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Mostrando las entradas etiquetadas como Pintura

Ellas...

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Matilda Browne ,  In the Garden , 1915. Primero fue Agatha Christie con sus domésticos asesinatos. Luego, Jane Austen que se quedó para siempre en primer plano. Después, en la remontada, Ellen Glasgow con "La vida resguardada". Y así comenzó el desfile de mis "Mujeres Que Escriben":  Llegaría Elizabeth Gaskell, con "Ruth" y con la biografía de Charlotte Brönte. Llegaría Emily Dickinson. Y Elizabeth Barrett-Browning. Envuelta en perplejidades renacería Edith Wharton más allá de "La edad de la inocencia". Renacería Agatha Christie con sus "Cuadernos". Y junto a las mayores presencias de Jane Austen y de Iréne Nèmirovsky, otras mujeres que escriben y que se mezclan en un caleidoscopio de letras que emocionan: Edna Ferber, Rosalie Ham, Maggie O´Farrell, Carol Joyce Oates, Daphne du Maurier, Patricia Higsmith, Agota Kristof, Adda Ravnkilde, Alice MacDermott, Amélie Nothomb, Anita Loos, Rosamond Lehman, Sabina Berman, Zadie Smith, Sophie Kins

Las mujeres silenciosas de Anna Ancher

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Un resplandor dorado contradice el aire callado, el silencio que suena. La habitación permanece a la espera de una buena noticia, una ventura. Las flores se reflejan en la luz de una ventana inexistente y el costurero se abre como una maravilla, un tesoro de hilos, de agujas y tijeras. Las manos se sitúan exactamente sobre la tela blanca y primorosa y ella guarda secretos que nadie más conoce, adornando el silencio con su mirada oculta. A veces una lámpara se enciende en cualquier parte. La ventana se agita y la flor envejece. La mujer se ha parado y se pregunta a solas de qué forma guardarse para sí ese descubrimiento que ha convertido en duda su esperanza. Así, sensatamente, sin tener que engañarse, sin miedos y sin dudas, ella sabrá seguir ese camino claro que acuñó sin quererlo muchos años pasados y escribirá su nombre en cualquier parte, sin permitirse volver el rostro ante el desconocido. Tantas veces la vida te enseña de repente que has gastado las horas en una antig

La vida es un cuadro de Vermeer

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En esta orilla aparecen, estáticos y diminutos, los personajes que representan lo humano, la vida cotidiana, la juventud y la vejez, los sueños y todos los fracasos. La tierra compacta los acoge y la barca está dispuesta al tránsito. Llegar al otro lado quizá es una de las metas, pero no parecen demasiado afanosos, sino, por el contrario, tienen la quieta placidez de quien no espera demasiado de las cosas. Llevan la cabeza cubierta y vestidos holgados, azules, negros y blancos los colores, gestos serios y actitudes sencillas, no parece que quieran estorbar el paisaje. Están aquí, de este lado, abstraídos en las conversaciones y sin prestar atención a la cinta de agua, con los navíos anclados, también solos, y sin percibir, o quizá lo han hecho y se lo callan, el vaivén de las torres, los edificios con tejados de pizarra y el nuboso cielo intempestivo que amenaza con lluvia.  No vemos sus rostros ni queremos hacerlo porque no son nadie en concreto y lo son todo. Las dos mujeres

Declaración de amor

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(Renoir. Dos niñas al piano) El colegio aparecía en la esquina de una espaciosa calle del centro. Estaba rodeado de casas hermosas, la mayoría de ellas de una planta, aunque estaban coronadas por torres, buhardillas o azoteas al estilo del sur. La fachada era blanca con remates de color albero y tenías que subir tres escalones de mármol para acceder a la entrada, bordeada de azulejos esmaltados, formando cenefas y dibujos geométricos, verdes, azules, malvas y corintos. Después, traspasando una puerta de hierro y de cristal, aparecía el enorme patio, cuadrado y enlosado en tonos ocres, al que se abrían las aulas, los servicios, y, al fondo, una puerta secreta que comunicaba con la casa del director.  El zumbido de la poesía se oía a veces en alguna de las clases y también el dictado de Platero y algunas canciones que los más pequeños entonaban con poca fortuna. Un piano estaba en un rincón de la sala de música y la pequeña biblioteca estaba forrada de arriba a abajo con estan

Bradley, Schopenhauer y tú misma

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La canción podía llamarse "Hacia dentro" o "Desde dentro". Hacia, desde, casi lo mismo. No exactamente. Más o menos igual. Todo lo que soy está en mí. Nada de lo ajeno soy yo, salvo si lo interpreto, lo respondo, lo cuento, lo adquiero, lo amo. De esa manera, con otras palabras, lo contaba el filósofo y era consciente de que estaba enhebrando una aguja para la costura de ideas que antes no se habían expresado. Al fin, a eso se reduce todo. A contar las cosas de otra forma. A verlas de un modo diferente. A ser originales, no como una moda pasajera, sino como una actitud. Criterio. Pensar. Demasiadas veces el cartón de la copia se superpone a la originalidad de las mentes libres. Ser libres pero estar juntos. Ser libres, en todo caso.  La canción tiene muchos nombres pero la imagen de ese hombre con pelo largo y barba descuidada está sobre el escenario sugiriendo que no han pasado para ti los días gloriosos del abrazo más cierto. A pesar de todo. A pesar de lo

Folio en blanco

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Pero, seguramente, ella está también mirando ahora la Luna. En cualquier sitio sus ojos contemplan este mismo universo. Quizá eso deba hacer que me sienta menos solo, que note menos el vacío. Pero es difícil. La soledad es un algo frío y perenne que se acomoda en nosotros al menos movimiento de la vida. Esta vez, como casi todas, ha venido sin avisar, me ha cogido de sorpresa. Tendría que presentirla, saber cuándo va a aparecer para llenar mi alma de miles de cosas inútiles que no dejaran ningún hueco vacío. Pero esta vez tampoco lo he logrado.  Todas las cosas desaparecen de pronto y ella también. ¿Cómo habría podido evitar que se fuera? Quizá inventando un tipo nuevo en el calendario, pero no, no sería efectivo, tendríamos que inventar meses eternamente y el tiempo es una cosa muy frágil para asentar en él nuestra dicha.  Más seguro sería borrar el espacio. Todos integrados en el mismo punto de visión, unidos en el mismo ámbito. Así la vería siempre. Pero no estaríamos n

Muchachas cosiendo

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  (Muchacha cosiendo de Edward Hopper) Las Damasio, todas mujeres, cuatro hijas y la madre, vivían en una casa grande y bonita que tuvo momentos mejores. El padre pertenecía a una familia que tenía viñas y huerta. Las viñas daban un vino dulce que luego vendían en su propio establecimiento. El vino de Damasio gustaba a todo el mundo. Y el padre era un espléndido vendedor, siempre atento, amable y pendiente de la clientela. Nadie tenía queja alguna de él y menos que nadie su familia, sus hijas y su mujer. Era uno de esos hombres que estaban enamorados de su esposa de una forma tan absoluta que las hijas se miraban entre sí porque parecían estorbar cuando los padres estaban cerca el uno del otro. Un amor tan distinto a lo que sucedía en las casas de las vecinas que ellas, las hijas, lo convirtieron desde niñas en el amor perfecto, en el ideal del amor y del matrimonio. Podían haber durado toda la vida juntos y felices, haber celebrado las bodas de plata, de oro, de platino o de diamante,

Conversaciones

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Estas mujeres parecen silenciosas. Están sentadas una junto a otra pero no tienen nada que decirse. O quizá hablan consigo mismas y entablan un diálogo íntimo que nada puede interrumpir. Echan la cabeza hacia un lado como si fueran modelos de Modigliani y visten de colores férreos, mientras mantienen los ojos entornados y la espalda encorvada. No parece que ninguna de ellas sea feliz. El silencio nos aleja de los otros. Salvo en esos casos en que otro lazo mayor nos une, el lazo del amor el de la piel. En el resto, la conversación es el aliciente mayor, el benevolente sueño que inspira, que adormece, que irrumpe, que llena. Estas mujeres silenciosas tendrían los ojos más abiertos si hablaran entre ellas. Tendrían las manos más libres y la actitud más curiosa. Sabrían detalles del mundo que ahora ignoran. Salvarían del miedo a las otras y a sí mismas. Buscarían un arsenal de abrazos para repartir sin avaricia. Serían mujeres más felices, más plenas. Es el silencio lo que les estor

Abstracto Priego

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  Quiero escribir, con esa misma quietud del campo en El Cañuelo, sobre aquellos días prieguenses que llevaban cante, música, pintura y calma. La tranquilidad de ser feliz sin meta y sin tasa. Qué lejano resulta todo aquello. Llegamos hasta Priego convencidos de que ese fin de semana sería muy especial y no erramos. Las risas de la primera noche, en aquel alojamiento que daba susto solo de pensarlo, se cambiaron después cuando cenamos en un sitio que parecía el patio de una casa encalada. Estábamos unos cuántos, gente que nos queríamos, eso bastaba. Había cante cerca de la fuente. Aproveché para hacer una entrevista a Carmen Linares, nuestro primer encuentro, luego vendrían muchos y muchas charlas amenas y profundas. La fuente manaba agua y a su alrededor se batía la música como si tuviera que ir a singular batalla. Qué felices entonces, qué lejos los problemas, qué llanas las miradas, qué bellos los sonidos...Después del cante se derramó todo en algo parecido al amor, al amor efímero,

Yo tenía un jardín

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(Jardines de Joan Cardona y Lladós) Yo tenía un jardín. Había tres grandes espacios, diferentes pero todos ellos ágiles, brillantes, conmovedores. En una zona estaba el huerto aromático. Lavanda, aloe vera, mirto, hierbabuena, todas las plantas lanzando su olor en torno a la ventana de la cocina, junto a un espacio con pequeñas piedras, luchando a veces con los rosales para repartirse la tierra y con las poinsetias que no acababan su trabajo en navidades. Entrabas en la casa y te asaltaban miles de olores y te seguían hasta el vestíbulo y se expandían sin dudarlo por todo el terreno. A veces tenía un aspecto salvaje, porque el mirto se enredaba y crecía, porque el aloe se ponía en plan amenazador y porque las rosas requieren mucho respiro para poder vivir al exterior. Eran rosas rojas, rosas rosas, rosas amarillas. Bordeaban el camino de entrada, acompañaban la visión de la casa desde el principio.  (Jardines de Joaquín Sorolla y Bastida) La otra zona del jardín est

"Kandinsky" de Alexandre Kojève

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  La relación entre Alexandre Kojève y Vasily Kandinsky iba más allá de la familiar: eran sobrino y tío. El filósofo se ocupó de teorizar sobre la pintura "no representativa" de Kandinsky y también sobre su personalidad. Esta la define como equilibrada, armoniosa y serena. Dos textos de Kojève expresan esta visión: "Las pinturas concretas de Kandinsky", de 1936 y "La personalidad de Kandinsky", de 1946. Ambos son complementarios y ayudan a integrar lo verdadero, lo bueno y lo bello como elementos sustanciales de la obra pictórica de Kandinsky. Lo más sustancioso de todo es que Kandinsky, como bien dice Kojève, no se dejó llevar por la improvisación ni por la rebeldía de la reacción a lo anterior, sino que construyó cuidadosamente su arte utilizando los principios teóricos que él mismo articulaba en sus escritos. Los amantes del arte contemporáneo disfrutamos con este librito que Abada Editores publicó en 2007, recogiendo el trabajo de edición de Marco Filo

Marzal, la filosofía, Miki Leal y un poco de engaño todavía

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  Tomarse las cosas con filosofía. Cualquiera de nosotros puede hacerlo. Algo así como dejar de lado esa efervescencia del tomar partido y sentarse a meditar, una meditación con música o con uno de esos vídeos de Youtube que te azotan el interior porque, lo sabes, ni estás tranquila ni se espera que te tranquilices. Puede que comience la primavera y ese día justamente haya una muela que te dé la lata, con ese temido pinchazo que viene algunas veces y que odias porque sabes, y no hay duda, que te dará quehacer durante un tiempo. Eso te nubla la razón y te cansa más de lo habitual y entonces miras ese cuadro de Miki Leal en el que hay azul-verde y también está el fondo negro y ese hombre tan extraño que lleva en la mano un pequeño pincel y que busca la imagen en un invisible caballete. Tomas el nuevo libro de Carlos Marzal y te preguntas por qué la muela ha llegado a fastidiar hoy precisamente, si sus versos son esa clase de emoción que no decae. Marzal regresa y dando una vuelta precipi

"Las tres hermanas" de Jane Austen

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Nada mejor para acompañar a esta entrada dedicada a una obra casi desconocida de Jane Austen que estos cuadros de Joseph Mallord William Turner (Londres, 1775-1851), el pintor de la luz que, curiosamente, nació el mismo año que la escritora. Es decir, ambos son contemporáneos, aunque él la sobreviviera más de treinta años. De la modernidad de Turner hay poco que decir, basta mirar su obra, con esa técnica única y adelantada a su tiempo y con el uso del color y la naturaleza como trasunto de la vida. Lo bello y lo sublime están presentes en la obra de Turner.  "Las tres hermanas" es una novela inacabada ("dedicada respetuosamente al Caballero Edward Austen por su humilde y obediente servidora") que forma parte de los escritos de la primera juventud de Austen que aparecen recopilados en el volumen titulado "Amor y amistad" que publicó la editorial Alba con motivo de la conmemoración del bicentenario de su muerte (1817-2017). Esta es una publicación

Corazón en cenizas convertido

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(Pintura. Mary Jane Ansell) Un día se acercará y con palabras nuevas, gesto nuevo y una nueva ilusión en su mirada, me contará el secreto que no podrá ocultar, que no querrá callarse: Me he enamorado, al fin, ya soy como querías, un hombre generoso. He conocido a alguien. Me sonreirá sin verme y moverá las manos, las alzará con un tono diferente y parecerá un actor que representa su mejor función después de mucho tiempo. Yo imaginaré en su dulce alegría a la hermosa mujer que yo nunca seré y mi alma se convertirá en cenizas poco a poco. Entonces sentiré que un puño helado me aprisiona y oleré la feroz humedad que, en mis ojos,  congelará las lágrimas. Me entenderé a mí  misma sin hablar y notaré que el miedo que anunciaba tenía razón de ser, que no existían quimeras en el sueño agitado de las noches. Ese día se nublará para siempre la luz que ahora me alumbra y rezaré oraciones perdidas y buscaré en cualquier cosa un motivo, lo que sea, algo que me levante de la ca

Que mañana sea septiembre

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! Qué hermosísimo horizonte¡ El mar Cantábrico era el gran desconocido, el extraño, el ajeno. Su perfil aparecía diáfano debajo de mis pies, justo cuando la montaña terminaba abruptamente, abriendo así una cicatriz en el paisaje. El agua estaba helada. La playa, vacía. Éramos dos recién casados que buscábamos, a destiempo, conocer el milagro del norte. Un largo camino en coche, con paradas muy bien previstas. Así lo hacías todo. Desplegabas los mapas de  carretera sobre la mesa con una satisfacción indudable. Planificar los restaurantes, ver qué sitios eran buenos para dormir, qué momentos podían disfrutarse en cada parada. Había, sin embargo, algo que era mucho más importante que todo eso. Algo que, se reveló más tarde, era lo más importante de todo. Hacer fotografías. Esa no era solo tu profesión sino también tu pasión. Eras un fotógrafo que veía el mundo a través del objetivo de la cámara. Y por eso nuestros viajes, incluido este, era un recorrido por la belleza de la vida. 

El silencio y un cuadro de Hopper

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El silencio para mí es escucharte. La inmovilidad, una forma de verte sin aristas. La fijeza, ese brillo que encierra tu nombre ante mis ojos. Soy, contigo, la mujer sin sombra y sin reflejo que toca sin tocar la taza de café.  A veces vivo en un cuadro de Hopper. Cruzo los brazos de ajustado rojo y sueño el horizonte que no tiene más luz que la del aire. O me apoyo en la barra de un bar junto a ese hombre que no me mira apenas (por qué no se desprende del sombrero, pregunto sin palabras).  Me siento en una cama apenas libre de un ligero ropaje, las piernas rectas y la mirada ausente, absorta en el papel que parecen traerme tus anuncios, quizá una despedida o un reproche.  Me asomo a una mansión deshabitada, observo con desgana la escalera, vuelan telas al aire, transparentes, con un sombrero claro y una búsqueda. No te diré el motivo por el cual no hago nada. En alguna ocasión mi alma se ha sosegado, sentada, fría y oscura, en un vagón de tren, un vestido el

Amanecen flores

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En esta aventura de la contradicción que es la vida hay que sacudirse las hojas secas, las hojas caducas y las hojas agostadas, para renovarlas y hacer que nazcan otras nuevas. Cambiar de atrezzo como de vestido. Adornar el pensamiento con estelas que nunca antes han lucido en él. El encuentro de la dicha, la búsqueda del hoy con sentido, todo se termina convirtiendo en un viaje. Incluso cuando no hay viajes de verdad, o viajes físicos, están los viajes por la intuición, por el poema que habla de la lluvia, por la cesta de gerberas, por las flores de los artistas o por el aire que lanza el sol después de amenazar con un día nublado. La construcción de un sueño exige perseverancia, voluntad y cierta pequeña dosis de talento. Un talento cotidiano, un talento sencillo, una forma de mirar de frente los objetos para buscarles el lado que más brille. En esa mirada está la fórmula. Y en la palabra, el secreto de lo que somos, desnudos, sin ropajes, sin adornos, sin nada que no sea

Pasiones sin reservas

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Una vez paseaba por las Ramblas de Barcelona y un chico negro tiró de mí para llevarme no sé dónde. Reaccionó rápido uno de los primos con los que iba y todo quedó en una aventura. No tuve miedo. Quién tiene miedo a los diecisiete años...Mis primos tampoco lo tenían y la historia se convirtió en el guión de una película que rodamos, sin cámaras ni atrezzos, en esos días claros de vacaciones en los que la ciudad era toda nuestra. Lo he recordado porque hubo una canción que fue nuestra banda sonora. En algunos locales que frecuentamos sonaba una y otra vez. Y luego la oíamos en el coche y buscamos incluso su letra en inglés. La tarareábamos sin parar. Los tres logramos que la canción fuera el hit del verano.  De esa forma mágica y sorprendente en que suceden las cosas, la canción volvió a mí hace poco tiempo cuando la vi en la última película estrenada de Woody Allen. La película es "Un día de lluvia en Nueva York" y la canción es Everything Happens to Me. Oír la

Catorce Nochebuenas

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(Ramón Casas i Carbó.  Mujer sentada) En la Nochebuena número catorce la calle refulgía de recados, prisas y sonidos especiales. Las mujeres eran las reinas de la fiesta. Tenían en su mano el control de las cacerolas y los guisos, y, por una vez en el año, ordenaban a sus maridos qué hacer. Ellos estaban poco duchos en las cosas domésticas y trataban de no estorbar demasiado. Con eso era suficiente. Era una calle larga y sinuosa, con varios tramos de casas blancas y de color albero. La casa de la esquina tenía un zócalo de piedra ostionera y unos enormes cierros a la calle, de hierro forjado, y una azotea vibrante, desde la que se veían el horizonte, las salinas, el océano entero. En la casa de la esquina, la niña vivía su Nochebuena número catorce y estaba muy contenta porque ese año, por fin, su madre había entendido que tenía que usar sujetador y eso la convertía en alguien diferente. Solo una cosa faltaba para que su transformación fuera completa, pero tenía la esperanza de que o

París es triste

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  Yo recuerdo un instante en que París caía  sobre mí con el peso de una estrella apagada.  Recuerdo aquella lluvia total. París es triste.  Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo.  Vivir es detenerse con el pie levantado,  es perder un peldaño, es ganar un segundo.  Cuando se mira un río pasar, no se ve el agua.  Vivir es ver el agua; detener su relieve.  Mi vagar se acodaba sobre el pretil de hierro  del Pont des Arts. De súbito, centelleó la vida.  Sobre el Sena llovía y el agua, acribillada,  se hizo piedra, ceniza de endurecida lava.  Nada altera su orden. Es tan sólo un latido  del ser que, por sorpresa, llega a ser perceptible.  Y se siente por dentro lo compacto del hierro,  y somos la mirada misma que nos traspasa.  La lucidez elige momentos imprevistos.  Como cuando en la sala de proyección, un fallo  interrumpe la acción, deja una foto fija.  Al pronto el ritmo sigue. Y sigue el hundimiento.  La pesada silueta de Louvre no se cuadraba  en el espacio. Estaba instal