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Paisaje desde una ventana azul

 Los libros que lees se aparecen ante ti como una larga hilera de soldados en formación. A veces están descansando, entonces los pierdes de vista, se van a tomar un café por ahí o quizá trasnochan y no les ves el pelo. Olvidas sus títulos y sus autores, pero una leve ráfaga de viento vuelve a ponerlos de actualidad, vuelve a acercarlos a ti. Te asomas y los encuentras. Tienen mucho que ver entre sí o quizás nada. Los has leído en muchos momentos de tu vida y algunas, los que dejaron su huella, los has releído y siguen en primera fila de las estanterías. Esas estanterías llenas de libros podrían resumir muchas etapas y también hablar de frustraciones y dichas. Ahora se unen a ellas las imágenes de los ebooks que guardas en el ordenador o el iPad, libros también pero, no sabes por qué, un poco menos soldados, más artesanos, más sencillos.  No recuerdas otro paisaje. Los regalos de cumpleaños, los del día de Reyes, los regalos de amigos especiales, los regalos de gente que no te conoce ap

Austen y sus editores

Grabado realizado por E. Finden y publicado por A. Fullerton en Londres en el que se representa al editor escocés John Murray II (1778-1843) Las seis novelas mayores de Jane Austen sufrieron una suerte diversa a la hora de ser publicadas. Las diferencias esenciales están en los años transcurridos entre el momento de escribirse y el de ver la luz. Algunas tuvieron una larguísima travesía a este respecto. La primera novela que escribió fue también la primera en publicarse. Se trata de Sense and Sensibility (Sentido y Sensibilidad) que tuvo primero el título de Elinor and Marianne . El borrador completo estaba ya escrito en 1795, cuando la autora tenía veinte años, pero no se llegó a publicar hasta 1811. En la portada de la primera edición puede observarse claramente en qué condiciones se realizó esta publicación: La portada se encabeza con el título: Sense and Sensibility y, a continuación, una aclaración que parecía necesaria: A novel (una novela). Después la indicació

Todos los perros ladran en Baeza

Así que eso era todo: decir adiós sin más, sin otra explicación que el cansancio del tiempo. Nada de aquella chica rubia, nada de aquellos ojos verdes, nada de mi mirada triste, nada de mi cansancio, nada de mí...No tuviste piedad y tuve que marcharme, oírte era un imposible sufrimiento. Dejar atrás el mar, dejar la infancia, dejar la casa, dejar el corazón, dejarlo todo… Ahora sé que mi cura no vino únicamente por las voces amigas o por la edad (tan sólo veinte años). Fue la quietud del campo, las luces de neón, el suelo, tenso y tibio, el calor, las noches bañadas por un silencio fijo. Baeza me recibió como si yo misma fuera Machado, como si hubiera perdido a Leonor, como si tuviera que marcharme al exilio, como si mi madre preguntara entrando en la ciudad: "¿Llegaremos pronto a Sevilla?". Baeza abrió los brazos y entendió que llorara una semana entera, los siete días primeros de mi estancia, porque el amor se iba y yo no lo entendía.  Luego, vino la música,

Yeats, unas fotos, un puente

Tiene algo de obsceno rebuscar en las posesiones de alguien que ha muerto. Traspasar su umbral, lo íntimo. Aunque así lo decida el testamento. Los hijos de Francesca son entes extraños que pasan las páginas de los cuadernos que su madre escribió y que no pueden ponerse en su lugar, no pueden entender nada. Resulta muy difícil aceptar que tu madre, a la que siempre recuerdas junto al hombre que fue tu padre, haya tenido una doble vida o, lo que es peor aún, haya vivido la vida ajena a vosotros. Porque, si creemos lo que Francesca escribe, y no hay por qué dudar, su vida fue un paréntesis para llegar a la auténtica verdad y, una vez descubierta, vuelve a convertirse en una rutina con menos alma. No es un caso de desamor conyugal, es que Francesca, como alguna gente en este mundo, encuentra lo que en realidad casi nadie halla: la fuente exacta de la vida. Un amor, el amor, de un modo solo, de una forma única, él.  Quizá el éxito de la historia está ahí. Todos queremos poseer algo verdader

"Un día de lluvia puede no acabar nunca"

He abierto el equipaje. He depositado con un cuidado infinito, como si fuera un niño de pecho que necesitara arrullo, todo lo que contiene esa maleta encima de la cama. Hay blusas bien dobladas y pantalones oscuros para cualquier ocasión. Hay también cinturones, un jersey rojo con el cuello de pico y una chaqueta de piel que abrigue si la noche se llena de humedad. Luego he extraído los zapatos de su bolsa protectora y los he colocado en la parte baja del armario. Qué silencio escucho...qué enorme silencio. Queriendo conjurarlo he abierto el iPad y he buscado, como siempre a esta hora, a alguien que pueda acompañarme sin molestar. Y la he dejado cantando, solo interrumpida por algunos molestos anuncios que aparecen entre las canciones y que estropean el éxtasis de oírla. Es ella, Norah Roberts, como tantas otras veces. La ropa interior se ha quedado en la maleta y todo junto ha ido encima de una silla, una especie de banco sin respaldo, tapizado de crema, que hay al pie de la cama

Hacia la gran sonrisa del azul

¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes que no despedirán jamás la primavera! (John Keats)                           Me gustan esos trenes que cruzan las llanuras, los plácidos paisajes verdosos y amarillos y los campos segados.  Trenes que no recorren el camino como una exhalación sino que se lo piensan, que se toman su tiempo para llegar al destino fijado. Así una puede hacerse una idea, lo más clara posible, de lo que deja atrás y lo que se aparece. Había una colmena en cada uno de los campos. Se cerraba herméticamente y, si te acercabas a su alrededor llevando en la mano una rebanada de pan con miel, entonces las abejas, algunas abejas, revoloteaban un buen rato en torno a ti. Terminabas cambiando ese espacio por otro más tranquilo. Algún poyete de piedra en el que sentarte a pensar. Los pensamientos tenían un cariz muy variado. Casi siempre sufrías por amor o reías por amor. El amor era el leit-motiv, seguro que esto era algo que lograban advertir las abejas,

L'amour parle toujours français

Una de mis tías (guapísima y muy fan) me regaló en mi adolescencia una foto de Alain Delon. Tengo que decir que era una postal en la que el actor francés vestía de azul cielo a juego con sus ojos azul cielo. La postal está guardada en una de esas cajas de lata de colores que tengo por aquí y que reviso de vez en cuando porque las cosas que contiene son todas de un delicioso que abruma. Y, desde aquel regalo, Alain Delon pasó a formar parte de mi olimpo. Solo podría recordar de él un par de películas pero eso da lo mismo. Era mucho más que un actor de cine. Era el chico con el que cualquiera de mis amigas pasearía por la calle Real para que las demás nos muriéramos de envidia.  Años después descubrí Francia. En ese descubrimiento había otros galanes estilo Delon, aunque ninguno como él. Y había bastantes más cosas de las previsibles. Paisajes que se vestían de malva o de naranja. Casas de piedra, con hornacinas dedicadas a las vírgenes. Helados caseros en casas de amigos exótic

Los padres de las niñas

  (Fotografía de Louis Faurer) El padre de una de las niñas estaba liado con la vecina de enfrente. Ella llevaba siempre una coleta, vestía pantalones al tobillo y andaba en moto. El padre, en cambio, era un hombre recatado e invisible, muy dedicado a sus libros y a sus trabajos (tenía dos o tres). La familia no llegaba a fin de mes porque eran muchos y nadie comprendía cómo podía sacar tiempo para estar con la vecina de la coleta y, mucho menos, si era capaz de hacerle algún regalo a veces. Tampoco era lógico, decían, que la vecina no pidiera algo más si estaba con alguien que le doblaba la edad y que era tan feo. Las niñas pensaban que eso era cosa del amor y que el amor era fastidioso con algunos y terrible para otras. Ninguna de ellas tenía la más mínima intención de fijarse en un individuo tan patoso y con tan poco don de gentes. La hija del amante de la chica de la coleta no parecía darle ninguna importancia aquello y su madre también lo sabía. Aceptaban que su padre era así y qu

Una vez tuve un sueño y hablabas en francés

  En el boulevard Víctor Hugo, el más esplendoroso de Nimes, está la iglesia romano-bizantina de Saint-Paul y, muy cerca, en el mismo lateral, el Lycée Alphonse Daudet, con su enorme torre y sus edificios en torno a un patio porticado en el que los estudiantes suelen sentarse al sol. El sol del midi es fascinante. Sobre todo en otoño y en primavera, cuando no cae a fuego, sino compasivamente, llenando de calidez las calles y los cafés, todos ellos entoldados al mediodía. En el Daudet se estudia en varios idiomas. Inglés, español, alemán, portugués y ruso, siguiendo una tradición que data de mucho tiempo atrás.  Si paseas por la ciudad tienes que llegar a ver el anfiteatro de Les Arénes y la Maison Carrée, el templo levantado por Augusto, el mejor conservado de todos los romanos. En Les Jardins de la Fontaine, del siglo XVIII, está integrada la Tour Magne y toda la ciudad destella restos clásicos a través de la muralla romana que aún puede observarse en algunos tramos. En las afueras, e

Vestir la tristeza

(Ilustración: Sophie Griotto) En las tardes largas del invierno ella me contaba historias que inventaba sobre la marcha. Casi todas hablaban de mujeres tristes. Ella misma era una mujer triste, que ocultaba la tristeza con una capa poderosa de risa y de ingenio. Todas las personas tristes intentan convertirse en lo que no son porque la tristeza cansa. Agota. En esas tardes, conversábamos sobre la vida de las mujeres que conocíamos y de otras cuya existencia solo había llegado hasta mí a través de sus relatos. Eran cuentos que nada tenían que ver con finales felices. Eran realidades que se tamizaban con su baño de ironía, su sonrisa complaciente y esa forma generosa de mover las manos. Parecía una representación teatral con su telón y todo. El telón tenía dibujadas unas rosas. Eran rosas de Francia, esas pequeñitas, de intenso olor, como las que cruzaban nuestros arriates, cuando todavía la casa conservaba su jardín. El día en que ese jardín se perdió, cuando amanecimos sin la fresca cl

Sin que nada ni nadie

  (Ilustración: Sophie Griotto) He vivido en el centro del miedo. He lanzado preguntas y ninguna ha tenido respuesta. He sentido un volcán de lava derretida bajo mis pasos. He soñado que mi vida era otra. He querido ser alguien diferente. He llorado hasta que las lágrimas han volado. Me ha dolido el corazón sin que nada ni nadie pudiera darse cuenta de que las notas de mi melodía estaban apagadas. He sido cobarde para amar. He sido valiente para decir adiós. Pero he aquí que, a miles de kilómetros del mundo, quizá en otra galaxia, la luna se ha adueñado de un firmamento oscuro, yermo de estrellas, escrito en tinta china. El centro de la bóveda rodea el cuarto creciente y debajo, la arena que hace horas abrasaba, se ha tornado en azúcar, cálida y sin terrones. Los pies desnudos, los pies descalzos, todo, desnuda entera yo, mi corazón desnudo.  Sigiloso, un violín irrumpe en el silencio. Su doliente susurro me secuestra, me llama. Acallo su sonido con el mío. Como si me escucharas, enton

Ahora no es el momento

  (Peregrine Heathcote. The nigth call) La vida está hecha de momentos. A veces esos momentos duran una eternidad. Y otras veces, un soplo. Pero en la memoria suelen convertirse en ráfagas, en pequeñas alucinaciones que simplemente sabemos que ocurrieron por algún detalle que se quedó fijado en la retina. O por una anotación en un cuaderno, una libreta de pastas de colores y hojas lisas. Una libreta sin espirales, con cinta roja y cosida a mano.  La impaciencia convierte los momentos en una suerte de tiempo expectante, vivido a medias. Esperar es un desafío a nuestras emociones. Ninguna de ellas está hecha para ser convertida en el paso previo de algo. No. es mejor tener claro que todo forma parte de una vida y que toda la vida ha de ser vivida como se merece. Queremos que el tiempo pase deprisa, pero cuando pasa advertimos que hemos gozado a medias, que hemos sufrido a medias.  Una vez leí un libro. Era un libro ínfimo, con muy pocas páginas, mal impreso y con hojas ásperas y de color

Diálogo con Lucía

  Estoy fascinada con ella. Esa belleza única, esos enormes ojos verdes, señalados con el rabillo azul oscuro, ese gesto elegante de coger el cigarrillo, es mirada oblicua, esa forma de mover el cuello, esa piel casi translúcida, ese gesto displicente, ese cabello armoniosamente despeinado, esa curva de unas cejas perfectas, ese rictus risueño de la boca, esa nariz anclada en la forma adecuada, esos pendientes de cristal transparente, esa rebeca azul celeste casi gris....estoy fascinada con ella.  Nadie diría al verla que fue una niña sufriente, martirizada por un corsé que se le clavaba en la espalda y que tenía la intención de corregir una espalda deformada. Nadie diría que su alcoholismo la llevaba por penumbras inapropiadas. Nadie diría que los hombres no la quisieron realmente como era sino solo en su apariencia. Nadie diría que se vio en la calle, criando sola a cuatro hijos. Nadie diría que su vida corría siempre al límite, sin dique de contención, sin sosiego.  Mejor nos parece

Gema va de boda

  Aunque veáis en la foto a Julia Roberts contestando la llamada de su amigo gay, el maravilloso Rupert Everett, con ese vestido de dama de honor color lavanda que le queda muy, muy bien...no voy a hablaros de cine, ni de Julia, ni siquiera de Cameron Díaz o Dermot Mulroney....No. La protagonista de este post es Gema.  Gema no se casa. Todavía. Gema va de boda. No la boda de su mejor amigo. Ni la de su mejor amiga sino la de su mejor hermano. Su único hermano. Su hermano. Pero como Gema es protagonista de casi todo en la vida, pues también tiene mil y una razones para que esta boda le traiga entretenimiento, emoción y éxito.  Gema es que es así. Se lanza a su objetivo y dedica a ello tiempo, esfuerzo y talento. Un talento muy especial compuesto de risas, ingenio, generosidad y un poquito de mal genio. O un mucho, según se mire. Si ella se levanta con el pie izquierdo...malo. Quítate de su órbita de influencia. Pero los días que está de buen humor....ay, miel sobre hojuelas.  La boda es

Almudena, que juega al golf

Una vez me compré unos pantalones en un mercadillo. El señor que los vendía me hizo probármelos en su furgoneta. Era muy divertido aunque la cosa no era demasiado cómoda. Creo que alguien, una amiga de entonces quizá, se quedó al pie de la puerta por si a alguien le daba por entrar a probarse algo o a sabe Dios qué. Pero todo transcurrió sin incidentes y todavía anda por ahí el pantalón.  Comprar low cost es algo que nos llena de satisfacción. Tener una prenda que nos guste por unos pocos euros hace que las amantes de la moda y de las tiendas nos sintamos libres, por una vez, del complejo de culpa que supone gastarse un pastón en algo que no era preciso tener. Así, Almudena, ya sabéis, que juega al golf, ha encontrado esta favorecedora chaqueta estilo chanel, en uno de esos mercadillos que tienen furgonetas como probadores.  La furgoneta es la versión más cool de las compras proletarias y probarse en una de ellas debería ser experiencia obligada de todas las compradoras avezadas. Como