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"El asiento del conductor" de Muriel Spark

De Muriel Spark se cumplió este 2018 el primer centenario de su nacimiento, efemérides que pasó desapercibida como tantas veces ocurre. Si los lectores desconocen quién era Muriel Spark no podemos esperar homenajes. Había nacido el 1 de febrero de 1918 en Edimburgo (un siglo después de la muerte de Jane Austen ) y murió en Florencia, Italia, en 2006. A este país se fue a vivir en 1954. Antes de eso la vida de Muriel fue apasionante. No solo estudió (en tiempos en los que muy pocas mujeres lo hacían) y tuvo una buena formación, sino que se casó, se separó de su marido (lo cual tampoco era usual, al menos de forma pública porque las desavenencias se guardaban para el interior de los visillos), tuvo un hijo y trabajó para el contraespionaje con el Foreign Office, a partir de 1944. Esta última parte de su biografía daría para una novela de espías, con Tom Hanks en alguna parte, desde luego. Y quizá Scarlett Johansson haciendo de protagonista.  En este blog hay otras dos referenc

Seremos olvido

Quiero que pase el día de hoy y que con él termine este dolor que siento. Si alguien te hace daño debería desaparecer de la faz de tu tierra, caer fulminado del fondo de ti y no tener ningún hueco en tus pensamientos. Pero la vida me enseña a cada instante que eso solo es posible para algunas personas y que otras, sin quererlo, quizá porque somos más inseguras o menos racionales, sufrimos demasiado y demasiado a menudo.  Cuando caiga la noche estará a punto de empezar una historia nueva. Hay veces en que no se sabe cómo cerrar capítulos de un libro y cómo iniciar otros. Los venideros no llegan a escribirse sin hacer un balance de todo lo anterior. Tienes que reconocer que mentiste, que te engañaste a ti misma y que convertiste tu vida en una incógnita pesada. Entonces, tras ello, se abrirá ante ti una posibilidad, la de estar en paz, la de la serenidad que ansias desde hace tanto tiempo.  El engaño es el maestro del dolor. La mentira se conjura para hacerte infeliz. La ause

Las odiadas

Hay un montón de mujeres a las que odio sin conocerlas. Ese odio viene de ti, procede de ti y me lo has inoculado. No tengo ninguna razón objetiva para odiarlas, es más, ni siquiera las conozco. No las he visto nunca, no sé cómo respiran, cómo hablan, qué sienten. No he contemplado nunca sus rostros de cerca, ni sé cómo huelen, qué perfumes usan, cuál es su número de pie. No he compartido con ellas tertulia, charla, encuentro, copas. No sé nada de ellas salvo lo que tú mismo me has contado. Esas confidencias que parecen surgir a regañadientes, que no tienen forma directa, sino que son un subterfugio. Una manera estudiada de dejar caer datos, de convertirte en la víctima de las situaciones, de hacer que yo me sienta perdida, arrollada por unas circunstancias que no puedo controlar. Hablas de ellas y yo intento averiguar en mi interior si te han dejado huella, si sientes algo, si ese algo es bueno o es dañino. Intento averiguar sin hacer preguntas porque las preguntas están prohibid

Suelos de barro, perdón sin lágrimas

Las niñas soñadoras, que viven con los libros y bosquejan en su cabeza aventuras en las que hay siempre un tanto por ciento de alegría y otro de nostalgia, siempre terminan siendo mujeres equivocadas, mujeres que miran hacia donde no deben, que son presa fácil para cualquiera que sepa decir dos palabras seguidas con suave acento. No deberías olvidarlo. Quizá a ti te ha ocurrido algunas veces y puede que esta sea la primera. Pero el corazón se gasta de esperar la nada y las manos se curvan y entonces llega el último tramo de la vida y abres el grifo de la desilusión, que nadie puede cerrar. No importa la música que suene, ni siquiera que a través de la ventana una lluvia fina te traiga el hueco de un paraíso perdido. Lo que vale es sentir. Sientes que te han engañado una vez más, que cada una de las veces el engaño es mayor y que nadie, nadie, puede entenderlo sino tú misma, porque te ha ocurrido algunas veces o puede que esta sea la primera.  Tampoco entiendes, lo sé, qué ganan

Un Museo para andar por las nubes

Una vez, cuando tenía quince años, un grupo de amigos de la pandilla de entonces inventamos un viaje a Madrid. Después de mucho rogar a los padres, de firmar papeles que no servían para nada, de jurar y perjurar que seríamos buenos, ellos dijeron que iban a confiar en nosotros y que el Talgo nos esperaba para que no hiciéramos locuras. Éramos tres chicas y tres chicos, solamente amigos, nada de parejas. Y aprovechando un puente nos fuimos a Madrid y allí tuvo lugar una aventura que nos llevó a los leones del Congreso, al Rastro, al parque del Retiro, a los sandwiches de Rodilla, a montar en karts, al museo de cera, y, cómo no, al Prado. También visitamos el templo de Nebod y un día nos escapamos a Ávila y Segovia, y fuimos a la Granja y a Aranjuez, y a la Plaza Mayor, en fin, toda la ruta que seis chicos de provincia eran capaces de hacer en cinco días.  Nunca hablamos de esto y, llegado el momento, cada cual siguió su camino. No les conté que mis dudas se disiparon en el M

Me despido de ti y no lo sabes

(Fotografía: Manuel Amaya) Me despido de ti y no lo sabes. Toda la vida es una despedida. Dejé mi casa una y mil veces. Dejé el patio y las flores, los arriates, el sabor fuerte del agua de pozo, la humedad, dejé el levante, el poniente y el sur. Toda la vida es un continuo adiós de objetos, de personas, de sentimientos, de lunas, de horizontes y de puntos geográficos. Te despides de alguien cada día. Y esa despedida se renueva al pie del ascensor: Hasta mañana. Buenas noches. Que descanses. Adiós.  Hay despedidas que son definitivas. Se muere alguien y ya nunca más su olor inundará tu cama, o tu casa, o tus sueños. Se marcha y se convierte en una foto, en un texto que escribí a su lado, en la esfera con los mapas de todos los continentes, en un viaje, una diapositiva. Hay otras despedidas que son tercas, que parecen querer rebasar nuestra paciencia y ser imposibles, ser inauditas, ser cobardes. Las despedidas cobardes cansan el cuerpo tanto como el espíritu. Adiós y no te

"Ese final escrito sobre el aire"

Los aires la definen. Todos luchan entre sí por ganar y vencer, que no es lo mismo. Nosotras llevamos la falda tableada y el viento la levanta y la mueve, la convierte en bandera, en estandarte. Esta es una ciudad plegada hacia los aires y por eso tenemos tanto miedo de que vuelen los sueños. Aquí, en esta azotea, nos sentamos para contarnos las confidencias que no pueden oír las madres. Esas historias que nos parecen tan importantes y que el paso del tiempo convertirá en arena, en tierna arena blanca, de la que el mar abandona en la resaca y nos ensucia los pies cuando recorremos la playa que rodea el sitio en el que vivimos sin saber que el océano nos cerca. Qué espectáculo ver, a la caída de la tarde, cómo un enorme barco aparece en el fondo y ese cuadro que pintamos cada día en el horizonte tiene un sabor salado, como todas las lágrimas, como las lágrimas que caen en nuestras manos al hablar de ese chico que jamás, a pesar de que lo hemos intentado, nos mira al cruzarse por la

"Mira que eres canalla"

Ha apagado el teléfono. Ha encendido la música, una cosa de jazz o bossa, no recuerda. Ha bañado su pelo con un champú de rosas y los hilos brillantes se han estirado al tiempo que susurra canciones que aprendió hace unos años. Ha cerrado la historia, ha inventado el silencio. En la página web ha comprado un jersey y un vestido del tono del azul del océano y ha sonreído firme al mirarse al espejo, con una pinza roja enfrente de la imagen.  Ha borrado las lágrimas. Ha olvidado los sueños. Ha buscado una frase que valga para el caso. Ha recordado todas las palabras vacías, las palabras crueles, las palabras manchadas de ese olor a soberbia y a corazón sin tiempo. Ha vencido por fin. Ha acariciado un libro. Ha levantado a Tara como si fuera tierra y ha jurado que nunca volverá a pasar pena, volverá a pasar llanto, volverá a pasar miedo. (Fotografía de Arnold Newman. Título de Luis Eduardo Aute) 

"Una noche en el paraíso" de Lucia Berlin

En 2016, la publicación por la editorial Alfaguara de "Manual para mujeres de la limpieza" fue un absoluto suceso. El boca a boca funcionó de inmediato y el libro se encumbró a los primeros puestos de los más vendidos y fue, también, de los más leídos. Ambas cosas no siempre coinciden. La personalidad de Lucia Berlin importa, desde entonces, tanto o más que su obra. Como ocurre con todas las vidas estrambóticas, al filo de la navaja, su peripecia vital nos llama a intentar descubrir resquicios que expliquen el trasfondo de las historias que cuenta. Setenta y siete cuentos que ya se habían publicado en los años noventa sin demasiada repercusión, a pesar de que consiguió el American Book Award en 1991.  (Lucia Brown en sus primeros años) Fue la importante editorial norteamericana Farrar Straus and Giroux la que publicó el "Manual" en 2015, revitalizando la figura literaria de esta mujer. Era un momento muy oportuno. La literatura femenina, antaño a

Si Shakespeare lo dice, alguna razón tendrá

SONETO 116 Permitid que no admita impedimento ante el enlace de las almas fieles no es amor el amor que cambia siempre por momentos o que a distanciarse en la distancia tiende. El amor es igual que un faro imperturbable, que ve las tempestades y nunca se estremece. Es la estrella que guía la nave a la deriva, de un valor ignorado, aún sabiendo su altura.  No es juguete del Tiempo, aun si rosados labios o mejillas alcanza, la guadaña implacable. Ni se altera con horas o semanas fugaces, si no que aguanta y dura hasta el último abismo.  Si es error lo que digo y en mí puede probarse, decid, que nunca he escrito, ni amó jamás el hombre. Marianne Dashwood amaba Shakespeare y sus sonetos. Su preferido era este 116 porque Marianne estaba enamorada del amor y ponía en su amado todas las buenas cualidades, las virtudes y los dones necesarios para que ese amor tuviera sentido y no fuera inútil ni incapaz. Pero, tal y como sabía su creadora, Jan

¿Cómo es posible que apaguen tu sonrisa?

Me miras y te miro. Nos entendemos. De una punta a otra del país pero las dos sabemos que hablamos de lo mismo, que tenemos las mismas emociones, la misma asignatura que no hemos aprobado, la misma insensatez ante las cosas, la misma inenarrable fantasía. Nos parecemos. El color de los ojos es distinto, el toque de las manos, la suavidad del verso que nos gusta escribir, la trayectoria. Te van las matemáticas y eso a mí me produce tanta envidia...Yo aquilato palabras y las transformo en tiempo y eso te encanta aunque no lo comprendas muchas veces. Somos tan diferentes pero hemos encontrado un punto de atención para ayudarnos, para que tus palabras se asemejen a las mías, para que huyamos sin dudarlo del mismo tronco hueco.  ¿Cómo es posible que apaguen tu sonrisa si es lo mejor que tienes? ¿Que viertan tu alegría en un saco de azufre y que desaparezca? ¿Cómo es posible que te dejes vencer tan a menudo? ¿Cómo es posible que "perdón" y "lo siento" sean tu

"Flamenco. Negro sobre blanco" de Cristina Cruces Roldán

     " E ra el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos..." anunció Dickens . Bien podríamos aplicar al flamenco esta máxima, porque es el arte de los extremos, de los peores augurios y las mejores noticias. Desde que existe viene sorteando obstáculos, algunos en nombre de quienes se empeñan en que la tradición sea inamovible y otros por parte de la innovación a ultranza. Como todo arte contemporáneo es cambiante y complejo; como todo arte de cualquier tiempo histórico es, también, reflejo de la sociedad y, a la vez,  representación de la misma. En el flamenco confluyen tantos ríos que es imposible separar las aguas una vez se llega a la desembocadura. Los afluentes se confunden, se alían, se miran unos a otros con la perspicacia de quien quiere entenderlo todo. Y el conocimiento total se pierde ante el detalle, ante la pequeñez de un instante. Porque, a la par de todos, es un algo tan efímero como el calor de un baile o el saludo al sol de cualquier cante elev

"Ordesa" de Manuel Vilas

Siempre he creído que los libros llegan hasta ti en el momento oportuno y que la forma de llegar es, más que casual, milagrosa. Amanecen días en los que sabes que las dudas son mayores de las habituales y que algo tiene que surgir para compensarlas. En este caso, "Ordesa" llegó en el momento oportuno y de una forma inopinada. Nada me había acercado a él con anterioridad, ni tampoco a su autor, Manuel Vilas . Sin embargo, desde los primeros renglones del libro supe que tenía que leerlo. Y lo adquirí con toda rapidez en formato e-book porque no podía esperar a que llegara el envío o a que visitara una librería.  Lo primero que me llamó la atención de su lectura fue la forma en que habla de su padre. Creí que yo era la única persona que sentía determinadas cosas. Pero no es así. O es un sentimiento universal o Vilas coincide conmigo en cierta ambivalente sensación que persiste tras la muerte de ese hombre al que miras desde abajo y con el que sigues soñando a pesar d