Ciudades cada vez más inhóspitas

 


Los mismos que se preocupan por cómo será la vida dentro de cien años, han decidido que ahora no se pueda vivir. Los alcaldes de las ciudades sin excepción prácticamente, sean del color político que sean, han convertido a los centros históricos y a los monumentos emblemáticos en un experimento por el cual el ruido es constante y hay que formar bulla como sea. Preocupados por sacar el mayor número de votos posibles, por supuesto que no se dedican a fomentar el comercio cultural, las librerías, los museos, los cines, los teatros, las tiendas especializadas, los pequeños espacios de encuentro, las zonas verdes, las plazas ajardinadas, las alamedas o los paseos. No. Todo eso está pasado de moda y además cuesta mucho mantenerlos. De modo que cogemos el centro del pueblo o la ciudad, se lo cedemos por cuatro perras a una empresa y se montan allí saraos continuos. Todos del mismo tipo. La mayoría faltos de calidad pero con mucho escándalo. El que se perturbe el descanso da igual. Que se fastidien los vecinos, que se vayan a vivir al extrarradio, que son muy delicados. Qué pena de ciudades, qué pena de sosiego, qué civilización más atrasada esta. Y luego dice que el pescado es caro...

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