(Dedicatoria: a mi madre) Es una casa baja como tantas que hay en Andalucía. Una casa de una calle especial, la calle de la alegría, llena de sol y de música casi siempre. La casa da a una huerta y, tras ella, la pantalla de un cine de verano, en la que se asoman por temporadas Robert Mitchum, Gary Cooper o Assaf Dayan. La casa tiene casapuerta y azotea. La azotea mira a las salinas y a ella llega un olor a salitre muy peculiar. Allí arriba se secan el pelo al sol las hijas de la casa, largas melenas rubias, morenas y castañas, que se desenredan cuidadosamente con un enorme peine de púas negras. Es la noche de Reyes. La noche en la que, tras el paso de la Cabalgata, las calles han quedado llenas de pegajosos restos de caramelos. Después del cortejo todo ha quedado en silencio. En la casa duermen todos los niños. Es un sueño a la espera, un sueño leve, que se agita cuando algún pequeño sonido enturbia el silencio de la noche. Todas las casas de la calle viven el mismo compás. En
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