He soñado con ello muchas veces. Viendo a Brando, por ejemplo, en el memorable tennessee “Un tranvía llamado deseo”. No resultaba extraño, desde luego, que Vivian Leigh lo mirara como se mira a un hombre, aunque este ignore la mirada de alguien a quien no siente sino como un remedo de mujer. O contemplando a Andy García en “Los intocables de Elliot Ness” de Brian de Palma, ropa de diseño, mirada natural, acento cubano perfecto. Incluso ese sueño ha surgido con el duro Delon en “Rocco y sus hermanos”, tierno al final, ya sabes, y con Russell Crowe en “Prueba de vida”, pétreo buscador de hombres perdidos y consuelo de mujeres que esperan. Soñar que traspasas la pantalla, que cruzas el espacio sideral del cine y que llegas allí, a ese lugar innominado en el que ocurren “cosas”. Esas cosas que cuentan los directores y en las que te sumerges, porque la vida tiene poca poesía y muchos sinsabores. Como Cecilia. La pobreza de la Gran Depresión, el desamparo, la soledad de q
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