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"Vida de un escritor" de Gay Talese

Nunca creí que me fuera a gustar un libro como este. Ni siquiera que me parara a leerlo. Pero unas frases extraídas de una rápida reseña que he visto por ahí me hicieron tener una curiosidad insana. No he leído ningún libro de Talese, ni siquiera he seguido su obra, así que...ha sido un atrevimiento, un riesgo, lanzarme a esta lectura.  Cuando un libro no me gusta lo dejo. Nada de intentos. Esto no es un purgante, ni una medicina con sabor desagradable. Leer es un placer, una cosa que te hace verdaderamente feliz así que no tengo por qué perder el tiempo con libros que no me gustan habiendo tantos que me encantan.  Sin embargo...he de confesar que empecé sus páginas (mejor dicho, sus palabras, porque lo he leído en ebook) y tuve una especie de atracción fatal hacia lo que contaba, quizá porque lo hace de manera tan desenfadada, con tan poco misterio y tan escaso cuidado, no sintáctico ni semántico, sino de una manera natural, abierta, sincera. Al menos eso parece.  La cos

"París era ayer" de Janet Flanner

(Portada del libro, editado por Alba)  La vida de la periodista Janet Flanner fue apasionante. Nacida en Indianápolis, en 1892, fue una de las mujeres que se declaró abiertamente bisexual y que, tras casarse, tuvo relaciones largas y profundas con dos mujeres. Solita Solano, con la que estuvo cincuenta años de forma intermitente y Natalia Murray, con quien acabó sus días.  Su vida personal era el trasunto de la profesional: activa y sin que hubiera tema o situación que ella no pudiera abordar, aun siendo una mujer. Fue la corresponsal del New Yorker en París desde 1925 a 1975 y formó parte del círculo de estadounidenses que constituyen la llamada Generación Perdida, expatriados, descontentos y llenos de escepticismo por todo y por todos. Ella conectó a estos americanos (Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, e.e. cummings, Hart Crane,  Gertrude Stein, Djuna Barnes entre otros) con los artistas de las últimas vanguardias, tanto pictóricas como literarias, Picasso, Braque, M

La nieve ardía

(Saul Leiter. Fotografía) Él llegó con un aire entre arrogante y tímido. Era la hora incierta del mediodía, cuando el tiempo se detuvo en su rostro. Tenía una expresión callada y unos ojos certeros que se posaron sobre todas las cosas y no se detuvieron en ninguna de ellas. En esas horas, vivió su cercanía como un milagro. Esta allí, por fin, ya se veía, no como algo intangible, sino como una verdad entera, sin ausencia, únicamente él, allí estaba, por fin, ya se veía.  Ni siquiera recuerda sus palabras, no las oyó. No tenía asiento nada más que para sentir el latido de aviso. Estaba allí, no era una quimera, ni una mentira, ni un sueño. Sus manos se movían, su cuerpo se movía, sus ojos se movían. Todo él era verdad, entonces y ella no pudo sino saludarle entero con la dicha de ser y de estar a su lado.  Él llegó envuelto en grises. Los colores de la indefinición. Era un hombre elegante, con aire reposado y antiguo. Un hombre de los que ya no quedan. De los que entiend

Después de todo

Ella no soportaba este tipo de situaciones: tienes una relación con alguien, hay unas pautas, una línea de actuación. Y, de pronto, sin saber por qué, inopinadamente, se rompe, se termina. Se cambian las reglas del juego sin que haya motivo o, al menos, sin que nadie se los explique. En esos momentos no sabe cómo actuar, ni cómo recomponer su pensamiento. Se siente desmadejada, desconocida para sí misma, auténticamente perdida. Qué hace o qué dice. Esa es la cuestión. Y es algo que le ha ocurrido ya algunas veces. Pero nunca se acostumbra.  Por eso la gran pregunta siempre es ¿por qué? Es una pregunta reiterada, que le viene a la cabeza a menudo pero que no puede hacer en voz alta. Si lo hiciera, la persona en cuestión lo negaría todo. Como si se tratara de un interrogatorio policial. Como si esa negación fuera absolutamente imprescindible. Diría siempre que no, que no pasa nada, que las cosas siguen igual, que no ha cambiado su forma de pensar o de sentir.  Ella no tiene da

Nada, en realidad

(Fotografía: Saul Leiter) Michel Faber escribe "El libro de las cosas nunca vistas" y le hacen una entrevista para preguntarle por qué, por qué lo escribió y qué sentido tiene ese libro. No es un libro normal para él. Lo escribió a razón de seis líneas por día. Su mujer, Eva, estaba muy enferma. Cáncer. Murió. Terminó la novela porque le hizo a ella una promesa. Y escribía cada día esas seis líneas porque le hizo a ella esa promesa. Ahora Faber escribe poesía. Porque se lo debe a si mismo.  Soy como esa mujer que avanza entre la lluvia acompañada de su perrito. Yo nunca tendría un perrito. No me gustan las mascotas. Pero parece que el perrito es el que la lleva, el que hace que la mujer avance. El perrito puede ser cualquier cosa. Un hijo, una ilusión, la vida. Algo que empuja a la mujer, que se mueve entre la lluvia, con los pies mojados y un paraguas que puede cerrarse en cualquier momento. También podría dejar de llover pero eso es más difícil. Como esa mujer,

En silencio

(Impression: soleil levant. Claude Monet. Manifiesto fundador del Impresionismo) Viene y me cuenta cosas que no sé descifrar historias que contienen enigmas juegos de palabras incomprensibles que encierran promesas que se abren y agitan sin motivo. Me dice que ha visto el arcoiris sobre llanuras de mar inmenso que la otra cara de la luna no existe que hay una serpiente blanca enredada en el manzano. Me dice que hay noches en las cumbres de viejas montañas con sonidos a cantos de sirenas con llantos de niños abandonados.  Y que ha encontrado un pequeño rincón donde poder amarnos en silencio

Edna Ferber, enérgica escritura

Edna Ferber aparece en un rincón de Internet, en uno de esos merodeos en los que me sumerjo por las tardes buscando libros, escritores o, simplemente, dando una vuelta por ahí. Aparece porque la editorial Nórdica ha publicado uno de sus libros y alguien lo ha reseñado. Esas editoriales que traducen los libros de los autores más poco conocidos en España y que te los ponen en bandeja realizan una labor encomiable. Siempre hablo de ellas con agradecimiento. Ahora ha sido Nórdica .  Edna Ferber , 1887-1968, es estadounidense y fue escritora de libros y de obras de teatro. Sobre todo, una persona llena de fuerza, de convicciones, de deseos de cambiar el mundo. El ámbito de la pequeña y mediana burguesía es el telón de fondo de sus obras y es también una gran amante de los enormes espacios vírgenes de los Estados Unidos . Cuando sitúa sus obras en Oklahoma , en Texas o en Alaska , no solamente recrea los lugares sino las contradicciones de la sociedad, siempre presentes en sus l

La euforia de la gente feliz

(New York. Robert Neffson. Hiperrealismo) Siempre me he preguntado si era verdad o impostura. Si esa euforia bulliciosa de la gente en vísperas de puentes o vacaciones es cierta o si solo tienen miedo de no parecer felices. Ser infeliz es algo que nadie quiere reconocer. Salvo los nostálgicos del romanticismo más oscuro, salvo los diletantes sin remedio, algunos artistas de la soledad o ciertos sesentayochistas prepotentes. Todos los demás huimos de la infelicidad. Reconocerla nos hace más infelices.  La gente hace planes para cada día y cada hora. Ningún fin de semana con varios planes para elegir. Ningún puente sin viaje. Ningunas vacaciones sin paraísos exóticos, vacunas, maletas y hoteles con todo incluido. Los pocos que se atreven a afirmar con timidez "no tengo planes" serán mirados como seres extraños, proscritos de una vida en sociedad que te impone la diversión por decreto. Hay que divertirse como sea, emborracharse si se puede y transgredir el horario. A

Eres la oscuridad

(‘Q Train’ – Nigel Van Wick) Si desparramo amor, tú no lo notas Impasible el sonido de un corazón en llamas Te pierdes en la noche de los silencios claros De la firmeza oculta de un tiempo que no existe.  Si te recuerdo, amor, tú no lo sabes No entiendes el sentido de mi fatal bagaje No me oyes, no me miras, no estoy, no notas nada, Eres la oscuridad, la noche aciaga y lenta. Amor, si un día te busco, inexorablemente Tendrás que abrir la puerta o cerrarla de golpe Tendrás que acariciarme o despedirme entera Tendrás que amarme, amor, o moriré, sin duda. 

A la flor del almendro

Cada año el rito se cumple sin pereza. Aunque la climatología sea inclemente, aunque las lluvias no lleguen, incluso cuando el calor rompe el ciclo de la vida vegetal, los almendros florecen y las flores blancas incipientes se tornan rosadas, en un movimiento esplendoroso que te causa sorpresa, aunque ya lo sepas. Había almendros en el patio de aquel colegio y los niños correteaban debajo de ellos y soplaban las pequeñas ramas que caían, convirtiéndolas en extrañas cometas vivientes. Los almendros llenaban el camino que conducía a ese paraíso de la infancia que visitabas a veces, produciendo una impresión distinta al resto de los árboles que allí había. Eran almendros extraños, fuera de lugar y, por eso mismo, imposibles de dejarlos a un lado. En Japón, Keiko y Natsumi sueñan con que, florecidos, van a convertir en realidad sus sueños, los que han tejido al amparo de la lona azul del parque de los pobres en el caso de Keiko y junto a la cocina de su vieja casa de Nagasaki,

"Ya no siento el corazón"

(Circe. John William Waterhouse. 1849-1917) "En el corazón tenía/ la espina de una pasión/ logré arráncamela un día/ ya no siento el corazón" Lo escribió Antonio Machado y cuando ella lo leía, desde niña, siempre se imaginaba la escena. El rostro sombrío, callado, oscuro, del poeta, subiendo despacio una calle empinada. Solo. Totalmente solo. Los versos de Machado tenían que ver con la ausencia que causa la muerte pero ella tuvo ocasión de saber que no solamente la muerte trae la pérdida. Que, a veces, se pierde incluso lo que no se ha tenido. Ese vacío que sucede al amor, ese desamor que se convierte en un hueco que llena tu cuerpo hasta extremos que nunca hubieras creído... Así, durante mucho tiempo, una luz especial la iluminó. Era una ráfaga de alegría a veces. En otras ocasiones, un vendaval de lágrimas. También, un movimiento telúrico hacia el abismo. Hubo horas en las que fue consuelo, llama viva y despertar alado. En las noches, una sonrisa cerraba su

"Nunca fluyó en calma el curso del amor"

(Rob Efferan. Hiperrealismo)  Había cuatro mujeres y era una tarde plácida. Los sentidos alerta esperando el amor. Una pasión lejana para alguna de ellas. Una pérdida para las otras dos. El descubrir del ansia para la más afortunada. “Le quiero tanto, dice, me gusta tanto, que creo que voy a morirme cada vez que me acerco al portal de su casa, toco el timbre y aparece sonriente y me toma en sus brazos”. “Le quiero tanto, sigue, que cuando no lo veo, aunque sean diez minutos, aunque sea un solo instante, siento que todavía puedo perderlo, incluso que se va de mi lado y yo noto el vacío, aunque sea un solo instante”. “Le quiero tanto, explica, que cuando hago el amor siento que me redimo de ese pasado triste que todas conocéis, siento que soy la única, que soy la verdadera, que estamos solos en el hoy y el futuro”.  Así brillan sus ojos. Certifico. Mueve las manos como si fueran alas, como si las palomas se posaran en ella. Mueve los ojos y sonríe con una mirada cómplice que n

La invasión de los imbéciles

Yo soy una de esas personas imbéciles que hablo en las redes. Umberto Eco (1932-2016) era un hombre muy crítico con las redes sociales. Mucha gente lo es. Pero no son Umberto Eco, ni tienen el eco de Umberto Eco. De manera que esta voz ha resonado con mucha más fuerza y generado un movimiento anti-redes que está iniciándose pero que tendrá cada vez más adeptos. Es como el movimiento luddita que iba contra las máquinas. Como los libros de D. H. Lawrence , clamando por la supremacía de los instintos en un mundo mercantilizado y mecanizado.  Eco también se planteó el problema de la escuela en relación con la enseñanza del uso de Internet. Sabiendo que es un proceso imparable, se interrogó acerca de las formas y maneras en las que la institución escolar puede acometer no solamente la alfabetización digital, sino el libro de estilo de Internet, la fórmula para distinguir lo verdadero de lo falso y sobre todo, lo cualitativamente bueno y lo malo. Esa distinción requiere un aprend

"El descapotable rojo y otras historias" de Louise Erdrich

El mundo de las mujeres, las diferencias sociales y culturales entre blancos e indios, las costumbres de la tribu ojibwe de la que desciende, lo bueno y lo peor del ser humano, son los temas que desgrana en sus libros Louise Erdrich (1954. Little Falls, Minnesota, USA), de quien la editorial Siruela lleva publicados ya media docena de libros. Uno de ellos "Plaga de palomas" está reseñado en este blog. No es la única autora que convierte en literatura sus vivencias de infancia en torno a las reservas indias. También lo hace, y muy bien, Katherina Vermette, en un libro precioso titulado "En un lugar sin nombre".  Ahora se publica esta serie de relatos, vertidos al castellano desde el inglés por su traductora de siempre, Susana de la Higuera Glynne-Jones. Erdrich es una maestra del relato. Ha escrito importantes novelas y libros infantiles pero es en el texto corto donde encuentra su mayor y mejor forma de expresión. Ella misma lo reconoce cuando dice que lo

No

(Liechtenstein) Ella siempre negaba. Siempre decía "no". Podía ser el título de una canción. La mujer que siempre decía no. No te quiero. No me gustas. No me importas. No espero nada de ti. No te entiendo. No sueño contigo. No te espero cada día. No aguardo tu voz tras el teléfono. No despierto con tu nombre en mis labios. No rememoro tu risa cuando estás lejos. No te echo de menos. No te ansío. No te deseo. No imagino tu cuerpo junto al mío. No hablo sola como si me escucharas. No escribo por ti. No escribo de ti. No escribo porque existes. No eres mi inspiración. No eres toda mi vida. No te llevo siempre en lo hondo. No lloro a veces de nostalgia. No siento tu ausencia. No me gusta verte. No corro como si tuviera alas a tu encuentro. No eres el motivo por el que sonrío a solas. No te amo.