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Él y ella

(Fotografía de Nina Leen, 1940)  Él era un hombre de mundo y ella de interior. A él le gustaba el brillo y a ella el matiz cansado de la oscuridad. Él tenía corbatas caras y un traje de Armani a rayas grises. Ella soñaba con verlo a la luz del día sin maquillaje. Él poseía muchas cosas y a mucha gente, pero nunca se consideró dueño de nada ni de nadie. Ella soñaba con él y con su aire de abandono cierto. Él tenía miedo a ser amado y ella a dejar de amarlo sin darse cuenta. Él era un vividor de buen corazón y ella una mujer que ocultaba un secreto. Él había subido muchos escalones y ella había tenido que bajar a los sótanos. Él disfrutaba la vida a ras de soledades y ella ansiaba conjurar el dolor a su lado. Él se sentía ajeno y ella no podía dejar de llevarlo dentro. 

Annie Ernaux: pura vida

  Una mujer cuenta en primera persona la historia que vivió con un hombre. Una aventura pasional que a ella la convirtió en alguien a la espera. Solo vamos a conocer el punto de vista de la mujer pero se trata de eso, de una escritura totalmente subjetiva, narrada por su protagonista y en la que los hechos tienen verosimilitud. Esta es la autoficción y así son los libros de Annie Ernaux. La escritora va desarrollando, con un privilegiado uso del lenguaje, la estructura de su vida en episodios aparentemente inconexos pero que nos dan a conocer a fondo cómo es y cómo vive. Incluso cómo piensa.  Aquí, la mujer culta, refinada, con un buen trabajo, una buena casa, divorciada, con hijos ya mayores, se enamora locamente (¿habrá otra forma de enamorare? puede llegar ella a pensar) de un diplomático de un país del Este con el que cultiva una relación eventual (cuando él puede, ella está siempre dispuesta) pero que la marca porque toda su vida se acomoda a ese ritmo. Llegadas y despedidas. Eso

La primavera ya planea sobre nosotros

  (Foto de Nina Leen) (Foto de Louise Dahl-Wolfe) (Foto de Annie Leibovitz) Aunque parece que el invierno ha comenzado y que su reinado será ahora mismo trending topic, en realidad ya los días y las noches anotan los segundos para que la primavera avance y ocupe su sitio, su ancestral puesto de llevador de sueños, de semilla de frutos y de lanzador de rosas al paso del amor recién nacido. ¿Por qué entonces el día amanece tan triste? te preguntas. No es posible que el sol te entristezca y las nubes te arropen con su manto gris, desarbolado y húmedo. Pero así es. La alegría te conmueve más allá de los gritos, de las risas y del olor a abrazos. Por qué, te lo preguntas a cada instante y no tienes respuestas.  Cuando la vida te trae una gran desgracia, una pérdida antinatural, entonces todas las fechas, los aniversarios, las fiestas, las acciones cotidianas, parece que se convierten en una gran laguna convulsa. Notas la cercanía de su cumpleaños, del día de su Santo, notas la ausencia en c

Pasiones sin reservas

Una vez paseaba por las Ramblas de Barcelona y un chico negro tiró de mí para llevarme no sé dónde. Reaccionó rápido uno de los primos con los que iba y todo quedó en una aventura. No tuve miedo. Quién tiene miedo a los diecisiete años...Mis primos tampoco lo tenían y la historia se convirtió en el guión de una película que rodamos, sin cámaras ni atrezzos, en esos días claros de vacaciones en los que la ciudad era toda nuestra. Lo he recordado porque hubo una canción que fue nuestra banda sonora. En algunos locales que frecuentamos sonaba una y otra vez. Y luego la oíamos en el coche y buscamos incluso su letra en inglés. La tarareábamos sin parar. Los tres logramos que la canción fuera el hit del verano.  De esa forma mágica y sorprendente en que suceden las cosas, la canción volvió a mí hace poco tiempo cuando la vi en la última película estrenada de Woody Allen. La película es "Un día de lluvia en Nueva York" y la canción es Everything Happens to Me. Oír la

Hanna y la rosa del Cairo

Una extraña rosa ha crecido en el patio de recreo .  Nadie se explica su nacimiento ni su origen. Es una rosa amarilla. No de ese amarillo claro, desvaído, triste, que suelen tener las rosas de ciudad. No. Es un amarillo intenso, un amarillo potente. Como el color de un canario en libertad. Las tres niñas han sido las primeras en descubrirla. La rosa estaba justo detrás de la canasta de balon- cesto. Una canasta vieja, muy vieja, herrumbrosa y que nadie utiliza, semiescondida en la sombra en la zona del patio que apenas se utiliza. La mayoría de los niños prefieren la parte soleada porque este es un colegio frío, cuyas clases son antiguas y están mal acondicionadas. Por eso, en la hora del recreo, todos se apiñan en el centro del patio, allí donde el rayo de sol es firme, donde se despliega su calor sin necesidad de arrebujarse en los abrigos. ¿Todos? No. Casi todos. Las tres niñas, por ejemplo, indagan cada día en los alrededores del patio buscando alguna sorpresa. Así descubrieron la

Catorce Nochebuenas

(Ramón Casas i Carbó.  Mujer sentada) En la Nochebuena número catorce la calle refulgía de recados, prisas y sonidos especiales. Las mujeres eran las reinas de la fiesta. Tenían en su mano el control de las cacerolas y los guisos, y, por una vez en el año, ordenaban a sus maridos qué hacer. Ellos estaban poco duchos en las cosas domésticas y trataban de no estorbar demasiado. Con eso era suficiente. Era una calle larga y sinuosa, con varios tramos de casas blancas y de color albero. La casa de la esquina tenía un zócalo de piedra ostionera y unos enormes cierros a la calle, de hierro forjado, y una azotea vibrante, desde la que se veían el horizonte, las salinas, el océano entero. En la casa de la esquina, la niña vivía su Nochebuena número catorce y estaba muy contenta porque ese año, por fin, su madre había entendido que tenía que usar sujetador y eso la convertía en alguien diferente. Solo una cosa faltaba para que su transformación fuera completa, pero tenía la esperanza de que o

El tiempo de los cerezos en flor (II)

           Keiko quería ser florista y no obrera, pero no vivía en Londres, París o Madrid, esos lugares en los que la mujer puede ser creativa, independiente, divertida. Para ella   no ha llegado el siglo XXI y, con él, la preciada libertad de tener una vida propia que vivir. La condena de Keiko está dirigida a ser una obrera de una fábrica gris de Osaka, con una existencia gris, un traje gris y un trabajo más gris todavía. Todas las esperanzas femeninas de Osaka son engullidas por las poderosas industrias y sus contundentes edificios.  Contra todos los pronósticos, venciendo mil dificultades, Keiko abrió su tienda y los clientes agradecieron su atención y el hecho de que, con cada planta que vendía, con cada ramo que preparaba, les hacía llegar un verso escrito en un pliego de bambú. Las palabras estaban cuidadosamente caligrafiadas en la hoja, con una tinta azul brillante que sobresalía del dorado bambú. Keiko buscaba sus versos en los poetas antiguos y, en los libros del p

Natsumi y el pez

Cumplir quince años es entrar en el reino del amor. Hasta entonces puedes preguntarte con auténtico interés qué es lo que se siente, qué pasa cuando te besan, en qué consiste ese cosquilleo del estómago, leve e impredecible… Pero no habrás tenido la oportunidad de sentirlo, si no contamos cosas como un devaneo sin importancia, algo carnal y que no puede confundirse con el verdadero amor.             A los quince años es otra cosa. Así lo entendió Natsumi, que quiso perpetuar su amor y el nombre de su amado, aunque éste no ha llegado hasta nosotros. Escribió una carta larga, llena de puntos suspensivos, palabras entrecomilladas y corazones pequeños y rojos. La leyó muchas veces antes de doblarla, pues no quería que las palabras expresaran cosas diferentes a las que ella quería decir. Después de todas esas veces comprobó que no era fácil expresar lo que sentía pero que, al fin y al cabo, sólo disponía de esas palabras para combinar y escribir. El tic-tac de su corazón se convirtió e

Tiembla la noche

La luna en cuarto creciente y esos versos, esas palabras dichas en inglés, la música, las manos volando sobre las teclas blancas, un espacio breve en el silencio, la noche tiembla, espera, nada. No hables, cállate, mejor así.  Hay flores que se escriben en un beso. Una vez intenté que el carmín se disparara sobre aquella mejilla. Pero huyó, no quiso saber nada. La nada es esa espera, pensé. El rosa de los labios no tiene vocación de posarse en su cara. Pensé, nada es nada.  Así suenan los versos en la música y está todo en inglés y me pregunto si acaso yo no he visto antes de ahora esta misma y volátil sensación de verano en medio del invierno. La luna crece y crecen las palabras, en un compás que las lleva a posarse en el río. Es el río prometido, me digo, fue la nada. Nada. Una barcaza azul y una camisa. Todo azul. Mentiras en azul. Azul falso, azul nada, los azules.  Cómo perder el tiempo en trenzar soledades si aquello fue una basura tierna, pero basura al fin y al

William Holden: cuestión de genio

  (William Holden y Audrey Hepburn) Admiro a William Holden mucho más de lo que pueda expresar y desconozco el motivo, porque hay personas que tienen para ti un carisma especial y te atraen. Es una especie de enamoramiento, una fascinación absoluta que no tiene explicación racional. Pura química. No solo es un gran actor, sino que tiene todas las cualidades para desatar la emoción. Su físico es extraordinario: guapo, elegante, arrollador y con un aire de sinceridad impresionante. Los hombres que levantan pasiones, como Holden, no deberían desaparecer nunca. Pero el cine tiene la virtud de mantenerlos vivos y de mantenerlos jóvenes, de forma que es fácil su evocación. Así que he estado recordando algunas de sus películas, al hilo de ver, por primera vez, una que se me había pasado. Se trata de "Grupo salvaje" un extraordinario western de 1969, dirigido por Sam Peckinpah, que me ha entusiasmado. Los westerns suelen ser películas líricas, en las que bajo una capa de violencia