Lo he contado alguna vez: a mi casa de cuando era chica llegaba el cartero, Salvador, con las cartas y nos las dejaba en la casapuerta, después de dar unos golpecitos en el portón de madera. Normalmente era yo la que salía corriendo a recoger las cartas, porque me escribía con mucha gente. Con amigas y amigos que estaban por sitios diferentes, con algunos primos y primas, que vivían lejos. En ciertos momentos, las cartas eran de amigos especiales, que estaban estudiando en Madrid o vivían en otras ciudades. Era estupendo recibir cartas. Las leías en las tardes cálidas del verano en la azotea, para que nadie te molestara o, si era invierno, aprovechando las horas del mediodía, cuando el sol todavía cubría con un manto protector el patio. Era estupendo recibir cartas y escribirlas. Muchas de esas cartas están guardadas en algunas de mis cajas de cosas, cajas de cartón o de latón, o cajas bonitas de esas que nos regalan con algún objeto y que luego usamos para guardar papeles, recuer
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