Ser cursi no tiene época, ni clase social, ni edad, ni sexo. Es una actitud que procede de la equivocada percepción de quien quiere ser sin poder, de quien olvida las virtudes que adornan al individuo auténtico: la verdad, la espontaneidad. En Orgullo y Prejuicio , el libro que Jane Austen escribió con veinte años y publicó mucho tiempo después, hay espléndidos ejemplos de cursilería. Para no ser exhaustivos, quedémonos con uno: las hermanas de Bingley . Caroline Bingley y la señora Hurst dan vivas muestras de ser unas auténticas representantes del cursilísimo hábito de mirar a los demás por encima del hombro y de querer parecer más de lo que, en realidad, son. Porque, vamos a ver, todavía se me escapan los méritos que ambas damas poseen para considerar que la sociedad de Longbourn es poco refinada para ellas. O que el noble ejercicio del comercio y de la abogacía son claramente manchas en su curriculum familiar. O que los Bennet son inferiores por el hecho de tener un
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