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Mostrando las entradas etiquetadas como Roperitos

Esas lágrimas

Si fueras una estrella de cine tendrías en la puerta de tu mansión fantástica diez o doce cámaras para hacerte fotos a cada instante. Saldrías equipada con tu enorme sombrero, una fastuosa pamela de firma, y con tus gafas de sol Armani por lo menos. Sin duda, maquillada. Sin duda, con un bonito rouge del color de moda, fucsia este otoño-invierno. La piel dorada, por efecto de un protector solar de alta numeración y efecto pantalla, genialísimo y muy caro. Un abrigo de corte sencillo pero de hechuras favorecedoras y unos zapatos de tacón, que te hacen preciosas las piernas cubiertas con medias oscuras. En fin, una monada.  No eres una estrella de cine. No tienes a nadie en la puerta de tu casa. Es una casa, además, no una mansión. No sales a la calle con sombrero, salvo en verano, si es que hace mucho calor o estás en la playa. Tus gafas no cubren unos hermosos ojos maquillados a la última. El lápiz de labios se desdibujó hace un rato por efecto de esas gotas saladas que van

Una vez tuve un sueño

En el boulevard Víctor Hugo, el más esplendoroso de Nimes, está la iglesia romano-bizantina de Saint-Paul y, muy cerca, en el mismo lateral, el Lycée Alphonse Daudet, con su enorme torre y sus edificios en torno a un patio porticado en el que los estudiantes suelen sentarse al sol. El sol del midi es fascinante. Sobre todo en otoño y en primavera, cuando no cae a fuego, sino compasivamente, llenando de calidez las calles y los cafés, todos ellos entoldados al mediodía. En el Daudet se estudia en varios idiomas. Inglés, español, alemán, portugués y ruso, siguiendo una tradición que data de mucho tiempo atrás.  Si paseas por la ciudad tienes que llegar a ver el anfiteatro de Les Arénes y la Maison Carrée, el templo levantado por Augusto, el mejor conservado de todos los romanos. En Les Jardins de la Fontaine, del siglo XVIII, está integrada la Tour Magne y toda la ciudad destella restos clásicos a través de la muralla romana que aún puede observarse en algunos tramos. En las afu

Cuando suena el teléfono

Antes de que existieran los móviles, allá por los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, una casa de chicas podía tener en el teléfono el mayor motivo de conflicto. Y así era. Carmen, Dolores, María y Elvira se pasaban media vida disputando por el uso que cada una de las otras hacía del aparato. El aparato, negro y muy pesado, estaba estratégicamente colocado en un pasillo, seguramente para dificultar lo más posible las conversaciones y que estas no se alargaran en demasía. Pero esa medida, ingeniada por Marina, la madre, fue una absoluta inutilidad. Porque las cuatro chicas tenían una asombrosa dependencia del exterior.  Era delicioso oír el sonido característico de la llamada, salir corriendo desde el salón, la cocina, el cuarto de estar o el largo pasillo de mármol gris, para ser la primera en cogerlo y, con una voz extremadamente dulce, por si acaso, soltar ese "dígame" característico. Si, al otro lado de la línea telefónica estaba "él", entonces m

Chico encuentra chica

(Modigliani) Una vez ella se sintió bastante perdida y encontró en la red de redes (esas con las que puede pescarse el universo) una voz cuyo eco sonaba consolador, agradable. Sin faltas de ortografía, ni interjecciones, ni onomatopeyas, ni emoticonos, ni dinosaurios saltando la comba. Una voz, simplemente.  La voz era de alguien que había sufrido por amor y a quien el amor había dejado exhausto, quizá inerme o desengañado o falto de fuerza para seguir buscando, quién lo sabe. El caso es que dos soledades son fáciles de atar con un lazo invisible en las noches de los veranos yermos y sin luz.  Así se escribieron palabras que cruzaron las ondas del espacio y cayeron en otros ojos, otras manos, desde un lugar a otro del mapa, en el intrincado lugar en el que se guardan los dolores más hondos. Hace poco ella descubrió que se había obrado un milagro y que el dueño de esa voz ya no tenía el eco de soledad perenne con que antaño se adornaba sin quererlo y que el dueño de es

Margot

Margot era mi costurera. Vivía en mi calle, en la zona media. Esa calle tenía tres tramos bien diferenciados y lo que ocurría en alguno de ellos era impermeable al resto. Era una calle muy especial. Ahora ya no lo es. Se han remodelado casas, se han levantado algunos bloques de pisos y se ha cerrado su acceso a la carretera de la Estación. Otra calle diferente, que nunca visito, que no quiero ver, como decía el poeta. Tiempo cerrado, paisaje clausurado.  Margot era coja. Directamente coja. El defecto de su pierna era muy llamativo, se notaba inmediatamente, no solo de pie, sino sentada. Se sentaba de una forma peculiar, con una pierna estirada y la otra doblada, rarísimo. Las niñas íbamos a su taller a probarnos ropa y la mirábamos insistentemente. Supongo que estaría acostumbrada. Tenía muy mal genio. Todos decían que era una mujer "rara". No te jode, pensaba yo. Claro que tiene que ser rara. Está todo el día en esta sala con ventana a la calle, rodeada de aprendi

Nuestro

(Fotografía: Saúl Leiter) Nuestro. Esa es la palabra. Una palabra solo. Solo una. Nuestro. Un título adecuado para un relato de cuatro folios. Una apelación a algo que no puede escaparse sin dolor. Nuestro. Esa forma de decir que nos pertenece, que somos de ella, de la palabra, de algo. Hay un hilo invisible que se llama Nuestro. Y lo atamos a veces. Otras veces, se deshilacha y desaparece. En más ocasiones permanece terso, firme, inamovible. Está ahí. Al menos, de momento. Es una forma de llamarnos. Nuestro. Es Nuestro. Una invocación, una llamada, una esperanza tal vez. Fuerza. Y fe. La inmensa fe de que se haga posible lo que en la noche, cuando todas las luces han decidido esperar al alba, se manifiesta sin que el ruido del sueño lo distraiga. Nuestro. No de nadie, ni de otros, ni de ellas, ni mío solo. Nuestro. No tuyo, ni de esos, ni de ayer, ni del futuro. De hoy. Nuestro. Esta palabra encierra tantas cosas que estoy por escribirla en letras indelebles. Nuestro. Tuyo y

Ahora no es el momento

(Peregrine Heathcote. The nigth call) La vida está hecha de momentos. A veces esos momentos duran una eternidad. Y otras veces, un soplo. Pero en la memoria suelen convertirse en ráfagas, en pequeñas alucinaciones que simplemente sabemos que ocurrieron por algún detalle que se quedó fijado en la retina. O por una anotación en un cuaderno, una libreta de pastas de colores y hojas lisas. Una libreta sin espirales, con cinta roja y cosida a mano.  La impaciencia convierte los momentos en una suerte de tiempo expectante, vivido a medias. Esperar es un desafío a nuestras emociones. Ninguna de ellas está hecha para ser convertida en el paso previo de algo. No. es mejor tener claro que todo forma parte de una vida y que toda la vida ha de ser vivida como se merece. Queremos que el tiempo pase deprisa, pero cuando pasa advertimos que hemos gozado a medias, que hemos sufrido a medias.  Una vez leí un libro. Era un libro ínfimo, con muy pocas páginas, mal impreso y con hojas ásperas y

El pretendiente de Jane

(Mujer delante de un espejo. Mosè Bianchi) En diciembre de 1795, cuando Jane Austen tenía 20 años recién cumplidos, asistió a un baile en Manydown House, la casa de la familia Bigg. Allí, en ese baile, estaba Tom Lefroy, un guapísimo irlandés, rubio, inteligente y encantador. Se había licenciado en Dublín y estaba a punto de comenzar los estudios para optar a los exámenes del Colegio de Abogados de Londres. Esos días estaba disfrutando de las vacaciones de Navidad con unos parientes en la rectoría de Ashe. Ese baile fue relatado concienzudamente por Jane a su hermana Cassandra, que estaba fuera por entonces. Un acontecimiento social de ese tipo era el momento y el lugar más ansiado por las chicas de entonces y las hermanas Austen no eran diferentes en eso. De hecho, a Jane siempre le gustó bailar y esa misma afición la refleja en las heroínas de sus novelas. Todas ellas son bailarinas aceptables e, incluso alguna, como Emma Woodhouse, tiene un estilo depurado y elegante cuan

Diálogo con Lucía

Estoy fascinada con ella. Esa belleza única, esos enormes ojos verdes, señalados con el rabillo azul oscuro, ese gesto elegante de coger el cigarrillo, es mirada oblicua, esa forma de mover el cuello, esa piel casi translúcida, ese gesto displicente, ese cabello armoniosamente despeinado, esa curva de unas cejas perfectas, ese rictus risueño de la boca, esa nariz anclada en la forma adecuada, esos pendientes de cristal transparente, esa rebeca azul celeste casi gris....estoy fascinada con ella.  Nadie diría al verla que fue una niña sufriente, martirizada por un corsé que se le clavaba en la espalda y que tenía la intención de corregir una espalda deformada. Nadie diría que su alcoholismo la llevaba por penumbras inapropiadas. Nadie diría que los hombres no la quisieron realmente como era sino solo en su apariencia. Nadie diría que se vio en la calle, criando sola a cuatro hijos. Nadie diría que su vida corría siempre al límite, sin dique de contención, sin sosiego.  M

Un Dior para la señora de la limpieza

  Si eres una señora de la limpieza inglesa y dedicas tres años de tu vida a ahorrar libra a libra para comprarte un vestido en  Chez Dior. ..es que tu mente es extraordinaria y tu personalidad única. Eso es lo que hace la señora Harris, viuda y en la sesentena. Las señoras de la limpieza inglesas son diferentes a todas las que trabajan en el orbe, pero no esperaba tanta convicción, tanto deseo concentrado y tanta ilusión en un objetivo. Si fuera una ejecutiva de ventas, sería la ejecutiva del año.  Se trata de eso, sin duda, de querer algo con todas tus fuerzas. Así lo siente la señora Harris desde el día en que ve en el armario de una de sus clientas, la señora Dant, dos vestidos de la casa Dior que la dejan absolutamente enamorada. Puede una enamorarse de un hombre ( debe  una enamorarse de un hombre) y también de un objeto, por ejemplo, por qué no, de un vestido. Así que Harris (llamémosla así, apeando el tratamiento) se dedica a juntar una libra tras otra y prueba juegos

Rose Bertin

Christian Dior se inspiró en la moda de María Antonieta para este vestido que presentó en su colección de 2007. Adaptado al momento actual y seguramente más estilizado, menos recargado de los que usaba la desgraciada reina de Francia. Las investigaciones históricas han descubierto a su costurera, a la persona que inventaba y cosía los trajes que la reina lucía, en esa aventura constante que era su vida, en ese devenir de lujo y de conflictos que la poseyó en toda su biografía.  La costurera se llamaba Rose Bertin. Durante casi dos décadas, y con la colaboración del peluquero Léonard Autié, mademoiselle Rose creó atuendos, día a día más excéntricos, para la joven soberana, a la que siempre movía el deseo expreso de ser la mujer más bella y elegante de Francia. Hasta que la Revolución y la precipitada muerte de la reina acabaron con la relación. Antes de convertirse en la costurera de la reina, Rose vivía una existencia tranquila, sin poder predecir cuál sería su futuro profes

Vestir la tristeza

(Ilustración: Sophie Griotto) En las tardes largas del invierno ella me contaba historias que inventaba sobre la marcha. Casi todas hablaban de mujeres tristes. Ella misma era una mujer triste, que ocultaba la tristeza con una capa poderosa de risa y de ingenio. Todas las personas tristes intentan convertirse en lo que no son porque la tristeza cansa. Agota. En esas tardes, conversábamos sobre la vida de las mujeres que conocíamos y de otras cuya existencia solo había llegado hasta mí a través de sus relatos. Eran cuentos que nada tenían que ver con finales felices. Eran realidades que se tamizaban con su baño de ironía, su sonrisa complaciente y esa forma generosa de mover las manos. Parecía una representación teatral con su telón y todo. El telón tenía dibujadas unas rosas. Eran rosas de Francia, esas pequeñitas, de intenso olor, como las que cruzaban nuestros arriates, cuando todavía la casa conservaba su jardín. El día en que ese jardín se perdió, cuando amanecimos sin l

Cartas para Katherine

Me alegro de ser poeta, de haber escrito versos, de todo lo que me ha llevado a este libro. Pero no me engaño: yo solo no lo hubiese escrito. Sin un alma tan hermosa como la tuya no habría sido. ¿Gratitud? Más que gratitud. Conciencia clara, radiante, de que toda la hermosura que puede haber en mi libro me une a ti, me enlaza a ti. Y no podré jamás sentir que el libro es mío.  (24 de enero de 1934. Cartas a Katherine Whitmore. Pedro Salinas) Si has escrito alguna vez una carta de amor, si la has recibido, ya sabes cómo es eso. La distancia aumenta el deseo. Y el deseo es el síntoma de la pasión. Escribes las cartas porque no puedes acariciar el rostro amado y en cada palabra que dibujas, estás tú, está todo lo que eres y que quieres transmitir, siquiera sea volando, a la persona que amas.  Las cartas de este libro (publicado por Lumen), las que Pedro Salinas (1891-1951) dirigió durante años a Katherine Whitmore (1897-1982), llevaban papel, sobre y sello. Estaba escritas co

Violetas

A lo lejos, sin que el tiempo las nuble, apenas sin motivo, quizá por inercia, sin amor desde luego, sin pasión, que eso sería pedirle demasiado a la vida, en forma de palabras, en forma de frases sencillas que no hablan de emociones sino solo de hechos...En la distancia, a través del aire y el teclado, en forma de voz tenue que saluda y repite la última palabra, en el recóndito espacio de un tiempo que no tiene principio y que acabará sin duda un día, tal vez no muy lejano...En un verso cualquiera, en un texto, en el fragmento de película que aparece en un cine de verano, en un artículo de prensa, en una imagen presentida, allí, en el aire, donde se oculta todo...De modo que aparezca cuando el día está más gris o ella está más cansada; de modo que recomponga apenas las piezas rotas de esa porcelana que un día cruzó su tiempo más exacto; de modo que parezca que la vida no ha terminado entera: solamente un espejismo pero cubierto de oloroso consuelo...Un pequeño haz de flores que

Libros sobre una máquina de coser

Ella se había quedado huérfana muy pequeña. Su padre murió en circunstancias trágicas y en plena juventud. Era un convencido luchador que dejó esta vida en defensa de sus ideas. Esa orfandad contribuyó a su espíritu soñador, con el que la vida se llenaba de elementos que la hacían más llevadera, más llena de ilusiones. El cine, la lectura y la cotidianeidad. Las peripecias humanas le parecían una fuente de interés y de posibilidades.  Aprendió a coser como todas sus hermanas, porque era un aprendizaje que podía resultar útil y, sobre todo, porque era un adorno femenino. Hacía posible la creación de vestidos y de prendas que daban rienda suelta a su creatividad. Era una inventora nata. De hechuras, formas, colores, tejidos, mezclas. Todo en sus manos adquiría una nueva dimensión. Así la maquina de coser fue más que un mueble. Llegó a convertirse en una herramienta imprescindible para dejar volar la imaginación y crear cosas bonitas.  Sobre la máquina, en un lado la caja de

"Madre e hija" de Jenn Díaz

La Editorial  Planeta a través de  Destino  ha publicado en castellano la última novela de  Jenn Díaz,  antes publicada en catalán. "Madre e hija" tiene un argumento absorbente. Cuatro mujeres, la madre, las hijas y la tía, conviven en un  hogar familiar en el que falta el único hombre que había, el esposo, padre y hermano, Ángel. Jenn Díaz se introduce en el mundo femenino a través de la ausencia del hombre. Cuando el hombre falta, la casa se cimbrea. Su inestable equilibrio en el que estaban las disputas entre la cuñada soltera y la cuñada casada se pone en evidencia. Los sentimientos y las emociones aparecen con la frescura de un paisaje que nos resulta conocido. La sentimentalidad femenina como gran espacio común que se escribe una y otra vez.  Dolores y Gloria. Ángela y Natalia. Ángel, el hombre. Y antes de eso, dos citas, una de Mercé Rodoreda "Querido, estas cosas son la vida" y otra de Ingmar Bergman "Una madre y una hija. Qué combinación absur

Los hombres leen ensayo y las mujeres novela

Dado que estamos en la época de las etiquetas, vamos a colocar una más, nada original, desde luego, más bien un mantra de esos que se repiten, se repiten, se repiten...Aquí está: los hombres leen ensayo y las mujeres novela.  A decir de los defensores de esta genial frase eso indicaría varias cosas: el apego de los hombres a la realidad y el romanticismo inherente a la condición femenina, por un lado. La escasa imaginación de los varones y la atrayente fuerza creativa de ellas, por otro. Y, sin que queramos sentar cátedra, la búsqueda de respuestas concretas de ellos y el carácter vericuético de las féminas.  De un plumazo, algunos rasgos de carácter, organizados por sexos, aparecen en esta definición altamente provocativa y llena de lagunas. Los hombres, realistas, sencillos y apegados a la existencia cotidiana. Las mujeres, imaginativas, soñadoras y complejas. En este punto ya hay quien se ha levantado de la silla en la que, cómodamente, leía esta entrada del blog, y h

Moda para escritores

Los escritores son gente presumida. No puede ser de otra forma en un oficio que está volcado al exterior. Soledad, sí, para escribir. Mucha introspección. Pero luego, todo eso salta a la luz, se esparce por el mundo, gira en derredor y se muestra a los ojos de todos. Un escritor sin lectores no existe. Porque la escritura es un paso de baile a dos. Un dueto musical. Un diálogo. Un encuentro. Siempre que hay un lector ha existido antes un escritor.  Bien. Pues esta propensión al exhibicionismo, a la ostentación intelectual y emocional, tiene que dar, por fuerza, especímenes preocupados por su aspecto físico. Me diréis que hay excepciones y las hay, desde luego, como en toda generalización, pero, si observáis la Historia de la Literatura incluso la Literatura de andar por casa, veréis como la mayoría de ellos son gente muy dispuesta a la coquetería. Hablamos de los hombres.  No hace falta remontarse al nacimiento de la escritura, ni a los tiempos clásicos (aunque ahí se podr