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Mostrando las entradas etiquetadas como Otoño 2019

Retrato de madre con libro al fondo

(Fotografía de Frances McLaughlin-Gill) La madre tenía siempre un libro en la mano y una película en la cabeza. Las dos aficiones, lectura y cine, las llevaba tan dentro que hubiera querido ser Lady Rowena o Scarlet O`Hara. A veces lloraba con los melodramas, pero disimuladamente. Y otras veces se enzarzaba en una discusión sobre el final de un libro que no le parecía apropiado. Sus libros llevaban su nombre en la primera página, el día en que empezó a leerlo y, al final, un pequeño comentario. Unas pocas frases lograban resumir todos los pensamientos que acudían en tropel cuando leía. Su imaginación era desbordante. Podía inventar vestidos, muñecas e historias para contar en las noches de tormenta. No tenía miedo a nada. Se sabía de memoria los argumentos de las películas como si ella hubiera sido la guionista. Y conocía a los actores y actrices, a los directores, y también los cotilleos del rodaje: tal o cual enamoramiento, tal o cual rencilla. Los libros le permitían tener

La vida es un cuadro de Vermeer

En esta orilla aparecen, estáticos y diminutos, los personajes que representan lo humano, la vida cotidiana, la juventud y la vejez, los sueños y todos los fracasos. La tierra compacta los acoge y la barca está dispuesta al tránsito. Llegar al otro lado quizá es una de las metas, pero no parecen demasiado afanosos, sino, por el contrario, tienen la quieta placidez de quien no espera demasiado de las cosas. Llevan la cabeza cubierta y vestidos holgados, azules, negros y blancos los colores, gestos serios y actitudes sencillas, no parece que quieran estorbar el paisaje. Están aquí, de este lado, abstraídos en las conversaciones y sin prestar atención a la cinta de agua, con los navíos anclados, también solos, y sin percibir, o quizá lo han hecho y se lo callan, el vaivén de las torres, los edificios con tejados de pizarra y el nuboso cielo intempestivo que amenaza con lluvia.  No vemos sus rostros ni queremos hacerlo porque no son nadie en concreto y lo son todo. Las dos mujeres

Qué inútil engañar a la tristeza

Una frase de la poeta Victoria León (Sevilla, 1981) es el título de esta entrada. Victoria León publicó este 2019 un espléndido libro, "Secreta luz", y desde entonces leo lo que escribe buscando explicaciones. Aunque ella no lo entienda así y solo son versos y poesía, nada más y nada menos. Y las fotografías que la ilustran hablan de ella, de la gran Lillian Bassman. Hablo de mujeres absurdas, escribo de mujeres absurdas, soy, tal vez, una mujer absurda que quiere hablar de ellas. Envidio la suerte de Bassman, que mantuvo, durante setenta y seis años, una historia de amor que nunca pereció y nunca tuvo comienzo ni final, con Paul Himmel, fotógrafo también como ella. En realidad, mucho más tiempo, toda la vida juntos, desde su encuentro primerizo a los seis años. Me resulta enternecedor imaginarme cómo iban envejeciendo a la par mientras sus objetivos iban desgranando imágenes, creando arte. Me resulta curioso pensar en ese niño del colegio de la infancia, que tenía el cab

Todo es azul

(Foto: Nina Leen, 1960) Azul la piedra y azul el horizonte. Ojos azules y una sonrisa terca que adivina el fondo azul del agua, antes del verde atlántico. Abriste las ventanas y escuchaste el sonido del viento que escribía cualquier nombre sin saber lo que hacía. Y luego, camuflaste los versos en tarros de cristal, en abierto abanico de nostalgias, en noches indecisas sin esperas. Te diste cuenta y fue demasiado tarde. Los tiempos se habían eternizado y convertido en fuego, donde antes hubo nieve y luego lluvia. De modo que el azul fue recompensa, el sueño de sentir que, en la distancia, sin descanso ni pautas ni mandatos, allí todo, en las olas, aguas azules, el aire susurrando, todo en la búsqueda, en ti, perdido todo, aquella soledad, aquella huida. 

Lo que nos falta

(Foto: Nina Leen. 1913-1995) Apenas lo decimos en voz alta. Si lo hiciéramos, se rompería el ruidoso dique las lágrimas y estas navegarían incontenibles, saltando de ola en ola, de cerezo en cerezo. Todos los árboles de ese jardín que fue se llenarían de pequeñas estrellas, cada lágrima un sol, cada gota una luna en el rocío. Por eso no lo hablamos, por eso no lo decimos en voz alta, porque estallaría el mundo y todo se volvería amanecer inquieto, lluvia firme.  No lo decimos pero está al fondo de todo. Las manos que se mueven y no encuentran. El tiempo que buscamos y no termina de llenarse. Los paisajes que nunca visitamos. Los viajes que no hicimos. Las risas que perdimos. El aire que se vicia al contener su ausencia. Su nombre y apellidos colocado en una urna, con las letras mayúsculas y los tonos oscuros. Es todo lo que vimos después del precipicio. No está. No volverá a sentarse entre nosotros. No volveremos a tener su aliento. No volverá a decirnos que las cosas son f

Atrapadas

Las ves y han olvidado sonreír. Tienen un aire cansado, como si todo el mundo cayera sobre ellas de vez en cuando. Como si ellas soportaran todo el mundo. Han perdido eso que se llama dignidad y han escalado las cimas del ridículo. Son más de lo que parecen. Tienen cargos públicos, trabajos importantes, inteligencias limpias, miradas puras. Pero cayeron en una red de la que es difícil escapar. Es una red que comienza siendo una gasa suave y delicada que te cubre, adobada con palabras amables, con canciones italianas y películas tristes. Continúa con un péndulo que se mueve, de un lado, los susurros; de otro, los gritos. Como si tuviera un aire bergmaniano inconfundible. Primero, notarás que el lazo te rodea. Después, el lazo será una mano fría. Por último, alguien se reirá de ti y te preguntará por qué no te mueves si en torno a ti no hay nada. Ese es el secreto: no hay nada donde creías que había una huella de calor. Eso que notas no existe, ni fue nunca, es una ensoñación, un ju

Otro otoño de lecturas

El otoño es tiempo de estrenos y también de reencuentros. En los libros se anuncian novedades y todos los lectores y bibliófilos hacemos cábalas de cómo serán y cuánto tiempo tendremos que esperar para tenerlas en nuestras manos. Las relecturas no faltan y, con ellas, las recomendaciones de esos libros que leímos y que nos han dejado huella. Todo eso se mezcla en un delicioso cóctel de palabras y de frases. Es un itinerario que defines tú misma y que nadie te impone. Ningún crítico, ninguna editorial, ninguna conclusión te hará leer lo que no desees leer, porque la lectura es un acto de libertad y, si no es libre, no es producto de la extraña unión entre la mano que escribe y la mente que lee.  En ese no fiarse de otros hay mucho de individualismo como lo hay en la misma actividad de leer. Un individualismo que termina siendo un acto solidario y solitario, porque otras muchas personas igual que tú deciden acercarse a un libro determinado para extraer de él cosas distintas.