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La voz al otro lado


(Erwin Blumenfeld. Fotografía. 1944)


Lo sabe. Ella lo sabe. Claro que lo sabe. Cómo no saberlo...Y a veces lo comprende. Pero a veces únicamente. Las más, odia lo que sabe, lo que ve, lo que presiente. Pero es la vida, piensa. Y la vida se escribe de tantas formas...Y así no queda otra que seguir, paso a paso, aunque la suerte, la lotería, puede que no te toque nunca o que lo haga una vez y luego se convierta en maldita ruleta que señala su objetivo y te marca. 

Sabe que no existe territorio en el que se anclen sus sentimientos sin parecer desnudos. Que hay horas en las que todo se escribe con un nombre impostado, falso y sin conexión con la vida. Sabe que las noches huecas tienen su contrapunto en el eco salado de las lágrimas. Que él se muere por otras soledades y que las vive sin anunciarse, pero con la determinación del que busca en el desierto. Sabe que nunca se escribirán amaneceres, que nunca habrá un silencio en el que suene el click clack de los besos. Ella lo sabe todo. 

Se guarda el corazón en ese sitio al que no tiene acceso nadie, en el que nadie encuentra una esencia que esconde como si fuera ese viejo perfume del que nos resta solo una gota, en un tarro de cristal antiguo, tallado, convertido en reliquia de un pasado inexistente que la cabeza escribe para no derrumbarse. Se convierte en tiniebla, incluso en risa, en hallazgo doloroso y en esperanza inútil. Se convierte en mirada que nunca se condensa en ese instante firme del encuentro. Se convierte en un sueño inesperado, despejado en la bruma de las noches inciertas y en las tardes cansadas y en los días indecisos y en las hojas de papel amarillo que caen del almanaque sin que nada las turbe. 

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