Héroes
Vivian Maier, Chicago, IL, 1960. ©Estate of Vivian Maier, Courtesy of Maloof Collection and Howard Greenberg Gallery, NY.
Vivian Maier iba por la calle haciendo fotografías a gente anónima que no era nada y nada significa. No conocemos el nombre de toda esa gente que puebla sus miles de fotos, cuyos negativos estaban mal guardados en un almacén cuando ella murió. Cada una de esas mujeres y hombres llevaba su propia existencia como podía, de igual forma que lo hacía la propia Vivian que trabajaba de niñera, entre otros oficios, para subsistir malamente, mientras hacía fotos y las guardaba para que hoy brillen en todas las revistas especializadas o de cualquier otro tipo y para que recordemos las anécdotas de la fotógrafa-niñera.
Una vez estaba yo en la plaza de las flores de Cádiz sentada en una cafetería con mi madre. No sé qué hacíamos allí ni qué nos había llevado a ese lugar que, por otra parte, es un sitio precioso, que siempre me ha gustado y que echo de menos como todos aquellos que forman parte de tu biografía. Podría uno escribir el libro de los sitios. Pasó un hombre que llevaba una cruz de madera a cuestas, sí no es invención, era una cruz de verdad, que el hombre arrastraba por allí mientras pedía limosna. Se acercó a mi madre para hacer su petición. Mi madre, sin asomo de frivolidad sino convencida de lo que hablaba, tanto es así que sabía lo que decía, le contestó que cada uno llevaba su propia cruz aunque la cruz fuera invisible a simple vista. Ella, lo repito, sabía bien de qué hablaba y qué decía, porque era una de esas heroínas anónimas que todo lo revisten con una sonrisa pero que cargan con cruces que nadie más ayuda a llevar. Y así fue hasta el final de su vida.
Héroes anónimos, lugares comunes, tópicos pero verdad. La gente que no es nada, nada más que ella misma en su entorno, con su gente, en su casa. La gente que día a día se esfuerza, lucha, busca, tropieza, se cae, se levanta, se hunde, se muere. La gente. Esa gente de la que me siento parte absolutamente, no de los poderosos, no de los que tienen, no de los que saben, no de los que mandan. Esa gente normal, que no acierta, que no responde, que no entiende, que tiene miedo, que siente angustia, que está sola, que vive en el silencio, que intenta sobrevivir, que lleva la vida como puede, que está buscando trabajo o que tiene que cuadrar las cuentas a fin de mes. Es un auténtico milagro cotidiano la supervivencia de la gente normal. Es un milagro que no tiene explicación ni recompensa, salvo para cada uno, vivir la simple y sencilla vida sin adornos.
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