(Fotograma de "Laura" de Otto Preminger, con Gene Tierney y Dana Andrews, 1944) La sorpresa llega cuando se apaga la luz. Al revés que en las fiestas de cumpleaños, donde la explosión luminosa es el leit motiv, aquí la oscuridad es la forma de obrar el milagro. Lo mismo en una sala pequeña, en una grande o al aire libre. Eso es el cine, la sorpresa que nos espera con la luz apagada. Hay un cosquilleo muy especial al sentarse a ver una película en un recinto lleno (o medio lleno, o casi vacío) de personas que no se conocen de nada y que, sin embargo, van a compartir el mismo rito. El recinto está a la vez plagado de oscuridad y de claridades. La luz está en la pantalla, mientras el resto aparece lleno de rostros atónitos y expectantes, a la espera de que la ceremonia se realice. Es un artilugio perfecto que comienza con los títulos de crédito. Entonces surgen las historias que actúan sobre nosotros como un elixir. Es una lluvia de imágenes y sonidos que pulsan, una tras o
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