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Yo tenía un jardín

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(Jardines de Joan Cardona y Lladós) Yo tenía un jardín. Había tres grandes espacios, diferentes pero todos ellos ágiles, brillantes, conmovedores. En una zona estaba el huerto aromático. Lavanda, aloe vera, mirto, hierbabuena, todas las plantas lanzando su olor en torno a la ventana de la cocina, junto a un espacio con pequeñas piedras, luchando a veces con los rosales para repartirse la tierra y con las poinsetias que no acababan su trabajo en navidades. Entrabas en la casa y te asaltaban miles de olores y te seguían hasta el vestíbulo y se expandían sin dudarlo por todo el terreno. A veces tenía un aspecto salvaje, porque el mirto se enredaba y crecía, porque el aloe se ponía en plan amenazador y porque las rosas requieren mucho respiro para poder vivir al exterior. Eran rosas rojas, rosas rosas, rosas amarillas. Bordeaban el camino de entrada, acompañaban la visión de la casa desde el principio.  (Jardines de Joaquín Sorolla y Bastida) La otra zona del jardín est

Sanditon, la historia inacabada

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Pocas imágenes más acertadas para representar "Sanditon" que estas mujeres en la playa de Sorolla . Los vestidos blancos, las telas suaves, las sombrillas, los sombreros de paja adornados con lazos y flores, todo nos da la imagen de la cercanía del mar en aquellos años. Aunque el pintor nació en 1863, en plena época victoriana inglesa, ya se anticipaba en la novela el cambio de moda. Cuando la guerra entre Francia e Inglaterra termina, en 1815, el vestuario dejó atrás algunas costumbres propias del Directorio francés y se va adentrando en lo que será la moda victoriana. Cinturas en su sitio, cuellos altos, mangas largas, crisolinas, faldas de capa, todo muy distinto de la clásica, sencilla, elegante y simple moda georgiana.   Jane Austen escribe "Sanditon" , en 1817, es decir,  en un momento de transición. La obra de Sorolla en lo que se refiere a las escenas de playa bien puede darnos una idea de la efervescencia que produjeron en las familias de entonces l

La sal entre los dedos

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(Joaquín Sorolla y Bastida) El sol había decidido tomarse el resto del tiempo libre. Comenzaba a batirse en retirada después de un día inclemente en el que los habitantes de la calle notaron sin duda alguna que el verano estaba allí. Las tres niñas merodeaban por una de las esquinas, sentadas y a veces de pie, en torno a la puerta de la casa de una de ellas. Llevaban pantalones cortos, camisetas de tirantes y una expresión de aburrimiento pintada en la cara. Los días de asueto podían convertirse en un suplicio si no se encontraba un pasatiempo adecuado. Este era el caso.  Una niña, de camiseta rosa, tenía el pelo suelto, sujeto con un lazo de seda a un lado de la cara. Otra, de cabello muy corto, llevaba una blusa de rayas blancas y verdes. La tercera niña se desesperaba estirándose los rizos para convertirlos en una masa lisa y manejable usando horquillas y gomas elásticas. La hora de la siesta había concluido y ya tenían permiso para salir de casa y dedicarse a cualquier

Las estrellas se asombraron

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  (Joaquín Sorolla y Bastida) Rosario la Mejorana (1858-1920) es una rara avis en el mundo del baile flamenco. Su arte, que lució en algunos cafés de cante desde muy joven, tanto en Cádiz, su tierra natal, como en Sevilla, fue efímero, porque se casó muy joven y dejó para siempre el espectáculo público. No obstante, fue capaz en ese breve espacio de tiempo, de poner de moda la bata de cola para bailar por alegrías en los cafés y de alzar los brazos al cielo como nuevo elemento distintivo del baile de mujer. Ambas innovaciones han pasado a la historia del flamenco como propias de la escuela de Cádiz, a la que ella pertenece, la escuela del Raspao, la Fandita o Josefita la Pitraca.  Aparte de su estilo personal a la hora de bailar, Rosario contaba con un atributo que le abrió muchas puertas: su belleza. De ese modo, la estética del baile, que estaba desarrollándose a marchas forzadas desde que se instalaron en los cafés de cante los suelos de madera (los tablaos), avanzó enormemente, no

Que son tus ojos dos soles

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  (Joaquín Sorolla y Bastida) Nadie se extrañe si digo que Antonio Gilabert Vargas es uno de los puntales del cante de Cádiz. Junto con Aurelio Sellé, Manolo Vargas o Chano Lobato, por ejemplo. Cante muy diferente del de la escuela cercana, la de Jerez. Fue Luis Caballero el que defendió las características de la escuela de cante de Cádiz y lo hizo con tal seriedad y compostura que ahí quedó la causa para siempre. Antonio Gilbert es La Perla de Cádiz y tuvo una corta vida, desde 1925 a 1975. Aunque su apellido paterno trae reminiscencias de otras tierras (en Cádiz todo el mundo parece ser "de por ahí afuera"), el materno viene, por derecho, de su madre, otra flamenca, Rosa la Papera, cuyas cantiñas se  han popularizado.  La Perla era una trágica del cante, una actriz de la copla flamenca. Cuando murió, con solo cincuenta años, dejó huérfano de compañía a su compañero, el también cantaor y bailaor Curro la Gamba, solo en su ausencia, y desde entonces él cultivó su extraña eleg

Ni quien se acuerde de mí

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  (Joaquín Sorolla y Bastida) En la historia vieja del cante de las minas está el nombre de Concha la Peñaranda, también llamada la Cartagenera, cuya biografía se envuelve en la neblina de lo desconocido. Aunque no conocemos datos exactos de su vida y su familia, la tradición oral le adjudica un relevante papel en la formación y en la difusión de los cantes mineros y del cante de levante en general. Sí se conoce su estilo de malagueña y también su presencia en cafés cantantes de Sevilla en torno a 1884.  La oscuridad ha permitido que su nombre y su obra pervivan a través de sus propias coplas y de la leyenda que en torno a ellas se fue forjando. Esta leyenda la relaciona con penas de amores y con una vida al borde del abismo que ha tenido eco en algunos autores que hablan de flamenco y flamencos, como Núñez de Prado o Fernando el de Triana. Las fuentes orales son siempre dudosas y esa duda se extiende sobre esta mujer como una mancha de aceite.  Lo que sí parece cierto es que cultivó l

Mujeres modernas

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Si hay una heroína llena de dificultades, de problemas, de desamor y de desapego, esta es Anne Elliot , la protagonista de “Persuasión” , la novela póstuma de Jane Austen . Es la novela de las segundas oportunidades, el libro cuya trama incide en la lucha por ser feliz. Si hay, por el contrario, una heroína colmada de dones, ventura y suerte esa es Emma Woodhouse, de "Emma". La propia Jane Austen afirmó que Emma era  una chica que solo a ella iba a gustarle. En eso se equivocó porque, a poco que se bucee en el libro y en el personaje, terminas atrapada por los matices de su personalidad, esa variabilidad, esa sabiduría que, en realidad, esconde la necesidad que tenemos todos de ser queridos, aceptados, admirados. Emma Woodhouse es bella, tiene una posición económica floreciente, un padre amoroso y una institutriz, la maravillosa señorita Taylor, que está pendiente de ella. Las primeras líneas del libro lo dejan claro. En cuanto a su amiga y compañera de juegos, seguram