Ir al contenido principal

Sofía



“Dos mujeres“ La película que a mi madre la acercó a la Loren definitivamente. La que le proporcionó a Sofía un Óscar de la Academia, un BAFTA y el premio de interpretación femenina de Cannes, entre otros honores. En “Dos mujeres“ la vena dramática de Sophia Loren saltaba a la pantalla con toda su fuerza, de una forma directa que llegaba al corazón de aquellas mujeres, contemporáneas suyas, que sabían bien lo que era sufrir, lo que era tener necesidad, lo que era sobrevivir. 


El éxito de “Dos mujeres“ catapultó a la Loren más allá de esa lista de guapas oficiales italianas, en la que estaban también Lucía Bosé o Gina Lollobrigida. Nada que ver. Sophia Loren saltó por encima de todas y se encumbró allá donde antes que ella ninguna otra italiana había llegado. Opuesta a la tormentosa imagen de Anna Magnani, pero cultivando también un prototipo de mujer fuerte, apasionada y llena de matices, su carrera cinematográfica ha estado a la altura del mito. La hija de Romilda Villani, su famosa madre, de quien la mía y todas las amigas de la calle estaban al tanto de sucedidos y desplantes, nacida en Roma e hija de un padre que se fue a por tabaco y no volvió, representó en esa película el papel de su vida. Vittorio De Sica la dirigió con la mirada atenta de Carlo Ponti, el productor y esposo de por vida de la actriz. El guión, de Cesare Zavattini, estuvo a la altura del original y aún más, la novela de Alberto Moravia de título original “La ciociara“. Y sus oponentes fueron dos mitos del cine, con desigual suerte y talento desigual. Raf Vallone y Jean Paul Belmondo. 



Junto a “Dos mujeres“ el talento de Sophia Loren brilla en otras películas. Rodó un gran número de ellas y sus acompañantes fueron siempre estrellas de primera magnitud junto a las que su propio brillo no se oscureció jamás. De esas películas mi preferida es “El Cid“ en la que encarnó, desde luego, a una Ximena pasional que recibía la réplica del mejor Charlton Heston, mucho antes de que este se enredara en rifles y asociaciones varias. También en “La condesa de Hong Kong“ tuvo un partenaire adorable, nada menos que Marlon Brando, que aparece junto a ella en muchas fotografías del rodaje con aire distendido y relajado, tan distinto a su atormentado silencio, a su búsqueda de algo que no parecía encontrar, como si el ser un actor del Método hubiera configurado no solamente su cine, sino también su vida. Las dos películas que Sophia Loren realizó junto a Marcello Mastroianni, el otro gran italiano del momento, son memorables por la química que ambos desprendían, a pesar de que al italiano le iban más las rubias francesas y lánguidas, como ya sabemos. “Matrimonio a la italiana“, también dirigida por De Sica y “Una jornada particular“ de Ettore Scola, afianzaron la carrera de la estrella y lo mismo ocurrió cuando rodó la preciosista “Los girasoles“.




A mi madre y a sus amigas les gustaba, les gusta, Sophia Loren porque representaba lo contrario de las mujeres objeto que el cine ofrecía en muchas de las producciones de entonces. Porque se identificaban con ella, surgida desde la nada y habiendo logrado convertirse en lo que a ellas les hubiera gustado ser, en una mujer dueña de su destino, en una campesina trocada en condesa. Su belleza era distinta, potente, pero cotidiana y podía aparecer fea en una película, despeinada, sin que pasara nada. La mirada de sus ojos verdes y violetas era inconfundible y su boca despertaba la envidia de todas, que usaban un lápiz de labios y un perfilador al modo en que lo hacía la Loren. Ella no necesitaba bótox, sino que sus labios eran así al natural, frutales y excesivos. Llamaba la atención también su forma de andar, insinuante y, a la vez, ingenua, como si no fuera consciente de las pasiones que levantaba a su paso. En su vida privada todo eso era inexistente y nadie se explicaba cómo se casó y se mantuvo fiel a un hombre tan insignificante físicamente como Carlo Ponti, mucho mayor que ella y sin ningún atractivo, al menos aparente. Si usáramos el psicoanálisis quizá podríamos encontrar en ese gesto la búsqueda del padre inexistente, quién sabe.


Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Novedades para un abril de libros