Cuando era niña me fascinaba el paso del tiempo. Quizá por eso me gustaban tanto los relojes y los calendarios. Construía mis propios calendarios con los días de la semana y los días del mes, a base de colores, de recuadros, de fechas y avisos. Además, atribuía a cada uno de los días de la semana un color diferente. Creo que no he contado esto a nadie antes de ahora. O sí, lo expliqué una vez a mi "mejor amigo" de turno, que estudiaba Económicas en Madrid y que me hacía el mismo caso que a una sombrilla de playa en tarde de invierno. El lunes era violeta, un color misterioso, una puerta a lo desconocido. Nadie sabía lo que cada semana traería consigo, era una incógnita como esas que aparecían en las matemáticas, la asignatura que más odiaba porque no conseguía entender ese baile de signos y de números. Para solventar el problema ingenié un sistema muy sencillo cuando estaba en el colegio. El trueque. Yo hacía las redacciones a mi compañera Mamen C. y ella me resol
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