Ya lo sabéis: la tía Polly de Tom nunca gasta sus gafas en mirar a través de ellas a un niño o a una niña. Son poca cosa para usar ese magnífico artilugio, tan supermoderno, que la Tía (así a secas la llaman sus sobrinos) tiene en tan alta estima. Es preferible mirar por encima de ellas, observar las travesuras y los olvidos de los tres, Tom, Sid y Mary, tan distintos desde luego, pero tan parecidos en algo: son huérfanos que tienen a la tía Polly como único familiar que se ocupa de ellos. No son muy diferentes de Huck, desde luego, esos tres niños, aunque el vínculo con la Tía suponga que tienen un hogar, con unas normas (a veces, odiosas para ellos), un plato de comida, una cama, la obligación de ir al oficio religioso los domingos y alguien que les riña de vez en cuando. Mafalda odiaba la sopa que le ponía su madre, pero Huck quizá hubiera querido tener una de esas tías gruñonas que se enfadan cuando te dejas algo en el plato y que se enteran, de modo misterioso, de que no has ido a
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