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Un mar que no conozco

(Emil Nolde) Desde el fondo del agua tu palabra me mira. Asoma la cabeza y yo la reconozco. Sé cuánto tuvo de belleza su eco. Sé cuánto me ha costado olvidar su sonido. Levanto la esperanza por si tuviera tiempo, todavía, quién lo sabe, para encontrar la causa, el tiempo que he perdido, las lágrimas que arrojé a ese vacío de escombros sin medida. Acuno el aire azul de la piscina, remuevo el fondo con las manos frías, me escondo el temblor de tu recuerdo, no siento nada que no tenga la humedad de las lágrimas. Estás y no te fuiste, pienso a veces. Cómo marcharte si nos quedamos solos. La casa se revuelve, las flores se convierten en lisas espinas que trocean nuestra piel y la marchitan. Somos la piel marchita de la casa que fuiste. Abro los ojos y te comprendo todo. Cierro los ojos y te miro al instante. Esa media sonrisa que decía tantas cosas. En ese tierno abrazo que me cubría la soledad entera. He cambiado tu vida transparente por una oscuridad de mentiras y juegos. Quién no

Amores que no matan (II)

Era la isla de todos los azules. Existen carreteras azules, azules trenes, lagos azules y un azul cielo en todos los amaneceres. Cuando el banco fondeó en la bahía vi levantarse a lo lejos los contrafuertes de la catedral, de piedra sólida, con un destello azul imperceptible. Azules son sus ojos, pensé en aquel castillo donde los figurantes vestían de túnicas moradas y llevaba sables de juguete o de atrezzo. Azules son sus ojos y yo los atisbaba en la noche de bengalas que cruzaban el tiempo de un abrazo. Era mi compañero, un amigo del alma, ma cherie, me llamaba y las voces se unían. En las tardes de sol y en las mañanas frescas nuestros pasos mezclaban en un mismo horizonte todo lo que pensábamos, todo lo que sentíamos. Ese mar tan azul, con esas vistas, el aire que azotaba la falda y se movía, los ojos en los ojos, tan azules los suyos, y yo prendida siempre pero sin entenderme.  Me quisiste hasta el fondo y yo no te creí. No supe interpretar la avidez de tus manos, la crista

Amores que no matan (I)

Míralo. Es el chico más guapo de la reunión. De la boda. Y eso que la gente va tan compuesta, tan de fiesta, que resulta difícil destacar. Pero él ha destacado siempre. Por eso nunca me ha hecho ningún caso. Cuando yo era una niña de ocho o nueve años ya moceaba y todas las tías y las primas comentaban esa belleza única. Los ojos verdosos con un fondo de color miel, que los hacían más dulces e inexpertos. Las manos, grandes pero con la tibieza de quien sabe acariciar sin esperas. El cuerpo, ágil, gentil, alto, dispuesto. Un pelo echado hacia atrás pero no lacio, sino con ese suave ondulado que en esta tierra se agradece tanto. Y la risa, oh la risa. Una manera de fruncir los labios como si fuera a darte un beso. Es el chico más guapo de la reunión. Lo dicen todas. Y hoy viene especialmente atractivo. Con un traje que le sienta tan bien. Y esa camisa blanca que hace brillar sus ojos, y los gemelos, impolutos, y el pantalón que le queda perfecto como casi todo. Es tan hermoso que pa

Valdecaballeros

Valdecaballeros es uno de los diecisiete municipios de la Siberia extremeña, una especie de desierto aliviado con el agua de pantanos y embalses. Un territorio desconocido, en el que viven muy pocas personas y en el que la vida está detenida en muchos aspectos. Leo en la prensa algunas noticias que hablan de él y me viene a la memoria una historia de juventud, casi de adolescencia. Un novio, alguien que tenía todas las cualidades que una muchacha romántica busca en su futura pareja. Atractivo físico, inteligencia, ojos verdes cautivadores, una voz hecha para la radio, unas manos preciosas, estilo a la hora de relacionarse con la gente, bondad, hábito de trabajar mucho y bien, aficiones. La arqueología era una de sus pasiones. También su pueblo, al que adoraba y al que volvía en vacaciones. Cuando yo lo conocí, aún no tenía veinte años y él andaba cerca de los treinta. Tenía una novia en su pueblo de la que recuerdo su nombre aunque no lo escribiré y eso me hacía sufrir horrores. Si

Cabeza, corazón, modales y espíritu

     (Emma le cuenta una confidencia a Harriet Smith en la película de 1996)        H e aquí los cuatro elementos que Jane Austen (Steventon, Inglaterra, 1775-Winchester, Inglaterra, 1817) muestra en sus personajes. Cabeza, corazón, modales y espíritu (head, heart, manners y spirits) . Por eso las descripciones físicas son tan escasas y, cuando aparecen, solo sirven para aportar un detalle que ayude a entenderlos. Esa es una de las características de su estilo literario y yo diría también de su concepción de la escritura, incluso de la vida. En lo que se refiere al aspecto físico algunas pinceladas bastan pero nunca tienen un aire hiperbólico, no son esenciales. No hay grandes bellezas ni fealdades, ni deformidades exageradas, sino gestos, miradas, movimiento de las manos, andares, todo eso que forma la imagen de una persona mucho mejor que los rasgos puramente físicos. Por eso mismo, de Elizabeth Bennet dice que tiene unos ojos expresivos, un aire ingenioso y una figura ag

Cuando Austen dijo "no"

Corría el año 1802. Jane Austen tenía 27 años aún no cumplidos. Ella y su hermana Cassandra hicieron una visita a sus amigas Catherine y Alethea Bigg , que vivían en Manydown Park, a unos siete kilómetros de Steventon, la rectoría en la que Austen había nacido y que, a la sazón, era ahora la casa de su hermano James y su esposa Mary.   En ese periplo que solían hacer, de casa en casa, incluso pasando algunos períodos frente al mar, ese espacio de agua que había sido descubierto como placer precisamente en la época georgiana, llegaron a la casa de las Bigg . El padre de la familia era un terrateniente, magistrado y benefactor de pobres. Además de esas dos chicas tenía también un hijo, Harris Bigg-Wither. Este era un hombre altísimo y eso era lo más que podía decirse de él, porque, a lo que parece, también era bastante soso y aburrido, poco talentoso, poco lleno de ingenio.  La tarde del 2 de diciembre , catorce días antes del cumpleaños de Jane , esta tuvo la sorpresa de

Chesterton habla de Jane Austen

Aunque este libro recoge los tres volúmenes en los que Jane Austen organizó sus escritos juveniles, he aquí que también aparece el prólogo que precedía a la primera edición del volumen II. El volumen se llamó Love and Freindship (sic) y lo escribió Chesterton en 1922, año de la publicación por Chatto and Windus, Londres.  El prólogo es una delicia, una exacta descripción de la forma de ser y de escribir de Austen, una aproximación tan bien hilada que merece destacarse aparte del libro. Chesterton había nacido en Londres en 1874 y fue, además de novelista, un notable periodista, cultivando asimismo el ensayo, la poesía, la biografía y los libros de viajes. Creó un famoso personaje, el padre Brown , un sacerdote católico que se dedica a peripecias detectivescas usando su formidable agudeza e ingenio. Fue muy amigo del también escritor E. C. Bentley, a quien dedicó su obra " El hombre que fue jueves ", recibiendo, como contrapartida, la dedicatoria de su historia pol

Chanclas de goma, conchas de mar

(Dorothy Bohm, 1959) Cuando descubrimos el joyero de nuestras madres o, mejor aún, los maquillajes, las barritas de labios y el colorete, nuestra vida cambió. Éramos niñas y llevábamos una vida curiosa, arrastrando los pies por las habitaciones, jugando en la calle e intentando atisbar alguna conversación interesante. Algo que se contara entre comillas. Esa vecina que tenía un lío fuera del matrimonio. O aquella otra, cuyo marido se largó en el viaje de bodas. O la de la esquina, que siempre aparecía con tono triste y gafas de sol.  La hora de la siesta era el momento propicio para intercambiar confidencias, en voz muy baja, sentadas en el suelo, evitando que alguien nos mandara a la cama sin querer. En esa hora cada una contaba sus hazañas, describía sus hallazgos. Yo había encontrado una talquera de color rosa, que se abría y lanzaba a la atmósfera un aire lleno de motas de polvo del mismo color, que se metía en la nariz y te hacía estornudar. La borla aparecía rosa en el

Esas pequeñas cosas

Llevo guardado en la memoria del teléfono un mensaje que me mandó hace ya meses. Un ojalá que llegó de su parte sin que yo supiera ubicarlo, ni entenderlo casi. El mensaje era un SOS, como esos que lanzamos al aire por si alguien lo recoge o tiene a bien leerlo. No solo lo leí, me emocionó, lo guardé entre las cosas importantes y lo vuelvo a repasar a veces. Siempre, sin falta, me hace llorar su lectura. Y pienso en ella.  Es la única chica entre varios hermanos. En esos tiempos, cuando era pequeña, no se estilaba en su casa, muy tradicional, que las niñas estudiaran. Solamente los chicos y bien poco. Así que se dedicó a ayudar en casa, ese eufemismo que significa que, a partir de ahora, se acabará la infancia y no existirá la adolescencia y serás una especia de chica para todo, de alguien que tendrá tanto quehacer que no podrá pensar en sí misma. Se casó sin amor y sin conveniencia. Un muchacho que, aunque no parecía merecerla de entrada, al menos la ha querido. Pero la fal

Antonio Luis Baena y El último navío

Conocí a Antonio Luis Baena (Arcos de la Frontera, 1932-Sevilla, 2011) en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Sevilla. Coincidimos en tercero de carrera cuando él ya venía de vuelta de la vida, se había jubilado como director escolar, sus hijos eran mayores y estaba dispuesto a empezar una segunda vida, o una tercera si hacía falta. Algunos de mis compañeros de aquellos años lo recordarán cuando compartía con nosotros la cerveza y la tapa en la calle Betis o en la zona de la Moneda. Era tan joven como nosotros, aunque arrastraba el peso de una pena. Ninguno sabíamos de penas entonces y solo él fue el precursor de las tristezas que el mundo te pone por delante inevitablemente.  Cada uno siguió su camino, el mío trabajar como profesora de Historia y el suyo hacer un ingente trabajo con la Genealogía y la Heráldica, a base de dedicarle horas al estudio de los apellidos. Terminó su diplomatura y siempre lo recuerdo con un libro en la mano o un cuaderno de notas

"Querida Jane, querida Charlotte" de Espido Freire

La introducción de este libro es mágica . La leí en su día, 2004, cuando compré el libro, y la releo ahora, catorce años después, conociendo mucho más a Jane Austen y bastante más a las Brontë . De resultas de ese conocimiento soy muy austeniana y me alejo discretamente del sufrimiento de los páramos. Qué se le va a hacer. Se habla y se escribe de todas ellas pero en ocasiones no se atina en señalar sus diferencias y, sobre todo, las distintas pulsiones de las épocas en que vivieron, cercanas y tan alejadas una de la otra. Por eso me gusta este libro, porque capta perfectamente el paso de lo luminoso a lo oscuro; del aire libre al interior; de la ironía inteligente al sufrimiento oculto. De Austen a las Brontë.  Y eso no es fácil. La mezcla de una y de otras trae confusiones. Y eso no favorece la lectura ni la comprensión de sus libros. Por otro lado, el amor por todas ellas no puede nublarnos la razón sino al contrario, hacernos distinguir entre obras literarias que es lo qu

Leonora

[Retrato de Leonora Carrington ©Lee Miller Archive] Lo mismo da que sea en papel de embalar o en una servilleta hallada en la cafetería de la esquina. O en un aeropuerto, una de esas tiras de colores que se adosan a las maletas para cuando se pierden. Escribir un poema, leer un libro, anotar en sus páginas los dictados del viento, acunar un secreto o dibujar, en el espacio blanco de un folio sin usar, la imagen de una nube o de unos pájaros.  Ser libre, en realidad, se tiene que parecer un poco a esto. Tiene que ser bastante insoportable andar atada siempre a una mentira, incluso a una verdad, por muy grande que sea. Tiene que ser difícil, destructivo, pensar mal de una misma y creerse que todo, todo lo que ha encontrado y pulido con el paso del tiempo, hay que desatornillarlo y mandarlo a paseo. No es justo, ni parece bonito hacerlo así.  Quizá en los ojos firmes hallaré algún secreto que todavía no estuvo en la órbita que trazo cada día. En las páginas de un libro mi

"Domingo" de Irène Némirovsky

Desde la lectura de esa novelita tan llena de claves autobiográficas, El baile , he ido leyendo toda la obra de esta autora, cuya vida estuvo marcada por el nazismo. Las circunstancias políticas, cuando son tan terribles como una guerra, impiden el crecimiento personal y la vida cotidiana. Todo esto queda reflejado en su existencia y en su obra. Además, la infancia de Irène fue complicada y las secuelas de su vida familiar también se entremezclan en sus argumentos y en sus personajes.  El punto fuerte de su literatura es el retrato psicológico, el acercamiento "desde dentro" a los personajes. De esa forma el lector puede conocerlos íntimamente, ponerse en su lugar e, incluso, establecer una dialéctica con respecto a sus ideas y comportamientos. Esa riqueza de matices, esa exposición del alma y de las emociones, genera unas historias muy potentes, llenas de argumentos que bien podrían valernos para nuestras propias vidas. Némirovsky es una genial observadora, no so

Confidencias a media tarde

Hace tanto que no nos vemos...Y eso que he hecho intención de verte muchas veces...Pero, no sé si te lo he dicho, me cuesta trabajo salir a la calle, me abruma la gente. Cuando estoy en casa es como si hubiera un gran paraguas que me cubriera, que evitara el daño exterior, la contaminación de tratar con personas, el ruido de las conversaciones. No puedo prestar atención a la charla, me canso, me entran ganas de desaparecer. Todo lo externo es tan pesado de digerir, que es como si no tuviera ninguna capacidad para soportar a los demás. Hay gente a la que me gustaría ver a menudo, como a ti, por supuesto, pero no creas que lo evito porque no te tenga cariño o porque soy una vaga. No. Es simplemente miedo. El miedo me atenaza mucho más de lo que podría explicarte. Una sensación que antes sentía esporádicamente pero que ahora forma parte de mí misma. Me levanto por las mañanas y pienso en ello. Reflexiono sobre mi cuerpo por si me duele algo y, enseguida, reparo en el miedo. Estoy so

Función de teatro

(Edward Hopper) El sol abría la puerta de todos los veranos. Las salinas hervían. Los parques se llenaban de niños al caer de la tarde. Niños en bicicleta, con patines, niñas que sacaban a pasear a sus muñecas, niñas que se convertían en mamás y discutían entre ellas sobre vestidos, peinados y comiditas. Jugar a las comiditas era una de las diversiones de la calle y las niñas sus protagonistas. Ellos permanecían al otro lado de la acera, huraños, enfadados, dándose empujones o haciendo rodar la pelota. Eran dos mundos que apenas se tocaban, que no se encontraban pese a estar tan juntos.  Solo el teatro obraba el milagro. Se colocaba en una de las paredes del patio, la que estaba entre dos ventanas enrejadas, una colcha de flores usada que servía de bambalinas y de telón, todo al tiempo. La colcha era el fondo en el que se reflejaban las escenas, en el que transcurría la acción. Cada verano se representaban dos o tres obras, adaptadas al gusto infantil por la madre, que h

La Costa Azul: el sueño de cada verano

(Raoul Dufy. La Costa Azul) Todos los años en estas fechas, iniciado ya julio, sueño con que estoy en la Costa Azul. El sueño se repite de noche y se recuerda de día. La vida cotidiana mantiene ese sueño en el aire y el espejismo baila sobre la cabeza y se muestra en cada momento, como si estuviera anclado a una parte de mí, inconmovible. Veo a Max de Winter mientras se enamora de una muchacha sin nombre, que lleva media melena descuidada y una rebeca muy sencilla. Ambos surcan las carreteras orladas de árboles y se deslizan hasta precipicios innombrables, allí, junto a las calas de agua verde y brillante.  En los descapotables viajan las jóvenes con sus mejores trajes, sombreros y fulares al viento, incluso abatidas por el recuerdo de Isadora Duncan y su absurda muerte, pero manteniendo una sonrisa descomunal, como si no pudiera evitarse ese destino ni otros semejantes. Grace Kelly tiene una estampa fulgurante, plantada allí, junto a Cary Grant, que sobrevive entre el enga

"El otro París", un cuento de Mavis Gallant

Como ella misma escribe en la introducción, los cuentos de Mavis Gallant hay que leerlos uno a uno y despacio, no de un tirón, porque no son una novela, son gotas de agua, distintas, que no pueden mezclarse. Cada cuento te deja una sensación y te pone delante un espejo. En "El otro París" hay cuatro protagonistas. Carol es una chica americana, de veintidós años, que está en París buscando al París del que hablan los poetas y el cine. Un París mágico, en el que es posible y obligatorio enamorarse. Sin embargo, se ha prometido con su jefe Howard , un hombre práctico que, un día cualquiera, se vio demasiado solo en su apartamento y pensó que era hora de buscarse una pareja. También está Odile , la secretaria de Howard, que parece amiga de Carol pero que no lo es, aunque tiene destellos. Más bien es amiga de sí misma y no cree en nadie. Y, por último, Felix, un refugiado del este que es pobre, ilegal, desgraciado e indiferente.  Entre Carol y Felix hay una extraña

Cartas que ya no te escribo

Escribir cartas es un arte. Jane Austen lo poseía. Las que escribió a su hermana Cassandra son las mejores, aunque se conservan muy pocas. El secreto estaba, según ella misma dijo en más de una ocasión, en expresarse de igual forma que lo haría si la persona estuviera presente y hablara con ella. Espontaneidad con estilo. Nada de tiesuras, actitudes impostadas, cursilerías o inventos chinos. Pura y simple naturalidad, ese dejarse llevar por las palabras, por los acontecimientos, ideas, pensamientos y noticias. Mi corazón se transformaba en escritura.  Así eran mis cartas, las que tú no recuerdas. Numerosas, largas, sentidas y tiernas cartas. Las escribía y, como no es caso de usar palomas mensajeras, correos del rey, ni siquiera papel, sobre y sello, te las hacía llegar por el correo electrónico y constituían una prueba segura de que entonces tú merecías la pena. Contar algo, escribir una carta, es una de las muestras más generosas de entrega que pueden hacer los seres humanos.

Todo lo que imagino

En el verano de 1813 Jane Austen tenía 37 años y una carrera literaria consolidada, además de cierta independencia económica que le proporcionaban las ganancias, aunque no astrales por supuesto, de sus libros. Eso significaba tranquilidad. Asimismo, su oficio estaba asentado y su creatividad en alza. Aunque so tto voce todo su entorno conocía su faceta de escritora, no era menos cierto que ninguno de sus libros iba firmado con su nombre. No le gustaba frecuentar los cenáculos literarios, era una escritora de interior, sin proyección pública. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que no tuviera plena conciencia de lo que hacía y de que esto requería tiempo, dedicación y esfuerzo. Todo lo contrario. Hay en ella una rara mezcla de compromiso personal y de desinterés social por la literatura. Se cuenta, incluso, que estuvo a punto de conocer en persona a Madame de Staël , a la sazón de visita en Londres, pero no quiso. No sabemos si esa negativa fue la que llevó a la francesa a