Tuvimos una única madrugada. Un único almuerzo. Solo un aperitivo. Solamente una vez visitamos juntos una librería. Solamente una vez compramos libros. Una vez compartimos un taxi. Un único momento paseamos bajo la luz del sol. En una noche húmeda, estuvimos andando breves momentos. Y, sin embargo, tenemos todas las despedidas. Nos despedimos continuamente. Cada palabra es una despedida. Adiós, hasta luego, adiós, me voy, tengo que irme, adiós, te dejo, adiós, tengo cosas que hacer, adiós, me llaman, adiós, suena el teléfono, adiós, hoy tengo prisa, adiós, hay que salir, adiós, el perro me reclama, adiós, está lloviendo, adiós, tengo mucho trabajo, adiós...Todas las despedidas han sido nuestras. Y nunca comprendemos por qué llegan, qué razón las impulsa, qué motivo. Vienen sin más. En suma, somos una legión de ellas. A cada instante, estamos despidiéndonos. No te lo he dicho nunca. Tú no lo sabes. En realidad, no existe. Es algo que se intuye, pero que se rechaza, como si
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