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"Mágico, sombrío, impenetrable" de Joyce Carol Oates

Trece relatos. Trece historias para entender esa clase de vida que Oates retrata desde siempre. Trece puertas abiertas para analizar el miedo. El miedo a perderlo todo, el miedo a no ser nada. El miedo es la música que ahora interpreta la escritora norteamericana y esa melodía acaba sonándonos. Los relatos tienen argumentarios diversos pero dos elementos siempre comunes: el miedo, al fondo. La gentil escritura de Oates, en la superficie.  Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) tiene setenta y siete años y sigue enseñando en Princeton. La vida escolar, el contacto con los jóvenes estudiantes, la pone a cien. Hace que su universo se contagie de esa prisa cotidiana de un centro educativo. No contempla marcharse, salvo cuando sea inevitable. Al tiempo, escribe. Con una regularidad espartana. Con un trabajo de investigación previo que resulta envidiable. Planificación, búsqueda de fuentes, pistas, ciudades, personas, ideas. Todo ello se congela en sus ficheros hasta que

"Mujeres enamoradas" de D. H. Lawrence

Los veranos en La Carolina están llenos de un aire denso, pegajoso, algo turbio. El calor se instala en los cuerpos, en las mentes. No hay forma de sustraerse a su influjo y todo lo que haces parece convertirse en una huida. Las noches se abren cálidas pero llevaderas. Las tardes anuncian el ocaso más fresco. Las mañanas, el esplendor del agua que te recibe deseosa. Las horas intermedias te asfixias si has decidido recorrer sus calles. Los pueblos que la rodean arden en fiestas. En Guarromán, en Santa Elena, en Las Navas, la gente baila en las ferias y tú estrenas vestidos y sonríes con timidez cuando el chico que te gusta te toma de la mano para ayudarte a subir a la montaña rusa. Toda la vida es una montaña rusa en estos veranos de días largos y cubiertos de la lluvia dorada de la ilusión adolescente.  Pero, a veces, una brisa jubilosa te estimula y llena tu cabeza de la esperanza de que las horas siguientes sean más amables. Es en esos momentos cuando te sientas en el pat

La belleza

(Detalle de El Nacimiento de Venus. Sandro Botticelli)  Simonetta Vespucci fue una de las mujeres más hermosas de su tiempo. Y de tiempos posteriores. Su belleza renacentista inunda los cuadros de Botticelli. La posteridad ha consagrado sus ojos de almendra, su pelo rubio y ensortijado, su boca perfecta, su mirada lánguida, sus gestos silenciosos... Se cree que nació en Génova y su padre era, en efecto, un noble genovés. Con solo dieciséis años se casó con Marco Vespucci del que tomó su apellido. La belleza de Simonetta atrajo a todos los artistas de la época, que la interpretaron en sus obras de muchas formas distintas, dando su rostro a los personajes de sus cuadros. Distintos estilos, formas diversas, texturas, vestidos, luces, pero un mismo rostro, el rostro aterciopelado de Simonetta, los rasgos de esta mujer joven que los atrajo a todos. Los hermanos Ghirlandaio, Piero di Cosimo y Botticelli fueron los que más la pintaron, pero, desde luego, este último, Botticelli, n

Mujer inhabitada

Puede uno leer un libro mil veces sin entender nada. Pueden miles de personas leer un libro sin extraer su verdadero sentido. Pueden realizarse decenas de películas sobre un libro sin que nada de su esencia llegue a las imágenes. Puede uno quedarse en la superficie y categorizar sin que haya comprendido de qué se escribe, qué se cuenta, por qué se dice.  Esto es lo que creo que ha ocurrido con este libro. Convertido en literatura erótica sin más, en un contexto en el que la literatura erótica es un género con mala prensa, un subgénero infamante en realidad, no ha habido oportunidad de llegar más allá en su análisis. Sorprende la cantidad de personas formadas, supuestamente lectoras, que desconocen el libro, a su autor, el resto de su obra y, sobre todo, sus intenciones, su estilo, su escritura al fin.  Para entender "El amante de Lady Chatterley" hay que situarse en el tiempo y el espacio en que fue escrito, pero, sobre todo, hay que ver en conjunto la obra de su

" La ley del menor" de Ian McEwan

Fíjate: eres una profesional respetada. Jueza de familia, con dilatada experiencia. Estás a punto de cumplir sesenta años. Casada y sin hijos. Tu matrimonio navega en la rutina. Tu trabajo te absorbe. No podría ser de otro modo.  Y, de pronto, se abren ante ti dos frentes que has de lidiar y de traspasar de la mejor forma que puedas: llega a tu juzgado el caso de un adolescente, testigo de Jehová, que se niega  a ser transfundido para curar su leucemia, aludiendo a sus creencias religiosas. Y tu marido te dice, sin más, que desea tener una aventura con una jovencita porque, sencillamente, ya no puede más con el aburrimiento que le causa el matrimonio.  Esta tesitura es la que se presenta en la vida de Fiona Maye cuando Ian McEwan la convierte en protagonista de su último libro, que, como los demás, publica Anagrama y que nos pone por delante el problema de la fe. McEwan lleva años tocando todas aquellas cuestiones que nos preocupan a los hombres. Cuestiones de fondo que él

"Cumbres Borrascosas" de Emily Brontë

Cuando era muy, muy pequeña leí este libro por primera vez. Me recuerdo sentada en mi azotea, un espacio abierto al sol, al salitre y al viento de levante. Los días de viento se convertía en un territorio inhóspito, casi tanto como esa casa en la que Cathy, la protagonista, pasaba las horas en compañía tan dispar. Pero, cuando entraba por la bahía el suave aire del sur o el viento estaba en calma, era una delicia subir allí arriba, en total soledad, con tu libro, tu larga melena recién lavada para que se secara al sol o, simplemente, con tus propios pensamientos.  Las niñas pensativas son mujeres calladas. Eso me decían. O, al menos,  mujeres que callan lo esencial. Y es cierto, lo rubrico. En todo caso, la lectura del libro me puso en situación de atisbar sentimientos que entonces, por edad, me estaban todavía vedados, pero que yo sabía que podían astillar, en cualquier momento, la plácida riada de las tardes lentas del verano, cuando la principal distracción era soñar.  Wu

El don de la palabra

¿Existe el don de la palabra? ¿Alguna vez lo poseí? ¿Fue mío? Hubo un tiempo en el que escribir era una manera de estar en el mundo, de sentirte que, en algún lugar, tenías un sitio. Una forma de entender algunas cosas, no muchas, solamente las justas, las necesarias para seguir viviendo. En ese tiempo las manos se movían al compás de la mente y dibujaban historias, a veces versos, en otras ocasiones relatos, invenciones, no sé, cosas, incluso cartas llenas de recuerdos antiguos y esbozos de la vida, muchos sueños.  En ese tiempo, las libretas se llenaban de pequeños textos, de frases sueltas, de ideas, de pensamientos. No estaban, como ahora, surcadas por un reguero de lágrimas absurdas que a nadie le interesan. No estaban como ahora, cerradas, prestamente guardadas, ocultas, sin tiempo para ser lo que ellas quieren, el baúl en el que duermen los fragmentos de vida que creaste. Hubo un tiempo en que tuve palabras en mis manos...Pero ahora, como si todas ellas hubieran

Esa mujer

(Imagen: Cuadro de Tamara de Lempicka) La encuentras cada día cuando recorres esa amplia avenida camino del trabajo. Es un camino transitado, en el que se oyen a todas horas el ruido de los coches, los gritos de los niños y la charla de los que frecuentan los bares que hay en derredor. Tanta gente cruza a todas horas y has tenido que fijarte en ella, te has fijado en ella sin remedio, no has podido dejar de hacerlo incluso, te ha llamado tanto la atención que has empezado a preguntar quién es, cómo se llama y por qué tiene ese aire tan triste y abatido.  No puedes preguntarle. Eso sería un atrevimiento. Un imposible. Así que lo descartas. No puedes preguntar. Sería una indiscreción imperdonable. Pero tus ojos la miran cada vez y deseas saber lo que le ocurre y quieres atisbar el sentimiento que hace que su gesto sea tan frío, que tenga las manos enlazadas alrededor de un bolso que parece sobrarle, que tenga el aire asustado de un pajarillo que ni siquiera tiene claro dónde

Austen enamorada

En enero de 1796 Jane Austen escribe una carta a su hermana Cassandra, que estaba pasando unos días en Berkshire, en casa de sus futuros suegros, los señores Fowle. La carta, que es la más antigua de las que se conserva, es muy interesante. Ella tenía veinte años recién cumplidos, pues había nacido en diciembre de 1775. En un cajón de su escritorio estaba guardado y casi oculto el manuscrito de "Sentido y Sensibilidad". Aún no era, en estricto, una escritora, aunque escribía desde niña. Pero esa carta tiene tantos matices, datos e ideas que merece la pena reparar en ella. Porque de su lectura y de los hechos que después sucedieron, podemos deducir que uno de los protagonistas de la misma es, precisamente, el muchacho de quien Jane se enamoró.  Tom Lefroy, que llegaría ser un prestigioso abogado y miembro del Parlamento de Irlanda, confesó en su vejez que había amado a Jane en aquellos tiempos y que únicamente su falta de fortuna y la dependencia económica que de él te

Una historia inventada

Ella había recorrido el mundo entero. Si no entero, sí todos aquellos lugares de los que se suele contar algo. Esos sitios que tienen nombres pronunciables, preciosos, limpios. Los espacios más anchos y más tiernos que uno pueda imaginarse. Las ciudades abiertas, rectas, llenas de sonrisas improvisadas. Los ríos, los campos, los desiertos que no aparecen en el mapa pero que existen, eso es seguro. Ella lo había recorrido todo y, sin embargo, una parte de su corazón todo lo ignoraba. No entendía el significado de las cosas. No sabía que las cosas existían. Que tenían nombre. Que no eran cosas simplemente. Ella había recorrido las dimensiones ocultas del silencio, esas que nadie entiende si no las ha vivido en carne propia. Ella lo sabía casi todo, menos exactamente eso que nadie debería dejar de conocer, si es que quiere contar, en un momento, que ha vivido.  ¿Qué importa el sitio? ¿Qué importa si era una mañana de frío invierno o de esplendorosa primavera? ¿Qué más da las noti

Folio en blanco

Pero, seguramente, ella está también mirando la Luna. En cualquier sitio sus ojos contemplan este mismo universo. Quizá eso deba hacer que me sienta menos solo, que note menos el vacío. Pero es difícil. La soledad es un algo frío y perenne que se acomoda en nosotros al menor movimiento de la vida. Esta vez, como casi todas, ha venido sin avisar, me ha cogido de sorpresa. Tendría que presentirla, saber cuándo va a aparecer para llenar mi alma de miles de cosas inútiles que no dejaran ningún hueco vacío. Pero esta vez tampoco lo he logrado.  Todas las cosas desaparecen de pronto y ella también. ¿Cómo habría podido evitar que se fuera? Quizá inventando un tiempo nuevo en el calendario, el tiempo del recuerdo perenne, pero no, no sería efectivo, tendríamos que inventar meses eternamente y el tiempo es una cosa muy frágil para asentar en él nuestra dicha.  Más seguro sería borrar el espacio. Todos integrados en el mismo punto de visión, unidos en el mismo ámbito. Así la vería s

Semáforos en rojo

Oyes a la gente comentar con ilusión a qué sitios acudirá en el puente. Los puentes, cuando no son físicos, sino de tiempo, llevan consigo el movimiento. Todos los que sienten que forman parte de algo, se moverán, cambiarán de lugar de residencia, viajarán, comprarán cosas insólitas, compartirán su tiempo con aquellos que aman y que les aman.  Tu semáforo se puso en rojo un día y no hay forma de que cambie el color. A veces parece estar naranja, pero es una ilusión tan solo. Es un semáforo inamovible. No hay mecanismo, ni artilugio, ni milagro, que lo modifique. Es un semáforo que ha perdido el botón de cambio. Por eso sientes ahora que el aire te ahoga, por eso sientes que no puedes respirar casi, por eso quieres llorar y las lágrimas se esconden, por eso notas claramente que no hay nada que puedas poner al lado de esa euforia de la gente feliz.  (Imagen: Richard Estes) 

Tengo que contarte algo: "Historia en el crepúsculo" de Stefan Zweig

(Imagen: S.J. Peploe. Escocia)  "¿Habrá traído el viento la lluvia sobre la ciudad para que nuestra habitación se obscureciera tan de pronto? No. El aire está tranquilo y transparente, como raramente ocurre en estos días estivales; pero se ha hecho tarde y no lo hemos notado. Sólo las ventanas de las buhardillas frente a nosotros nos sonríen con un leve resplandor, y el cielo, encima de la cúspide, está ya velado de una dura sombra".... Así comienza "Historia en el crepúsculo" una novelita de 42 páginas que Stefan Zweig escribió y que se recoge en un volumen de Ediciones Ulises que lleva el título de "Sendas equívocas" y que contiene otras dos pequeñas obras: "Subversión de los sentidos" y "Ocaso de un corazón". Las tres son mucho menos conocidas que otras historias suyas, como "El jugador de ajedrez", "Carta de una desconocida" o "Amok". Pero, en modo alguno, son inferiores en calidad.  En

Esa maravillosa forma de narrar

Cuando descubrí a Edna O´Brien , la escritora irlandesa que cumplirá en diciembre ochenta y cinco años, entendí que la narración literaria tiene tantos caminos como escritores que recorren esa senda. Ella me mostró, en su trilogía de Kate y Baba, que es posible conocer voces nuevas, que no se agosta el caudal de narradores que son capaces de emocionarme y que la vida de las personas normales es el elemento más motivador de cuantos pueden usarse para escribir.  El estilo de Edna O´Brien me maravilla por su limpieza. Qué difícil resulta ese recorrido diáfano, casi como si se tratara de un cuento infantil, en el que los recovecos tienen sentido y en el que los personajes hablan por sí mismos, como si no fueran hallazgos de un tercero. Kate y Baba, las muchachas protagonistas de esa trilogía impensada, son tan de carne y hueso como yo misma. Puedo percibir, por ello, sus emociones, sus deseos, sus frustraciones, sus esperanzas, sus miedos. Ambas quieren ser felices, como yo he quer

Escenas de piano

El coronel Brandon se queda en el umbral de la puerta oyendo y admirando la ejecución al piano que hace Marianne Dashwood. Es en ese momento cuando se enamora. La mirada de Brandon, su gesto, su expresión toda, da cuenta de ese sentimiento en el justo instante en el que nace. Pocas veces nos es dado conocer con exactitud esa cronología del amor y sus fases, pero, en este caso, ahí queda escrito. Así aparece en una de las escenas de "Sentido y Sensibilidad" el libro en el que Jane Austen retrata las peripecias de las hermanas Dashwood, Elinor y Marianne, tras la muerte de su padre.  La mansión de Lady Catherine de Bourgh es fastuosa, riquísima en muebles, en cuadros, en estancias. Los tapices, las alfombras, las cortinas, el entelado de las paredes sugiere buen gusto, estilo y dinero, mucho dinero. No en vano Lady Catherine, la tía de Darcy por parte de madre, es una dama muy rica. Allí, en el salón de recibir, hay un magnífico piano de grandes dimensiones. En ese

El nombre exacto de las cosas

Llamar a las cosas por su nombre no es sencillo. Reconocer el nombre de las cosas, tampoco. Advertir que una cosa es esa cosa, resulta casi imposible a veces. La ocultación es un juego que suele dar buenos resultados. Ocultar, callar, disimular, guardar, esconder. Sinónimos del silencio. De un silencio pactado, de un silencio impuesto, de un silencio obligado.  Elinor Dashwood ama a Edward Ferrars desde el mismo instante en que lo observa a través del ventanal de su sala. Él está en el exterior, jugando con un palo a que es un guerrero en lucha. La oponente es Margaret, la hermana adolescente de Elinor, un poco impertinente como todas las niñas a esa edad. Hasta la llegada de Edward, Margaret yacía escondida en cualquier lugar donde pudiera ocultarse a los ojos de los demás, enfrascada en la lectura de mapas. La gente que lee mapas es muy especial. Coges el mapamundi, por ejemplo, pasas las páginas y llegas a un país, arribas a su costa o subes a sus montañas. Pronuncias enton

Harry Potter ilustrado ¿Mejor o peor?

Confieso que prefiero los libros de "solo palabras". No los libros, también los cuentos, todo. Que la imaginación la marquen los dibujos o las fotografías no me gusta. Es más, me molesta. Esa sensación de que lo que ves no se ajusta a lo que imaginas....¿la conocéis? Yo sí. Cuando era pequeña nunca leía cuentos con dibujos, sino textos llenos de "solo palabras". Iba a comprar uno de ellos y decía así: Quiero un cuento de "solo palabras". De manera que crecí imaginando cómo serían todos y cada uno de los personajes de los cuentos, de los libros, de todo aquello que leía.  Ahora aparece un Harry Potter ilustrado. La historia de la escritura de Harry nos reconcilia con la literatura y con la posibilidad de éxito. J. K. Rowling en un bareto de mala muerte escribiendo en servilletas. Rowling llevando sus originales a las editoriales sin resultado alguno. Editores que presumen de buena vista y que aquí fracasaron estrepitosamente.... Conozco a muchos

Puentes

Esa luz del incipiente otoño, mezclado con las briznas del último verano; ese sonido de la gente que cruza, que corre, anda, vuela a alguna parte. Esa mañana blanca del sábado que intentas sortear como si fuera un puente. Cruzar el puente y no sentir que es vano convertirlo en camino.  Recorres la ciudad entre el gentío que no sabe su historia ni sus nombres, que agarra mapas como si se tratara del imperio romano a punto de estallar ante los bárbaros. Recorres la ciudad y miras hacia dentro, hacia tu geografía impenetrable. Y no te reconoces. Nada se abre ante ti para poderte asir a alguna cosa que no derive en llanto.  Donde está la pregunta, la respuesta tiene un nombre sencillo. Es dolor, simplemente. Recordando el pasado, rememorando rostros, abriendo pasadizos al hilo de una anécdota, escribiendo memorias que ya no son las tuyas y que fueron. Donde está la pregunta, la respuesta se anota en un teléfono. Uno de esos modernos que lo contienen todo, incluso la esperanza

Una nueva sentimentalidad

Si puedes, lee esta entrada de mi blog escuchando a Luis Eduardo Aute cantar "Queda la música". Porque es así como la estoy escribiendo. Es una tarde-noche de tormenta. El aire viene cargado del ruido de los truenos y la luz de los relámpagos. En mi corazón late esa sensación ya conocida que va del sentimiento al desengaño, de la luz a la sombra. Es así como siento hace ya mucho tiempo, demasiado, o quizá es un instante, un instante tan solo. Veamos.  Una nueva sentimentalidad emerge en las obras de Jane Austen. Y es tan moderno lo que hace, tan nuevo y distinto, que yo no diría que hoy la hemos superado. Quizá se han añadido pasajes de momentos eróticos, sin mucha suerte desde luego. Pero el sentimiento, el verdadero sentimiento, ese continúa incólume, grabado perfectamente en las palabras de sus libros. Ah, Jane, qué poco pensaba que sería una maestra en el arte de entenderse y entendernos.  La declaración de amor que hace el señor Knitghley a Emma es un modelo:

La emoción desnuda

Si Jane Austen no hubiera muerto a la temprana edad de 41 años ¿qué hubiera ocurrido con su vida? ¿qué con su literatura?. Resulta un ejercicio especulativo, casi de ciencia-ficción, pero es atractivo pensarlo. Sobre todo para las personas como yo, que tenemos una relación de fraternidad creativa con ella. Habida cuenta de lo que consiguió con sus cinco grandes novelas...¿qué logros podría haber añadido en su madurez? Aunque hay autores cuyos mejores libros se escriben al principio de su carrera, lo más seguro, en su caso, si tenemos en cuenta la evolución que experimentó, es que grandes frutos literarios, novelas espléndidas, se hayan perdido por su muerte prematura.  Quizá sus logros no han sido suficientemente ponderados. Detrás de una trivialidad aparente, que no es sino una estrategia narrativa intencionada, emergen sus profundidades. La fantasía, la imaginación, la intuición, la inteligencia, la sospecha, el misterio, el enmascaramiento, el sentido, el entendimiento. E

Siente la música

Sonaba la canción. Sus notas parecían de papel. Tenían sonidos que arañaban el corazón. Decían palabras prohibidas. Frases que ella nunca podría pronunciar. Frases que se ocultaban detrás de la pantalla de las cosas cotidianas. Ella sabía que solo había una forma de explicar aquello sin sentirse descubierta. Las canciones. Por eso escogía canciones con letras de amor y envidiaba a los cantantes, porque pronunciaban "te quiero", la frase mágica, con naturalidad. Ella quería decirle cuánto lo quería, decirle cuánto lo echaba de menos, cuánta necesidad tenía de oír su voz. Quería contarle que lo quería más que a sus ojos, más que a su vida, más que al aire que respiraba. Pero no podía hacerlo. Él había decidido, por los dos, que el castigo a su amor inmenso sería la ausencia. Y así se hizo.  (Imagen de Jack Vettriano)