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"El café de los pequeños milagros" de Nicolas Barreau

A Nicolas Barreau se le conoce como el autor de un best-sellar romántico, "La sonrisa de las mujeres". En sus novelas aparece la ciudad de París como el paisaje fundamental y también como el motivo, el aliciente, el telón de fondo. Son comedias amables, teñidas de sentimentalismo, entretenidas, sencillas, gozosas. Es una excepción en el universo de escritoras que se dedican a este género. Si un día te encuentras baja de tono o piensas que un libro tiene el cometido de hacerte soñar lo imposible entonces puedes leer a Barreau sabiendo, de antemano, que nada de lo que sueñes se va a convertir en realidad.  La protagonista, Nelly, una tranquila chica de 25 años (muy mayor para las heroínas tradicionales de Jane Austen y muy joven para las de las novelas de hoy) odia los aviones y comete la locura de comprarse un carísimo bolso rojo. Si alguien se lanza a un viaje armada con un bolso rojo que acaba de comprar y que se ha llevado la mayoría de sus ahorros esto significa que

Cena en claroscuro

Se puede ser muy liberal, se puede votar demócrata, se pueden usar pantalones, se puede vivir en pecado pero, ay, los hijos son los hijos y una boda es una boda. Este puede ser un resumen capcioso del argumento de la película de Stanley Kramer de 1967 “Adivina quien viene esta noche”. A cenar, añado, en una cena que se convierte en pesadilla y que pone sobre la mesa las contradicciones de la vida moderna en ese enorme país, casi un continente, en el que se dan mezcladas todas las tensiones, las posibilidades, las certezas y las dudas. Norteamérica, por extensión. EEUU, en realidad.  La cuestión racial no ha sido todavía, aunque nos parezca raro y cavernícola, superada en ese país. Puede incluso resultar lógico porque la evidencia de ese cisma previsible entre los Estados del norte y del sur es, para ellos, como nuestra guerra civil. Una brecha que no termina de cerrarse. Samuel L. Jackson, en el rol de un escritor negro que va a pasar unas vacaciones a una isla bastante elitis

Ellen Glasgow, de Virginia

Hace más de diez años que empecé a descubrir escritores que no había leído antes. Me aparté de los circuitos normales de la lectura, di un salto y empecé a buscar y a encontrar, por mi cuenta y sin otra guía que la intuición lectora, a gente que era de otra forma. Lejos de los premiados anuales, lejos de las recomendaciones de críticos, lejos de la puerta de las librerías en las que se colocan las novedades patrocinadas, allá en la trastienda y rebuscando mucho, encuentras las joyas que, desde entonces, han formado mi nueva biblioteca, la más genuina y personal. La primera de esas escritoras fue Ellen Glasgow a quien descubrí en las navidades de 2008, recién salido su único libro traducido al castellano, "La vida resguardada".  Hay muy pocos datos sobre ella y el resto de sus novelas permanecen sin traducir, lo mismo que su autobiografía que califican de espléndida aquellos que escriben de sus obras en otras latitudes. En Estados Unidos Glasgow es una autora de culto,

Shakespeare en Verona

No conozco a ningún adolescente que no se enamore de esta película. Que no imagine que forma parte del argumento, que no sienta removerse algo dentro de sí al visionarla por primera vez. Esta es la película que tienes que ver a los trece años. Tendría que formar parte de la iniciación a la juventud, tendría que ser asignatura obligatoria en la educación sentimental, tendría que incluirse en el pack que los padres utilizan, con mayor o peor fortuna, para enseñarles a los hijos que la vida está por delante.  Hay un elemento que sirve de hilo conductor para la historia y que te hechiza. Ese elemento es la música. Aquí, Nino Rota. Allí, los entregados espectadores que disfrutan con una partitura que alcanza momentos mágicos, como el del baile en el que los dos jóvenes juegan al gato y al ratón, se cruzan, se separan, se tocan los dedos a través de la cortina, en un rito de seducción que tiene la fuerza de la emoción. Shakespeare es el poeta del amor en todas sus versiones y Romeo

La corbata de David Lean

Sevilla 1961. Luis Caballero Polo (1919-2010) trabajaba en el Hotel Alfonso XIII. Su elegante figura, su señorío natural, su cultura autodidacta, eran el complemento adecuado a su talento, el que le había servido en los tiempos de la prisión y los trabajos forzados: cantar flamenco. En ese año de 1961 Sevilla recibió, con la algarabía y generosidad que suele, a la enorme troupe que formaba el equipo de rodaje de “Lawrence de Arabia” (1962).  A la cabeza, David Lean (1908-1991), su director. El Hotel Alfonso XIII, de estilo neomudéjar, situado en el centro de la ciudad, en el cruce de la calle San Fernando y la puerta de Jerez, se estableció como sede y también como lugar de rodaje para algunas escenas de interior. Por eso, en este contexto de vida diaria de unas personas que están fuera de su entorno natural, Luis Caballero conoció a David Lean. Luis tenía una gran afición al cine (recordaba en nuestras charlas la película que ponían en el cine de verano de su pueblo cuando esta

"Vino de mediodía" de Katherine Anne Porter

Dentro de la colección de "Cuentos completos" publicados por la editorial Debolsillo, está este "Vino de mediodía" cuyo inicio sitúa la acción en tiempo y lugar: Una pequeña granja al sur de Texas, entre los años 1896-1905.  En la granja están el matrimonio Thompson y sus dos hijos. El señor Thompson se ocupa lo justo de la granja y su mujer está siempre enferma. Sus hijos son díscolos y desobedientes. Van tirando simplemente, como tanta otra gente de la zona. La llegada del señor Helton, hermético, canijo, extraño y sueco, cambiará la vida de todos ellos, mejorará su economía y devolverá el esplendor a la granja. Así durante nueve años. Pero alguien más aparecerá por la granja sin avisar y sin que nadie le invite y ese otro no traerá nada bueno. El aire de tragedia que aparece desde el principio sobre todos se va a consumar. Es esto.  Se trata de una historia muy extraña. El señor Helton produce una enorme pena. Su silencio, sus escasas palabras, su s

Pescar es fácil...si sabes cómo

“Su juego favorito”, de título original “Man`s favorite sport?”, que se estrenó en 1964, es considerada por parte de cierta crítica cinematográfica como una obra menor de Howard Hawks. Aparte de que cualquier obra menor de Hawks puede ser mayor que cualquier obra mayor de otro director (y esto no es, desde luego, la parte contratante de la primera parte), tengo que discrepar de esa clasificación. En todo caso, una obra menor que hace felices a tantas personas se hace mayor solamente por eso.  En alguna ocasión la he situado entre mis películas preferidas y así es. Pero, además, considero que es una excelente comedia, con todos los ingredientes para que nos atrape y nos pasee, durante ciento veinte minutos, por los paraísos que abre la fábrica de las ilusiones. Una comedia basada en el “nada es lo que parece“ y que podría servirnos hoy para pensar en tanto “experto“ sin conocimiento como circula por nuestras vidas. Un gurú del arte de la pesca que no sabe pescar. Un paso más al

Algunos adjetivos

     Apenas te conozco. Si conocer puede llamarse a ese acto íntimo de oír tu voz entre los instrumentos. O la sonrisa esquiva y tímida en un vídeo de Youtube. Apenas te conozco pero esta es la mañana gris y lluviosa en que pongo tu voz para que acune las palabras que escribo. No hay nada más perro que el amor, dices mientras tecleo con decisión en este ordenador, después de haber dejado a un lado un libro que me ha hecho atrapar las palabras en el aire.           Los dos, el libro y tu música, sois los magos de un día que ha empezado lleno de convicción. Sí, debo hacerlo, lo haré, porque merezco hacerlo, porque no quiero ser cobarde. Porque odio el victimismo y la autocompasión. Esas dos palabras las usa ella, la mujer del libro. Me resuenan en la cabeza y me salen a las manos. Los ojos me lagrimean porque la alergia primaveral está haciendo de las suyas y quizá porque abuso de la lectura en estos días. Qué podía hacer, si no. Dónde podía encontrar consuelo, si no es en las pala

Una historia real

Esta película bien podría catalogarse de cine histórico. Aunque los personajes sean inventados.  Aunque los escenarios sean inexistentes. Porque uno de esos personajes guarda un sospechoso parecido con alguien que incendió un continente. Y el otro es la viva imagen de las miles de personas que sufrieron cárcel, tortura o muerte. No es una película histórica al uso, pero habla de una historia que no deberíamos olvidar.  El discurso final de “El gran dictador” puede ser el alegato más vibrante contra el totalitarismo que hayamos oído nunca. Solo por ese discurso valdría la pena la película. Algunas de sus frases asaltan nuestro pensamiento una y otra vez: Los seres humanos queremos vivir para la felicidad del otro, no para su desgracia. Pero hemos perdido el rumbo, la codicia ha envenenado el alma del hombre. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. No desesperen. El odio del hombre pasará y los dictadores morirán. Soldados, no sois má

Hombre ansiado

Era una tarde de otoño ventosa y fría. El suelo estaba húmedo. El día anterior había estado lloviendo. Los castaños, perdidas sus hojas, ofrecían sus ramas desnudas a la intemperie. Sonaba a soledad ese camino perdido al final de la casa. Nadie solía andar por allí. Nadie lo conocía. Ella salió de casa apresurada. Como si temiera que alguien la vigilara. Como si cometiera un pecado mortal. Creía en los pecados. Sabía que estaba condenada, porque, cada día de su vida, el pecado la cercaba como algo inevitable. Pero no le importaba. Ahora solo tenía un deseo. Un único deseo. Un deseo irrefrenable. Un deseo que todo lo cubría. Que todo lo ocupaba. Que todo lo llenaba de suaves aristas, instaladas bajo la piel, como si fueran hormigas que corrieran a sus anchas. Como si el surco de las venas se llenara de espejos que le devolvieran su imagen en esos instantes previos. Los ojos llenos de fuego, las manos ansiosas, el cabello despeinado. Un vestido rojo oscuro con las ma

El amor es una obra de teatro

Oh, el teatro. Recuerdo con nostalgia los amados días en los que formaba parte de un grupo que creía en el Método y en Stanislavsky. Pasábamos las tardes ensayando y, cada cierto tiempo, un estreno. Después de los ensayos, nos reuníamos en un bar de mala muerte, casi una taberna, para comentar las incidencias del día. El director, invariablemente, me reñía por ser tan díscola y decir los textos a mi manera. Así fui, entre otros personajes, la Viola Trance de Nabokov, la Magdalena de Gosdpell y la Antígona de Anouilh, con permiso de Sófocles. Oh, el teatro… El río de Londres divide el territorio de los ricos y el de la fe en que la vida puede ser mejor. En esta zona, los dos teatros compiten por el favor del público, un público poco entendido, compuesto de mosqueteros, prostitutas, vagabundos y algunos caballeros y damas que disimulan su presencia. El pueblo llano amando el verso. El Teatro de la Rosa y el Teatro Curtain acogen, con permiso del maestro de festejos, a la Compañí

Hammett y Chandler

La editorial RBA sacará próximamente una nueva biografía de Dashiell Hammett a cargo de Nathan Ward. No es la primera que recoge las peripecias emocionantes de la existencia de este hombre que tuvo muchos trabajos y en todos ellos experimentó la pasión y el riesgo. Leerlo es vivir la plenitud de la novela negra y, también, acercarte a otros autores que, por algún motivo, aparecen relacionados. Si te gusta la novela negra has tenido que toparte ya con estos dos. Contemporáneos, pero distintos, aunque ambos comparten la gloria de la creación de un género que, desde entonces, ha hecho disfrutar a miles de lectores. En esto, como en botica, hay gustos para todos. Unos son más de Dash (Hammett) y otros son más de Ray (Chandler). Los lectores tenemos confianza con nuestros idolatrados escritores así que los llamamos por sus diminutivos, como si fueran gente de la familia. Y no diría yo que no lo son, en realidad.  Pero ahí quedan sus paralelismos. En todo lo demás son diferentes. Da

Fundido en nieve

…Tan difícil como tener los ojos color violeta… Dicen las crónicas rosas, que son las que se ocupan con profusión de airear el detalle del color de los ojos de la jet, de los astros del celuloide y de las royals, que hay poquísima gente con ojos color violeta en todo el mundo. Una de esas personas, parece ser, era Elizabeth, Liz, Taylor. No sé, a mí siempre me pareció una actriz asombrosamente irregular. Sus enfrentamientos filmados con el gran Richard Burton, maravillosa y shakespeareana voz, llenaban páginas y páginas, lo mismo que la lista de sus ex maridos. Por el contrario, su obra es menos interesante, salvo algunas excepciones. Una de ellas, sin duda, este drama tórrido, lleno de sensualidad, con un tono ambiguo y calculado en los afectos.  El encuentro entre Liz y Paul Newman levantó chispas, aunque al actor le iban más las rubias con aire de intelectuales. En la película no hay besos, ni siquiera con los ojos cerrados. No hay abrazos. Lo que hay es una contenida f