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Emma Woodhouse y los placeres de la juventud

 



¿En qué puede entretener sus días una chica de veintiún años de un pequeño pueblo del sur de Inglaterra, allá por los primeros años del siglo XIX?

He aquí la pregunta que me propongo contestar en estos párrafos. Cómo transcurría el tiempo para Emma, de qué forma pasaban los días, qué actividades, qué tareas abordaba para que el paso de las horas no fuera excesivamente lento, para evitar eso que hoy es un mal y que conocemos como aburrimiento...

Quizá nos cueste imaginarnos una vida sin teléfono móvil, sin ordenador, sin televisión, sin cines, sin ninguna de las miles de coartadas que nos ofrece el mundo de hoy. Pero, indudablemente, el ser humano, allá donde esté, y en el tiempo en que viva, busca siempre algo que endulce su existencia, algo que lo saque de la rutina, que lo eleve, que le traiga el disfrute y, todavía más, la felicidad.

La ocupación eterna de los seres humanos, la que no tiene pérdida, ni se acaba nunca, es, desde luego, enamorarse. Y es una ocupación que arrastra muchas otras, que tiene muchas consecuencias. Pero no hablamos hoy del amor y de sus secuelas, sino de esas otras formas de distracción que los hombres inventan y que varían de siglo en siglo. Porque el amor es eterno, intemporal, pero las diversiones son tan cambiantes como las modas. Porque diversión y moda tienen mucho en común.

A tenor de lo que nos cuenta Emma está claro que las chicas de buena familia no realizaban labores del hogar, salvo esos delicados bordados con bastidor que las mantenía sentadas, con la espalda recta y mirando hacia abajo cuando había visitas...En Orgullo y Prejuicio, el señor Collins, en ese primer almuerzo con los Bennet, pregunta cuál de sus primas había realizado la deliciosa comida que estaban disfrutando, ante lo que la señora Bennet exclama con enojo que a ninguna de sus hijas se les ha perdido nada en la cocina. Y así ocurría. Incluso cuando las rentas no eran demasiado altas, estas familias austenianas tienen servicio, al menos una cocinera, una doncella, un mayordomo y, si es posible, un par de jardineros. Ah, el cuidado de los jardines ingleses, esa ocupación que Miss Marple quería llevar a cabo por sí misma contra el consejo de sus doctores...

“El único afán literario que tenía Harriet en ese momento...era coleccionar y transcribir todos los acertijos imaginables...” “En estos tiempos tan literarios es común encontrar esa clase de colecciones a gran escala” “La caligrafía de Harriet era exquisita”. Estos tres fragmentos de Emma nos señala una de esas diversiones: coleccionar acertijos, adivinanzas, pequeños poemas con pistas para adivinar palabras. Era una distracción galante, pues a veces se utilizaba para “dar pistas” acerca de la atracción entre uno y otro sexo. Como en el libro. En el libro también Emma pinta un retrato de Harriet, para que el señor Elton se muestre absolutamente cortesano y lo lleve a enmarcar, en su caballo, a Londres. Una frivolidad que puede perdonar solamente el supuesto amor que cree Emma que él siente por su protegida.

En cuanto a la lectura, ay. Emma tiene buenísimas intenciones al respecto. Es más. Confecciona una lista ordenada de cien lecturas recomendables, pero nunca se decide a dedicar tiempo a la lectura, prefiere con mucho la conversación. Elizabeth Bennet (Orgullo y Prejuicio) es una lectora aceptable y, seguramente, la más entusiasta es Marianne Daswood (Sentido y Sensibilidad) que lee y relee los sonetos de Shakespeare.

Como en todas las obras de Jane Austen aquí también hay escenas de piano. El pianoforte que recibe Jane Fairfax de regalo por parte de un desconocido es, además, un elemento de elucubración. Quién y por qué lo regaló, cómo se le ocurre a alguien regalar un instrumento tan grande a alguien que vive en una casa tan pequeña, todas esas preguntas rondan las cabezas desde el momento en que aparece el regalo. Al igual que Elizabeth Bennet, Emma toca el piano y canta, como lo hacen todas las muchachas bien criadas, pero, al igual que Lizzy, no es una ejecutante destacada, aunque sí lo hace con gusto y corrección. Las dos tienen que escuchar como otra persona las aventaja en estilo. Pero eso parece ser lo de menos, pues los ojos de sus respectivos enamorados brillan con pasión y deleita al contemplarlas, erguidas en la banqueta, mirando con ojos atentos la partitura y deslizando sus manos por el teclado. Ay, el amor.

Además de todo eso, Emma hace obras de caridad, lleva comida a algunas familias que lo necesitan y acude a la iglesia (aunque siendo hija de pastor podían esperarse más referencias piadosas en la obra de Austen, la verdad es que son casi inexistentes, es más, el señor Elton es un clérigo pagado de sí mismo y bastante untuoso y el señor Collins, de “Orgullo y Prejuicio” es fatuo, ridículo e insoportable). Lo mejor del señor Elton es que lo interpreta Joss O'Connor en la versión (fallida) de 2020. 

Las excursiones y las salidas de una finca a otra o por los alrededores de la zona son una fuente de placer para Emma, pero mucho menos que lo eran para Elizabeth Bennet. Ella disfrutó enormemente con el viaje que realiza con sus tíos hasta llegar a las posesiones del señor Darcy y quizá ese viaje fue el elemento de unión con el protagonista masculino de la novela. Además, Elizabeth fue capaz de recorrer cinco kilómetros sobre un suelo de barro, con unos botines de piel, nada de zapato adecuado, para poder ver el estado de salud en el que se encontraba su hermana Jane, retenida en Netherfield con un fuerte resfriado.

Seguramente el mayor placer para nuestra Emma, como para todas las muchachas de ese tiempo, estaba en los bailes. Pero eso es otra historia y será contada en otra ocasión.

(Imagen: Romola Garai es Emma en la serie de la BBC, 2009)

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