Era una casa llena de niños. Una parte de la azotea miraba al levante y la otra, al poniente. Así, los dos vientos principales tenían asegurada su presencia muchos días al año. El estado del viento era la primera conversación del día y la que concitaba más disputas. Los vientos estaban tan humanizados que había categorías y hasta nombres cariñosos: levantito, levantazo, levantera, ponientazo, poniente ennortado...Hasta que el padre intervenía y sentaba cátedra. Él conocía la mar como si fuera su casa, y también sus salinas, sus barcos, los astilleros anclados a ambos lados del istmo, las playas y los fuertes que Napoleón hizo construir inútilmente. Los niños de la casa escuchaban extasiados sus historias. Parece que hoy el levante tiene malas intenciones, habrá que ver en qué acaba todo esto, decía con una voz suave pero firme. En algunas de esas historias podía existir algo de invención, pero eso era natural. También dibujaba unos grabados muy especiales, sobre todo un caballito, si
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