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Oda al papel

  Era una casa llena de niños. Una parte de la azotea miraba al levante y la otra, al poniente. Así, los dos vientos principales tenían asegurada su presencia muchos días al año. El estado del viento era la primera conversación del día y la que concitaba más disputas. Los vientos estaban tan humanizados que había categorías y hasta nombres cariñosos: levantito, levantazo, levantera, ponientazo, poniente ennortado...Hasta que el padre intervenía y sentaba cátedra. Él conocía la mar como si fuera su casa, y también sus salinas, sus barcos, los astilleros anclados a ambos lados del istmo, las playas y los fuertes que Napoleón hizo construir inútilmente. Los niños de la casa escuchaban extasiados sus historias. Parece que hoy el levante tiene malas intenciones, habrá que ver en qué acaba todo esto, decía con una voz suave pero firme. En algunas de esas historias podía existir algo de invención, pero eso era natural. También dibujaba unos grabados muy especiales, sobre todo un caballito, si

Amarillo Vogue

La modelo Joanna McCormick aparece en la portada de julio de 1957 de la revista "Vogue". Las portadas de "Vogue" son la historia de la moda, del gusto femenino, de la emocionalidad, del sentimiento de la mujer. Mucho más que cualquier otra manifestación, a veces mucho más que cualquier libro. Todas las portadas llevan un mensaje y es un mensaje que no siempre se descifra. Sobre todo, llevan una intención, un anuncio. La mujer de la portada amarilla de julio de 1957 despliega la placidez elegante del verano de la Costa Azul. No el verano de las playas atestadas, de los paseos marítimos llenos de gente sin nombre. No. Ella es esa mujer que solo se cruza en nuestra vida una vez. Es la oportunidad que puede que nunca aparezca. Nosotras mismas, quizá en alguna ocasión podríamos haber sido esa mujer, con su pulcra sortija de perlas blancas, con sus pendientes a juego, con sus labios y sus uñas rojas, con su maravilloso sombrero orlado de lazos y mariposas. Es la mujer que

Guantes rojos para apagar el frío

A Carlos   W. F.,  el farero, dondequiera que esté Candela me cuenta que le ha ocurrido alguna vez. Y siempre con las mismas personas. No solo hombres, también mujeres. Durante algún tiempo Candela creía en la amistad con los hombres. Pensaba que eran más nobles, sinceros, sencillos. Ahora tiene esplendorosas dudas. Desde luego se ha dado cuenta de que ella ha visto más de lo que existía, que ha compuesto un retrato que no siempre se correspondía con la realidad. Candela aprecia la amistad más que nada y eso la lleva a pensar que la gente es más amiga de lo que parece. Pero está entendiendo que se equivoca. Últimamente se fija mucho en las reacciones de quienes, de una forma o de otra, la aplastan con sus opiniones, bajo ese prurito absurdo de querer hacerle una crítica constructiva. Está harta de las críticas, dice, y no quiere que nadie le construya nada, porque lo mejor que pueden hacer para que ella aprenda sus errores y los modifique es darle más cariño y tener más fe en su person

Querido fantasma...

  Lo sé. Eres muy importante. Tan sesudo... Escribes esos libros llenos de datos, investigaciones, soluciones y ¿perversiones? No. Todo es mucho más intelectual, más serio, riguroso, selecto, ¿convencional? He intentado leer algunos y me he quedado dormida. A mí me sacas de las novelas de terror y me hundes. Eres muy importante y yo debería haberlo tenido en cuenta. Pero, claro, ¿qué se le puede pedir a una cabeza loca que prefiere beberse una coca-cola y no un champán de la región de Champagne, allá en la France, Macron mediante...? Cuando te conocí entendí que la perfección masculina existía. Un tipo tan elegante, diverso, diletante, entendido, un gentilhombre del siglo XXI, con esas corbatas tan llamativas y caras, con ese savoir faire, y esa postal de señor de mundo. No me extraña que haya tantas mujeres que te sigan a todas horas, que suspiren por ti y que te vean en sueños como la salvación de sus soledades. Si es que eres perfecto...O casi.  Solo algunos pequeños detalles que en

Presencia intuida

  Frío. Un frío de pobres.  Los ventanales dejaban adivinar que en la calle el helor se aposentaba en los cuerpos. En la casa, en cambio, un agradable calorcillo hacía deseable estar así, cómodamente vestida, cálidamente arropada. Ha sonado el teléfono. Al otro lado de la línea se oye la voz de la única persona del mundo a quien quisiera oír siempre si pudiera elegir. Minutos después, el armario abierto de par en par, las pinturas por la encimera del cuarto de baño y las cajas de zapatos por el suelo, indican que algo va a pasar, que la tranquila comodidad de las horas lentas de la tarde se ha trastocado.  Y así es. Sale corriendo al exterior. El frío desaparece. No existe nada más que esa voz y esa presencia intuida. En un rato, sin que su corazón haya dejado de latir con fuerza, allí está él, a lo lejos, sonriéndole y extendiendo los brazos hacia ella.  Todo lo que siente ahora es el suave y definitivo ardor de la sangre. (Ilustración: Enric Torres-Prat. Barcelona, 1940) 

Confidencias

  Lesser Ury pintó los paisajes lluviosos de las ciudades, con un agradable batiburrillo de coches de caballos, transeúntes y vigorosas pinceladas que destacan, sobre todo, el porte imperturbable de las mujeres que pasean sin importarles el mal tiempo, los charcos del suelo o el aviso de tormentas. Al fondo, detrás de los oscuros árboles, parece asomarse la esperanza de un sol tardío, pero, en realidad, a ellas no les importa. Subidas sobre sus altos botines negros, con sus medias oscuras y sus vestidos llenos de coquetería y de elegancia, se mueven con soltura y muestras sus rostros diminutos bajo los sombreros y detrás del rouge, el maquillaje y la sombra de ojos.  Ese tiempo glorioso del paseo con amigas, lleno de confidencias que solo ellas conocen, de esa larga letanía de novedades que salpican la calle, como los coches salpican a los viandantes que recorren la acera. Esa sonrisa abierta y hasta cómplice, una complicidad genuina y sin alertas, esa sencilla forma de mirarse entendi

Supervivientes

  No están en una isla vigiladas por mil cámaras que se mueven de un sitio a otro, intentando captar cualquier movimiento, cualquier pelea, la pesca del primer pez, la charla confiada, el sueño...No van a cobrar un sueldo vertiginoso al final de las semanas o los meses de permanencia en un escaparate donde ellos son los objetos y nosotros los observadores...No tienen una reseña en el periódico ni se les va a conceder ningún premio ni siquiera son héroes anónimos de los que, alguna vez, habla la gente... Simplemente están solas.  Da igual la edad, la ocupación, el tiempo que dedican a ellas mismas, las ilusiones que tuvieron o las cosas que tienen que decir. Están solas. Han llegado a la soledad por distintos caminos. Han encontrado el mismo espacio sin quererlo. Han llegado a las mismas conclusiones. Son islas en medio de un océano de diversión y risa. Están solas. Cuando las vacaciones amanecen y todos hacen planes, ellas seguirán recorriendo la ciudad en silencio o se sentarán junto

Relaciones tóxicas

(Marilyn Monroe y Eli Wallach fotografiados por Inge Morath en 1960, set de rodaje de The Misfits)  Parece mentira pero la psicología reconoce la mutua atracción que se produce entre un perverso narcisista y una persona de altas capacidades intelectuales. Sea en relaciones de amistad, amorosas o familiares, esa cuestión suscita no poco dolor y no pocos interrogantes. Todos, por supuesto, del lado del inteligente, porque los narcisistas tienen una permisividad consigo mismos que les libra del análisis de conciencia.  Desde hace algún tiempo se está escribiendo mucho acerca de la personalidad de los perversos narcisistas, un grado de narcisismo sumo que hace mucho daño o puede hacerlo. Para lograrlo necesita una víctima adecuada y, aunque te parezca raro, las mejores víctimas para este tipo de personas (hombres o mujeres, da igual) son las más brillantes, las personas más lúcidas, luminosas y llenas de cualidades intelectuales. El motivo de esta extraña asociación tiene que ver con la fo

¿Por qué los hombres son infieles?

  Olimpia Dukakis se preguntaba en "Hechizo de luna" por qué los hombres son infieles. Sobre todo, decía ella, llegados a una cierta edad. Esa pregunta venía al pelo, porque su marido, en la sesentena, le ponía morritos a una choni más joven que él (tampoco demasiado), con pelo cardado y jersey de angorina. El marido de Olimpia le regalaba a su "amorcito" unas pulseras muy llamativas llenas de estrellitas doradas. Ni que decir tiene que resultaba hasta patético ver a este hombre haciendo el adolescente con una señora que tenía toda la intención de esquilmarle el bolsillo. Sin embargo, él estaba convencido de que la susodicha lo quería y lo buscaba por su atractivo físico.  En estas cábalas andaba ella cuando tropieza una noche cenando sola en un restaurante (mientras su marido afanaba estrellitas con la choni del jersey de angorina) con una escena que la deja atónita. En la mesa de la lado hay un señor de la edad de su marido que discute acaloradamente con una joven

"El consentimiento" de Vanessa Springora

  Este libro habla de un tema muy delicado. Y lo cuenta en primera persona. Es, en realidad, una parte de la vida de la autora. El motivo de escribirlo es claro: quería redimirse de un peso que la acompañaba desde los trece años. Y, de paso, ayudar a que eso que denuncia pueda desaparecer. Lo primero parece haberlo conseguido. O quizá no.  Vanessa Springora es V. Tiene trece años y conoce a un hombre de cincuenta. Un famosísimo escritor que se prenda de ella y que inicia una relación a partir de ese momento. La madre de V. conoce lo que ocurre y lo alienta. Está separada de su marido, que, poco a poco, ha ido desapareciendo de la vida de su familia. El padre también sabe lo que pasa y tiene un amago de denuncia que nunca se produce. El colegio lo sabe. La policía lo sabe, porque recibe anónimos que lo cuentan. Los amigos lo saben. Todo el mundo lo sabe. Pero V. seguirá con el señor G. hasta que, pasado algún tiempo, ella descubra por sí misma, a través de la lectura de los libros del e

Nadie entiende a tus "Mujeres", D. H.

  De nada servía querer convertirse en mujeres hermosas, bien vestidas, amadas sobre todo. Era un sentimiento profundo, anclado dentro de ellas, pero complejo, huidizo, imposible casi. Las hermanas sentían que esa vida no era para ellas y que no era justo. Que la sociedad les debía algo y que ellas tenían que arrebatárselo al destino como fuera.  Como Jeanette Winterson, leí "Mujeres enamoradas" tan joven, que tuve que leerlo a escondidas. El libro acabó deshojado, con las pastas desprendidas y lleno de subrayados. No era el primer libro de D. H. Lawrence que leía (fue "El amante de Lady Chatterley" ) pero en "Mujeres..." hay bastante más que una pasión amorosa, o dos, hay bastante más que erotismo o desamor. Ambos libros han tenido la misma mala suerte, la mala suerte que persigue la obra de Lawrence. No solo fue prohibida y censurada sino que, cuando parecía que llegaba el momento triunfal, las adaptaciones al cine terminaron por darle la puntilla. No h

"Un amor" de Sara Mesa

  "Un amor" es también el título de un libro reciente de Alejandro Palomas. No sé por qué las editoriales o los escritores no reparan en estas cosas. Este es el segundo libro que leo de Sara Mesa y la sensación que tengo es parecida a la del primero, "Cara de pan". Se queda en nada. No hay forma de que lo que escribe me llegue de la manera en que los libros se acercan al interior y vuelven a expandirse hacia el exterior, reforzados ya, plenos. Lo que cuenta Sara Mesa me interesa poco y la forma en que lo cuenta, menos todavía. Es así y, después de dos intentos, de dos acercamientos con estos dos libros, creo que puedo afirmar que esas conclusiones son rotundas.  Hay algo que no me gusta de este libro y son los nombres. Los nombres de los lugares, los nombres de los personajes. Y la dinámica de las relaciones y, en realidad, el argumento. Me resulta tan extraño que sea una autora tan leída y que publica tanto...Es cierto que cada lector establece con los libros que l

Otoño y unas flores

  Este otoño se presenta dudoso. No entendemos casi nada. Las novedades literarias aparecen tímidas, algunos best-sellers de esos que no me interesan, algunas novelas de gente que todos los años saca novelas, algunas excepciones. Entre estas, "La flor" de Mary Karr, cuyas primeras páginas me han dejado ganas de más. La ciudad se convierte en un marco adecuado para el paseo, el encuentro y la charla, pero las mascarillas ocultan las sonrisas. Y sin sonrisas, un rostro no es apenas nada. Me lo dijo, en su casa, en su patio, Paco Cabrera de la Aurora, ese mecenas sencillo que gastaba su dinero en agasajar a los amigos y en ofrecerles el mejor flamenco. Paco me conoció siendo yo tan joven que no sabía nada de nada, la única mujer en un universo de hombres cincuentones, hombres curtidos por la vida pero todavía expectantes, ingenuos, llenos de iniciativas que, algunas de ellas al menos, nunca se cumplieron. Al patio de la casa de Paco Cabrera, en Los Palacios, tierra de marismas,

Oh, Madrid

  (José Miguel Palacio. Madrid. Hiperrealismo Urbano. Galería Ansorena) (Enrique Martínez Cubells. La Puerta del Sol. Madrid, 1902. Museo Thyssen) (Antonio López. Madrid desde Torres Blancas. 1974) (Francisco de Goya. La pradera de San Isidro. 1788. Museo del Prado) Una vez fue un corto paseo con alguien especial, un paseo corto en una luminosa mañana de septiembre. La ciudad resplandecía y las huellas de aquel encuentro, aunque sin fotos ni rastros, siguen presentes en el recuerdo y no se borran. Otra ocasión, el viaje con una amiga cómplice, estuvo lleno de momentos graciosos, de risas compartidas, de compras fabulosas, de escaparates, museos y dicha. Qué mes de mayo tan florido aquel...Hubo navidades en las que nos lanzamos a sus luces, a sus calles, a su bulla. Palacios y parques, tardes de meriendas en cafeterías acogedoras, hoteles en nuestro espacio favorito, sol, vida. Así podría seguir relatando todas las vivencias que esta ciudad escribe en mi memoria y en mi biografía. El tr

Catalina

  Quítate de mi presencia que me estás martirizando. Y a la memoria me traes, cosas que estoy olvidando. Eso fue en 1926 y lo cantó y lo grabó Manuel Vallejo, en el mismo año en que Manuel Torre le entrega la II Llave de Oro del Cante. Cualquiera vería en este hecho un símbolo del respeto que los artistas se tenían entre sí, aparte estilos y escuelas. Puedes comprobarlo también en "La Voz" si te fijas en Alejandro Sanz y en Pablo López, que se entienden con la mirada cuando escuchan un quiebro que a los dos les trae ecos de buena música. El arte es así y son los espectadores o los críticos, sobre todo, los que ensucian las relaciones artísticas, empeñados en poner etiquetas. Vallejo y Torre eran, como diría Lola Flores, dos monstruos.  Así que en 1926, Vallejo compone y graba estos "tangos arrumbaos" que en 2017 lanza a su estilo Rosalía y los resucita aunque muchos de los que la oyen (la inmensa mayoría), no saben quién es Vallejo ni saben que "Catalina"