La prensa traía estos días la noticia de que iban a cerrarse las últimas dos fábricas de máquinas de escribir. Esto me hizo reparar en algo curioso, algo en lo que no había pensado antes. Desde los ocho a los doce años estuve asistiendo a una academia de mecanografía. Día tras día, incluido el mes de julio (porque el de agosto lo tomaba a beneficio de inventario) iba durante una hora a aprender a escribir a máquina. Supongo que mi madre quería tener todos los cabos atados en cuanto a mi futuro. No fui secretaria, ni mecanógrafa, pero el hecho de haber ido a esa academia, de haber sacado mi título de mecanografía (con sobresaliente y premio de honor, os diré), ha sido muy útil. La primera utilidad es la de saber escribir a máquina y, ahora, claro está, a ordenador. Rapidez, usar todos los dedos, no mirar el teclado, o lo que es lo mismo, tardar muy poco en escribir cualquier documento. Pero, además, aprendí algo estupendo, algo que Carmen Redondo, nuestra compañera del departamento de A
¡Cumplimos 15 años! 2009-2024