( Charles Conder. Pintura) Recuerdas el color de las olas. Se complacían en encontrarse unas y otras sin miedo, con total osadía. Tu padre arribaba a la playa muy temprano y dejaba allí esa preciada carga de las hijas, dos a lo más, casi siempre una, que contemplaban extasiadas el amanecer del mar. Ese mar tenía aire salado. Sin construcciones, sin casas ni bebidas, sin sombrillas, sin casetas de lonas rayadas, ni chiringuitos, ni escaleras, el mar solo, tan solo como esa figura que se sentaba a verlo cada día. La arena se doraba con el paso del tiempo. Las horas transcurrían limpias de ideas y de mentiras. Todas ellas se escribían con alguna ilusión que nunca llegaría a convertirse en algo. Era la nada sentida y vivida así, frente al mar, azul eléctrico en ocasiones, las más en verde cristalino, grises dorados al caer el mediodía, estallante de luz y de calor incierto. Era el mar y ya tú presentías que un día ibas a echarlo de menos tanto como a su figura, de beige y bl
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