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"Rebeca" de Daphne du Maurier

Daphne du Maurier (1907-1989) publicó este libro en 1938 y dos años después Alfred Hitchcock dirigiría su película de igual nombre con Laurence Olivier y Joan Fontaine como protagonistas. Este es uno de esos casos infrecuentes en que la adaptación cinematográfica no desmerece del libro y el libro no defrauda después de ver la película. Ambos, libro y película, obras maestras.  La historia es conocida: una joven muchacha de la que no se dice el nombre en toda la novela, está en Montecarlo como señorita de compañía de una impertinente y acaudalada señora, Edith Van Hopper, una snob, que está encantada de relacionarse con gente importante. En el mismo hotel se encuentra Maximilian De Winter, señor de Manderley, de una acrisolada familia inglesa, que intenta recuperarse de la pérdida de su esposa, la bella Rebeca, que se ahogó en las aguas cercanas a Manderley hacía un año.  Es ese carácter tan entrometido y curioso de la señora Van Hopper el que, ella misma lo reconoce en

"Una educación" de Tara Westover

Esta es la historia de Tara Westover que nació en las montañas de Idaho y nunca fue a la escuela infantil, ni a la primaria ni al instituto. Su primer encuentro con las aulas tuvo lugar en la universidad. Es, también, la historia del aislamiento de una familia con ideas propias, dirigida por un padre que se creía en posesión de la verdad y que construyó un castillo en el que nada era transparente. Pero, sobre todo, es la constatación de que uno puede cambiar su destino y que la educación es un elemento de importancia extraordinaria para lograr ese cambio.  Puede que la ira que Tara Westover almacenó durante sus años de universidad, dándose cuenta de que la vida que había llevado hasta entonces era castradora, y que la actuación de sus padres con ella y sus hermanos era la causa de esa castración, puede que esa ira lograra almacenar sus recuerdos intactos para devolverlos en forma de escritura. Como ella dice en alguna entrevista, escribir es la manera de cerrar el círculo y aban

La trampa del cariño

Adéle tiene una voz aguerrida y lanza notas al aire con la facilidad de un paso de baile. Va subiendo de intensidad la música y entonces, cómo no, se descosen las costuras del alma y tienes que volver a la vida. Has guardado en el último cajón del pensamiento todo lo que le atañe, pero la música es la llave que abre los recuerdos. Y la fatídica trampa del cariño, que convierte en una nítida sensación de pegajosa ausencia tantas horas en las que has procurado no pensar. Paseas por los jardines imaginarios en los que el olor de las plantas te consuela, recorres con los pies desnudos esas playas que nunca pisarán sus pies, pero, a pesar de todo, tienes que intentar recomponer el gesto, porque ninguna mujer debería echar de menos lo que es un motivo de duda, de desconcierto, de pesadumbre. Nadie tendría que vagar en los sueños inexistentes, ni despertarse con pesadillas de lo que no ocurrió porque no había motivos. La voz de Adéle se curva, sube un recodo y te planta arrib

"El misterio de la casa roja" de A. A. Milne

Resulta muy tierna la historia de este hombre, Alan Alexander Milne (Londres, 1882-Sussex, 1956). Podíamos decir que su amor por la familia le jugó malas pasadas. Y su literatura siguió caminos irregulares, quizá intentando formatos que no eran los suyos y dejando de lado lo que mejor se le daba. Es un personaje extraño, del que hay pocos datos en castellano y que merecería, quizá, una investigación más a fondo. Uno de esos autores que pasan a la historia de la literatura por algo que ellos mismos no imaginaban que trascendiera.  A. A. Milne (como firmaba su obra) tuvo un único hijo, Christopher Robin y quiso dedicarle una serie de cuentos y poemas en las que el niño era un personaje más. En esos cuentos estaba acompañado por sus propios juguetes, sus peluches. Así nació la serie de "Winnie the Pooh" , que alcanzó una enorme fama y que recibe todavía culto en Inglaterra. El oso, el niño, sus amiguitos, eran, en apariencia, una forma de expresar amor de padre, pero pa

Una Jane Austen de quince años: Amor y amistad

!Qué libro tan precioso! Esta es la primera frase que quiero escribir, la primera sensación que he sentido. Precioso en su contenido, unos textos increíbles que no parecen escritos por una muchacha tan joven, de catorce a dieciséis años, y que revelan el talento a manos llenas, el talento en estado puro, el aviso cierto de que Jane Austen es una escritora inmensa.  Recojo de la solapa del libro, que ha editado con amor la editorial Alba , tan cuidadosa siempre en su selección y en la edición de sus libros, una definición de la literatura de Austen que no puede ser más pertinente y cierta: "Satírica, antirromántica, profunda y tan primorosa como mordaz" Estoy tan de acuerdo que quisiera que leyeran este libro todos aquellos desinformados que incluyen a Jane Austen en corsés que no se ajustan a lo que fue, a lo que es, porque la literatura siempre existe en presente. Ni fue una escritora romántica, ni lo fue victoriana, ni era gótica, ni seguía la tradición de su época.

"La bailarina" de Ogai Mori

Pocos libros tan deliciosos como este. Tan pequeños y a la vez tan delicados. Tan sencillos y tan profundos. Y la edición de la editorial Impedimenta está a tono con el carácter íntimo y sensual del contenido. Ogai Mori (1862-1922), como muchos de los escritores orientales, es un desconocido para nosotros y resulta una pena. Porque la literatura japonesa es de una belleza deslumbrante y porque es difícil encontrar textos con una apacible sucesión de hechos que te conducen tan  suavemente  al placer y al dolor. Esa dualidad, siempre presente en el Oriente, es aquí tangible y puede apreciarse en cada línea.  Es casi una alegoría, un sueño no cumplido. El encuentro entre un joven estudiante japonés con una bailarina alemana, sin recursos económicos pero con una inusual belleza. El arte de la seducción en estado puro. Ogai Mori, cuya vida está llena de hechos poco comunes, terminó Medicina con solo diecinueve años y vivió en Europa, concretamente en Alemania, entre los años 1884 a

El hermano perdido de Jane Austen

Cuesta trabajo encontrarle la pista. Incluso algunas noticias sobre ella hablan de que fueron siete hermanos. Y, si citan ocho, hay siempre un nombre que falta. Te pones a contar y no lo encuentras. En la edición, por otra parte muy buena, que edita Cátedra. Letras Universales, con edición y traducción de Juani Guerra, se relacionan los miembros de la familia Austen-Leigh: "El hermano mayor, John (1765-1819) era muy estudioso". Y sigue: "A John le seguía Edward (1769-1852), persona muy constante y trabajadora". Continúa la explicación de este modo: "Luego venía Henry (1771-1850), el hermano favorito de Jane Austen: era ingenioso y muy vital" . Guerra añade unas páginas después: "Y llegamos a Cassandra Elizabeth (1773-1845), su única hermana y mejor amiga" Para concluir: "Por último, Frank (1774-1865) y Charles (1779-1852) acuden a la Royal Naval Academy de Portsmouth...y llegarán a ser almirantes".  Vamos a contar: uno, d

"Los Watson" de Jane Austen

Las novelas inacabadas producen una extraña sensación de desencanto. En esta, la última página cuenta, en un pasaje que añadió James Edward Austen-Leigh, sobrino de la escritora, lo que supuestamente le contó su tía Cassandra que ocurriría. Pero nada de eso es lo mismo. Y este James Edward es relativamente de fiar, porque en lo que ha escrito de su tía ha ocultado mucho, demasiado. Sobre todo, no es lo mismo relatar el argumento en tres renglones que gozar de la maravillosa prosa de Austen. Pero es lo que hay. Y es un bonito intento en el de la editorial presentar la obra, sobre todo acompañada con ilustraciones tan bellas que le da un aire de cuento de hadas al libro.  La historia, de apenas cien páginas incluidas las ilustraciones (no sabemos cómo hubiera quedado si Jane Austen pudiera haberla escrito entera) nos presenta a una serie de familias (suficiente para que un relato tuviera consistencia), que habitan en Surrey y que van a acudir a un baile, nada menos que al pr

Tormenta de verano

(Fotografía: Tamara Lichtenstein)  A "La, la, land" le faltó una escena de lluvia. Un momento mágico en el que Ryan Goslings y Emma Stone danzaran abrazados, empuñando cada uno de ellos un paraguas rojo. Me gustan los paraguas rojos y el rojo de los bolsos. Si quieres hacerme feliz, no lo dudes, regálame un Kelly de Hermés, de ese rojo intenso que te acompaña en los días más oscuros. "La, la, land" fue la banda sonora de mi invierno pasado. Veía las imágenes e imaginaba que en una esquina de ellas había un hueco para mí, un pequeño lugar escondido, un papel sin importancia, una camarera en patines o una ascensorista con uniforme.  La tormenta de cada verano ha llegado envuelta en la música de la conversación. El final del verano siempre se escribe con unas gotas de agua, unas pocas lágrimas y unas risas compartidas. Hemos vertido junto al café el tarro de los secretos y ahora nos sentimos más ligeras. El día tormentoso es una anticipación del otoño y hac

Novedades literarias para el otoño de 2018

De igual manera que imaginas bonitos planes de viajes que muchas veces no se cumplen, o te haces propósitos de enmienda en todo aquello que sueles hacer mal. De igual forma que la moda se te aparece en las páginas webs o en los escaparates. Así como el verano se escapa y haces balance y, aunque haya sido difícil o aburrido, echarás de menos algo que aprendiste… Las editoriales lanzan sus novedades para otoño y tú te fijas en aquellas que, de antemano, te dan la impresión de que van a gustarte, en esa intuición especial que cultivas desde hace tiempo en torno a los libros.  De la nueva cosecha me quedo con dos libros que hablan de escritura: “¿Por qué escribir?” de Philip Roth (Random House) y “El reino del lenguaje” de Tom Wolfe (Anagrama), ambos recién desaparecidos. Diferentes pero unidos por poseer un estilo, eso que buscamos todos los que nos dedicamos a escribir.  Luego, otro libro de cuentos de Lucia Berlin. Después del éxito de “Manual para mujeres de l

Una carretera azul

Raoul Dufy podía haber nacido en Cádiz. Sus azules hubieran sido tan turgentes y vivos como pueden apreciarse en sus cuadros. La obra de Dufy es para mí el santo y seña del mar, la auténtica viveza del tiempo de los encuentros, las olas en su navegar hacia la orilla. El océano rodeado de la pequeña y multicolor marea de gente que apenas entiende algo más que ese bienestar irrepetible de su brisa. Mi mar, mi océano, está en los cuadros de Dufy.  El marido de Edna O´Brien aborrecía que ella escribiera. Y tuvieron sus más y sus menos. Diferencias irreconciliables lo llamaría un abogado de divorcios. Yo lo llamo incapacidad para amar y para ser generoso con uno mismo. Envidiar el talento del otro es pecado. Envidiar el talento de alguien a quien deberías querer es mediocridad. Y ser mediocre es peor que ser un pecador.  Cuando Ernest descubrió el borrador en el que ella describía una carretera azul en un paisaje que su cabeza había recreado a partir de las ondas azules del ma

Un paseo con Edith Wharton

Edith Newbold Jones (de los Newbold Jones de toda la vida), o, lo que es lo mismo, Edith Wharton (Nueva York, 1862- Saint-Brie-sous-Fôret, 1937), reaparece cada vez que vuelvo a buscar en la estantería de los libros amados. Allí está “La edad de la inocencia” . Están “La solterona”, “Santuario”, La renuncia, Estío , Las hermanas Bunner  y algunos más, incluidas sus memorias. Está también una rareza, “La soñada aventura” , en una publicación de la editorial Juventud de 1925, aunque el ejemplar que manejo, de la Colección Universal, es de 1994.  Sin Edith Wharton no hubiéramos podido conocer las interioridades de las familias ricas del Nueva York de  finales del XIX y  principios del siglo XX. Ella, que era considerada en su círculo una excéntrica por dedicarse a escribir, tuvo la suerte de tener abiertas las puertas de los salones y, a través de una observación minuciosa y una descripción detallada, mostrarnos una sociedad que, aunque estaba decayendo a ojos vista, todavía que

Un mar que no conozco

(Emil Nolde) Desde el fondo del agua tu palabra me mira. Asoma la cabeza y yo la reconozco. Sé cuánto tuvo de belleza su eco. Sé cuánto me ha costado olvidar su sonido. Levanto la esperanza por si tuviera tiempo, todavía, quién lo sabe, para encontrar la causa, el tiempo que he perdido, las lágrimas que arrojé a ese vacío de escombros sin medida. Acuno el aire azul de la piscina, remuevo el fondo con las manos frías, me escondo el temblor de tu recuerdo, no siento nada que no tenga la humedad de las lágrimas. Estás y no te fuiste, pienso a veces. Cómo marcharte si nos quedamos solos. La casa se revuelve, las flores se convierten en lisas espinas que trocean nuestra piel y la marchitan. Somos la piel marchita de la casa que fuiste. Abro los ojos y te comprendo todo. Cierro los ojos y te miro al instante. Esa media sonrisa que decía tantas cosas. En ese tierno abrazo que me cubría la soledad entera. He cambiado tu vida transparente por una oscuridad de mentiras y juegos. Quién no

Amores que no matan (II)

Era la isla de todos los azules. Existen carreteras azules, azules trenes, lagos azules y un azul cielo en todos los amaneceres. Cuando el banco fondeó en la bahía vi levantarse a lo lejos los contrafuertes de la catedral, de piedra sólida, con un destello azul imperceptible. Azules son sus ojos, pensé en aquel castillo donde los figurantes vestían de túnicas moradas y llevaba sables de juguete o de atrezzo. Azules son sus ojos y yo los atisbaba en la noche de bengalas que cruzaban el tiempo de un abrazo. Era mi compañero, un amigo del alma, ma cherie, me llamaba y las voces se unían. En las tardes de sol y en las mañanas frescas nuestros pasos mezclaban en un mismo horizonte todo lo que pensábamos, todo lo que sentíamos. Ese mar tan azul, con esas vistas, el aire que azotaba la falda y se movía, los ojos en los ojos, tan azules los suyos, y yo prendida siempre pero sin entenderme.  Me quisiste hasta el fondo y yo no te creí. No supe interpretar la avidez de tus manos, la crista

Amores que no matan (I)

Míralo. Es el chico más guapo de la reunión. De la boda. Y eso que la gente va tan compuesta, tan de fiesta, que resulta difícil destacar. Pero él ha destacado siempre. Por eso nunca me ha hecho ningún caso. Cuando yo era una niña de ocho o nueve años ya moceaba y todas las tías y las primas comentaban esa belleza única. Los ojos verdosos con un fondo de color miel, que los hacían más dulces e inexpertos. Las manos, grandes pero con la tibieza de quien sabe acariciar sin esperas. El cuerpo, ágil, gentil, alto, dispuesto. Un pelo echado hacia atrás pero no lacio, sino con ese suave ondulado que en esta tierra se agradece tanto. Y la risa, oh la risa. Una manera de fruncir los labios como si fuera a darte un beso. Es el chico más guapo de la reunión. Lo dicen todas. Y hoy viene especialmente atractivo. Con un traje que le sienta tan bien. Y esa camisa blanca que hace brillar sus ojos, y los gemelos, impolutos, y el pantalón que le queda perfecto como casi todo. Es tan hermoso que pa

Valdecaballeros

Valdecaballeros es uno de los diecisiete municipios de la Siberia extremeña, una especie de desierto aliviado con el agua de pantanos y embalses. Un territorio desconocido, en el que viven muy pocas personas y en el que la vida está detenida en muchos aspectos. Leo en la prensa algunas noticias que hablan de él y me viene a la memoria una historia de juventud, casi de adolescencia. Un novio, alguien que tenía todas las cualidades que una muchacha romántica busca en su futura pareja. Atractivo físico, inteligencia, ojos verdes cautivadores, una voz hecha para la radio, unas manos preciosas, estilo a la hora de relacionarse con la gente, bondad, hábito de trabajar mucho y bien, aficiones. La arqueología era una de sus pasiones. También su pueblo, al que adoraba y al que volvía en vacaciones. Cuando yo lo conocí, aún no tenía veinte años y él andaba cerca de los treinta. Tenía una novia en su pueblo de la que recuerdo su nombre aunque no lo escribiré y eso me hacía sufrir horrores. Si