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No

Él le dijo: “Te quiero”, con su voz dulce y rotunda al tiempo. Ella lo escuchó con reverencia y tuvo miedo. Supo que, después de esa frase, corta y definitiva, ya nada sería igual. Ya no podría fingir indiferencia, no podría inventar risas, no podría dibujar palabras imposibles, no podría atesorar lágrimas sin que él lo supiera. No. Después de aquello no valdría nada, salvo enfrentarse a todo. Enfrentarse a su propio corazón y al suyo. Aunque él no lo sabía. No sabía la respuesta de ella e imaginaba que las cosas transcurrirían como otras veces. Juego, deseo, quizá un poco de amor pero no mucho, sexo, fuego que se va apagando, desamor, aburrimiento y lucha. Y el adiós. Ese laberinto de sus pasiones que se iba repitiendo una y otra vez. Esa acusación que todas le hacían de que jugaba con la vida. Ese cansancio de verse en una ruleta que ya nunca podría pararse.  Ella le contestó, mirándolo a los ojos: “No”. Y repitió despacio: “No”. “No, porque te quiero demasiado”. “No, porque

Una granja en Dorset

En Dorset (Inglaterra), 1870. La dureza de la vida hace que los hombres y las mujeres tengan que soportar situaciones límite. Una de esas mujeres, Bathsheba Everdene, reluce como una perla blanca entre la suciedad de los campos, lo apagado de los crepúsculos, lo inseguro de los amaneceres. Bathsheba abomina de su nombre y siente rebeldía ante su situación. Una mujer en un mundo de hombres que, de pronto, recibe una herencia que cambiará las cosas que, hasta entonces, habían constituido su mundo. Una granja.  Contra lo que pensamos, una granja no es un sitio idílico en el que uno puede dejar pasar el tiempo con suavidad y sin recelo. No es un espacio abierto al ciclo de la vida, lleno de sorpresas agradables y de evidencias claras. Todo lo contrario. Una granja es un conflicto. Es un lugar en el que conviven personas que no tienen nada en común, salvo, quizá, la necesidad de sobrevivir. Querer vivir y lograrlo es el objetivo. Las manos se tiñen de oscuro y los ojos se llenan de

El día que perdimos Notre Dame

(Notre Dame pintada por Maurice Utrillo) C'était un matin clair et nous avions vingt ans... Yo llevaba un vestido de color violeta, del mismo tono que se observa en el fondo del cuadro de Utrillo. El vestido no tenía mangas y se movía al andar. Las sandalias eran blancas y sostenían una pequeña flor violeta en uno de los laterales. La cola de caballo era un signo de independencia y un pequeño reloj, con correa roja, estaba en mi muñeca demostrando que la noche anterior me habías dicho que eso era para siempre. Tú exclamaste al verme bajar, un poco tarde, al hall del hotel barato y sin vistas: eres mi princesa. Y lo era de verdad. En ese momento acababa de comenzar mi reinado. También parecía una chica francesa de las que nos cruzábamos por la calle. Yo podía haberme confundido con alguna de ellas. Pero para ti era el paraíso. Por eso tú mirabas a través de mis ojos.  El viaje en tren había sido muy largo pero nadie está cansado a los veinte años. La noche antes, rec

Geografía de los besos

(Foto: Lisa Larsen, 1949) He vivido en el centro del miedo. He lanzado preguntas y ninguna ha tenido respuesta. He sentido un volcán de lava derretida bajo mis pasos. He soñado que mi vida era otra. He querido ser alguien diferente. He llorado hasta que las lágrimas han dejado de existir. Me ha dolido el corazón sin que nada ni nadie pudiera siquiera darse cuenta de que las notas de mi melodía estaban apagadas. He sido cobarde para amar. He sido valiente para decir adiós.  Pero he aquí que, a miles de kilómetros del mundo, quizá en otra galaxia, la luna se ha adueñado de un firmamento oscuro, yermo de estrellas, escrito en tinta china. El centro de la bóveda rodea el cuarto creciente y debajo, la arena que hace horas abrasaba, se ha tornado en azúcar, cálida y sin terrones. Los pies desnudos, los pies descalzos, todo, desnuda entera yo, mi corazón desnudo.  Me he mirado a mí misma a través de un espejo, Alicia sin vestidos, sin números ni reinas. He cruzado el umbral y

Arenas movedizas

La fiesta está podrida. El sábado noche es el momento en que los habitantes de este pueblo de Texas deciden dejarse sus buenas intenciones en casa y salir a la calle a arrasar con todo lo que encuentren. Mujeres que engañan a sus maridos; maridos que miran hacia otro lado (lado en el que, curiosamente, está el trasero de otra señora que no es la suya); ricos que mangonean a modo; hijos de ricos que, a pesar de todo, tienen su corazoncito; esposas de presidiarios que vivaquean entre el enamoramiento y la chapuza...  Nos falta algo esencial, sin embargo, para entender este mosaico de emociones, este carrusel de sentimientos, esta noria de luchas internas, este espectáculo plagado de suciedad y belleza. Nos falta un hombre honesto. Que dé sentido a la historia. Cuya esposa no pueda estrenar un vestido en la mejor ocasión porque el sueldo de su marido no alcanza para tanto.  Marlon Brando es aquí el mejor Brando. Mejor aún que en El Padrino porque puede ir de guapo sin resulta

"El director" de David Jiménez

Me crié en una familia en la que se leía la prensa todos los días. Era una lectura casi colectiva, pues se comentaban las noticias, se hacía referencia a la actualidad y existían largas sobremesas de desayuno de domingo en las que se discutía de lo divino y de lo humano. Esa tradición, mantenida año a año entre los padres y los hermanos, forjó unos ritos que, hasta hace muy poco, nos parecían a todos ineludibles. Todavía somos incapaces de pasar sin echar un vistazo a los periódicos del día, pero nuestra fe en que el periodismo era un espacio limpio de humo y que nos ponía en contacto con la vida se ha terminado.  Por estas razones ancladas en mi educación sentimental suelo ver películas del género periodístico (hay verdaderas obras maestras, como El cuarto poder, Todos los hombres del presidente, Los archivos del Pentágono o Spotlight) , y también leo libros de memorias periodísticas o confesiones de reporteros. Ese interés me llevó a leer este libro de David Jiménez, a quien n

Helene y Frank

Helene Hanff nació en Filadelfia el 15 de abril de 1916. Como se definió ella misma en su libro "84 Charing Cross Road" era una "escritora pobre amante de los libros". Sus padres fueron grandes aficionados al teatro, a pesar de que la profesión de él (vendedor de camisas) nada tenía que ver con el arte. Pero esa sensibilidad la transmitieron a su hija y ella, que no pudo ir a la universidad, siempre quiso ser una dramaturga de éxito. No lo consiguió. Escribió en revistas, hizo libros para niños y jóvenes, trabajó como guionista para la radio y su gran éxito, el libro por el que la conocemos, es el ya citado "84 Charing Cross Road" que narra, ni más ni menos, su pasión por la lectura y los libros, ejemplificada en la correspondencia que mantiene con el vendedor principal de la librería anticuaria Marks & Co de Londres. Desde Nueva York, donde vivía, estuvo veinte años escribiéndose con ese vendedor, un señor llamado Frank Doel, que fue primero reti

"84, Charing Cross Road" de Helene Hanff

Este es un libro epistolar y que habla de libros. Los libros de libros son encantadores. Son como el cine dentro del cine. Hace poco leí "La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey" , que me gustó mucho y que tiene una película deliciosa. Esta es una circunstancia común a muchos de los libros que hablan de libros, porque son películas con matices delicados que recogen muy bien la inspiración de los autores. (La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey, trailer) Algunos de estos libros giran en torno a ellos como si fueran una melodía tocada a la flauta. Hamelin nos conduce entonces a un espacio en el que las letras se han unido para contarnos una historia. Otros transcurren en librerías y en otros un libro es el emblema de una cita amorosa. Hay muchos libros de libros y este es uno de ellos. Esos libros de libros lo son también de lectura, porque si un libro no se lee, no existe, incluso aunque se haya escrito. O quizá exis

Sálvame de esta gatita

Miranda Frayle y Don Lucas, actores de mediana fama, hollywoodenses en activo, han roto. Después de protagonizar varias películas, su tórrido romance se ha terminado y ella da en consolarse, al estilo de otras de su oficio, con un aristócrata que merodea por la Riviera Francesa en busca de ligues con los que poder soportar la pesada vida del Lord inglés.  La prensa del corazón acecha a Miranda y a su nuevo amor, Nigel Marshwood. Los titulares recorren de un lado a otro el Reino Unido, moviendo los cimientos de la buena sociedad, que ve con preocupación estos devaneos de uno de los suyos. Devaneos públicos, se entiende. Ya sabemos que la discreción es la salsa de todos estos guisos. Pero Miranda Frayle es de todo menos discreta.  Desde luego, en Marshwood House, la conmoción es absoluta. Aunque Felicity, la mamá de Nigel, quiera disimularlo con su sonrisa amplia y su elegante contención, nadie deja de pensar en el problema que se avecina. Ahí es nada. Miranda Frayle convert

Un recipiente con una cinta azul

(Fotografía de Lillian Bassman para Harper`s Bazaar, 1951) Había un pequeño mueble lacado en rojo inglés. Parecía de anticuario pero no lo era, sino caro y muy moderno. Se encaprichó de él y quiso tenerlo porque tener cosas es fácil y él siempre la complacía. Le regaló el escritorio y lo colocó cerca de la ventana, un ventanal inmenso, por el que entraba una luz cómplice que nunca quería marcharse y que se filtraba desde que amanecía. El escritorio rojo tenía algunos cajones, a modo de secretos. Entonces recordó que también se le llama secreter y no es nada extraño. En ellos colocó algunos recuerdos, pequeñas tonterías. Servilletas de bares, en las que escribía el inicio de historias que nunca se completaban. También objetos adquiridos en sitios inverosímiles. Una sortija con una piedra verde, una pulsera que tenía una rosa incrustada, un lazo amarillo con la palabra amor que rodeaba una caja de perfume...Del mismo modo que los niños coleccionan estampas, piedras, muñecos, ella

Sorpresa con música de fondo

Antes de todo: La música llena la pantalla, la arrasa literalmente. De un avión surge un descapotable enorme, un coche americano, sin duda. El coche cruza la ciudad de Roma, deja atrás sus avenidas, sus pobladas calles, sus hermosos monumentos y suscita el interés, la curiosidad, quizá el deseo, de todas las chicas con las que se cruza. Las chicas miran el coche y eso que no lo conduce su dueño… Talbot: Sí. Decididamente voy a sorprenderte. Esta vez me tomaré en serio lo nuestro. Dejaré de ser el bala perdida, un cabeza hueca, aunque puedan perdonarme mis errores por lo abultado de mi cuenta bancaria. No jugaré con tus sentimientos. No jugaré contigo. No. Esta vez voy a comportarme como un hombre enamorado. Es verdad que puede resultarte un poco extraño. Pero tienes que entenderme… Un hombre como yo está siempre rodeado de tentaciones. Y no soy ningún santo, desde luego. Esas tentaciones me arrastran sin querer. O queriendo, quién sabe. Pero ¿cómo resistirse al encanto de una

Sinfonía para un vestido verde

¿De qué trata esta película? ¿De la culpa? ¿De la mentira? ¿De la guerra? ¿Del amor? ¿Trata, quizá, de la escritura? ¿Del acto de escribir? ¿Del acto de convertir en historias la propia vida? ¿De un vestido verde? Un silencio desasosegante sigue a los títulos de crédito. Amparados por la belleza de la música, blanco sobre negro, las letras se mueven rítmicamente y un largo itinerario de palabras surca la pantalla. Mientras tanto, tú miras sin poderlo evitar. No has podido apartar los ojos de las imágenes, ni siquiera cuando han sido terribles, dolorosas, perplejas. Más terribles las de los cuerpos abrazados a los que desune la mentira. Más dolorosas las de la separación.  Las amplias habitaciones de la casa están llenas de objetos. La belleza preside la existencia y la maldad se oculta. No hay forma de saber qué se cuece en los muros de un lugar en el que todas las personas mienten. Algunos por desidia, otros por compasión, otros por miedo. El amor permanece en el aire y b