(Nacimiento de Cristo. Catedral de Segovia) Los niños vinieron del lugar más frío de la tierra. Su llegada fue, en cambio, un soplo de calor. La casa se llenó de una esperanza cierta que nunca antes la había alumbrado y el orden se trastocó en una nube de juguetes que te zarandeaban al entrar. Él, un tipo circunspecto y poco dado a la risa, se sorprendió llevando a aquellos niños a montar en un tiovivo que el ayuntamiento colocó en la plaza. También frecuentó una pista de hielo, un centro comercial plagado de sorpresas y la mesa incómoda y moderna de un McDonalds que antes no había pisado nunca. La madre dejó de notar una punzada de envidia cuando, por la calle, descubría el enjambre de mujeres que acababan de dejar a los hijos en la puerta del colegio y se unió a ellas con entrega, deseando formar parte del AMPA cuanto antes. Ya eran padres y esos niños su mayor alegría. La vida desde entonces adquirió otro compás. Cómo explicarlo sin nombrar las noches de insomnio, la
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