, interrogaciones y toda suerte de signos estrambóticos. Sentarse en un lugar tranquilo, a resguardo de los vientos y del sol inclemente, mientras el té se va enfriando y tú estás inmersa totalmente en el libro, es un sueño que ella expresa cada vez que se le pregunta qué desearía hacer en ese mismo instante. Y, tanto lo repite, que todas las demás pensamos que, en realidad, ella es una de esas muchachas de la campiña que viven en casas solariegas o en pequeños cottages y qu