Biblioteca milagro


  Los saberes "útiles" varían mucho de una época a otro. A mediados de este siglo se ponderaban la mecanografía y la estenotipia. De ahí saldrían eficientes secretarias, que fue el empleo que se puso de moda después de la Segunda Guerra Mundial. Y en los tiempos de Jane Austen había que saber cantar, tocar el pianoforte, bailar y bordar en bastidor si una quería hacer un buen matrimonio y brillar ante las visitas. Las épocas de incertidumbre social son aquellas en las que no está definido qué han de hacer las mujeres, porque son ellas las que cargan con el peso de la necesidad inmediata. Tras la Primera Guerra Mundial las enfermeras se cotizaron muchísimo y las chicas de la buena sociedad intentaban aprender todo sobre el tema, no fuera a ser que les cogiera otro conflicto desarmadas, como así sucedió. En la sociedad tecno-digital de ahora lo que más interesa es saber inglés y manejar datos. Con ese bagaje puede uno andar por el mundo, parece decir la gente. De ahí que las academias de idiomas hayan proliferado como las setas. Los gobiernos han caído en la cuenta y han puesto en marchas programas bilingües de enseñanza que, la mayoría de las veces y salvo excepciones, son una filfa. Y en eso estamos. 
   
    Volviendo a Jane Austen y dado que fue poquísimo al colegio, lo que la salvó de la ignorancia fue una biblioteca, en concreto la biblioteca que su padre tenía en la rectoría donde vivían, en Steventon. Eran unos quinientos volúmenes salvadores en donde estaba el saber básico que cambiaría la vida de una persona, de analfabeta a letrada. Libros clásicos, Shakespeare, poetas, libros de sermones, libros de consejos, libros de cartas, discursos, historia, filosofía y, aunque quizá no estuvieran en las estanterías y tuvieran el trasiego de pertenecer a una biblioteca circulante, también novelas. No era lo más excelso que una podía leer, pero sí lo más entretenido. El baile, el cante, el bordado, le sirvieron a Jane Austen solo como entretenimiento momentáneo. Cuando quedó claro que no iba a casarse y cerró el capítulo de joven en busca de marido, entonces fueron esos libros los que salvaron la situación, le dieron el bagaje necesario, el proporcionaron el gusanillo de la palabra y, desde luego, fueron el milagro que evitaron el aburrimiento y la ignorancia, dos de los peores males con los que una puede adornarse. 
   
/Imagen, pintura de Mary Jane Ansell/

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