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"El ardor de la sangre " de Irène Némirovsky

Irène Némirovsky es una vieja amiga. Tanto como puede serlo alguna amiga de la vida cotidiana, si es que existiera. No puede oír mis confidencias, pero sí contarme las suyas y en ellas descubro, como en un hilo mágico, las secuencias de mi vida, los anhelos, las emociones, los sentimientos todos.  Leerla se convierte en un ejercicio de compañía y en un consuelo para la soledad. Pero sobre todo, lo que escribe es literatura, no mero desahogo, no compasión ni esmero por ayudar a los demás. Los libros de Irène no son de autoayuda, son novelas. Flamantes historias que no han envejecido, porque no puede envejecer aquello que llega directamente al corazón.  La imagino escribiéndolas. La imagino pensándolas. La imagino llenando el papel de trazos irregulares con todo ese torrente de personajes, de diálogos y de espacios dibujados en el recuadro de un escrito.  En "El ardor de la sangre" uno de los protagonistas es el ambiente. Ese ambiente provinciano, en cierto mo

Jane Austen (1775-1817) Una escritora.

Jane Austen nació en el pueblo de Hampshire, concretamente en la rectoría de la aldea de Steventon, el 16 de diciembre de 1775. Su madre (de soltera, Cassandra Leigh) tenía treinta y seis años y su padre era el párroco y tenía cuarenta y cuatro años. Jane fue la séptima hija y la segunda niña. James, George, Edward, Henry, Cassandra, Francis y Jane fueron los siete hijos de los señores Austen, de Steventon.  La señora Austen tenía un método de crianza que consistía en dar el pecho a sus hijos durante los primeros meses y entregarlos luego a una mujer de la aldea para que los cuidara durante un año o un año y medio, hasta que fueran lo suficientemente mayores para poder manejarlos con facilidad. A Jane la bautizó su propio padre de inmediato y luego fue entregada a alguien de la aldea.  La dificultad de indagar en la vida privada de Jane Austen está relacionado con que jamás hizo anotaciones biográficas en ninguno de sus libros. No sabemos si escribió algún diario, pero sí e

De Sorolla a Hopper, pasando por Zuloaga

Cruzas una ciudad herida de semáforos, un paraíso de chanclas y bermudas. Gente que no se reconoce, extranjeros vestidos de colores extraños. Estás fuera de todos y lo sabes. Solo contigo misma. Te adentras en el fondo, en el centro del aire y allí, sencillamente, en una plaza oculta, hallas el edificio que buscas y en él subes las altas escaleras, rechazas ascensores y buceas en los cuadros. Nombres que te recuerdan tus años de estudiante, tus años de extranjero, tus años de visitas a galerías, museos y otros varios lugares donde el arte se guarda siempre en dosis muy pequeñas.  Las palabras se habían escapado de tus manos, como esas palomas que frecuentan el pequeño local en que, de noche, vacías conversaciones entre voces amigas. Pero he aquí que la visión de estos cuadros las retorna a tus ojos y tu mente y estás ya deseando sentarte a teclear con la convicción de quien tiene un motivo para hacerlo. Mar, bañistas, vestidos, muchos barcos, playas, el tiempo en que la gente

Ese revoloteo llamado Amor

Podría ser una feria cualquiera, de esas que salpicaban las ciudades y pueblos de Andalucía allá por los cincuenta y sesenta. La instantánea, tan infrecuente entonces, los ha sorprendido a cada uno de ellos acuñando una expresión propia y distinta. No sabemos quiénes son, ni qué piensan o sienten, pero podemos atrevernos a adivinar algo por la fotografía. Una imagen, dicen, vale más que mil palabras. Usemos las palabras, entonces, para ayudar a entender la imagen.  La chica se parece a Joan Fontaine. Tiene los ojos muy grandes y la piel blanca. El prototipo de moda de la época, en la que estar bronceada era sinónimo de trabajar al aire libre, lo que restaba distinción a cualquier mujer. Mira al fotógrafo con una media sonrisa inteligente, insinúa la sonrisa, no se ríe abiertamente. Es una mujer prudente, parece decirnos ese gesto. Y lo corrobora la postura de las manos, amablemente recogidas, de forma que no las percibimos porque están detrás de la mesa. El vestido, a la moda,

De día

La música suena en esta mañana que anuncia una calidez que ahora no queremos. Se despereza el día. Esta canción, esta voz, estos sonidos, me acompañan desde hace unos meses y me hacen llorar casi siempre. Pero las lágrimas no son lo peor. Lo peor es el silencio. Ese silencio que te impide escribir lo que sientes, que te impide hablar lo que deseas. Eso es lo que más cuesta.  Junto a la música hay una pila de libros, de esos que ordenas de vez en cuando y que no quieres que se separen de ti. En ellos, tanta poesía como es posible. Llega un momento en que es la poesía la única voz que quieres oír. Un momento en que todo es poesía, todo se escribe en versos, o con ritmo. Recitaba poesía en los años en que mi casa era un jardín, antes de que desapareciera todo atisbo de flores. Recitaba poesía en el colegio y levantaba las manos al aire, como si quiera apresar ese tiempo, el tiempo de las rosas, cuando todavía no habían perdido su olor. Qué tendrá la poesía que me devue

"Don Quijote de la Mancha" de Miguel de Cervantes. Puesto en castellano actual por Andrés Trapiello

Parece que ha amainado un poco la tormenta. La discusión entre expertos, profesores de Literatura, lectores y escritores sobre si es conveniente o no "traducir" al castellano actual la obra cervantina debe haber entrado en modo veraniego, porque se ha calmado. Antes de que el libro estuviera en los estantes de nuestras librerías, todo era discutir y el fragor de la disputa llegó a los medios, a las redes e, incluso a la calle, aunque menos. La noticia ha tenido que competir, desde luego, con el estado prisionero de la Pantoja, la supervivencia de Isa (antes Chabelita), el nuevo amor de Fran (ex de Belén) o las desavenencias mohedanescas.  Tamaños problemas han quedado al ralentí cuando surgió, portada holesca de por medio, el affaire o amor apasionado, cada uno que le ponga el adjetivo que quiera, entre Vargas y Preysler, qué gran cosa. Así que de nuestro Don Quijote apenas se acuerda nadie. Oí y leí muchas opiniones antes de que saliera a la luz, pero, después de qu

La espuma de los días

La espuma de los días es el título de esta entrada y también el título de un libro de Boris Vian que leí hace años. Alguien me lo recomendó. Recuerdo bien quien era. Un chico extraño, inteligente y paranoico, que se movía mal en sociedad y que tenía algunas manías dudosas. Miedo, sobre todo, a perder su rebeldía o a alejarse de sus principios. Un chico raro que leía cosas raras y que me parecía atractivo entonces, con esa clase de misterio que adorna las mentes privilegiadas pero atormentadas. Leí el libro y me produjo una rara sensación. Un nenúfar que crece en una chica. Cosas de autores como estos, tan alejados de mis "chicas" inglesas. Volví a leer mis cosas y ahora ya no reniego de lo que me gusta, sino que me afirmo en mis intenciones y vuelvo los ojos a lo que soy, me acepto, me respeto y me cansa la tontería de fingir. Se lee lo que se lee y no pasa nada por no leer lo último de, o lo primero de tal.  La espuma de los días a la que me refiero no es la que llena

El mar se ha teñido de azul

Sorolla pintó el mar. Richard Gere tenía vértigo. No había, en el lujoso hotel de Hollywood, ningún ático en el primer piso. Frente a mí, el mar. Un mar que no es el mío. Un mar azul, en lugar de verde. Un mar cerrado, en vez de oceánico. Alberti hablaba de "la mar". La mar de Cádiz, por supuesto.  La terraza del ático vuela sobre el edificio. En la línea del Paseo Marítimo están las palmeras. Enhiestas, firmes, seguras. Las hojas se balancean con un viento variable que aquí es fresco pero que, en el oeste, es terriblemente caluroso. El este y el oeste de Andalucía van a la contra, son paraísos opuestos. Hemos contemplado un eclipse de luna, sentados en la arena, en la línea frágil que separa la tierra del agua. Las mareas, las olas, los vientos, son ahora nuestro lenguaje cierto, el modo en que nos comunicamos.  Fíjate en el horizonte. Es azul. El final de la tierra es azul. La espuma de las olas es azul. El azul es el color en el que escribo los sentimientos,

Fin de curso

Los últimos días de junio son especiales. En las escuelas, los colegios, los institutos, se repite un mismo rito, una suerte de ceremonia, con algunas variantes, pero con la misma esencia. Despedir el curso. A veces, con el curso, se despide a las personas, a aquellos que se jubilan o se marchan del centro. En esta profesión es tan corriente despedirse...Los profesores son itinerantes, se mueven de un lugar a otro, derramando los afectos como si fueran un tarro de perfume que se abre y no se controla. En ocasiones, los niños se marchan. Cambian de escenario, de etapa, se van a la universidad, se lanzan a realizar otros estudios, a la vida del trabajo, quién sabe. Cambios, marchas, despedidas, los ritos del final de curso.  Todo ello genera un ritmo especial. Es una clase de melodía acompasada que tiene muchos momentos. Los directores de orquesta varían pero los protagonistas son los mismos. Niños, profesores, padres. En las casas, la vivencia del fin del período escolar anteced

"No te lo vas a creer" de Sophie Kinsella

Te pongo en situación. Uno de esos días jodidos, jodidos, en los que todo parece salir mal. En los que todo sale mal. Te duele la espalda. Los zapatos te molestan justo en el dedo pequeño del pie izquierdo. Tienes que hacer varias compras y vas mal de tiempo. A la hora de salir del trabajo te surge un imprevisto que te retrasa aún más. Una de tus mejores amigas se ha cogido un cabreo del quince no sabes por qué y tampoco te lo dirá fácilmente. Hace mal tiempo. El verano anticipado de que disfrutabas se ha esfumado y, en su lugar, hay una especie de neblina absurda que te obliga a llevar otra vez cazadora vaquera...y con sandalias. El chico que te gusta (el hombre que te encanta) no te hace ni caso. Está en uno de esos impasses en los que ni frío ni calor. Ya no sabes si odiarlo para siempre o ponerle velas a San Antonio. ¿Más?  En uno de esos momentos pasas por delante de una librería y tienes una inspiración. Oh, sí, hoy leeré un libro. Me dejaré de vagabundear por las redes

Magnífico mamarracho

Puedes escribir un post desde la fascinación o desde la crítica furibunda. Este último es el caso de ahora. Recién vista, aunque con notable esfuerzo, la versión Keireana de "Orgullo y Prejuicio" me reafirmo en mi primera idea: es un auténtico mamarracho. Me da igual quién sea el director, quién ha hecho el cásting y, vive Dios, a quién se le ocurrió la idea de convertir el libro en una telenovela mexicana. He leído por ahí que no quisieron seguir la senda de la versión de 1995 de la BBC. Pero, almas de cántaro, si es una versión extraordinaria, cómo se os ocurre. No obstante, tampoco era necesario el copieteo de la BBC sino haberse leído el libro. Porque creo que esto es lo que ha fallado. En mi arrebato, he coleccionado los errores que observo en la versión y que os cuento, con saña, desde luego, sin perdones: 1. La lectura: Hacer aparecer a Lizzy Bennet como una lectora empedernida. 2. La casa: La casa de los Bennet es, directamente, una leonera. No eran campe

El aire de Velázquez

Parece ser que, un día como hoy, nació Diego Velázquez en la ciudad de Sevilla y en el año de gracia de 1599. Si Shakespeare es, para mí, el máximo valor de la literatura, no tengo duda alguna en que Velázquez lo es de la pintura. Y ello porque su obra nos enseña un camino que transitó con maestría y que abrió paso y anticipó lo que doscientos cincuenta años después ocurriría, esto es el arte moderno.  La intuición velazqueña se une a su formación, en la que el maestro Pacheco tuvo arte y parte, así como  a  sus condiciones, a lo que llamamos talento y, desde luego, a su trabajo. No fue un pintor al uso, que repitiera temas o que se anclara en lo conocido. Antes al contrario, indagó y buscó soluciones a los problemas que él mismo creara. Y esto, en un funcionario de la Corte, no tiene un significado fútil. La personalidad de Velázquez ha sido tratada siempre en función de su obra como suele ocurrir en España con sus hijos más preclaros, pero poca luz se arroja acerca de su per

"Invitación al baile" de Rosamond Lehmann

La primera vez que acudí a un baile en serio, con vestido nuevo y chico acompañante, fue al terminar el instituto. La fiesta se organizó con todo lujo de detalles y recuerdo todavía, con inevitable nostalgia, la excitación que me produjo la elección del vestido, el peinado, los adornos y los zapatos. Quizá mucho más que la elección del chico, que no era sino el enamorado de turno. Un amor efímero como deben serlo todos los de la adolescencia y aun la juventud.  En la Inglaterra de los años 30, entre una guerra y otra, el primer baile, la puesta de largo, era un rito de enorme fastuosidad en las familias que podían acceder a esa ceremonia iniciática. Familias acomodadas de la pequeña nobleza rural, burgueses, por supuesto la aristocracia. Fuera cual fuera la clase social, el baile despertaba la ilusión, el deseo y las expectativas en todas y cada una de las chicas. Recuerdo mi propio vestido en ese baile del instituto. Era de gasa color lavanda y tenía unos tirantes mínimos,

Catorce versos

En la novela de Jane Austen "Sentido y Sensibilidad", llevada al cine delicadamente por Ang Lee, Marianne recita un soneto de William Shakespeare. Los sonetos de Shakespeare están envueltos en misterio, en duda. Los expertos no se ponen de acuerdo en muchos de ellos, en su autoría, en su motivo, en su fondo, en su historia. La vida de Will S. es tan novelesca como las novelas que escribía, en  esos mismos años, Miguel de Cervantes, el otro dardo en la diana de la literatura. En "Sentido y Sensibilidad" Marianne representa el desapego de las fórmulas sociales y la búsqueda del amor verdadero, un amor sin disimulos, sin dobles sentidos, un amor entregado y generoso. La vida no será propicia para ella y la mendacidad, las convenciones sociales y el engaño, harán que sufra cruelmente. En contraposición, el otro personaje femenino principal, su hermana Elinor, modelo de sensatez y de cordura, tendrá mayor fortuna, desde luego, porque Edward Ferrars, el hombre del q

El hombre equivocado

Nos ha ocurrido a todas alguna vez. El hombre equivocado. Te enamoras del hombre equivocado. Lo haces en un tiempo equivocado. Te expresas de la forma equivocada. Tú misma vives sentimientos equivocados. Pero son tuyos. Los tienes dentro. No puedes evitarlo. No puedes evitar evocar su rostro, pensar en sus manos, añorar sus besos, incluso los que nunca han existido, incluso los que no van a existir jamás.  Esta podría ser la sinopsis más simple de este libro y de esta película. "Suite Francesa", escrita por Iréne Nèmirovsky, apareció incompleta y una de sus hijas la cosió con cuidado y la hizo publicar. Estaba guardada en una maleta gastada y vieja en la que existían otros manuscritos de su madre y ediciones antiguas de quien fue, antes de ser deportada a un campo de concentración por su condición de judía, una eminente escritora, de amplia formación y mirada profunda sobre la vida y las cosas.  Después de ese libro, brotaron otros, como ramas en un árbol antes s

Mis artículos de Cine: Una mirada personal

Acabo de recopilar, en la columna lateral de este blog, los artículos de cine que he escrito, hasta ahora, para la revista digital The Cult. El primero que escribí fue "Su juego favorito" esa comedia deliciosa y efervescente, llena de coches amarillos en los que nadie podría caber, pescadores que no saben pescar y amores, cómo no. Desde entonces, en 27 ocasiones, me he asomado a una película, he metido la nariz en aquello que me llamaba la atención y he escrito una especie de reseña que no es tal, sino una mirada propia, la forma en la que yo vivo y siento la película en cuestión. Cada una de estas películas tiene un significado para mí. No son compromisos ni elecciones vacuas. Al contrario, expresan un momento, un deseo, una vivencia, un disfrute. Expresan todas algo. Desde las más superficiales a las grandes obras maestras. Mi acercamiento a ellas es totalmente personal, no tiene nada que ver con lo que hacen los críticos de cine que se fijan en aspectos más profesiona

Bullying

Así como Leon Werth reconocería de inmediato, en el inocente dibujo de su amigo, a una boa tragándose a un elefante, así la persona mayor que hoy es aquella niña, descubrió en la mirada del niño la misma sensación de desesperanza. Advirtió que, como ella, el niño no tenía donde volver los ojos. Reconoció su gesto, el movimiento de las manos y ese aire asustado de un pajarillo que vuela sin saber hasta dónde su vuelo.  Bullying. La niña nunca supo que existía esta palabra. Era una niña como otra cualquiera. Era graciosa, inteligente, estudiosa. Le gustaba leer. Le gustaba escribir. Le gustaba el teatro, los versos de Shakespeare y recitaba en voz alta sus obras. Paseaba por la calle y andaba a saltos, satisfecha, con las piernas muy largas y la melena al viento. Creía que era feliz. Lo era exactamente. En el colegio. En la calle.  En uno de sus años de instituto tuvo la mala suerte de encontrar la maldad, que existe, en alguien de su edad a quien la envidia corroía por dentro

El arte de lo cotidiano

Desde hace algún tiempo tengo en “ellas” mis principales referencias. Mujeres que escriben , podría titularse, por eso, esta entrada. Literatura escrita por mujeres pero no “literatura de mujeres” aunque hay quien se empeñe en calificarla así y aún de convertirla en algo secundario.  Coincidencia o convicción, encuentro en algunas autoras mi espacio literario más sentido, el sitio en el que puedo volcar mis ideas, mis pensamientos y mis emociones, sin temor a que resulten vanas, absurdas, inútiles. Creo que ellas han entendido la dialéctica que entablo cada día con mi propio corazón, ese juego dulce y fructífero en ocasiones y, otras veces, duro y casi inhumano. Sentirse, ser, estar con una misma. Las emociones, ese terreno árido que no conocemos, que nos pueden llevar al precipicio o a la gloria. La vida cotidiana, en contrapunto. Como si fueran dos paraísos distintos y distantes, imposibles de unirse en algún momento.  Yo sé que no es así. Sé que la vida transcurre co

Pero mi corazón no estaba allí

El enorme catálogo se despliega ante mí en esta tarde de primavera sevillana, fresca y con aire de poniente. El poniente es el viento que, tras entrar por la bahía de Cádiz, sube el Guadalquivir y refresca los cuerpos, rescatándolos apenas de esa calima sorda y exasperante. El catálogo, lleno de luces, de color y de fuego, muestra allí la pintura, casi toda, de Raoul Dufy, el artista a quien llamamos “fauve” y al que podíamos calificar de tantas cosas. La sala es azul. Abiertamente azul. El azul es el leit-motiv, el valor seguro, la melodía que recorre las paredes y revierte en los ojos y se abre como un caleidoscopio que entreviera todos sus matices. Es el azul el tono, la música, la idea, la fórmula, la magia, el sueño, la pregunta y la respuesta.  Allí, en una esquina, un grupo de personas, sin rostro ni identidad alguna, se mueve en un paso de baile pronunciado, al lado de la mar, el mar, azul de nuevo. Al fondo, los barcos balancean su casco al son de la marea. Las ol

Este rumor que siento...¿son tus labios?...

Para ti, que no sabes... Honda pasión o grito ronco, qué importa. En vano lo pregunto cada tarde. En desigual batalla se plantea la lucha entre el tiempo que perdimos y el porvenir que acecha sin que sepamos cómo. En qué forma o motivo llegará hasta nosotros la huella de los días....En qué cuerpo hallaremos el consuelo que alivie un cansancio de siglos... Será posible, si los dioses son benevolentes, encontrar una música que nos guíe y que abra nuestros oídos a la vida.... Abres el libro y lo comprendes todo. Abres tu corazón al mismo tiempo. Sientes que el miedo tiene su cauce exacto. Sientes que desvaneces la amargura. Sientes que ese paisaje que perdiste ya es tuyo, que está tan recobrado como el dolor de ahora. Es nostalgia, no sabes, o es querencia, o es fuego o es ardor que no consume el ascua milagrosa de los ojos, la mirada encendida de los labios.  Abres el libro y el poeta se desnuda. Se muestra entre las líneas como si pretendiera elevarte a un espac

Escribir es cosa de dos

El hombre llevaba un traje gris que le sentaba como un guante. Bajo la chaqueta asomaban protocolariamente los puños de la camisa blanca y el cuello bien ajustado, rodeado por una estrecha corbata negra. Era alto y muy delgado. Algunas hebras grises saltaban su pelo, de forma intermitente, pero su bigote aparecía lustroso, mostrando un sello de vitalidad desusada en aquel marco. Dashiell Hammett había llegado pronto. No sabía cómo, las horas, en ocasiones largas, se le habían pasado tan deprisa la noche antes. En el garito azul al que llegó pasadas las dos de la madrugada, halló a una rubia esplendorosa con los dientes salidos al estilo conejo, pero con un trasero apetecible.  No recordaba ya de quien partió la iniciativa pero la noche resultó provechosa. Bebidas, humo y mujeres, su ecuación más perfecta. Alguien, su agente quizá, lo metió en la cama a punto de evitar el colapso. Y, después de dormir muy pocas horas, se despertó de bastante mal humor. Allí estaba, por fin, en es