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Mostrando las entradas etiquetadas como Saul Leiter

Esa mirada...

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(Stained Glass Mails. Saul Leiter) A veces, cuando el silencio es más oscuro y las gotas de lluvia se confunden con el agua salada de los ríos y las lágrimas, una mirada puede ser el salvavidas que esperas. Ella lo sabe. Lo presiente. A veces, cuando habla con él en la distancia, cuando evoca su voz o sus manos en el aire, intenta imaginar sus ojos, su expresión, el verso de su boca, la manera sutil con que la mira o debería mirarla si ello fuera posible.  En las horas más largas, cuando todo se escribe con interrogaciones, cuando nada es seguro salvo la muerte y en ella encuentra escrita la verdad más rotunda y más cierta, entonces vuelve los ojos hacia él y sueña con las tardes imprecisas en que su cuerpo tiene el olor de las rosas. En el sueño, la mira. La ve a lo lejos, la presiente, la espera, la descubre. En el sueño no existen pesadillas de monstruos que le impiden el paso a las palabras, sino un ascua de luz incandescente con toda la pasión convertida en susurro. 

El desasosiego

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Es posible que la tormenta haya activado algo que hasta ahora no tenía claro el resorte. Una especie de lucha inmensa e   interior, de meteorito salvaje que estalla. Una llamada íntima, un desasosiego que nada tiene que ver con el nerviosismo de los quehaceres, ni de las búsquedas. Es una emoción basada en la rabia, en la ira, en la sensación de injusticia, en la impotencia de la pérdida, en la evidencia de que las salidas están cerradas y alguien ha tirado las llaves al mar. Por eso, porque la tarde ha caído entre rayos y truenos; porque el agua tan deseada no ha llegado y eso hace el día más oscuro y tétrico; porque si cae la noche y no he sido capaz de hallar alguna respuesta; por eso, por todo eso y por algunas cuestiones más que no puedo explicar, es por lo que me siento aquí, en esta esquina del salón que podría llamar mi reino, y deambulo con la cabeza por los hechos del día y de los días pasados, para hallar alguna explicación que me convenza o que, al menos, no me lleve a más

Tu tristeza

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A veces la tristeza tiene peso. Se nota en todas partes, trasmina los sentidos, se huele, se oye, se cuela por las rendijas de los sueños.  Es una tristeza perfumada con aire de otros tiempos, o una vuelta de tuerca a la niñez, o quizá, un suave recordatorio de lo que fuimos ayer y se ha marchado.  Tu tristeza avisa de que ya no sientes el pálpito de la vida cuando esta es un vuelo bajo de pájaros oscuros. Esa tristeza tuya es un capítulo, una parte del libro que yo escribo sin conocer los datos ni los números.  A veces tu tristeza tiene peso. Es física, es una masa que se adueña del aire y que, a través de las ondas del espacio que une y separa nuestras vidas, se asoma sin decir por qué ni cómo. Es tristeza que surge en cualquier lado, sin calendario, sin fin, sin objeto. Es algo que no puedes evitar salvo que dejes de quererte a ti mismo. Salvo que olvides lo que eres tú mismo. Salvo que huyas de ti, sin remedio. Salvo que dejes de lanzar al aire la moneda de la fe

Dejar atrás un sótano más negro

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Las penas de los hombres son eternas. Se mueven en un círculo que avanza pero que no termina. Y se contagian los dolores de los unos a los otros y toda la historia está llena de ellos y de ellas. No importa la época, la clase social, la vestimenta. Tampoco importa la edad, el aspecto físico, el trabajo que ejerzas o la vida que lleves. Lo que suele ser definitivo es la emoción, la forma en que contemplas lo que eres y ese río que te arrastra algunas veces.  Hay quien solo reduce el sufrimiento a la pérdida, la enfermedad o la falta de recursos, pero los hombres modernos sabemos que la existencia tiene, cuando la vida cotidiana no se ha visto alterada por problema mayor, un vaivén que la convierte en fuego, que la convierte en luna, que la convierte en llama. Es el amor que pasa, nos diríamos. El amor, esa sensación inexplicable que todos hemos intentado vivir cuando ha llegado y que en tantas ocasiones ha sembrado de dolor las horas y las ha convertido en un desastre. También

Esta lluvia que ciega los cristales

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Fue sábado de lluvia, botas rojas y los versos de Borges. El agua caía como una lisa y fina capa de niebla húmeda. Brillaba. El suelo se movía con las gotas y los árboles susurraban. Todo tenía ese aire improvisado de los días indecisos. Las casas tenían las ventanas semicerradas, la gente dormía a esta hora tan tardía y no había forma de que la calle se llenara de ruidos. El silencio y la lluvia, como una unión que no estaba prevista. Doradas las copas de los árboles, dorados los naranjos, abiertas las flores como huellas perfectas, dorado el suelo y doradas las horas que pasaban sin llamar la atención. Y el cielo de plata, sin aristas. Y una ligera humedad que abrazaba los cuerpos pero sin hacer daño, más bien con cautela. La quietud, el sosiego, la tranquila sensación de un día de fiesta, de un día con música y con sueños. La lluvia. (Saul Leiter, fotografías) (Título: verso de Borges, poema "La lluvia")

La lluvia es una vieja amiga

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  Saludo las deseadas lluvias como si fueran un puñado de amigas que reaparecen después de algún tiempo de olvido. Son suaves, tiernas, díscolas y persistentes. Pero no hace viento y no molestan, solo están ahí, detrás de los cristales, para expresarnos que el ciclo de la vida continúa, que el clima no es únicamente lo que estudiamos en los libros.  Cuando llegan las lluvias recuerdo siempre mis historias de paraguas, unas cuantas entremezcladas y casi confusas. La historia de un paraguas azul y blanco con mango de madera, que presté a una señora con bebé en un autobús, a pesar de que eso me obligó a mojarme y correr hasta mi casa desde la parada hasta acabar como una sopa. Esas cosas que una hace en la juventud, esa forma de no poder ser ajena a nada triste de este mundo. O ese otro paraguas que se quedó perdido no recuerdo dónde y era tan bonito, quedaba tan vistoso. O el paraguas sin estrenar, en tornos verdosos, muy florido, con un mango de brillante material que se perdió en un tr

La mujer que duda

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(Fotografía de Saul Leiter) Esta preciosa fotografía de  Saul Leiter  publicada en 1963 en la revista  Harper´s Bazaar  me sirve para ilustrar una idea tan difícil como capital en mi manera de entender la vida. La duda, la permanente duda, no sobre el mundo o no solo. La duda sobre mí misma, sobre la manera de abordar las situaciones, de resolver los problemas, de tratar las relaciones humanas. Da igual que sea amor, amistad, trabajo, familia...la duda permanece cuando las horas chirrían, cuando hay palabras que salen de ti aunque no querrías que eso ocurriera, cuando no entiendes a los otros o no te entiendes.  Siempre que surge un desencuentro con alguien yo dudo. Esa duda es un sentimiento doloroso, poco ejemplar. Nadie querría dudar tanto si pudiera. Mejor la seguridad, la evidencia de que has hecho lo que debías y que la culpa es de los otros. Mejor sentir que eres una persona cabal, que no actúas por egoísmo o interés. Mejor notar lejos de ti el apasionamiento que te

Saul Leiter: días de lluvia

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  Quizá porque procedo de una tierra de mar y vientos, no me gusta la lluvia, salvo la que es mansa y cae sin apenas notarse. Por eso cierro la ventana, echo las cortinas y entro en el ancho mundo de Internet cuando los días amanecen oscuros y la tormenta avanza. No entiendo esos paisajes deseados de chimenea y de frío, ni tampoco los senderos pegajosos de agua, ni los árboles desnudos de hojas. Mi horizonte es la calma, la brisa caliente del levante y las noches diáfanas del verano que traen buenos recuerdos. De modo que, en los días de lluvia, observo las imágenes de Saul Leiter, leo algunos poemas de Pessoa o de Borges, miro hacia el interior en lugar de hacia fuera, y saco conclusiones: nada mejor que julio con las piernas desnudas, nada mejor que agosto de besos sin medida. 

El chico de la calle Goya

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  Créeme si te digo que no era la primera vez que me pasaba. Ocurrió en Bilbao, también en Sevilla, otro día en Baeza y esta que relato, en Barcelona. Debí ser una muchacha guapísima pero yo no lo sabía y, además, no quería aventuras y era muy provinciana y bastante tímida, de manera que estas cosas me asustaban más que halagarme. Pero sucedían de vez en cuando y eran muy curiosas. De todas ellas me queda una sensación de haber sido mala con los chicos y una curiosidad total sobre qué habría pasado si hubiera accedido a eso tan sencillo que ellos pedían: no desaparecer de sus vidas, seguir existiendo de algún modo para ellos. El chico de Sevilla fue el más expresivo. Parecía que estaba a punto de llorar, aunque no fue pesado ni insistió tanto como para asustarme. Más bien estaba convencido de haber perdido su oportunidad. Y el de Bilbao era gracioso y ocurrente pero tiró la toalla porque algo debió verme en la cara. En Baeza optó por escribir poemas y me los regaló el última día del cu

Sigue libre tu camino

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Buscaba yo la forma de contar algo y en esa búsqueda me surge una frase en forma de amiga que está ahí aunque no se vea. Y es la frase la que da lugar al título y es el resumen, la glosa, todo. Sigue libre tu camino. Puede parecerte una exageración pero tienes que construirte un relato del fracaso. No puedes fracasar sin explicarte, sin explicarlo. Las interrogaciones tienen que cerrarse y convertirse en alguna clase de certeza, no demasiada, pero alguna, ligera, liviana, abierta, dulce. Una certeza sobre ti y lo que te rodea. Por qué me dejé engañar. Por qué permití que me utilizara. Por qué creí sus mentiras. Por qué pensé que yo era la culpable. Todos los porqués se condensan en una única pregunta que tienes desesperadamente que responder. Por qué a mí.  Así, primero llegará la decepción y luego el desengaño, un escalón más. Luego las preguntas que abren las heridas. Después el llanto inmenso. Te hundirás en una ciénaga de sentimientos informes y tu cuerpo dejará de ser par

La nieve ardía

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(Saul Leiter. Fotografía) Él llegó con un aire entre arrogante y tímido. Era la hora incierta del mediodía, cuando el tiempo se detuvo en su rostro. Tenía una expresión callada y unos ojos certeros que se posaron sobre todas las cosas y no se detuvieron en ninguna de ellas. En esas horas, vivió su cercanía como un milagro. Esta allí, por fin, ya se veía, no como algo intangible, sino como una verdad entera, sin ausencia, únicamente él, allí estaba, por fin, ya se veía.  Ni siquiera recuerda sus palabras, no las oyó. No tenía asiento nada más que para sentir el latido de aviso. Estaba allí, no era una quimera, ni una mentira, ni un sueño. Sus manos se movían, su cuerpo se movía, sus ojos se movían. Todo él era verdad, entonces y ella no pudo sino saludarle entero con la dicha de ser y de estar a su lado.  Él llegó envuelto en grises. Los colores de la indefinición. Era un hombre elegante, con aire reposado y antiguo. Un hombre de los que ya no quedan. De los que entiend

Después de todo

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Ella no soportaba este tipo de situaciones: tienes una relación con alguien, hay unas pautas, una línea de actuación. Y, de pronto, sin saber por qué, inopinadamente, se rompe, se termina. Se cambian las reglas del juego sin que haya motivo o, al menos, sin que nadie se los explique. En esos momentos no sabe cómo actuar, ni cómo recomponer su pensamiento. Se siente desmadejada, desconocida para sí misma, auténticamente perdida. Qué hace o qué dice. Esa es la cuestión. Y es algo que le ha ocurrido ya algunas veces. Pero nunca se acostumbra.  Por eso la gran pregunta siempre es ¿por qué? Es una pregunta reiterada, que le viene a la cabeza a menudo pero que no puede hacer en voz alta. Si lo hiciera, la persona en cuestión lo negaría todo. Como si se tratara de un interrogatorio policial. Como si esa negación fuera absolutamente imprescindible. Diría siempre que no, que no pasa nada, que las cosas siguen igual, que no ha cambiado su forma de pensar o de sentir.  Ella no tiene da