Ir al contenido principal

"Villa Vitoria" de D. E. Stevenson

D. E. Stevenson es Dorothy Emily Stevenson (Edimburgo, 1892- Dumfriesshire, 1973). Si te suena el apellido es con razón. Resulta ser la hija de un primo de Robert Louis Stevenson, que no necesita presentación y que está en nuestras estanterías desde que éramos adolescentes. Esta Dorothy es un personaje tan interesante como lo son los de sus novelas, sobre todo los femeninos. Si repasas un poco su peripecia biográfica puedes entenderla y entender qué escribe y por qué lo hace. Su padre era un ingeniero que diseñaba faros, es más, toda su familia era diseñadora de faros. La educó una institutriz y cuando la niña manifestó que quería ir a la universidad, el diseñador de faros que era su padre, se negó terminantemente, en su familia ninguna mujer había poseído nunca un título académico y así debía seguir siendo. Así que su carrera se redujo a casarse con un capitán y, por supuesto, a escribir muchas y divertidas novelas. 

D. E. (también podemos llamarla así) luce una artística artimaña en su obra literaria: mueve los personajes de un libro a otro. El que es secundario allá, se transforma en protagonista en otro lado. Y al revés. Es como si sus personajes fueran reales o, al menos, actores que se dedicaran a hacer representaciones o, en un tono más moderno, a filmar películas, unas veces a modo de cameos, otra de extras y otras de actores con frases. Curioso. Divertido. Estimulante. Esos personajes fundamentales son siempre femeninos, pues ella quiso contribuir, de alguna forma, a darle luz a las mujeres ya que en sí misma había sufrido la oscuridad de no poder guiar su propio destino. Así están la señorita Buncle, Celia, Anna, Sarah Morris, Debbie, Tonia, Charlotte Fairlie, Freda,Margaret, la señorita Martineau y Katherine. 

La primera novela que publicó fue Peter West, en 1923 y desde ese momento hasta 1970, tres años antes de morir, se van sucediendo títulos y títulos, pues fue una autora prolífica, con una vis cómica considerable y una envidiable capacidad de observación. Seguramente el que mayor éxito le proporcionó fue El libro de la señorita Buncle, de 1934, que tuvo dos continuaciones. Estos libros de la saga Buncle le proporcionaron millones de lectores en Gran Bretaña y en Estados Unidos, convirtiéndola en una autora muy conocida, respetada y admirada. Por desgracia, la gran mayoría de esos libros no se han publicado en España, donde solo contamos con algunos que han ido apareciendo en la Editorial Alba, en su colección Rara Avis. Este que mencionamos ahora, Villa Vitoria, de 1949, es uno de ellos. 

Ashbridge es un pequeño pueblo cercano a Wandlebury, el pueblo de la señorita Buncle. En las afueras de Ashbridge está una casa construida por un militar, con el grado de capitán, que la mandó construir después de participar en la guerra para expulsar a José Bonaparte de España. Ya sabemos que se trata de nuestra guerra de la Independencia, así que el nombre de la casa es español y alude a la ciudad de Vitoria. Es una bonita casa, con un jardín lleno de flores alegres y brillantes, setos perfumados, aire romántico y suaves brisas que la rodean y hacen que tenga un clima apacible. Un sitio idílico para que pasen cosas positivas. Allí vive una viuda, madre de tres hijos, llamada Caroline Dering. El señor Dering, por desgracia, no solamente ha fallecido sino que ha dejado un malísimo recuerdo entre la gente. Solo se recuerda de él su pesimismo fatalista y molesto y su antipatía de carácter, lo que es un mal legado, desde luego. La acción transcurre en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, con lo que las heridas aún no han cicatrizado, ni las físicas, ni las morales. La vida es muy difícil. Racionamiento, seres atormentados que no se acostumbran a los tiempos de paz, pasados trágicos que se ocultan, necesidad de agudizar el ingenio para sobrevivir...

Uno de esos seres llenos de secretos es el señor Shepperton, que llega al pueblo y se instala a vivir en su posada, llevando consigo todo lo que los seres humanos movemos con nosotros, su vida anterior, sus pesadillas, su sufrimiento, sus errores y sus deseos frustrados. Ambos personajes, Caroline y el señor Shepperton, se entienden bien desde el principio, lo que es una buena cosa en tiempos turbulentos. Una viuda y un ser atormentado pueden llegar a establecer una bonita relación de ayuda mutua y complicidad...Pero la cosa no es tan sencilla. No lo es si la viuda tiene una hermana, célebre actriz de teatro, llamada Harriet, que tiene la virtud de enredarlo todo y a la que le da por llegar al pueblo en el momento justo,es decir, en el tiempo más inopinado e incongruente. He aquí que el tranquilo devenir de la trama se complica y la placidez del campo y de su existencia llena de pequeños detalles placenteros se trastornan de un modo singular. Así es la vida, en realidad, da lo mismo el entorno, porque son los seres humanos los que mueven sus hilos. 

Comentarios

Tabuyo Alonso ha dicho que…
Este que nos traes es el único que no tengo. Hasta ahora solo había leído el primero y recuerdo que me gustó. Tengo pensado leer los 4 que tengo en Agosto pero bueno, de aquí a que llegue el día igual cambio e opinión.

Besos.

Entradas populares de este blog

Si hay prisa, no hay literatura

*Lucia Berlin, escritora, 1936-2004 *********** Lo contaba en una entrevista grabada en el escritor recién fallecido Paul Auster. Tras ocho horas de trabajo diario, como si fuera un obrero de la literatura, se daba por satisfecho si alguna vez de forma extraordinaria conseguía tener tres páginas terminadas. Lo normal es acabar una sola página y en circunstancias buenas quizás dos. Y nos cuenta su método. Un párrafo que se escribe y se reforma una y otra vez, continuamente, se escribe, se reescribe, se corrige, se vuelve a escribir. Hasta que, nos dice, quede suave, limpio, armónico, como si de ese fragmento surgiera música, rítmico, a compás diríamos nosotros. Ese cuidado en la escritura, esa placidez a la hora de escoger las palabras, es una de las grandes cimas de la creación y cuando se logra, cuando una es capaz de olvidarse la prisa, la inmediatez, la necesidad urgente de decir algo, cuando puedes sentir el sosiego de escribir despacio, de buscar despacio en tu mente las palabras

La hora de las palabras

 Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin

La primavera es una cesta llena de libros

 /Foto C.L.B. Archivo personal/ Una de mis viejas amigas (viejas porque son de toda la vida) tiene siempre a flor de piel el deseo de encontrar un lugar tranquilo donde sentarse a leer y a tomarse una taza de té. Creo que lo del té es reminiscencia de nuestras lecturas inglesas, porque todas nosotras, ineludiblemente y sin razón alguna, tenemos en esa literatura una referencia constante. No solo hemos leído muchos libros de autores ingleses y estadounidenses sino que los comentamos y nos intercambiamos exclamaciones, interrogaciones y toda suerte de signos estrambóticos. Sentarse en un lugar tranquilo, a resguardo de los vientos y del sol inclemente, mientras el té se va enfriando y tú estás inmersa totalmente en el libro, es un sueño que ella expresa cada vez que se le pregunta qué desearía hacer en ese mismo instante. Y, tanto lo repite, que todas las demás pensamos que, en realidad, ella es una de esas muchachas de la campiña que viven en casas solariegas o en pequeños cottages y qu

Siete mujeres y una cámara

  La maestra de todas ellas y la que trajo la modernidad a la escritura fue Jane Austen. La frescura de sus personajes puede trasladarse a cualquier época, de modo que no se puede considerar antigua ni pasada de moda, todo lo contrario. Cronológicamente le sigue Edith Wharton pero entre las dos hay casi un siglo de diferencia y en un siglo puede pasar de todo. Austen fue una maestra con una obra escasa y Wharton cogió el bastón de la maestra y llevó a cabo una obra densa, larga y variada. Veinte años después nació Virginia Woolf y aquí no solo se reverdece la maestría sino que, en cierto modo, hay una vuelta de tuerca porque reflexionó sobre la escritura, sobre las mujeres que escriben y lo dejó por escrito, lo que no quiere decir que Edith y Jane no tuvieran ya claros algunos de esos postulados que Virginia convierte en casi leyes. Ocho años más tarde que Virginia nació Agatha Christie y aunque su obra no tiene nada que ver con las anteriores dio un salto enorme en lo que a considerac

La suerte de Meryl Streep

Meryl Streep cumplirá en junio próximo los 75 años y pocas veces puede encontrarse un caso tan definitivo de artista bendecido por el público y la crítica. Y no es un regalo, sino algo merecido porque Meryl es, seguramente, la mejor actriz de los últimos cincuenta años y entre sus interpretaciones hay verdaderas joyas. No siempre, sin embargo, el valor asegura el reconocimiento, pero en su caso la suerte se ha aliado con ella y a estas alturas de su vida está recibiendo los premios que merece, el aplauso y el cariño que merece, el agradecimiento, la calidez del público y de la crítica. Debe ser reconfortante y seguro que ella lo agradece a su vez. Estuvo en Oviedo el año pasado para recibir el Princesa de Asturias y resultó encantadora a todos y nada de impostura sino naturalidad a raudales. Ese es también su secreto para actuar tan convincentemente. Tiene un extraño atractivo que se basa en una belleza sencilla, en una mirada espectacular y en un estilo personal y muy lleno de sí mism

Cuando enseñar flamenco era revolucionario

  (Antonio Mesa, in memoriam) Esta es una foto con historia. La he recordado estos días, al enterarme del fallecimiento de Manolo Calero, el excelente cantaor y gran persona. Ahí estamos, marzo de 1993, yo embarazada de siete meses y medio. Bien rodeada de buena gente, de artistas. Si te fijas, el primero de la izquierda es, precisamente, Manolo Calero, Manuel Calero de Tokio como le llamaban en Japón según nos contaba en divertida anécdota. A su lado, el maestro Manuel Mairena, con su gesto amable y circunspecto, callado pero siempre en genio. Al otro lado, Marcelo Sousa, bonhomía y conocimiento cantaor, voz de trueno, y luego un jovencísimo (éramos todos tan jóvenes...) Antonio Carrión, aquí despuntando ya como un guitarrista de extraordinaria factura. Y José Parrondo, otro cantaor de categoría, creador e innovador desde el mairenismo. Entre ellos dos estaba Antonio Mesa, la persona que había ideado toda esa convulsión del flamenco que supusieron los cursos de formación. Digo bien, c

"El misterio de la casa roja" de A. A. Milne

Resulta muy tierna la historia de este hombre, Alan Alexander Milne (Londres, 1882-Sussex, 1956). Podíamos decir que su amor por la familia le jugó malas pasadas. Y su literatura siguió caminos irregulares, quizá intentando formatos que no eran los suyos y dejando de lado lo que mejor se le daba. Es un personaje extraño, del que hay pocos datos en castellano y que merecería, quizá, una investigación más a fondo. Uno de esos autores que pasan a la historia de la literatura por algo que ellos mismos no imaginaban que trascendiera.  A. A. Milne (como firmaba su obra) tuvo un único hijo, Christopher Robin y quiso dedicarle una serie de cuentos y poemas en las que el niño era un personaje más. En esos cuentos estaba acompañado por sus propios juguetes, sus peluches. Así nació la serie de "Winnie the Pooh" , que alcanzó una enorme fama y que recibe todavía culto en Inglaterra. El oso, el niño, sus amiguitos, eran, en apariencia, una forma de expresar amor de padre, pero pa