Salones de baile en San Petersburgo
Abro despacio la estantería blanca con puertas de cristal y paseo la mirada por los libros que allí hay colocados en un desorden preconcebido. Son libros que tienen un sitio especial porque, en su día, cuando los leí, me hicieron sentir bien, me hicieron volver la mirada a un mundo que no había visto antes y olvidarme de la cotidianeidad difícil. Son libros que te atrapan, que no te dejan moverte de la silla, que te introducen en un caleidoscopio de imágenes a través de las palabras, ese hilo conductor del pensamiento y la emoción. Escojo un libro. Tiene pastas duras en tonos tierras y anaranjados. En la portada, un hombre atractivo, muy elegante, con ojos azules que me mira indulgente. Piensa, seguramente, que soy una mujer perdida, con los ojos enrojecidos de haber llorado. Piensa que soy una mujer en soledad. Piensa que sufro. Esta es una tarde de lágrimas, aventura el hombre que me mira sin verme. Este hombre no se equivoca. Observo el libro detenidamente. El nombre del au