Ir al contenido principal

Entradas

"Élisa" de Jacques Chauviré

Sabemos de la infancia por los mayores. Ningún niño es capaz de dejar escrito lo que se siente, lo que se vive, en esos años primeros y definitivos de la vida. En ocasiones, esa infancia se muestra a través de los ojos de los mayores, de sus recuerdos. Nos han contado cómo éramos de niños, nos han explicado nuestras travesuras, los juguetes que nos gustaban, qué comíamos o qué bebíamos. Son recuerdos interpuestos. Nada hay que nos indique la verdad de lo que fuimos. Y, sin embargo, la infancia es el tiempo de la vida que más huella nos deja. Y lo peor es que es una huella oculta, misteriosa. No sabemos a ciencia cierta cómo transcurrió y, por eso mismo, no tenemos ni idea de qué parte de ella nos ha hecho ser como somos.  Tengo en mis manos un libro escrito por un anciano de casi noventa años, poco tiempo antes de su muerte. Lo que uno escribe en la antesala del adiós tiene tanto valor como esos garabatos infantiles en los que apenas se esbozan las grafías de los nombres def

Libros para el otoño de 2015

Un otoño lleno de libros es un otoño de esperanza. En alguno de ellos hallaremos secretos que, hasta ahora, nos habían sido vedados. Encontraremos alguna voz que nos resulte cercana. Habrá sorpresas, descubrimientos, sueños, complicidad. Espero que en los libros del otoño existan palabras que pueda convertir en mías. Palabras que me inspiren, que me llenen de un instante feliz, que me resulten sabias para vivir el momento, cada momento.  Así que repasas las novedades que están previstas y de ellas escoges lo que sospechas te va a gustar. Al menos, lo que vas a buscar en los anaqueles de las librerías para acercarte un poco más y profundizar en ellos. Estas son recomendaciones totalmente personales. Dado que, salvo las recopilaciones, los demás no los he leído, se trata de impresiones, sensaciones, que obedecen a un criterio muy particular.  Si veis por ahí las novedades previstas sacaréis seguramente otras conclusiones y serán otros vuestros intereses. Pero la lectura es así

El largo y cálido verano

El verano es un cuadro impresionista. Un camino bordeado de árboles dorados. Un espacio sideral, único, en el que las voces se mezclan con el canto de los grillos. Un lugar en el que nos encontramos, tú y yo, en el abrazo. El calor se funde en los cuerpos. El sudor nos llena de esa pátina helada que nos estremece. El verano es un cuadro impresionista. Pinceladas, colores, aire libre, dos figuras que caminan una al lado de la otra sin destino y sin origen. Solas. He sentido tu aliento y he buscado tu boca. He hallado tu cintura sin poderlo evitar. Te he besado. Y una constelación de fuego y de caricias se ha elevado conmigo. El verano, las noches, las flores en el borde del camino, todo se funde en todo, como si no pudiera evitar la esperanza. Así los sueños se escriben en verano, con la imagen de quien convierte la vida en vida. Sueños y espacios libres de mentiras. Realidades cansadas. Las noches se han escrito con risas y con sueños. Una vez me miraste, lo sé. Porque sent

Ingrid Bergman: Volcánico iceberg

Un amigo me ha recordado que se cumple hoy, 29 de agosto de 2015, el centenario del nacimiento de Ingrid Bergman. Si repasas la prensa del día podrás encontrar referencias de todo tipo. Datos, noticias, filmografía, críticas, reseñas biográficas. Nada de esto, pues, valdría la pena repetir aquí. Más bien lo que yo podría decir, como espectadora, es algo de carácter más personal. También más discutible. Porque ella, como otras tantas actrices, no es solamente un rostro en la pantalla, sino una parte de mi vida y de la vida de mis padres y de mis abuelos. Es parte de una historia total que no es posible desentrañar sin acudir a los recuerdos más personales.  Ingrid fue una huérfana con todo lo que ello significa. Las biografías lo señalan sin más pero hay que pensar en una niña criada sin padres que tuvo claro desde siempre lo que quería hacer: interpretar. Esa férrea vocación es algo que admiro. Que me llena de esperanza en que siga existiendo gente capaz de luchar por lo que

Bailar

En esa frontera de la niñez a la adolescencia que son los trece años, larguísimos y llenos de conflictos internos, aprendí a bailar. Los sábados por la tarde, en el enorme patio de mi casa, había siempre chiquillas bailando al son de las músicas de moda. A algunas les costaba tanto que terminaron por convertirse en pinchadiscos. El baile no se había hecho para ellas. Los chavales pedían permiso para entrar y mi madre sonreía y se lo daba. Entre ellos había de todo, travoltas, tímidos y aprendices de intelectuales. Como en la realidad. Mi madre estaba siempre atenta a todo, nada escapaba a su observación pero era feliz viendo que la vida continuaba. Ella misma había sido una niña bailarina.  Más tarde, fue el club el sitio que recibía mis ansias de bailar y de escuchar música. En los veranos gloriosos, la música definía los tiempos, las acciones, los sentimientos. Tarareaba todas las canciones, compraba los discos, intercambiaba letras. Me movía a compás. No andaba, sobrevolaba

Días

 Cuando era niña me fascinaba el paso del tiempo. Quizá por eso me gustaban tanto los relojes y los calendarios. Construía mis propios calendarios con los días de la semana y los días del mes, a base de colores, de recuadros, de fechas y avisos. Además, atribuía a cada uno de los días de la semana un color diferente. Creo que no he contado esto a nadie antes de ahora. O sí, lo expliqué una vez a mi "mejor amigo" de turno, que estudiaba Económicas en Madrid y que me hacía el mismo caso que a una sombrilla de playa en tarde de invierno.  El lunes era violeta, un color misterioso, una puerta a lo desconocido. Nadie sabía lo que cada semana traería consigo, era una incógnita como esas que aparecían en las matemáticas, la asignatura que más odiaba porque no conseguía entender ese baile de signos y de números. Para solventar el problema ingenié un sistema muy sencillo cuando estaba en el colegio. El trueque. Yo hacía las redacciones a mi compañera Mamen C. y ella me resol

"Intimidad" de Hanif Kureishi

Intimidad, el libro de Hanif Kureishi , se escribió en 1998, se publicó un año después y yo lo compré en 2005, en una edición de la colección Compactos de Anagrama , de ese mismo año. La traducción corre a cargo de Mauricio Bach . En ese momento, sin embargo, no lo leí. Como otras veces, me atrajo el título, la portada del libro, esa única palabra y quizá, no lo recuerdo ahora, la sinopsis. El caso es que se quedó en la librería de puertas acristaladas y allí ha estado hasta ahora esperando su lectura. Ha esperado diez años. El tiempo necesario para entender a Jay , el protagonista. Los libros, ya se sabe, son muy pacientes y pueden pasarse toda la vida esperando. Mucho más pacientes que las personas.  Aquel no era el momento de leerlo, ahora lo sé. Tal vez no lo habría entendido, no habría supuesto una sacudida como en estos días de finales del verano, cuando la vida ha traído aconteceres que sirven para explicar las cosas que el libro narra con sencillez, sin tener qu

Tres niños

Jugaban en la calle casi desnudos. Tenían los ojos muy oscuros, con una oscuridad desconocida para mí. Yo era la persona extraña que los contemplaba, que los distraía de sus juegos, unos juegos efímeros, construidos sobre la imaginación, sin artilugios, sin aparatos, sin juguetes. Los niños que juegan sin juguetes son los más sabios del mundo. No necesitan instrucciones, manuales o cajas de cartón que hay que convertir en basura para contenedores de reciclaje. Los niños que juegan sin juguetes son invisibles a los ojos de casi todos. Nada llama la atención en ellos salvo su quietud, esa clase de postura estática que los aleja del bullicio. Un niño bullicioso es un niño que tiene en su casa, al menos, una nintendo o una play. Los niños de esta ciudad azul juegan en las calles sin otro aditamento que sus manos.  Te miran. Reparan en ti. Podrían volar cometas. Si tuvieran un trozo de papel de seda de alegres colores, unas cañas para cruzar, unas cintas o unas cuerdas, restos de t

Mejor azul

No encontrarás en él yates lujosos en cuyas cubiertas posan para las revistas chicas doradas de biografía célebre, que ofrecen su bronceado a la consideración de la crítica más feroz. No hallarás zonas VIPs, ni restaurantes con estrellas, ni reservados en los que se cuece la vida de un país que, en verano, adormece. No, carreras de caballos al pie del agua. No, el paraíso del ladrillo convertido en hoteles infamantes. No, personajes que pasean su última conquista delante de los paparazzi que hacen guardia.  No.  El pueblo es un anacronismo de piedra ostionera, de barquitos de pesca, en medio de un océano de playas cada una de las cuales ofrece al visitante una cara distinta, una manera de relacionarse con el mar hecha de elementos nuevos y antiguos. Aquí todo tiene la pátina del tiempo. La antigüedad no es un concepto vano. Si excavas, aparecen los romanos. Si miras desde arriba, los ves de nuevo. Una cuadrícula tensa, el cardo, el decumano. La historia se abr

Entre mujeres

No sabría definir la amistad entre mujeres. Un sentimiento de complicidad, tal vez. Un baluarte frente a los hombres, esos contrarios que ocupan la mayor parte de nuestras conversaciones. Una misma filosofía de la vida. Unas vivencias que incluyen la confidencia, la charla reposada, la efervescencia de las noticias nuevas, el llanto, el consuelo. Viví de cerca un ejemplo de amistad entre mujeres en mi propia infancia. Mi madre y Manolita. Mi madre era diez años menor que Manolita, aunque murieron con solo un año de diferencia. Al principio, Manolita era la maestra, pero luego, cuando el tiempo fue pasando, mi madre ocupó su sitio preferente en aquellos temas que dominaba: los libros, las películas, la política. Manolita era la sabiduría cotidiana, el manejo de la casa, la crianza de los niños. De mi madre era el saber etéreo, el menos femenino quizá. Una mujer sencilla y una mujer complicada. Ambas transitaron juntas durante cincuenta años. Muchas parejas duran bastante menos. La

"Mañana puede ser un gran día" de Betty Smith

A veces pienso cuántos libros hay por leer, cuántos autores por conocer y descubrir. Títulos y títulos. Nombres y nombres. Historias e historias. Cuando mi hijo era pequeño siempre usaba esa frase "escribir historias". Denominaba así, de esa forma, "historias" a las cosas que se le ocurrían, a las aventuras que su imaginación plasmaba, primero en forma de dibujos, sin palabras, y luego en largos textos.  El tiempo de las historias no ha pasado para mí. Sigo enhebrándolas a cada momento y también buscándolas, hallándolas, en los libros que encuentro a mi paso. Vas a una librería y rebuscas entre los libros, como si fuera un género amigo, que te llega y te subyuga, que te llama. Así encuentras libros como este, libros "pequeños", libros que no leerías si no fuera porque investigas encima de la mesa de los mostradores de las librerías.  Años veinte, Brooklyn, una chica de diecisiete años. Tiene un trabajo precario y, a pesar de todo, entrega el peq

"El ardor de la sangre " de Irène Némirovsky

Irène Némirovsky es una vieja amiga. Tanto como puede serlo alguna amiga de la vida cotidiana, si es que existiera. No puede oír mis confidencias, pero sí contarme las suyas y en ellas descubro, como en un hilo mágico, las secuencias de mi vida, los anhelos, las emociones, los sentimientos todos.  Leerla se convierte en un ejercicio de compañía y en un consuelo para la soledad. Pero sobre todo, lo que escribe es literatura, no mero desahogo, no compasión ni esmero por ayudar a los demás. Los libros de Irène no son de autoayuda, son novelas. Flamantes historias que no han envejecido, porque no puede envejecer aquello que llega directamente al corazón.  La imagino escribiéndolas. La imagino pensándolas. La imagino llenando el papel de trazos irregulares con todo ese torrente de personajes, de diálogos y de espacios dibujados en el recuadro de un escrito.  En "El ardor de la sangre" uno de los protagonistas es el ambiente. Ese ambiente provinciano, en cierto mo

Jane Austen (1775-1817) Una escritora.

Jane Austen nació en el pueblo de Hampshire, concretamente en la rectoría de la aldea de Steventon, el 16 de diciembre de 1775. Su madre (de soltera, Cassandra Leigh) tenía treinta y seis años y su padre era el párroco y tenía cuarenta y cuatro años. Jane fue la séptima hija y la segunda niña. James, George, Edward, Henry, Cassandra, Francis y Jane fueron los siete hijos de los señores Austen, de Steventon.  La señora Austen tenía un método de crianza que consistía en dar el pecho a sus hijos durante los primeros meses y entregarlos luego a una mujer de la aldea para que los cuidara durante un año o un año y medio, hasta que fueran lo suficientemente mayores para poder manejarlos con facilidad. A Jane la bautizó su propio padre de inmediato y luego fue entregada a alguien de la aldea.  La dificultad de indagar en la vida privada de Jane Austen está relacionado con que jamás hizo anotaciones biográficas en ninguno de sus libros. No sabemos si escribió algún diario, pero sí e

De Sorolla a Hopper, pasando por Zuloaga

Cruzas una ciudad herida de semáforos, un paraíso de chanclas y bermudas. Gente que no se reconoce, extranjeros vestidos de colores extraños. Estás fuera de todos y lo sabes. Solo contigo misma. Te adentras en el fondo, en el centro del aire y allí, sencillamente, en una plaza oculta, hallas el edificio que buscas y en él subes las altas escaleras, rechazas ascensores y buceas en los cuadros. Nombres que te recuerdan tus años de estudiante, tus años de extranjero, tus años de visitas a galerías, museos y otros varios lugares donde el arte se guarda siempre en dosis muy pequeñas.  Las palabras se habían escapado de tus manos, como esas palomas que frecuentan el pequeño local en que, de noche, vacías conversaciones entre voces amigas. Pero he aquí que la visión de estos cuadros las retorna a tus ojos y tu mente y estás ya deseando sentarte a teclear con la convicción de quien tiene un motivo para hacerlo. Mar, bañistas, vestidos, muchos barcos, playas, el tiempo en que la gente

Ese revoloteo llamado Amor

Podría ser una feria cualquiera, de esas que salpicaban las ciudades y pueblos de Andalucía allá por los cincuenta y sesenta. La instantánea, tan infrecuente entonces, los ha sorprendido a cada uno de ellos acuñando una expresión propia y distinta. No sabemos quiénes son, ni qué piensan o sienten, pero podemos atrevernos a adivinar algo por la fotografía. Una imagen, dicen, vale más que mil palabras. Usemos las palabras, entonces, para ayudar a entender la imagen.  La chica se parece a Joan Fontaine. Tiene los ojos muy grandes y la piel blanca. El prototipo de moda de la época, en la que estar bronceada era sinónimo de trabajar al aire libre, lo que restaba distinción a cualquier mujer. Mira al fotógrafo con una media sonrisa inteligente, insinúa la sonrisa, no se ríe abiertamente. Es una mujer prudente, parece decirnos ese gesto. Y lo corrobora la postura de las manos, amablemente recogidas, de forma que no las percibimos porque están detrás de la mesa. El vestido, a la moda,

De día

La música suena en esta mañana que anuncia una calidez que ahora no queremos. Se despereza el día. Esta canción, esta voz, estos sonidos, me acompañan desde hace unos meses y me hacen llorar casi siempre. Pero las lágrimas no son lo peor. Lo peor es el silencio. Ese silencio que te impide escribir lo que sientes, que te impide hablar lo que deseas. Eso es lo que más cuesta.  Junto a la música hay una pila de libros, de esos que ordenas de vez en cuando y que no quieres que se separen de ti. En ellos, tanta poesía como es posible. Llega un momento en que es la poesía la única voz que quieres oír. Un momento en que todo es poesía, todo se escribe en versos, o con ritmo. Recitaba poesía en los años en que mi casa era un jardín, antes de que desapareciera todo atisbo de flores. Recitaba poesía en el colegio y levantaba las manos al aire, como si quiera apresar ese tiempo, el tiempo de las rosas, cuando todavía no habían perdido su olor. Qué tendrá la poesía que me devue

"Don Quijote de la Mancha" de Miguel de Cervantes. Puesto en castellano actual por Andrés Trapiello

Parece que ha amainado un poco la tormenta. La discusión entre expertos, profesores de Literatura, lectores y escritores sobre si es conveniente o no "traducir" al castellano actual la obra cervantina debe haber entrado en modo veraniego, porque se ha calmado. Antes de que el libro estuviera en los estantes de nuestras librerías, todo era discutir y el fragor de la disputa llegó a los medios, a las redes e, incluso a la calle, aunque menos. La noticia ha tenido que competir, desde luego, con el estado prisionero de la Pantoja, la supervivencia de Isa (antes Chabelita), el nuevo amor de Fran (ex de Belén) o las desavenencias mohedanescas.  Tamaños problemas han quedado al ralentí cuando surgió, portada holesca de por medio, el affaire o amor apasionado, cada uno que le ponga el adjetivo que quiera, entre Vargas y Preysler, qué gran cosa. Así que de nuestro Don Quijote apenas se acuerda nadie. Oí y leí muchas opiniones antes de que saliera a la luz, pero, después de qu

La espuma de los días

La espuma de los días es el título de esta entrada y también el título de un libro de Boris Vian que leí hace años. Alguien me lo recomendó. Recuerdo bien quien era. Un chico extraño, inteligente y paranoico, que se movía mal en sociedad y que tenía algunas manías dudosas. Miedo, sobre todo, a perder su rebeldía o a alejarse de sus principios. Un chico raro que leía cosas raras y que me parecía atractivo entonces, con esa clase de misterio que adorna las mentes privilegiadas pero atormentadas. Leí el libro y me produjo una rara sensación. Un nenúfar que crece en una chica. Cosas de autores como estos, tan alejados de mis "chicas" inglesas. Volví a leer mis cosas y ahora ya no reniego de lo que me gusta, sino que me afirmo en mis intenciones y vuelvo los ojos a lo que soy, me acepto, me respeto y me cansa la tontería de fingir. Se lee lo que se lee y no pasa nada por no leer lo último de, o lo primero de tal.  La espuma de los días a la que me refiero no es la que llena

El mar se ha teñido de azul

Sorolla pintó el mar. Richard Gere tenía vértigo. No había, en el lujoso hotel de Hollywood, ningún ático en el primer piso. Frente a mí, el mar. Un mar que no es el mío. Un mar azul, en lugar de verde. Un mar cerrado, en vez de oceánico. Alberti hablaba de "la mar". La mar de Cádiz, por supuesto.  La terraza del ático vuela sobre el edificio. En la línea del Paseo Marítimo están las palmeras. Enhiestas, firmes, seguras. Las hojas se balancean con un viento variable que aquí es fresco pero que, en el oeste, es terriblemente caluroso. El este y el oeste de Andalucía van a la contra, son paraísos opuestos. Hemos contemplado un eclipse de luna, sentados en la arena, en la línea frágil que separa la tierra del agua. Las mareas, las olas, los vientos, son ahora nuestro lenguaje cierto, el modo en que nos comunicamos.  Fíjate en el horizonte. Es azul. El final de la tierra es azul. La espuma de las olas es azul. El azul es el color en el que escribo los sentimientos,

Fin de curso

Los últimos días de junio son especiales. En las escuelas, los colegios, los institutos, se repite un mismo rito, una suerte de ceremonia, con algunas variantes, pero con la misma esencia. Despedir el curso. A veces, con el curso, se despide a las personas, a aquellos que se jubilan o se marchan del centro. En esta profesión es tan corriente despedirse...Los profesores son itinerantes, se mueven de un lugar a otro, derramando los afectos como si fueran un tarro de perfume que se abre y no se controla. En ocasiones, los niños se marchan. Cambian de escenario, de etapa, se van a la universidad, se lanzan a realizar otros estudios, a la vida del trabajo, quién sabe. Cambios, marchas, despedidas, los ritos del final de curso.  Todo ello genera un ritmo especial. Es una clase de melodía acompasada que tiene muchos momentos. Los directores de orquesta varían pero los protagonistas son los mismos. Niños, profesores, padres. En las casas, la vivencia del fin del período escolar anteced