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La librería de Penelope

A ti, en ese último día  La última librería que visitamos juntos tenía los anaqueles atestados de libros. Se aproximaba el verano y todo el mundo sabe que es un tiempo de lectura. Los libros de verano, dicen, han de ser ligeros y contrarrestar con fuerza el calor y la tarde. Deben convertirse en refrescantes motivos para soñar o para ser felices, sumidos en esa otra dimensión de las páginas que acarician la cara al susurrar.  Fue la última vez que salimos a la calle y yo miré al cielo y lo vi azul y supe que así era y que tendría que comprar algunos libros para hacer más liviana la espera. No sabía qué esperaba exactamente pero no era nada bueno. Al contrario. Una nube negra se cernía sobre nosotros, un viento negro, como decía Juan Ramón . Los libros que me llevé a casa deben estar escondidos en cualquier estantería, guardados y sin terminar de leerse. No hubo tiempo porque las horas pasaron demasiado deprisa.  Esta librería de ahora ya la había yo visto con antelac

Hoy el silencio agitaba los árboles

Callé durante mucho tiempo porque el sonido de mis palabras molestaba al silencio. Se convertía en rugido de león, en arduo incendio invocado, en lucha constante, en manantial que no cesa. Así callé, para que los ojos pudieran mirar tranquilos, sin dolores ni reservas, en un ejercicio puro de belleza sin mancillar. Callé en los días venideros y en el pasado, al latir del corazón y en las penumbras. Doblé el hueco de las palabras sobre las manos quietas y me convertí en humo, una palabra sin color y sin brillo.  Creí así que el amor o quizá la amistad que también es su nombre, redoblaría sus hojas y se unirían, en un esfuerzo causal y conmovido, con esa otra parte de la vida que se escribe en la sombra. Creí así que conseguiría una mirada tuya, un espacio escondido pero tierno, abierto en cualquier parte, sin seudónimos. Soy yo, dirías y ahí estás tú, sé lo que eres. Creía así que ese juego de las revelaciones tendrían un sentido único que no se acabaría al caer la noche, que n

Horas del otoño en Vermont

El otoño de Vermont guarda los colores de un año para otro. Especies de árboles que solo allí se abren a la luz. Carreteras cuajadas de cornisas rojiazules. Huecos sin labrar, sembrados de hojas de parra de un marrón aceitoso. Los pináculos de las casas sobresalen entre la niebla de cualquier amanecer del mes de octubre. Al mediodía, el sol escribe su propia historia y lo tiñe todo, hasta los corazones, de una tibia recompensa. Es el tiempo de las hojas caídas y todas ellas tienen una razón para tocar el suelo.  Cualquier camino te conduce a una casa. Las casas se esconden para no estropear el paisaje. Los árboles son las cúpulas que sombrean la realidad de todos los días. Los hombres vigilan que le paso del tiempo no les robe el pálpito del color. Así los otoños transcurren lentos y, a la vez, vigorosos, con una dejadez inusitada, con un estruendo cromático que antes no habíamos conocido, ni en los sures más lejanos y exóticos.  Es espléndido el reflejo del amor y

Me falta una palabra

(Mary Jane Ansell) En algunos momentos solo preciso alguien que me quiera. Da igual hombre o mujer, planta o árbol nacido de la tierra. No menciono a los gatos y a los perros porque ellos no me entienden, no estamos hechos el uno para el otro. Solo preciso alguien que me quiera y así me muestre yo como una mariposa con las alas abiertas, doradas a la luz, ronroneando, cubierta entera de hojas crujientes y saladas, sin otro requisito que la vida. Que me quiera y entone conmigo cualquier verso, de esos que se esconden en el desván de la memoria y que solo aparecen cuando lloras o cuando el viento del otoño te obliga a resguardarte en una aburrida nostalgia que no esperas.  No preciso que me hagan el amor (el amor ya no existe), ni que vuelquen en mí los adjetivos de una admiración sin tregua, tan falsa como el oro que acuñaban los belgas; ni que me regalen flores, libros o cuadernos (quizá escriba en ellos luego la pérdida de la noche o de la espiga). Solo preciso alguien qu

O´Brien, Strout, Oates, Cusk. Atwood y Karr. Otoño de libros

Si este otoño tu corazón necesita sosiego, paz y olvido, recuerda que los libros contienen la pócima exacta para lanzarte adelante, con esa energía que pierdes cuando caes por la pendiente de lo inútil. Así lo contaba yo a una amiga que sufre este tiempo del mal de gastar sus mejores emociones en alguien que no merecería ni un minuto de su tiempo. Libros para curar, para vivir la vida y para disfrutar.  Como esta novela autobiográfica de Edna O´Brien , la escritora irlandesa a la que leí su trilogía de Kate y Baba ( Las chicas de campo, La chica de ojos verdes y Chicas felizmente casadas) y Las sillitas rojas.  La Irlanda rural es el paraíso de sus primeros años y aquí aparecen en todo su brillo, esa manera especial en que los hombres tranquilos y las pelirrojas conforman el universo de una tierra calma pero no exenta de tempestades. Edna O´Brien publicó este libro en 1970 pero ahora lo ha recuperado la editorial Errata Naturae.  Tampoco debes perderte la segunda part

Me acuerdo de los besos

Me acuerdo de los besos que no hemos compartido, el aire leve sobre las comisuras, esa lengua fugaz en el centro del fuego, el ardor de la sangre con sabor a nostalgia. Me acuerdo de los besos bajo las buganvillas, el olor del verano abierto en las ventanas, el sabor de la mar escrita en los azules, todo lo que se pierde, todo lo que se siente. Me acuerdo de los besos con el temblor cercano, con el runrún suave de tu boca que vuela, con el muro del sueño firmemente apretado, con los dientes en celo, con el cuerpo sumiso. Me acuerdo de los besos que te daba en mis noches, a solas en mi alcoba, en un sueño cuajado, besos de hielo, sol, de caliente armonía, besos que no escribimos, besos blancos, los besos. 

Toma el verano y llénalo de rosas

El día que termina el verano siempre deseo que el verano empiece. Lo imagino en sueños como una gozosa travesía, con noches de luna y besos frescos; con miradas profundas y manos anhelantes. El verano es una emoción que culmina sin realizarse, una forma de entender el paso de las horas, la huella de un tiempo que no puedo descifrar. Si tú existieras, las cosas encajarían como en un gran puzzle de castillos románicos y quizá el Camino de Santiago nos surtiría de amaneceres y todas las tardes tendrían asegurada una promesa. Si el devenir de los días no tuviera este aire cansino y gastado, sería señal de que en ellos los cuerpos bailarían enlazados, con el latido a flor de piel y el aire tenue de los amores que no necesitan explicación.

Otro día de llanto

(Crying girl. 1963. Roy Lichtenstein) La azotea parece un mirador.  Rodeada de almenas, un castillo, de azul una princesa. En una de las esquinas hay una espadaña pintada de azul. Es el azul de ese mar del fondo. El azul que remata la cal de las paredes. El azul de otros ojos. Azul, inmenso azul. Turbio azul de las noches en vela.  Este banco de piedra es un testigo mudo y, si sucediera un crimen, nada diría. Está gastado por todas partes y parece mentira que puedas sentarte y no se te deshaga entre los dedos. Conserva una solidez ficticia. Es el banco de las lágrimas. Porque llorar se oculta a los ojos de todos. Porque se sorbe el llanto con los dedos. Porque se encoge el alma y nadie lo percibe.  Una noche de insomnio y el mar enfrente. Te deslizas delante de su estampa y se vuelca hacia dentro esa grandeza única. Aquí, en la azotea, un alminar de gestos incompletos, una estancia fugaz, una mentira nueva que recuerdas sin que nadie te nombre. Abajo, hacia la luz, se e

"Espérame en la última página" de Sofía Rhei

!Cuánto bien hacen estos libros mal llamado ligeros, que se leen en el verano, en esos momentos de no es no, de nada es nada, de silencio o de depuradora! Este es, precisamente, el caso de Espérame en la última página . Un libro que contiene otros libros y que guarda, sobre todo, una historia. La de Silvia Patiño . Como suele ocurrir con las buenas chicas, ella está enamorada desde hace años de un simpático canalla, Alain , casado con Giulia por más señas. Ella, Giulia , es, según Alain , una malvada bruja que le impide separarse, lo que conviene bastante a las intenciones de este Don Juan, que disfruta así de, al menos, dos mujeres.  Cuando encontramos a Silvia ella vive en París y tiene allí a una amiga del alma, Isabel, mamá soltera de una niña de doce años muy lista e ilustrada, Isolde, a quien le pirra el cuento de El Príncipe Feliz. También tiene un trabajo y un jefe, Monsieur Lestaing, en horas bajas, y unas compañeras de trabajo entre las que hay de todo: C

"Mujeres que compran flores" de Vanessa Monfort

Están de moda las novelitas románticas, dicho sea sin ánimo peyorativo. Las hay dirigidas a jovencitas, algunas de las cuales hacen furor entre ellas e incluso puede que se escriban a modo de adaptaciones de clásicos. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con Orgullo y Prejuicio de Jane Austen , que se reescribe en todos los tonos y ambientes posibles. Un Darcy no es poca cosa.  Luego están las novelas como estas, que hablan de mujeres y que leen, básicamente, mujeres. Son novelas con un mensaje positivo, de superación, de búsqueda de la felicidad, de logro de retos. Son novelas que no hacen daño y que, quizá, por un momento, tras leerlas, te dejan el espejismo de que un mundo mejor es posible. Cosa que, desgraciadamente, se evapora en cuanto sales a la calle y aspiras el aire viciado o limpio de la ciudad o el campo.  Pero está bien que haya de todo y no ha de ser la reflexión sesuda la única que ocupe las estanterías de las librerías o las mesas expositoras de los grandes

"Harriet" de Elizabeth Jenkins

Intenso, demoledor, desasosegante, duro, frío, terrorífico. El libro de Elizabeth Jenkins te ofrece un comienzo engañoso. Parece que todo se reduce a una muchacha mal dotada intelectualmente, pero con dinero, y a un tipo egoísta y necesitado de pasta. Pero no es verdad. Nada es tan sencillo. El juego de personalidades enfrentadas en esta novela exigiría un estudio psicológico y mucho tiento para discernir a qué se debe la extraña relación entre los hermanos Oman, Lewis y Patrick ; o la soterrada envidia plagada de angustia que vive Alice en relación con Harriet ; o el papel de Clara, obtusa, sumisa pero, al fin, liberada del peso de un enorme secreto. Harriet es una chica acomodada por la herencia de su padre. Su madre está casada en segundas nupcias y trata cariñosamente a su hija, comprende sus limitaciones, acepta sus caprichos y sabe que, en el fondo de su cerebro opaco, hay bondad y deseos de ser feliz. Quién no quiere casarse de blanco y con sedas... La madre de la mu

"Un bolso y un destino" de Leigh Himes

Comprarte un bolso de Marc Jacobs puede ser, en ocasiones, la puerta de un pasadizo secreto al que accedes en cuanto te caes de las escaleras mecánicas. Eso le pasó a Abbey Lahey que se despertó convertida en la señora Abbey van Holt , de los van Holt de toda la vida. Su marido antes de caerse era Jimmy , un trabajador por cuenta propia, que regenta un vivero. En cambio, cuando despierta, a su lado está Alex van Holt , amadísimo hijo de Meribelle y candidato al Congreso de los Estados Unidos. De ser una madre trabajadora y en apuros porque el dinero no llega o el tiempo no estira, Abbey se trasmuta en esposa de candidato, con servicio, coche con chófer y un cuerpo curtido a base de entrenamiento personal, pasar hambre y confiar en un buen cirujano. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Detrás de la fachada de triunfadores de los van Holt subyacen conflictos no resueltos, emociones que no encuentran salida y aburrimiento, mucho aburrimiento. Claro que esto mismo le pasa a

En otoño vuelan libros

Una de las cosas más divertidas de cada año es husmear por las novedades bibliográficas que vendrán con el nuevo curso. Desde finales de agosto hasta finales de año, las editoriales se sacuden el polvo y la modorra, para adentrarse en la aventura de presentar nuevos productos, libros que llamen la atención, que susciten comentarios, que impulsen el boca a boca. Eso de encontrar algo que se va a convertir, con la ayuda de todos, en el libro del año.  Este año de 2017 tiene ya sus avisos correspondientes y estoy viendo portadas que anuncian alegrías. No me pararé en los best-sellers que los cronistas de los periódicos van a reseñar, o que las editoriales van a propulsar a bombo y platillo. Tampoco en los libros premiados, esos que todos sabemos que, salvo excepciones, se quedan en las estanterías una vez comprados.  No. Os hablaré de los libros que espero leer porque son de autores que me gustan, porque tienen títulos especiales, porque me fío de sus editores o porque me da en

"Me los dejó en un plato y se fue a tientas"

¿Qué haces? ¿Cómo estás? ¿Qué piensas? ¿Dónde miras? Se vuelcan las preguntas. Las preguntas aquellas que sembraban las noches y los días, que cuajaban palabras en el texto, que se abrían como flores en la tarde. Creyó que el sentimiento espantaría el sonido de la interrogación y un trasfondo algebraico, un murmullo aprendido, cubriría para siempre el invisible lazo.  ¿Dónde vas? ¿Por qué eso? ¿Qué me dices? ¿Te enfadas? Se estiran las preguntas. Hay un rumor a sueño que ensucia el aire tibio y la atmósfera firme de las noches en vela. Y una necesidad de que se escriban besos, de que se aparte el miedo, de que se encuentre todo. Creyó que sus misterios eran correspondidos y que la mano firme que empuñaba el teléfono tenía sabor a rosas, a cristal deshojado.  Se ha equivocado en todo. No hay razón que lo explique, ni circunstancia alguna, ni cambio, ni protesta. El vacío del buzón que no se abre. El hueco de la voz en la distancia. La risa que no suena. Se ha equivo

Cartas, relaciones, cartas...

Podría escribirse una historia del sentimiento amoroso a través de las cartas. La relación epistolar ha construido relaciones y las ha destrozado. Ha cerrado capítulos y ha mantenido la ilusión cuando la distancia se ha convertido en eje. Ahora, en nuestros días, esa distancia no tiene que ser física. Aposentados cada uno de nosotros delante del ordenador, en cualquier momento sale al aire de la Red un mensaje de correo electrónico (encantador anacronismo del tú a tú que está a punto de ser declarado especie a extinguir) y, por qué no, el aviso en forma de tuit o el intrigante post de Facebook, que se dirige al mundo aunque a ti se dirige.  Descifrar los mensajes, las entradas, los post, las canciones o los enlaces, es un deporte actual que requiere perspicacia, conocimiento y tiempo. Ahora el tiempo nos sobra y por eso hemos inventado el verbo procrastinar. Yo procrastino, tú procrastinas y todos procrastinamos en alegre compaña. Debería haberse imaginado un vocablo más fáci

"La última palabra" de Hanif Kureishi

Hanif Kureishi es un escritor interesantísimo. Uno de esos con voz personal, estilo propio y una prosa afilada, certera, pero llena de recovecos, en la que una se puede disolver con facilidad a veces y otras veces con resquemor. Tiene cosas difíciles y otras que inquietan. Pero desde que leí su libro "Intimidad" , me ganó para su causa si es que la tiene o la tuvo.  Nacido en Londres , de origen paquistaní, en 1954, ha escrito novelas y guiones de películas, algunos de ellos tan famosos como "Mi hermosa lavandería" . Esta novela "La última palabra" , se publicó por Anagrama en 2014 y ha llegado ahora a mis manos, de esa forma accidental pero quizá oportuna con la que los libros que leemos se acercan a nosotros.  La historia tiene como protagonista a un escritor de tremendo éxito que tiene setenta y tantos años y una vida azarosa, que el gran público no conoce aunque intuye. Malhumorado, cabizbajo, prepotente, seguramente misógino, narcisista

Casarse por amor

(Elizabeth Bennet y María Lucas contemplan la llegada a la casa de los señores Collins del faetón en el que viajan la señorita De Bourgh y su institutriz) Jane es la más “hermosa y dulce” de las hermanas Bennet . Por eso mismo a ella le corresponde la obligación de asegurar el sustento de la familia a través de un casamiento ventajoso. La propiedad familiar está vinculada a la rama masculina y, dado que los señores Bennet “solo” han tenido hijas, pasará a manos de un primo lejano, a la sazón clérigo, el señor Collins .  Pero Jane quiere “casarse por amor”. Así lo confiesa a su hermana más querida, Elizabeth , en esas horas de intimidad a la luz de las velas que ellas comparten antes de acostarse. Mientras cepillan sus largos cabellos desgranan esas confidencias que a nadie más contarán. De igual forma que el pelo vuela despojado de la prisión del recogido que habitualmente usan en público, así ellas dan rienda suelta a sus sueños, en los que, aun siendo muchachas pobre

Una casa en Hampshire

Es una casa de ladrillo visto, de planta rectangular, con dos alturas y buhardilla, tejado a dos aguas, ventanas blancas y una puerta de acceso de tamaño mediano, sin escalones. Sencilla pero elegante según el canon constructivo del estilo Regencia.  Toda la casa está al pie de la carretera, lo que aseguraba la distracción de sus moradoras. Cuatro mujeres solas. Por dentro tiene habitaciones pequeñas, poco acogedoras. El jardín que la rodea, escaso, está muy cuidado y la yedra escala los muros del acceso principal, formando un agradable arco de medio punto. Para los ojos extranjeros es la morada típica de una familia de la gentry, la clase media rural inglesa. Para los iniciados, para los miles de seguidores de su obra, es la casa en la que Jane Austen vivió sus últimos ocho años, los transcurridos entre 1809 y 1817 . La casa en la que logró reencontrarse con la escritura, después de los años de sequía creativa de Bath , y en la que escribió sus últimas novelas. Fue uno de eso