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Demasiado tiempo

(Partiendo hacia el mundo. Evert Jan Boks) Se sucedían los días sin nada que preguntarse o preguntarle. Uno tras otro, hora tras hora, como si no hubiera nada que esperar o nada pudiera esperarse. Era así. Sin embargo, una especie de resorte interior la avisaba a veces y le decía que algún engranaje estaba fallando en esa perfecta organización que la convertía en una mujer en la antesala de la vida. Las horas tenían su propio matiz y se sucedían con la continuidad de lo que no es posible cambiar por mucho que se intente. Los días, que antes presentaban colores diferentes y sonidos distintos, ahora no eran la saludable invitación a disfrutar de cualquier clase de acontecimiento, sino el sordo ruido opaco de la inevitabilidad.  Supo, cuando así lo sintió en una mañana casi gris del mes de enero, que sus preguntas nunca tendrían respuestas. Es más. Adivinó, sin que nadie se lo dijera, que no haría preguntas. De esa manera se sofocaría sin más el incendio interior que sentía h

"La señorita Dashwood" de Elizabeth Taylor

Si te llamas Elizabeth Taylor y no eres la famosa actriz de ojos color violeta, casada varias veces, dos de ellas con el grandísimo Richard Burton (ay, esa voz declamando a Shakespeare, que este año es para mí WS4), lo tienes negro, lo tienes mal. Puedes preguntar a quien quieras, incluso a Google, pero nadie hablará de ti. Prueba entonces a añadirle a ese nombre la palabrita mágica, "escritora" o "writer". Entonces quizá sí, entonces aparecerá una entrada o dos a lo sumo dedicada a Elizabeth Taylor, la "otra".  Más fácil es irte a la página de la editorial que está sacando a la luz sus textos olvidados: Ático de los Libros. Allí encuentras noticia de ella y te puedes ir haciendo una idea de qué estamos hablando.  Elizabeth Taylor (1912-1975) fue una novelista y escritora de relatos británica. Kingsley Amis la describió como “una de las mejores novelistas inglesas nacidas en este siglo”; Antonia Fraser se refirió a ella como “una de las escritor

Ventanas

Villegas las pintó a medio vestir, desde ese interior dorado de un dormitorio. Las telas se confunden. Los colores empolvados parecen predecir la moda de años después. Las sillas, único mobiliario, son el único testigo de las miradas que recorren el exterior interrogantes. ¿Qué piensan esas mujeres que así se asoman al mundo, a la calle, quizá? Las mujeres de Villegas tienen la mirada estática, pero el movimiento de sus manos con el abanico y el batir de las alas de los trajes anuncian un volcán interior. Algo está pasando allí afuera. Algo que no podemos adivinar, salvo por la inquieta expresión de los ojos. Puede que se haya desvelado un secreto. O que una certeza dudosa se confirme. En todo caso, ellas, las mujeres de Villegas, atisban la realidad desde el corto espacio de una ventana abierta, de un balcón que no es la vida, toda la vida, pero que la muestra a la medida de lo que ellas desean.  La mujer de Carl Holsoe no mira al exterior, sino hacia dentro. La ventana es

El pajarito de los Reyes (Magos)

Los niños de la casa sabían de cierto que, llegando primeros de diciembre, a un mes vista del cinco de enero, se irían cerrando misteriosamente los cajones y las puertas del gran ropero que estaba en la alcoba de los padres. Un día se cerraba un cajón, otro día otro, más tarde una de las puertas del altillo, y así, sucesivamente, todo el armario quedaría clausurado, imposible de traspasar y de acceder al interior. Si, en alguna ocasión, los niños atisbaban que la madre trasteaba por allí, se organizaban vigilancias para intentar descubrir algo del contenido. Se escuchaban los ruidos con suma atención y hasta se elaboraban trucos para lograr el objetivo: conocer qué había dentro de ese gigantesco mueble oscuro que ocupaba una pared entera de la habitación.  A la niña esa habitación le parecía un paraíso. En la cómoda, que tenía tres cajones alargados, unas patas torneadas y un cristal sobre la superficie, se podían hallar toda clase de artilugios, cajitas, un cepillo del pelo, a

"Departamento de especulaciones" de Jenny Offill

Aparece este año de 2016 el tercer libro escrito por Jenny Offill, "Departamento de especulaciones" con una traducción de Eduardo Jordá que suponemos impecable, dada la categoría del traductor. Libros del Asteroide nos acerca la segunda obra de esta escritora nacida en Massachussets en 1968. Su primera novela es Last Things, de 1999, de manera que se ha tomado su tiempo para lanzar la segunda, que se publicó en inglés en 2014.  Esta segunda obra fue saludada con interés y con fervor por un importante sector de la crítica y así fue finalista del premio Pen Faulkner y del premio Folio y aplaudida como uno de los libros del año por publicaciones como The New York Times, The New Yorker o The Boston Globe. ¿Cuál es el argumento de la novela? El amor, la maternidad y la traición conforman el telón de fondo. El arte, la vía de escape, la posible salvación ante la incertidumbre y la lucha por la vida.  Cuando se conocieron eran jóvenes y estaban llenos de esperanza.

"La guitarra azul" de John Banville

Ya está aquí el nuevo Banville, diríamos si los libros se pregonaran en un mercado de abastos. La nueva novela del irlandés de la doble cara, del doble gesto, de la doble literatura. Es Banville y no Black el que saluda el año con un nuevo título, así que no vamos a esperar asesinatos, ni autopsias, ni investigaciones pormenorizadas. Salvo si es el sentimiento el que hay que investigar. Y es mejor así. "Órdenes sagradas" fue una obra fallida. Demasiada impostura. Demasiado encorsetamiento en un personaje que ya está acabando su ciclo, si es que no lo ha acabado ya. Puede que el propio escritor lo sepa y por eso ahora retoma su faceta generalista y se presenta con esta novela en la que, quizá, hay un reflejo de sí mismo mucho mayor del que suponíamos.  Oliver Orme es pintor y está en horas bajas. Las musas lo han abandonado. Hay cierto hastío en su pintura y eso se nota de inmediato. Un artista sabe cuando se agota la fuente de la que bebe. Los críticos también. En el

Viento del sur

(El viento sur. Darío de Regoyos y Valdés) Sopla con fuerza el viento del sur en la ventana. La lluvia cae intermitente pero desabrida. No es una lluvia mansa, una lluvia fina, una lluvia presurosa y borgiana. No. Más bien tiembla y se convierte en olas, en este lugar sin playa y sin mar, sin océano desde el que avistar el futuro. La plaza entera se estremece con ese oleaje aparente y la tormenta está a punto de convertirse en una realidad que me hará desear estar fuera de su alcance. Todavía suenan petardos, el eco de la fiesta que aún no ha terminado. Pero son esporádicos y lejanos, parece que fue ayer, pero hace tanto tiempo de ese año despedido a fuerza de ilusiones y deseos furtivos... El viento sur azota los trajes de Elinor y Marianne mientras caminan abrazadas por la ladera de esa montaña verde, allá en el Devonshire, la otra punta del mundo, pero tan cerca, tan íntimamente unida a este momento, el libro, la película, el sonido esplendoroso del pianoforte, el sentim

"El animal moribundo" de Philip Roth

Una novela penetrante y abrasiva. Así la describe uno de los críticos que con ocasión de su publicación en castellano habló de esta obra de 2001, una obra que conserva el mismo personaje que aparecía en dos anteriores: "The Breast" , de 1972 y "Profesor of Desire" de 1977.   Ese personaje principal es David Kepesh que en "El animal moribundo" tiene casi setenta años y relata, a modo retrospectivo, uno de los episodios de su vida ocurrido en torno a los sesenta. Pero, en realidad, lo que cuenta no es un momento exacto sino su propio ideario, los postulados por los que se ha regido desde la revolución del sesenta y ocho a la que abrazó y de la que no se ha desprendido.  Kepesh es un reputado crítico y catedrático de universidad. Es, también, un hombre atormentado por el sexo. Mantiene aventuras epidérmicas con sus ex-alumnas con el fin de olvidarse de lo que le quita el sueño: la muerte. Y, antes de eso, la vejez. Es, pues, un viejo que se ac

"Emma" de Jane Austen

Siento una rara emoción al escribir este post. No en vano "Emma" me ha acompañado durante un año entero. Un año en el que han ocurrido muchas cosas, la mayoría de ellas buenas. He ido conociendo a Emma al mismo tiempo que me he ido reconociendo a mí misma. Los defectos de Emma son muy parecidos a los míos: su impaciencia, sus enfados, su susceptibilidad, su inseguridad ante la única persona que puede interesarle de verdad, su apego a la vida, su curiosidad incesante, su ironía (que la lleva a toparse con situaciones problemáticas, como a mí me suele pasar también). Claro que Emma es un personaje literario, una chica de veintiún años y yo no soy ni lo uno ni lo otro, pero creedme si os digo que me siento más cercana a ella que a la Bovary o a la Karenina o a Ana Ozores, con tanto drama encima, con tan poquísimo sentido del humor y tantísima tragedia. Ufff. Prefiero mil veces a Emma y sus meteduras de pata. Y su corazón limpio. Y su descubrimiento del amor en ese señor K

Historia de un narcisista: incapaz de amar

Tenía en una de las estanterías cerradas con llave un librito pequeño que siempre pensé que era una novelita de amor. Su título es engañoso "Incapaz de amar". Estaba por ahí y nunca le había hecho el menor caso. Eso ocurre a veces con los libros. Llegan a ti no sabes cómo y se quedan por la casa, vagando, a veces quietos, otras veces de un sitio a otro. En este caso ese librillo estaba en la segunda fila de un estante, de esos que contienen libros que te interesan poco y por eso los pones en un lugar recóndito.  Mi manía de quitarle el polvo hasta a los libros que están en cristaleras, todos prácticamente, me ha llevado a descubrirlo ayer tarde y fijaros que lo he leído de un tirón, porque no es una novelita al uso sino un casi ensayo sobre un caso real en el que una mujer inteligente, elegante, culta y bien situada se enamora nada más y nada menos que de un individuo narcisista. Creí que los narcisistas no existían, que eran una invención de la psicología freudiana,

"La amiga estupenda" de Elena Ferrante

Siempre he deseado tener una amiga del alma. Y no lo he conseguido, al menos hasta ahora. No culpo a nadie. Salvo a mí, que debí haber mostrado más dedicación en ello, más empeño y perseverancia. Pero he preferido navegar sola que detenerme o ir más despacio. Me ocurre como a Elizabeth Bennet, en esa escena en la mansión de Lady Catherine De Bourgh cuando está tocando el piano acompañada del coronel Fitzwilliam y se acerca Darcy a escucharla. Ella afronta su mirada con valentía (ah, la valentía de Lizzy, cuanto la envidio) y no se arredra ante la actitud de él. Reconoce, sencillamente, que si no toca mejor es porque no ha practicado lo suficiente y no porque tenga menos cualidades que otras personas. Lo que ella no sabe entonces y nosotros, los lectores, intuimos, es que Darcy considera que ella toca de fábula, porque, enamorado como está sin remedio, actúa como todos los hombres enamorados, ensalzando a su amada hasta el límite. Tal y como eres, diría Darcy si fuera Mark y aparec

Inocentes

Creedme si os digo que, de todo el calendario navideño, el día que más me gustaba, y me sigue gustando, es el de hoy, 28 de diciembre, los Santos Inocentes. Es un día iconoclasta a más no poder, lo que casa muy bien con una persona como yo, a la que los ritos le caen siempre lejos, salvo los que tienen que ver con los buenos sentimientos. La historia bíblica me daba más o menos igual, no estaba ni estoy para historias más allá de la Revolución Francesa. Lo que me encandilaban eran las bromas, los sucedidos y las historias humorísticas que se tejían en mi calle ese día. Toda la familia participaba siempre en ellas y cuando digo toda, digo toda. Porque es una tradición que se remonta a siglos. Por parte de mi madre, desde luego, lo de mi padre es otra cosa, gente seria y sufridora al máximo.  Pero en la casa de mi madre las bromas llegaban al paroxismo. Ese encargo de tartas, ese encargo de pizzas, esas peluquerías en las que ocurrían cosas, esas llamadas telefónicas extrañas, e

Amor en 140 caracteres

Él se llamaba Júpiter y tenía un pelo precioso. Se sentaba delante de ella en el instituto y siempre se quedaba admirada del incesante olor a buen champú que despedía su pelo. Era de un raro color castaño, como si un árbol hubiera florecido en otoño y se traspasara su color a todo el universo. Ella no se cansaba de mirarlo, a pesar de que solamente le veía la espalda, el nacimiento del cuello bajo la camisa y el pelo, ese pelo que se movía y se ondulaba cada vez que él se inclinaba a escribir o levantaba la mano para hacer una pregunta. Entre un millón de muchachos ella habría reconocido su pelo sin dudarlo, incluso sin verle la cara o sin oírle.  Las amigas se reían de su devoción por aquel chico que parecía tenerlo todo. Era guapo, listo, alto, delgado y simpático. Su sonrisa estallaba a cada momento. Verlo reír era la gloria. Cuando se sentaba en un banco del recreo siempre había a su alrededor diez o doce muchachas y algunos chicos, que oían sin pestañear sus comentarios ace

Extrañeza

La calle estaba a rebosar de gente. Turistas, visitantes, vecinos, habitantes de la ciudad, todos se concitaban en esa zona del centro en la que los bares, los restaurantes, los museos y las tiendas competían para atraerlos. Había muchas familias, gente con niños pequeños que se plegaban a sus deseos, que iban cargados de globos, porque salían de visitar los Belenes. Había también parejas, que susurraban promesas que nunca iban a cumplir. Había ancianos que se sentaban a descansar en uno de los bancos de madera que estaban delante del ayuntamiento, en la plaza atestada de casetas que vendían artesanía muy cara.  Para llegar hasta allí había que cruzar puentes. Los puentes, la seña de identidad de la ciudad, también estaban a punto de hundirse, superpoblados, cubiertos de cámaras de fotos que querían inmortalizar el movimiento del agua, el rielar del sol sobre la superficie, el paso de los barcos y de los remeros sudorosos. Toda la plata del agua se convertía en fuego a esa hora

"Un regalo que no esperabas" de Daniel Glattauer

Hace algún tiempo leí dos deliciosas novelas de este autor, la segunda continuación de la primera. Se trataba de "Contra el viento del norte" y "Cada siete olas". Narraba con ingenio y con gracia un romance por mail. El correo electrónico era en esos momentos (hace muy pocos años) el medio más moderno y subversivo de comunicarse. Tom Hanks y Meg Ryan habían ya decidido usarlo también y el sonido del mensaje al cruzar el espacio sideral y llegar a tu ordenador, era la antesala de una noticia agradable. "Tienes un email" fue la frase gloriosa.  Así que Daniel Glattauer entendió que el misterio y la inmediatez eran las claves de esa forma de contacto y lo usó en sus dos novelas. El resultado fue agradable, sencillo pero muy eficaz. Unas novelas que se leen con entrega y, como diría Corín Tellado al hablar de los hombres de sus libros, "con fruición". Por cierto "expeler" y "fruición" son dos términos eminentemente tellades

Lo peor es el silencio

(Thérèse on a Bench Seat, 1939. Balthus) Había intentado decírselo muchas veces. Sobre todo, en los días largos del invierno cuando, al extinguirse su voz al otro lado del teléfono, ella sentía que el mundo acababa. También en los amaneceres del verano, recién levantada, todavía entre brumas. Entonces se acomodaba en su lugar favorito de la casa y comenzaba a escribir una carta que se presumía larga, pero que quedaba en nada. No era capaz de contarle la verdad. Eso le producía una zozobra inevitable. Se sentía presa. El silencio no era su modo de vida, no era su lugar, ni su acomodo y por eso quería liberarse de esa sensación de que ocultaba algo. A él no. A él no quería ocultarle nada más que lo necesario. Nada más que las sombras del pasado. Nada más que el miedo a que todo terminara. Nada más que la preocupación por las cosas cotidianas que ensombrecían su relación. En lugar de eso, cultivaba un gran secreto. Y todos los días se decía a sí misma que ese sería el momento en