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Mostrando las entradas etiquetadas como Roperitos

Mira hacia el otro lado

  (Gerda Wegener.  "L'Aperitif " 1928 ) Te empeñas con enorme contumacia en mirar siempre allí, en una dirección equivocada y que tiene delante un muro de cristal, un obstáculo insalvable, una flecha que indica que no pases. Quizá no eres culpable de esta manía insumisa que te absorbe, porque en un tiempo no fuiste tú la que fundó una costumbre que se ha tornado peligrosa. Pero debería darte igual. Si un aparato se queda viejo y no funciona, si su mecanismo está averiado, si su utilidad es nula, cualquier persona razonable lo tiraría a la basura, a uno de esos modernos contenedores de colores, no sé de qué color.  Pero te has obcecado en creer que una luz divina que salga de ese cielo que miras con asombro va a reverdecer sus gastados goznes, va a limpiar de suciedad su interior, va a arrasar con los tornillos cansados. Y, de este modo, todo se volverá a unir y a saltar de gozo, en un movimiento sincopado y feliz, como el de los tiovivos, como el de las depuradoras de la

Vestidos como abrazos

  Mi madre no era una mujer de abrazos. Sería por timidez o por sentido práctico, no tenía la costumbre que yo he visto en otras madres de andar achuchando a sus hijos, o de decirles palabras cariñosas, incluso admirativas. No. No logro recordar cómo abrazaba hasta la fase final cuando se agarraba a ti porque no quería que se le escapara la vida. Tanto tiempo he tenido conciencia de que esa falta de efusiones me había convertido en una mujer insegura que me ha hecho olvidar que el amor a veces se escribe de otra forma.  No era cariñosa pero me hacía vestidos. Compraba la tela e ideaba la forma, combinaba colores y, sin miedo al cansancio del día, se empeñaba en terminarlos cuánto antes porque sabía que a mí me gustaba estrenar. No me alababa pero cogía sola el tren y llegaba a verme a esta ciudad desde la suya, con el equipaje de su sonrisa, espectacular y de su curiosidad. No daba besos pero me escribía cartas en las que lo contaba todo, describiendo con detalle qué había ocurrido en

La belleza

  (Almudena R. 2017) Un clásico de estos días es hablar de la forma en la que las mujeres pueden lucir esplendorosas en las fiestas que trae consigo la Navidad. Otro día hablaremos de la cantidad de gente que abomina de ellas, que no se siente cómoda entre tanto bullicio o que, simplemente, anhela una celebración muy distinta de la que tiene. Hay quien sueña con viajar a lugares exóticos, a países antiguos, a ciudades míticas. Los hay que imaginan una fiesta soñada en un lugar maravilloso, ataviada con las mejores galas y en la mejor compañía. Abundan también quiénes prefieren olvidar que estas fiestas generan la obligación de ser feliz y prefieren aislarse en la melancolía o en el simple y cómodo dejar pasar los días.  Las revistas especializadas, no obstante, algunos portales de internet y también los programas de TV, insisten en contarnos cómo debemos vestirnos y arreglarnos para estar bellas. Ah, la belleza. Alguien escribió recientemente que "la belleza es un estado del coraz

Gente en sombras

(Foto Archivo C. L. B. ) No eres la única persona que, en ocasiones, sientes como un globo de luz se instala en tu garganta y te pide salir al exterior. Ese globo son las palabras, las quejas, los duelos, los sueños, las penas, las esperanzas. Todo lo que forma parte de lo que sentimos. Si eres una adolescente, ocultarás a tus padres esas sensaciones y te callarás casi todo. Entrarás en la era del silencio que terminará pasados unos años. Mientras tanto serán los amigos los que recojan esas emociones, los que hagan de contenedor de tus miles de problemas, reales o ficticios. Si eres una persona adulta, tendrás suerte si has logrado crear en torno a ti una red de afectos que escuchen siempre que lo necesites. Es verdad que existen personas que no tienen ninguna necesidad de contar su interior. Pero también puede ocurrir es que estas personas tengan poco que contar. O que procesen sus historias de una manera difícil de entender para aquellos que, como yo, creemos que la comunicación es l

Mujeres que andan

  No os hablaré de la lógica preocupación por la salud que nos lleva a valorar como trending topic el ejercicio físico. Tampoco de la legión de mujeres de todas las edades que recorren en grupo las carreteras, los caminos, las avenidas, en pueblos y ciudades, a determinadas horas, charlando entre ellas y, sobre todo, sudando la gota gorda. Vamos a andar, dicen. Y se reúnen unas cuántas y se dedican a hacer kilómetros, porque eso es lo saludable y porque quieren estar en forma, sea el momento de su vida que sea, tengan la edad que tengan. Esto es un modo de relacionarse y de llevarse bien con una misma.  Tampoco me refiero a aquellas que van al gimnasio con asombrosa fuerza de voluntad. Las que persisten en la piscina cubierta, el pilates o el yoga. Mujeres que quieren verse lo mejor posible, llevar la ropa que les gusta y les queda bien, mantener a raya los dolores, la fibromialgia, las contracturas de espalda o los problemas cervicales. Todas esas mujeres abordan su objetivo desde ell

Azul, verde, rosa

  (Mujer vestida de azul. Pierre Auguste Renoir) Hay una canción antigua, de Cecilia, que dice algo así : “Sé que me quieres azul, sé que me quieres verde, sé que me quieres rosa….” Pues algo así se me ha venido a la cabeza mientras repasaba el armario para decidir qué ropa ponerme hoy, en este día que  ha amanecido gris, lluvioso y manso. Esa lluvia que cae como si esto fuera el norte, ya sabéis, el chirimiri, aquello de lo que hablaba mi profe de Geografía del instituto, de quien yo estaba enamorada.  (El vestido azul. Camille Corot. 1874) El armario aparece invernal, pero ahí están esos colores que siempre, en todo momento, sirven para lo que las abuelas nos apremiaban: “Alegrar la cara”. A veces basta con usar un determinado toque de color para que parezcamos otras personas. Eso lo hablaba yo estos días con un par de amigas que han decidido que hay que poner al mal tiempo buena cara y que, por esa misma razón, van a añadir al gris, negro, tabaco, corinto del invierno, un toque sing

Amarillo Vogue

La modelo Joanna McCormick aparece en la portada de julio de 1957 de la revista "Vogue". Las portadas de "Vogue" son la historia de la moda, del gusto femenino, de la emocionalidad, del sentimiento de la mujer. Mucho más que cualquier otra manifestación, a veces mucho más que cualquier libro. Todas las portadas llevan un mensaje y es un mensaje que no siempre se descifra. Sobre todo, llevan una intención, un anuncio. La mujer de la portada amarilla de julio de 1957 despliega la placidez elegante del verano de la Costa Azul. No el verano de las playas atestadas, de los paseos marítimos llenos de gente sin nombre. No. Ella es esa mujer que solo se cruza en nuestra vida una vez. Es la oportunidad que puede que nunca aparezca. Nosotras mismas, quizá en alguna ocasión podríamos haber sido esa mujer, con su pulcra sortija de perlas blancas, con sus pendientes a juego, con sus labios y sus uñas rojas, con su maravilloso sombrero orlado de lazos y mariposas. Es la mujer que

Guantes rojos para apagar el frío

A Carlos   W. F.,  el farero, dondequiera que esté Candela me cuenta que le ha ocurrido alguna vez. Y siempre con las mismas personas. No solo hombres, también mujeres. Durante algún tiempo Candela creía en la amistad con los hombres. Pensaba que eran más nobles, sinceros, sencillos. Ahora tiene esplendorosas dudas. Desde luego se ha dado cuenta de que ella ha visto más de lo que existía, que ha compuesto un retrato que no siempre se correspondía con la realidad. Candela aprecia la amistad más que nada y eso la lleva a pensar que la gente es más amiga de lo que parece. Pero está entendiendo que se equivoca. Últimamente se fija mucho en las reacciones de quienes, de una forma o de otra, la aplastan con sus opiniones, bajo ese prurito absurdo de querer hacerle una crítica constructiva. Está harta de las críticas, dice, y no quiere que nadie le construya nada, porque lo mejor que pueden hacer para que ella aprenda sus errores y los modifique es darle más cariño y tener más fe en su person

Querido fantasma...

  Lo sé. Eres muy importante. Tan sesudo... Escribes esos libros llenos de datos, investigaciones, soluciones y ¿perversiones? No. Todo es mucho más intelectual, más serio, riguroso, selecto, ¿convencional? He intentado leer algunos y me he quedado dormida. A mí me sacas de las novelas de terror y me hundes. Eres muy importante y yo debería haberlo tenido en cuenta. Pero, claro, ¿qué se le puede pedir a una cabeza loca que prefiere beberse una coca-cola y no un champán de la región de Champagne, allá en la France, Macron mediante...? Cuando te conocí entendí que la perfección masculina existía. Un tipo tan elegante, diverso, diletante, entendido, un gentilhombre del siglo XXI, con esas corbatas tan llamativas y caras, con ese savoir faire, y esa postal de señor de mundo. No me extraña que haya tantas mujeres que te sigan a todas horas, que suspiren por ti y que te vean en sueños como la salvación de sus soledades. Si es que eres perfecto...O casi.  Solo algunos pequeños detalles que en

Presencia intuida

  Frío. Un frío de pobres.  Los ventanales dejaban adivinar que en la calle el helor se aposentaba en los cuerpos. En la casa, en cambio, un agradable calorcillo hacía deseable estar así, cómodamente vestida, cálidamente arropada. Ha sonado el teléfono. Al otro lado de la línea se oye la voz de la única persona del mundo a quien quisiera oír siempre si pudiera elegir. Minutos después, el armario abierto de par en par, las pinturas por la encimera del cuarto de baño y las cajas de zapatos por el suelo, indican que algo va a pasar, que la tranquila comodidad de las horas lentas de la tarde se ha trastocado.  Y así es. Sale corriendo al exterior. El frío desaparece. No existe nada más que esa voz y esa presencia intuida. En un rato, sin que su corazón haya dejado de latir con fuerza, allí está él, a lo lejos, sonriéndole y extendiendo los brazos hacia ella.  Todo lo que siente ahora es el suave y definitivo ardor de la sangre. (Ilustración: Enric Torres-Prat. Barcelona, 1940) 

Confidencias

  Lesser Ury pintó los paisajes lluviosos de las ciudades, con un agradable batiburrillo de coches de caballos, transeúntes y vigorosas pinceladas que destacan, sobre todo, el porte imperturbable de las mujeres que pasean sin importarles el mal tiempo, los charcos del suelo o el aviso de tormentas. Al fondo, detrás de los oscuros árboles, parece asomarse la esperanza de un sol tardío, pero, en realidad, a ellas no les importa. Subidas sobre sus altos botines negros, con sus medias oscuras y sus vestidos llenos de coquetería y de elegancia, se mueven con soltura y muestras sus rostros diminutos bajo los sombreros y detrás del rouge, el maquillaje y la sombra de ojos.  Ese tiempo glorioso del paseo con amigas, lleno de confidencias que solo ellas conocen, de esa larga letanía de novedades que salpican la calle, como los coches salpican a los viandantes que recorren la acera. Esa sonrisa abierta y hasta cómplice, una complicidad genuina y sin alertas, esa sencilla forma de mirarse entendi

Supervivientes

  No están en una isla vigiladas por mil cámaras que se mueven de un sitio a otro, intentando captar cualquier movimiento, cualquier pelea, la pesca del primer pez, la charla confiada, el sueño...No van a cobrar un sueldo vertiginoso al final de las semanas o los meses de permanencia en un escaparate donde ellos son los objetos y nosotros los observadores...No tienen una reseña en el periódico ni se les va a conceder ningún premio ni siquiera son héroes anónimos de los que, alguna vez, habla la gente... Simplemente están solas.  Da igual la edad, la ocupación, el tiempo que dedican a ellas mismas, las ilusiones que tuvieron o las cosas que tienen que decir. Están solas. Han llegado a la soledad por distintos caminos. Han encontrado el mismo espacio sin quererlo. Han llegado a las mismas conclusiones. Son islas en medio de un océano de diversión y risa. Están solas. Cuando las vacaciones amanecen y todos hacen planes, ellas seguirán recorriendo la ciudad en silencio o se sentarán junto

Relaciones tóxicas

(Marilyn Monroe y Eli Wallach fotografiados por Inge Morath en 1960, set de rodaje de The Misfits)  Parece mentira pero la psicología reconoce la mutua atracción que se produce entre un perverso narcisista y una persona de altas capacidades intelectuales. Sea en relaciones de amistad, amorosas o familiares, esa cuestión suscita no poco dolor y no pocos interrogantes. Todos, por supuesto, del lado del inteligente, porque los narcisistas tienen una permisividad consigo mismos que les libra del análisis de conciencia.  Desde hace algún tiempo se está escribiendo mucho acerca de la personalidad de los perversos narcisistas, un grado de narcisismo sumo que hace mucho daño o puede hacerlo. Para lograrlo necesita una víctima adecuada y, aunque te parezca raro, las mejores víctimas para este tipo de personas (hombres o mujeres, da igual) son las más brillantes, las personas más lúcidas, luminosas y llenas de cualidades intelectuales. El motivo de esta extraña asociación tiene que ver con la fo

¿Por qué los hombres son infieles?

  Olimpia Dukakis se preguntaba en "Hechizo de luna" por qué los hombres son infieles. Sobre todo, decía ella, llegados a una cierta edad. Esa pregunta venía al pelo, porque su marido, en la sesentena, le ponía morritos a una choni más joven que él (tampoco demasiado), con pelo cardado y jersey de angorina. El marido de Olimpia le regalaba a su "amorcito" unas pulseras muy llamativas llenas de estrellitas doradas. Ni que decir tiene que resultaba hasta patético ver a este hombre haciendo el adolescente con una señora que tenía toda la intención de esquilmarle el bolsillo. Sin embargo, él estaba convencido de que la susodicha lo quería y lo buscaba por su atractivo físico.  En estas cábalas andaba ella cuando tropieza una noche cenando sola en un restaurante (mientras su marido afanaba estrellitas con la choni del jersey de angorina) con una escena que la deja atónita. En la mesa de la lado hay un señor de la edad de su marido que discute acaloradamente con una joven

La tristeza no entiende de estaciones

Nada hay tan difícil de disfrazar como la tristeza. Es una gasa suave en ocasiones, otras sin embargo es una manta dura y complicada de llevar. También aparece en forma de sombrero oscuro que tapa el rostro y solo deja al descubierto un ojo, el de las lágrimas. Puedes verla como una amapola prendida en el ojal, una cosa tan efímera que dura el tiempo que el temporal arrecie. La tristeza es, a veces, una emoción que tiene nombre y que sacudes con las manos de tu falda impoluta y que guardas en el desván en otras ocasiones. No se puede negar su existencia pero sí disimular y el disimulo es una forma de negación que aturde y que termina siendo parte de ti, tu otra naturaleza, tu otro yo, la nada.  Te preguntas incrédula por qué te aborda en medio de la calle o en el transcurso de una tibia conversación telefónica cuando alguien te pregunta, con voz desinteresada, si es verdad que todo te va tan mal como parece. Te atrapa si piensas en el paso del tiempo y en las ausencias que

¿Puede haber belleza sin ingenio?

Jane Austen prefería las personas agradables y distinguidas a las simplemente guapas. Una chica podía ser guapa y, al mismo tiempo, no saber sentarse, carecer de ingenio o tener en la cabeza más pájaros de la cuenta. En Orgullo y prejuicio Lydia Bennet es el ejemplo de la belleza hueca. Creo que Austen entendía que ser guapa era un atributo natural y, en cambio, ser agradable o distinguida tenía más que ver con una actitud, con la voluntad. De ser así, eso sería un gran activo para todos.  En sus novelas no suele hacer descripciones físicas de los personajes, más allá de algunas pinceladas. Sabemos que Elizabeth Bennet tenía la expresión ingeniosa y unos ojos interesantes. O que Marianne Dashwood poseía una bonita voz cuando recitaba a Shakespeare. Y que Jane Fairfax tenía una figura elegante y una piel sedosa. Solamente con Emma hace una excepción, pues comienza definiéndola: “Emma Woodhouse, guapa, inteligente, rica, risueña por naturaleza y con una casa magnífica, parecía re

De cómo el señor Darcy rechaza a Elizabeth

El señor Bingley era apuesto, tenía aspecto de caballero, semblante agradable y modales sencillos y poco afectados. Sus hermanas eran mujeres hermosas y de indudable elegancia. Su cuñado, el señor Hurst, casi no tenía aspecto de caballero; pero fue su amigo el señor Darcy el que pronto centró la atención del salón por su distinguida personalidad, era un hombre alto, de bonitas facciones y de porte aristocrático. Pocos minutos después de su entrada ya circulaba el rumor de que su renta era de diez mil libras al año. Los señores declaraban que era un hombre que tenía mucha clase; las señoras decían que era mucho más guapo que Bingley, siendo admirado durante casi la mitad de la velada, hasta que sus modales causaron tal disgusto que hicieron cambiar el curso de su buena fama; se descubrió que era un hombre orgulloso, que pretendía estar por encima de todos los demás y demostraba su insatisfacción con el ambiente que le rodeaba; ni siquiera sus extensas posesiones en Derbyshire podían

Imperdonable

Aquel hombre tenía cierto atractivo. Al menos, al principio. Era un atractivo aparente, desde luego. Si se escarbaba en el interior aparecían las cenizas. Pero la gente normal se deja engañar con mucha facilidad. Basta con que alguien se crea importante para que los demás también lo creamos. Basta con que un hombre se considere a sí mismo una persona de interés, para que todos acudamos en tropel a interesarnos. No sé qué dice la psicología de esto, ni siquiera sé si dice algo, pero debería. Hay personas que están tan equivocadas consigo misma como con los demás. Y no tiene remedio. No hay terapias ni curas. Es, sencillamente, un sector de la población que, si te lo encuentras de lejos, puede hacerte gracia. Pero, ay, como se entrometa en tu destino… De modo que ese hombre parecía agradable, incluso en ocasiones, generoso. También podía resultar entretenido, podía reírse y contar cosas acerca de los demás que te divirtieran. Aunque solía reírse de sí mismo nunca lo hacía en

Vainillas Vogue

La modelo Joanna McCormick aparece en la portada de julio de 1957 de la revista "Vogue". Las portadas de "Vogue" son la historia de la moda, del gusto femenino, de la emocionalidad, del sentimiento de la mujer. Mucho más que cualquier otra manifestación, a veces mucho más que cualquier libro. Todas las portadas llevan un mensaje y es un mensaje que no siempre se descifra. Sobre todo, llevan una intención, un anuncio. La mujer de la portada amarilla de julio de 1957 despliega la placidez elegante del verano de la Costa Azul. No el verano de las playas atestadas, de los paseos marítimos llenos de gente sin nombre. No. Ella es esa mujer que solo se cruza en nuestra vida una vez. Es la oportunidad que puede que nunca aparezca. Nosotras mismas, quizá en alguna ocasión podríamos haber sido esa mujer, con su pulcra sortija de perlas blancas, con sus pendientes a juego, con sus labios y sus uñas rojas, con su maravilloso sombrero orlado de lazos y mariposas. Es la muje

Es porque el tiempo pasa

(A woman reading. Ivan Olinsky)  Amanece el día y respiras hondo. Te preguntas qué harás, si tendrás suerte, si habrá algún secreto compartido que surque el devenir del día. Te preguntas por todo y no hallas respuestas. Llega la tarde y te detienes. Cumples con tus obligaciones, las externas y las que tú te has impuesto. Cavilas en silencio sobre ellas o simplemente pones el piloto automático y sigues adelante sin más.  Aparece la noche y te sientas enmedio de un océano de dudas clamorosas que avanzan sin que puedas detenerlas. La mente ya no sirve. El caso es que hay momentos en que no entiendes nada.  Si esto es así, si piensas con estupor que el mundo sigue girando sin ti y no parece echarte para nada de menos...Si te interrogas con cansancio acerca de lo que has hecho y lo que te queda por hacer...Si el trecho de la ilusión se acorta sin remedio y quieres acelerarlo pero no tienes fuerzas....Si buscas en los libros, en el arte, en la conversación, un hálito de