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Retrato de niña con mapa al fondo

A los seis años me llevaron al colegio. Aquel colegio estaba en una casa antigua. Tenía un patio al que se abrían todas las puertas y una entrada con azulejos sevillanos y un suelo muy fresco de mármol gris. Estaba en una calle muy alegre, en la confluencia de otras varias que forman desde entonces el triángulo sentimental de toda mi infancia. Las calles tenían naranjos y unas enormes casas con portalones y casapuertas, casas de grandes ventanas y de azoteas. Desde las azoteas, las gentes de aquellas calles podían ver el paso de las procesiones de la iglesia cercana, la Oración en el Huerto o la Misericordia. Era un barrio muy alegre, luminoso, cuya fisonomía puedo reproducir en mi cabeza de forma exacta, como si los años no hubieran pasado. En esa reproducción, en ese cuadro que puedo dibujar en la memoria, están también los olores, olores al azahar que desprendían los naranjos y olores a goma de borrar o a tinta, el olor peculiar de las escuelas. Era un barrio donde se mezclaban

Orgullo y prejuicio

En los malos momentos, siempre un libro. En los momentos de felicidad, un libro también. Con la incertidumbre, la palabra. Si llega el miedo, un libro es el puerto más seguro. Este libro es tan familiar para mí como sí lo hubiera escrito. Lo poseo en mil ediciones. Lo he leído en su idioma y en el mío. Lo conozco transformado en película. Me encanta, me hace feliz. No es un libro cursi, ni superficial, ni es un libro insulso, ni corriente. Habla de sentimientos, está lleno de humor, de personajes con vida propia. Sus frases, sus diálogos, son ingeniosos. Su telón de fondo, el mismo de todos sus libros, el suficiente: un grupo de familias que se relacionan entre sí en un reducido espacio. Dando por hecho que todo el mundo lo conoce o lo ha leído no he dedicado en este blog una reseña a su contenido. Ahí va: Los Bennet son una familia formada por el matrimonio y cinco hijas: Jane, Elizabeth, Mary, Kitty y Lydia. La señora Bennet es una pertinaz casamentera y su m

La verdad sobre el caso Harry Quebert

Al final todo consiste en entrar en el libro, descorrer sus cortinas, ahondar en sus secretos. Leer es un acto de esperanza en que ese libro contenga un paraíso que nos produzca, al menos, un instante de felicidad. Las causas por las cuales compramos un libro son tan diversas como las personas. En mi caso, ya lo he contado alguna vez, no me suelo dejar llevar por las grandes campañas de marketing, ni por los premios literarios con dotación millonaria. Más bien sigo mi propia intuición. Me gustan las editoriales independientes, los empeños editoriales llenos de originalidad. Pero, sobre todo, me gustan los autores desconocidos, me gusta descubrir nuevos autores, gente desconocida plena de talento. Como en este caso. He recibido la llegada de este libro con el deseo de zambullirme en sus páginas en estas horas obligadas de hospital, en las que el dolor por el ser querido se alía inevitablemente con el cansancio, la desesperación, la impotencia...Los hospitales están llenos de inter

Tiempos difíciles

Charles Dickens lo hubiera expresado con genialidad. Estos tiempos de zozobra, esta búsqueda de la mejora, sin saber si llegará y si nos sacará del marasmo. En todos los rincones de la sociedad hay una insatisfacción, una necesidad de que algo cambie y que ese cambio sea para bien. No hay recetas, entretanto, salvo el trabajo individual y callado, la honestidad, la decencia, aunque sean cosa antigua que parece que no da réditos. Pero, además, necesitamos consuelo, consuelo ante la enfermedad, la duda, la incertidumbre, la soledad, la desesperanza. Consuelo ante el horizonte incierto, ante el azote del dolor, ante la pobreza, la miseria y la necesidad. Consuelo ante la traición, la ignorancia, el egoísmo, la mediocridad. Consuelo ante los que mandan, los que se perpetúan en el poder, los que no hacen autocrítica. Consuelo. Ahí están, por eso, los libros. También las películas, desde luego. Y la música. El arte, la cultura en general, ese alimento del espíritu tan necesario, en el que

De nuevo, Sánchez Mejías, Ignacio

Desde hace mucho tiempo me vengo encontrando con Ignacio Sánchez Mejías. No sé por qué llegó a mis manos una edición de sus “Artículos periodísticos”. Un fragmento de ellos lo incluí en mi libro sobre Manolo Caracol, porque hablaba de Joselito el Gallo, pariente, como sabemos, del cantaor. Me resultaba muy intrigante su figura, sus múltiples facetas, su poliédrica personalidad, tan difícil, imposible, de encasillar, tan independiente, tan rara (en el sentido de poco corriente) en la España que le tocó vivir. Cuando estuve trabajando sobre el libro que he citado y también al investigar y escribir sobre el flamenco y las artes plásticas (sobre todo, en su relación con las vanguardias históricas), volvía a aparecer la figura de Ignacio, siempre en un telón de fondo complejo y difícil de definir. Su relación con La Argentinita, la excelente artista del baile y del cante que ha dejado para la historia del flamenco algunos hitos indudables; su parentesco con los Gallos (de la casa de l

Enseñar en Finlandia

No sé a ustedes pero a mí me llama poderosamente la atención que los maestros sean en Finlandia gente reconocida y prestigiosa socialmente. No es cuestión de dinero, ya lo saben, sino de verdadero reconocimiento, lo que hace que uno se sienta orgulloso de ejercer su profesión. Claro que, como dicen todas las informaciones, a maestro solamente llega en Finlandia el que es bueno, muy bueno, saca buenas notas, tiene una formación excelente, posee conocimientos variados y vocación definida. No sé por qué pienso que esta es la clave, o al menos, una de las más importantes, del éxito escolar finlandés. Habrá otras variantes, pero esta es fundamental. Acostumbrados a ver maestros desmotivados, desinformados y con un escaso bagaje pedagógico, científico o artístico, el pensar que los maestros finlandeses son la cara opuesta de lo que vemos por aquí da un poco de envidia y de pena. Si esta es la razón del éxito, se entiende cómo nosotros estamos donde estamos. 

Retrato de sábado con Triana al fondo

Los sábados por la mañana Triana cambia su ropaje y se convierte en una ciudad cosmopolita, abierta al mundo, plena de movimiento. En el cruce de caminos que supone el encuentro entre la Avenida de Coria, la calle San Jacinto y la Ronda, la vida transcurre a toda prisa en estas horas de sábado, durante las que, invariablemente, paseo a la vez que compro. Las calesitas de Luis León circulan con su ritmo de siempre y, arracimados en torno a ellas, los coches pugnan por encontrar un sitio para pararse “un momentito”, el tiempo de comprar en la plaza. A la una del mediodía, la hora en que las despardilladas (en vocablo acuñado por mi tía Carmela) van al mercado, todavía pueden verse hermosas gambas, aceitunas verdiales en mi puesto de siempre (con esa señora tan educada que parece estar vendiendo abanicos de seda) y un buen trozo de lomo en el sitio de la carne. Es una gloria entrar a todas horas por las puertas del mercado de San Gonzalo, pero a esta hora de sábado, cuando la mayoría

La luz de cada día

Vienen como bandadas de palomas por la calle Castilla. Sortean las obras, los baches y los andamios. Llegan a San Jorge y se desparraman por la esquina del Puente, por la capillita del Carmen, por Pureza, por la sufrida San Jacinto que ve cómo los comerciantes levantan los cerrojos de sus tiendas para esperar el día…   Vienen vestidos de azul, de rojo, de rayas grises; ellos llevan pantalones caídos, vaqueros y camisetas gastadas, sudaderas y gorras; ellas lucen largas melenas, mientras sus bolsos de bandolera se mueven al compás de su andar…Son los trianeros del presente y del futuro y van a inmortalizar con sus cámaras de fotos este rincón de Triana. Un profesor de una asignatura nueva, que se llama Proyecto Integrado, les ha dicho que en esa zona pueden desarrollar su imaginación, hallar el motivo fotográfico que les enseñe a mirar la realidad. El profesor, seguramente, ha venido de fuera, de Extremadura o de Galicia, pero, después de algunos años de enseñar en Triana, ha caíd

Por derecho

A finales de los años ochenta del siglo pasado se produjo en toda Andalucía un movimiento a favor de que el flamenco se enseñara en las escuelas. Maestros y profesores que trabajaban en lugares distintos, sin ponerse de acuerdo, de manera espontánea, entendieron que este arte es un patrimonio que no puede ser negado a nuestros alumnos. De esta forma, se iniciaron las actividades y programas para que el flamenco llegara a los niños de los colegios e institutos andaluces. Fue, por lo tanto, un movimiento surgido desde la base y que no emanaba de ninguna instancia oficial. En la Escuela de Magisterio de Sevilla se organizó una peña flamenca compuesta por enseñantes, todos ellos impregnados de la misma inquietud y en muchísimos lugares de la comunidad autónoma se establecieron lazos con peñas y con otras instituciones para trasladar a los alumnos el cante, el baile y el toque. Por su parte, la Consejería de Educación publicó, dentro de un conjunto de talleres dedicados a la cultura an

María Borrico, por las calles de La Isla

 Su nombre no tiene el eco romántico de otros. Por eso, a veces, parece escondido y presa del olvido. Sin embargo, algunos de sus logros pueden oírse todavía en las gargantas de los artistas. Cantaora y cañaílla, María Borrico es, también, María Fernández Fernández, nacida en San Fernando en 1830, hermana del Viejo de la Isla y tía, por tanto, de Agustín Fernández Bernal, de quién parte la familia cantaora de los Melu de Cádiz. María formaba parte de una extensísima familia (eran trece hermanos) de los que cantaban varios, incluido el más sobresaliente, Pedro Fernández, el Viejo de la Isla. Había nacido en la calle de San Miguel y su partida de bautismo la refleja Salvador Aléu Zuazo en su importante libro biográfico “Flamencos de la Isla en el recuerdo”, en el que menciona, además, que fue bautizada en la Iglesia Mayor de San Pedro y San Pablo, en pleno centro de la ciudad, en la calle Real.   Las aportaciones musicales de María Borrico y de su hermano, se inscriben e

Cosas que nunca se borran

De vez en cuando, casi siempre con los cambios políticos, se sucede el debate sobre la educación. Todos los que tienen un lugar donde opinar se lanzan en barrena, argumentan, discuten, proponen, opinan. La mayoría de estos "opinantes" no conocen la educación por dentro más allá de que ellos mismos fueron educandos o tienen hijos que van al colegio. Esta experiencia indirecta es suficiente para convertirse en dueños de la verdad. La verdadera problemática de la educación, de las escuelas, colegios e institutos, se escapa de la normativa, no tiene que ver con religión sí o no, con ciudadanía sí o no, ni siquiera con el hecho de que se enseñe o aprenda en una lengua o en otra. La verdadera esencia de la educación, del hecho de educar, del arte de enseñar, como quiera decirse, va mucho más allá y tiene un componente técnico y especializado desconocido para la mayoría. Tiene también una vertiente humana, emocional, que la distingue de otras actividades. Por eso los maestros y

Feliz cumpleaños

Feliz cumpleaños. Felicidades por ser Bueno, Simpático, Alegre, Inteligente, Trabajador, Responsable, Brillante, Original, Listo, Dispuesto, Cinéfilo, Generoso, Independiente, Pacífico, Chistoso, Altísimo, Guapísimo y sobre todo... El mejor hijo del mundo mundial...

Caracol y el Concurso de Granada

El Concurso de Cante Jondo de Granada, celebrado en el mes de Junio de 1922, es, para todos los aficionados al flamenco, simplemente “el Concurso”. Todos sabemos a que nos referimos cuando usamos esa expresión. Por muchas opiniones que surjan, por mucho que se entablen debates, lo innegable es que supone un hito en el flamenco, al modo en que estos hitos van configurando el arte y la historia.  Fue un acontecimiento muy importante por diversos motivos y para Caracol significó algo definitivo: entrar por la puerta grande en el mundo profesional del flamenco. Después de obtener un premio en este Concurso, ya pudo actuar como profesional en toda regla, sin necesidad de empezar poco a poco, como otros muchos artistas, que iban en las compañías formando parte del atrás, como secundario del cante o como uno más. Se saltó el meritoriaje y se encaramó a una cima en la que se mantuvo durante cincuenta años, en todas y cada una de las formas en las que el flamenco se presenta a los público

Los niños invisibles

Imagina que estás sentado en un pupitre, en un aula cualquiera de cualquier centro educativo, durante seis horas al día, cinco días a la semana. Estás sentado y pasan por delante de ti conceptos, ideas, trabajos, problemas, palabras… sin que logres entender qué significan. Imagínatelo porque así se sienten los niños invisibles, los niños del último banco como los llamaba el poeta Lorca, los niños que, por el azar de la vida, que es caprichoso e injusto, tienen “algo” que los sitúa en un lugar lejano del saber. He conocido a algunos de estos niños y puedo citar sus nombres y sus historias. Está Gregorio, que era hijo de unos temporeros y que nunca estuvo más de un curso en el mismo sitio. Su asombro era el mismo cada año, pues tenía que ver rostros nuevos, aulas diferentes, profesores distintos. También Manolito, que no lograba, por más que lo quisiera, unir los trazos de las letras convenientemente, de forma que las letras formaban en su cuaderno un mapa indescifrable, que no t