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La boda

Estaban las hermanas Úrsula y Gudrun subiendo una empinada cuesta. Úrsula es pelirroja y tiene unos ojos del color de la oliva. Gudrun es casi rubia, sobre todo cuando los rayos del sol caen directamente sobre su pelo.   Es una tarde de verano, dorada y cálida, llena de olores y sabores, una tarde de cambios y de expectativas. El tiempo del trabajo había terminado. Úrsula había cerrado la pequeña escuela, despedido al último de sus alumnos y guardado sus libros en un espacioso bolso de bandolera, un viejo bolso que la acompaña casi siempre y que ha dejado en casa, junto a la puerta de entrada.   Por su parte, Gudrun ha enrollado un pergamino que estaba decorando, inclinada junto a la ventana, atrapando la luz que parece escaparse, y ha dejado los lápices de colores en una bonita caja de latón dorado. Desde ese momento, libres del trabajo, todas las horas pasarán al mismo ritmo, despacioso, lento, interminable, a veces; rápido como un torbellino, en otras ocasiones.      

Memoria del paisaje

Fíjate en esta imagen. Enmarcado por la piedra ostionera, tan propia y característica de esta zona, aparece al fondo la blanca silueta del Balneario de la Palma. En mis años de estudiante de Magisterio en Cádiz el Balneario de la Palma era el centro de nuestras celebraciones. Desayunos en Santo Tomás de Aquino, noches de actuaciones en Carnaval, fiestas de final de curso...Al lado, la antigua Institución Rodríguez de Valcárcel que, cuando se convirtió en Colegio Universitario, contempló en sus aulas mis dos primeros años de la carrera de Geografía e Historia. Y, delante, pleno, imponente, el mar, el mar de Cádiz, la mar, sólo la mar, como escribió el poeta.

Confieso que me gusta la poesía

Confieso que me gusta la poesía, esa forma ligera que rodea a las palabras como si fueran atadas con un lazo. La poesía, la misma que me suena a disco de Serrat y reválida de cuarto. Confieso que mi primer poeta fue Miguel, Miguel Hernández, en libritos de hojas finas que llevaba forrados. Los libros que ocupaban aquella estantería, el librerito blanco, que luego se llenó con obras de John Grisham.  Confieso que me gusta la poesía y que me sé muchos poemas de memoria. Que antes los recitaba en voz muy alta, sin auditorio, sin luces, sin aplausos...Antes, cuando era chica y pensaba que el tiempo era infinito, que todo el tiempo estaba por delante, que las horas corrían tan despacio o andaban tan despacio, que nunca llegaban los catorce. Confieso que llenaba de amores las libretas, que las libretas se llenaban de palabras y que las palabras formaban un poema. Que el poema siempre llevaba un nombre y que existían porque tú no estabas.

Mirar por encima de las gafas

Lo confieso. Cuando era chica leí y releí muchas veces Las aventuras de Tom Sawyer, en una edición barata pero completa que compramos en mi casa. Me gustó muchísimo. Sus personajes, la historia, el sentido del humor...Probablemente sea el mejor libro que he leído de esos que llaman juveniles, aunque el término es bastante engañoso. En los días de mi infancia aparecen entrelazados los recuerdos de personas y personajes, como si también existieran y fueran de carne y hueso. Personajes de libros o de tebeos, maravillosas colecciones encuadernadas en rojo que llevaba mi padre o que mi madre encargaba en la librería Cervantes. Seguramente sin esos libros, sin el periódico diario, sin las películas, nuestra vida hubiera sido otra y nosotros mismos no seríamos los que somos. En Tom Sawyer estaba Tom, pero también la tía Polly, los primos Sid y Mary, la viuda y el río Mississipi, como un personaje más. La tía Polly era, a la vez, estricta y tierna, llena de manías curiosas como la de mira

Memoria

Hay coincidencias que merecen pensarse. Esta mañana tenía yo en las manos un libro de Pepín Bello, en el que habla de sus tiempos de residente. Al lado de ese libro está, en la estantería, otro de Eva Díaz Pérez, El club de la memoria. No sé por qué están juntos. Hace algunos meses que mis libros están ordenados o desordenados, según se mire, con un criterio de casualidad que hace imposible encontrarlos. Repartidos en tres casas ya he desistido de buscarlos y simplemente, como esta mañana, los hallo a veces sin intentar la búsqueda siquiera. Me ocurrió hace unos días con la maravillosa Ellen Glasgow y su La vida resguardada que estaba desaparecida y surgió de pronto, junto a un manual de Historia del Arte. Hoy es el día de San Sebastián. Así se llama mi madre en femenino, nombre horroroso a su juicio y que la hizo siempre sufrir mucho. Achacaba a su madre la atrocidad de haberla llamado así, tercamente, tras tener y perder, antes de eso, cinco varones con el mismo nombre. Eso fue

La princesa está triste

No sé por qué me he fijado estos días en la cara y el gesto de la princesa Masako. La heredera del imperio japonés aparece de vez en cuando en fotografías de prensa, en periódicos y en revistas ilustradas o en imágenes de la televisión. En todas tiene el mismo aspecto asustado, la cabeza inclinada, la mirada huidiza, la boca cansada, las manos acogidas en el regazo… Las princesas de este tiempo tienen todas un mismo aire de domesticación, de aceptación del destino, nada que ver con las de hace unos años: bellísimas actrices venidas a más; muchachas de sangre real que recorrían las playas de moda con playboys treintañeros; hijas o hermanas de reinas, de ojos color violeta, que se enamoraban de capitanes o fotógrafos… Ahora, hasta las princesas más contestatarias acaban sentando la cabeza y uniendo sus vidas a un Hannover cualquiera, de los que quedan sueltos en el Gotha.   Pero la pose de Masako no tiene nada que ver con esa asunción complacida de un destino superior, sino

Una casa en medio del viento

La casa de tu infancia era bonita, grande, soleada. Tenía dos balcones a la calle, lo que era todo un lujo, sol, aire, luz a raudales. Cuando tanta gente vivía en accesorias tú tenías una casa en el mejor sitio del pueblo, enfrente de un banco y de un colegio, junto a una farmacia y un horno de pan, del suave, esponjoso, especial pan que hacen allí. En la casa había un pozo, muchas escaleras, techos altos de madera y, sobre todo, unas azoteas enormes, que se comunicaban entre sí. Era una casa preciosa, con teléfono, visillos de encaje, bonitos muebles y maceteros con flores. Era una casa hecha para ser feliz. Pero, ahora lo recuerdo, en ella sobrevino el drama muy pronto. Tu padre murió cuando tú solamente tenías quince años, quince años nada más. Oh, cómo te entiendo ahora...esa pérdida, tu padre, del que siempre hablabas, ese sentimiento de que algo te faltaba, de que estabas incompleta. Tu padre, de quién tú y todas tus hermanas hablábais continuamente, comentando sus ideas, su val

Llovía como si llorara

Llovía como si llorara Sangre joven empapando el crepúsculo Han sonado sirenas Y una cinta roja nos ha cortado el paso.                 *  La sangre es roja, roja completamente Del rojo de la cinta y de las manos Cae el rojo sol poniente En medio de la sangre el sol es rojo.                 * La tarde se ha parado Se detiene la vida Sólo brota la sangre, indiferente Un mar de sangre en el aire vacío.                 * Han sonado disparos Un clamor de casquillos El eco sordo de unas manos que caen De una frente partida, de un cuerpo destrozado.                 * No se ve nada ahora, nada miran los ojos Nada se siente, nada se recuerda La nada se ha sentado y duerme en las aceras . (Poemas propios: Catalina León Benítez) 

La huella de unas manos

            Mi Rosebud, mi paraíso inalcanzable, existe. Es una salina, un espacio húmedo y cuajado de caminos de tierra y de agua salada, junto a la que se halla un fuerte casi destruido, recuerdo de la época de Napoleón que, en los lugares de mi infancia, dejó una huella muy profunda. Es el uno de enero de cualquier año y hace frío, aunque el sol está brillando en las primeras horas de la tarde. Allí estamos todos los hermanos con mi padre, porque ese es el único día del año en el que mi padre no trabajaba; el resto, todos los días, festivos, lluviosos, azotados por el calor, por la mañana, la tarde y la noche, mi padre trabajaba para que todos nosotros, sus nueve hijos, tuviéramos casa, comida, ropa, colegios y libros. En la salina el aire es muy denso y huele a verdín, a mar azulado y trepidante, a merienda recién preparada. Mi padre es delgado y de mediana estatura, con un fino bigote muy cuidado, lleva una camisa blanca de manga larga (él nunca quiso usar mangas cortas en tod

El flamenco en la escuela: pasado, presente y futuro. Cuarta Parte y Conclusiones.

Desde este punto de vista, la problemática inicial asociada a la Didáctica del flamenco, sigue estando vigente. Es preciso, por tanto:   *Establecer espacios legales para este conocimiento. Espacios de tiempo propios y delimitados, con continuidad a lo largo de la vida escolar del alumno *Formar al profesorado que lo va a impartir. El problema aquí radica en que el flamenco es música, pero NO SÓLO Música. Radica en que es un arte complejo, no una manifestación folklórica popular. *Sentar las bases científicas en los aspectos más relevantes: orígenes, conformación, características, influencias…Todas estas cuestiones aún son objeto de debate, ¿cómo podemos entonces enseñarlas a nuestros alumnos sin un mínimo de acuerdo? ¿quién decide qué enseñar con referencia a estos puntos de conflicto? *Elaborar y difundir materiales didácticos adecuados, en soportes diferentes y con sentido de interactividad con el alumno  P asada ya la etapa fundacional de la Didáctica

El flamenco en la escuela: pasado, presente y futuro. Tercera Parte.

La prueba de que había una auténtica inquietud en este campo por parte de muchos profesionales de la enseñanza, la tenemos en el hecho de que muchos de los profesores y maestros asistentes a los cursos, comenzaron a trabajar en el diseño y elaboración de materiales para aplicar en las aulas. Así se recoge en el libro “El flamenco y su didáctica”, publicado por el Centro de Profesorado de Castilleja de la Cuesta , entonces Centro de Profesores Cornisa del Aljarafe, en el año   1994. El libro, escrito por Manuel Herrera Rodas, José Cenizo, Agustín Gómez, Antonio Rincón, Ricardo Rodríguez y yo misma, recogía, como elemento de interés, las aportaciones de algunos de estos asistentes, en forma de unidades didácticas de carácter práctico. Así Concepción Losada y Luciana Sánchez, del Colegio Guadalquivir, trabajaron sobre La Saeta ; Juan Caballero sobre La Soleá ; Agnola Ortiz, del Colegio Zurbarán, sobre Las Sevillanas; Manuel Romero, del Colegio Benjumea Burín, sobre Los Fandango