Ir al contenido principal

La verdad sobre el caso Harry Quebert

Al final todo consiste en entrar en el libro, descorrer sus cortinas, ahondar en sus secretos. Leer es un acto de esperanza en que ese libro contenga un paraíso que nos produzca, al menos, un instante de felicidad. Las causas por las cuales compramos un libro son tan diversas como las personas. En mi caso, ya lo he contado alguna vez, no me suelo dejar llevar por las grandes campañas de marketing, ni por los premios literarios con dotación millonaria. Más bien sigo mi propia intuición. Me gustan las editoriales independientes, los empeños editoriales llenos de originalidad. Pero, sobre todo, me gustan los autores desconocidos, me gusta descubrir nuevos autores, gente desconocida plena de talento. Como en este caso.


He recibido la llegada de este libro con el deseo de zambullirme en sus páginas en estas horas obligadas de hospital, en las que el dolor por el ser querido se alía inevitablemente con el cansancio, la desesperación, la impotencia...Los hospitales están llenos de interrupciones. La rutina de las enfermeras marca el paso de las horas: el suero, los medicamentos, el termómetro, la tensión, la limpieza, la comida...La visita del médico, portador de noticias, malas o buenas, es uno de los momentos más esperados. Leer en un hospital requiere voluntad para no perder el hilo y ser capazde hacerlo  entre las interrupciones, las sillas incómodas y las visitas.

Este libro, del que hoy escribo y cuya portada figura en la columna lateral de este blog, ha arrasado y va a seguir haciéndolo.Es uno de esos libros de autor desconocido a los que encumbra el boca a boca, la promoción más barata y efectiva que existe. Como es bastante voluminoso puede ocuparte muchas horas de verano o, como en mi caso, de hospital. Su autor es un joven suizo de 1985, Joël Dicker. Es una segunda novela cuyo éxito empujará a la luz la primera, la que pasó desapercibida y que, seguramente, no podrá brillar tanto como esta. Me imagino a Joël buscando en su mente la historia que deberá escribir en tercer lugar y que dará continuidad a su carrera como escritor. Me lo imagino, como al protagonista del libro, temiendo ante la sequía del folio en blanco. Así estoy yo misma, con mi primera novela atascada hace días.
         

Hay escritores de larga carrera. Otros tienen solamente una obra, aunque sea magistral. Incluso los hay cuyas obras ni siquiera se han publicado en vida y aparecen póstumamente ante el inquieto regocijo de sus lectores, que temen el final de esos manuscritos inéditos. Otros han obtenido un rotundo éxito acompañado de obras menores que no han logrado estar a la altura. Tendremos que esperar a ver cuál es el caso de Dicker.

De momento aquí está "La verdad sobre el caso Harry Quebert" editado por Alfaguara, con sus 663 páginas y su portada hiperrealista, típicamente americana, de colores puros y planos. Sin olvidarnos, como solemos hacer, de la traducción de Juan Carlos Durán Romero.
Como suele ser usual, el libro incorpora referencias de prestigiosos medios que hablan de sus muchas
bondades. A mí no me interesan. También se reseñan los premios que ha obtenido y los que ha estado a punto de obtener.
Pero mi decisión de comprar el libro vino dada por una acción absolutamente empírica. Bastó leer sus primeras páginas en una descarga gratuita y promocional para desear fervientemente conocer quién mató a Nola Kellergan aquel verano de 1975. 
Sugerencia para posibles interesados en trasladar el libro al cine: mucho cuidado con el casting. Y otra cosa, la frase sobre los editores que está en los renglones 27, 28, 29 de la página 31. Inigualable.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Novedades para un abril de libros