"Querida Jane, querida Charlotte", Espido Freire


El libro aparece pulcramente ordenado en una de las estanterías acrisoladas de la casa. Es una mañana luminosa en la que el otoño se ha retraído y el sol quiere recordarnos que existe, que todavía no se batido en retirada. El campo se ha abierto en amapolas y margaritas silvestres y las plantas del jardín mantienen su tersura, quizá porque hace pocos días una tromba de agua las ha santificado. Está el libro junto a otros que hace tiempo no leo y se me viene a los ojos y a las manos. Así, como si fuera una señal, un aviso, como si ese fuera el libro que hoy debo hojear y aún recordar. 

La contraportada es blanca y en ella sobresalen, con tamaño de miope, las letras negras que explican el argumento. Debajo, a la derecha, sobre el código de barras, aparece una etiqueta naranja fosforescente que está escrita a mano. El precio de venta (16,90 euros) y la fecha en la que se etiquetó, el 17 de febrero de 2004, justamente un día antes de que mi vida cambiara para siempre. Aunque yo no compré el libro hasta el mes de abril esa fecha es tan llamativa, dice tantas cosas, que no comprendo como no reparé en ella antes. Podía imaginarme lo que yo haría ese día 17, en vísperas del 18, porque no lo recuerdo. Nada de lo que hice podía traslucir tampoco que todo el mundo que había construido en torno a mi iba a cambiar tan radicalmente. 


Espido Freire se planteó como un enigma la vida de las hermanas Brontë y de Jane Austen. No es lo mismo, querida, le diría si pudiera. Es verdad que todo el mundo las relaciona pero también lo es que basta con leer sus obras para entender que son el agua y el aceite. El mundo atormentado de las Brontë en el que la literatura era un elemento marginal y extraordinario, no tiene nada que ver con la vida y la obra de Jane Austen, profesional de la escritura hasta donde era posible serlo, apacible, dueña de su vida y llena de ironía y perspicacia. No debería notárseme mi predilección por ella frente a las hermanas, pero, si se nota, es verdad. 

Por esa diferencia, precisamente, la estructura del libro no ofrece paralelismos en ambas partes. La dedicada a las hermanas Brontë se detiene en los elementos de su vida cotidiana y en la vida de las chicas propiamente dicha. Surge, emana, emerge, a veces, un libro de ella. La dedicada a Jane Austen se estructura en torno a cada uno de sus libros, como no puede ser de otra manera. Orgullo y Prejuicio, Sentido y Sensibilidad, Emma, La Abadía de Northanger y Persuasión, Mansfield Park, Sanditon...La autora justifica su periplo asignando un libro a cada ciudad o entorno geográfico en los que vive Jane, pero ya sabemos que esto no es exacto ni responde a la realidad. Es un recurso literario sin más y olvida los años en los que no pudo escribir ni una línea (correspondientes a Bath, precisamente). 

En todo caso, el análisis en clave biográfico no casa con la obra austeniana. La literatura es algo más. Sin embargo, resulta agradable este recorrido que cualquiera que haya leído estos libros querría hacer, aunque sus conclusiones fueran diferentes. El placer, desde luego, sería el mismo. Y todos los austenianos sabemos que el placer es un elemento esencial de la vida y, por tanto, del arte. 



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