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Mostrando las entradas etiquetadas como Verano del 20

Un pájaro con las alas plegadas

(Foto: Irving Penn) Mi padre era un hombre excepcional. Supongo que la mayoría de la gente piensa lo mismo del suyo y eso está bien, pero, en este caso, es cierto, totalmente cierto. Era un hombre excepcional por muchos motivos y tenía más mérito porque las circunstancias estaban en su contra. Toda su infancia y su adolescencia echó en falta (aunque nunca lo confesó, pero era obvio) el cariño de una madre, el cuidado de alguien que le abrazara. Su casa había vivido una tragedia y esa tragedia los marcó a todos de por vida. Por eso quizá sintió tan fuerte el amor de la familia que él mismo creó y por eso sus hijos éramos sus estrellas, sus soles, sus astros, todos en una constelación única que era intocable. Por eso estiró la vida hasta sentirla al máximo y así lo muestran las fotografías de su juventud, atractivo como un actor de cine, con sus gafas de sol que nunca abandonaba, su gesto irónico y su media sonrisa casi enigmática. Hubiera sido un actor estupendo.  Leía to

Abuelas

(Simone Signoret) Una de las abuelas quería ser italiana, aunque era de ascendencia irlandesa. La otra, cuyos bisabuelos sí habían venido de Italia, prefería ser gitana. Pertenecía a una saga de mujeres imponentes, de dueñas de sí mismas, de capataces de la vida y del matrimonio. Se parecía a Simone Signoret, fumaba y bebía martinis sin aceitunas. Siempre vestía de negro, no por ser existencialista sino porque llevaba un luto profundo, un luto total y verdadero. Su hijo mayor había muerto y ella se aferró a ese dolor como a un vestido que te sienta muy bien. El resto del mundo se desdibujó ante sus ojos y se sentó a balancear los pies en una mecedora a la puerta de la casa. Vestida de negro, con un pitillo entre las manos, su vasito y la mirada perdida. No le interesaba ver nada, todo se volvió opaco para ella. Ni siquiera prestaba atención a sus otros hijos ni, luego, a sus nietos. Entrecerraba los ojos y veía hacia dentro, hacia los tiempos felices en los que su hijo lucía ai

Aquella mar de Cádiz...

Había una terraza tendida al mar y en ella se mostraban todos los amaneceres. Te levantabas temprano y te sentabas allí, hermosamente absorto en el agua que brillaba a lo lejos, o en las flores del suelo o en las nubes. Si llovía, por muy raro que parezca, caía sobre ti esa humedad a modo de recuerdo, porque en tu infancia fuiste niño de lluvia, de olivos, de rumores de campo y de voces del pueblo. Todos los veranos que estuvimos juntos, demasiado pocos, ahora lo sé, seguías el mismo rito con la misma certeza. El mar era la mar por adopción y hallaste su secreto como si hubieras nacido allí, aunque eras de tierra extraña, de tierra adentro, de otra tierra. Tu mar era tan verde... No debiste marcharte. Aquella casa se perdió ese mismo verano en que, sin avisar y por la espalda, nos dejaste desnudos de tus manos sin poder retenerte. No debiste marcharte y cerrar con tu marcha el capítulo de todos los abrazos, de todas las nostalgias. Eras tan de verdad que resulta imposible

Esta mañana, amor, tenemos treinta años

Una vez tuvo un amor prohibido. Prohibidísimo. Mirado por todas las partes posibles era un absoluto desastre. Ganas de buscarse problemas. Pero era por la tarde, un septiembre, caía todavía un dorado resplandor sobre la plaza, los parterres brillaban, y allá, a lo lejos, apareció él con su pantalón vaquero y una camisa blanca que llevaba, como diría Corín, arremangada hasta el codo. Nunca se había visto en otra, aquello era una visión inenarrable. Ninguna de sus amigas la creería, ni siquiera Marta, que era tan fantasiosa y veía caballeros andantes en cualquier semáforo. Eso era, precisamente, lo que la separaba en ese momento del hombre de la camisa blanca, un semáforo en rojo, justo en la esquina, al lado de la terraza en la que ella esperaba, sentada en una silla de mimbre, con las piernas cruzadas y una falda de punto muy estrecha y muy corta. Tenía unas piernas preciosas.  Los días de aquel amor no duraron mucho. No podían durar. Era una extrañeza en todos los sentidos