Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como Hopper

Una cierta soledad

Imagen
  (Edward Hopper, Gas, MOMA, 1940) Cuando decidí estudiar Arte entendí que iban a abrirse algunas puertas nunca antes transitadas. Y así fue. No hay un momento más asombroso que el del descubrimiento de la obra de arte. Observas las imágenes, el color, los movimientos, los gestos, toda esa parafernalia que rodea el cuadro, y entonces te preguntas a ti misma cómo es posible que el ser humano tenga esa capacidad increíble de trazar líneas, de dibujar formas, para conmover hasta el infinito el corazón de otros seres humanos. Eso es el arte en cierto modo, además de otras cosas que no hace falta describir. Lo primero, emoción. Y sin ese empuje inicial poco valen las artimañas técnicas.  (Edward Hopper, Cape Cod Morning, Smithsonian American Art Museum, 1950) Una de esas veces, hojeando libros en el laboratorio de arte de la universidad, encontré a Edward Hopper. Creo que no hablaban de él en clase, aunque ahora me suena raro porque sí estaban los impresionistas, los postimpresionistas, las

La ciudad sin alma

Imagen
  New York Corner (Corner Saloon) , 1913, oil on canvas, Private Collection; Courtesy Fraenkel Gallery, San Francisco, and Martha Parrish & James Reinish, Inc., New York No era de ningún sitio, de ninguna parte, no pertenecía a nada. Había nacido en un pueblo que se convirtió en ciudad gracias al turismo, un pueblo rural que también poseía una hermosa playa, llena de pinares que desaparecieron y una ermita en lo alto, blanca y milagrosa, adonde acudían las muchachas para buscar un novio todos los martes de todas las semanas del año. Su padre le contó en una ocasión que él mismo estuvo en esa ermita llevando una reliquia cuando se partió una pierna con nueve años y le pidieron a la santa que le ayudara a recuperarse. No encontró la reliquia, claro está, cuando visitó el interior y se asombró de ver tantos y tantos relicarios y tantas cosas en las vitrinas y tanta devoción. A los dos años había abandonado el pueblo con sus padres y su hermana de meses y los cuatro se fueron a vivir a

Muchachas cosiendo

Imagen
  (Muchacha cosiendo de Edward Hopper) Las Damasio, todas mujeres, cuatro hijas y la madre, vivían en una casa grande y bonita que tuvo momentos mejores. El padre pertenecía a una familia que tenía viñas y huerta. Las viñas daban un vino dulce que luego vendían en su propio establecimiento. El vino de Damasio gustaba a todo el mundo. Y el padre era un espléndido vendedor, siempre atento, amable y pendiente de la clientela. Nadie tenía queja alguna de él y menos que nadie su familia, sus hijas y su mujer. Era uno de esos hombres que estaban enamorados de su esposa de una forma tan absoluta que las hijas se miraban entre sí porque parecían estorbar cuando los padres estaban cerca el uno del otro. Un amor tan distinto a lo que sucedía en las casas de las vecinas que ellas, las hijas, lo convirtieron desde niñas en el amor perfecto, en el ideal del amor y del matrimonio. Podían haber durado toda la vida juntos y felices, haber celebrado las bodas de plata, de oro, de platino o de diamante,

El silencio y un cuadro de Hopper

Imagen
El silencio para mí es escucharte. La inmovilidad, una forma de verte sin aristas. La fijeza, ese brillo que encierra tu nombre ante mis ojos. Soy, contigo, la mujer sin sombra y sin reflejo que toca sin tocar la taza de café.  A veces vivo en un cuadro de Hopper. Cruzo los brazos de ajustado rojo y sueño el horizonte que no tiene más luz que la del aire. O me apoyo en la barra de un bar junto a ese hombre que no me mira apenas (por qué no se desprende del sombrero, pregunto sin palabras).  Me siento en una cama apenas libre de un ligero ropaje, las piernas rectas y la mirada ausente, absorta en el papel que parecen traerme tus anuncios, quizá una despedida o un reproche.  Me asomo a una mansión deshabitada, observo con desgana la escalera, vuelan telas al aire, transparentes, con un sombrero claro y una búsqueda. No te diré el motivo por el cual no hago nada. En alguna ocasión mi alma se ha sosegado, sentada, fría y oscura, en un vagón de tren, un vestido el

En el andén

Imagen
El tren se alejó sin hacer apenas ruido. Era un tren de media distancia y se detuvo poco tiempo en el andén. Hacía frío y humedad. Me quedé sentada en una especie de banco de piedra, adosada a una pared absurda y hosca. Me arrebujé en la cazadora y crucé las piernas. Mi mirada seguía el camino del tren, no podía apartar los ojos de él. Y eso que el tren no me había traído a la persona que esperaba. No me había traído a nadie. Nadie se bajó del tren, en esos escasos minutos de parada, para abrazarme y decirme, soy yo, estoy aquí, he venido, al fin. Nadie. Los minutos fueron horas, porque se hicieron inmensamente largos, escudriñando las caras de los viajeros, pocos, que se detuvieron en esa ciudad pequeña y perdida en un extremo del mapa. Una ciudad sin mar, sin río, sin puentes, una ciudad tan sola como yo misma. Nadie se bajó del tren, nadie me miró con cara sonriente. Nadie echó un brazo por encima de mis hombros. Nadie me susurró nada al oído. Nadie, nada, las únicas palabr

Dolor tan hondo

Imagen
Terminó la llamada y el teléfono siguió en su mano. Notó una sensación de humedad. Era una lágrima. Luego otra. Luego, un caudal de llanto. Sintió frío. El frío de la angustia que le subía por la garganta y le cercaba el habla. No podía pronunciar ninguna palabra. Todas las palabras volaron. Se fueron todas a un paraíso incontestado, en el que no hay renuncias ni abandonos. Un paraíso donde el amor es posible, donde el sufrimiento tiene sentido a veces.  Se levantó pesadamente. Estaba muy cansada. La charla telefónica la había dejado exhausta. Tuvo miedo. Era el final. Podía sobrellevar la duda. Podía sobrellevar la incertidumbre. Pero el adiós...no podía pensar que nunca más oiría su voz al otro lado del teléfono, que nunca más su voz la llamaría con es tono especial del recibimiento primero: Eh...cómo andas??? Siempre esas palabras, esa forma de hablar, esos silencios intermedios.  Hoy había sido distinto. Ella había tenido la culpa. Habló de más, ahora lo sabe. Podí

La mentira

Imagen
Me has descubierto. Ha sido un fallo tonto. Una cosa absurda. Cómo he podido ser tan descuidada…Cómo tan ilusa…Me has descubierto y se ha hundido el precario castillo de naipes que habíamos levantado para no desandar todo el camino. Me has descubierto y siento que soy la miserable mujer que te engaña, durante doce años nada menos. La mitad de nuestra vida juntos.  Ahora sé que es inútil explicarme. No me escuchas. No quieres saber de mí nada más que la hora en que, acabado de hacer el equipaje, voy a subir a un tren que me llevará lejos. Ni siquiera me miras. Te doy asco. Piensas en cuántas noches te mentí. En cuántas noches me inventé una excusa y en cuántas tardes estuve con él, con el otro, en cualquier sitio, en su casa, en el coche, perdida por ahí en un despeñadero de emociones. No quieres saber datos, pero tu cabeza no deja de dar vueltas y tu corazón sufre. Lo noto. No me miras. Me odias. Me desprecias.  Podría contarte si pudieras oírme, si me escucharas al menos

A veces el amor no es suficiente

Imagen
La muchacha recorría la calle de un punto a otro de una ciudad desierta. Era un verano abrasador, en la hora más tórrida del día. Su corazón saltaba. Llevaba un vestido de gasa azul celeste, suave al tacto, con un encaje muy finito en el escote, en forma de pico, pronunciado, hondo. El vestido flotaba sobre el aire caliente del mediodía y ella andaba sobre unas sandalias blancas que le hacían un poco de daño. Eran nuevas, hechas para ocasiones especiales. Llevaba un sombrero del color del vestido.  En ese momento sonreía sola. Miraba al frente, con los ojos cubiertos por las gafas de sol, oscuras, impenetrables, pero la sonrisa se traslucía de inmediato, a pesar de que era una sonrisa interior. La sonrisa de la plenitud, quizá. La sonrisa de la nostalgia anticipada. La de la sorpresa o la duda. Venía de hacer el amor con un hombre que la amaba profundamente y al que  abandonaría sin remedio unos meses después. Los separaban quince años, una esposa, dos hijos y mucha incer

Que no se apague el mar

Imagen
The Long Leg, Edward Hopper, 1930 Que no se apague el mar aunque nosotros no pisemos la arena de la playa. Al fin, la playa es solo un subterfugio, una excusa, una parte del tiempo que gastamos para pensar en nada. Extendidos los brazos hacia el sol que vigila, el mar tiene una deuda pendiente cuando lo convertimos en un modo de estar y no de ser. Ese azul que se mezcla con el cielo tiene una explicación pero no la sabemos porque sigue a la duda y la duda es eterna. Ese molino blanco que azota el horizonte puede que albergue una historia de amor, la de Birkin y Úrsula, tan cansada y perdida, que no había forma de entender por qué los hombres huyen y las mujeres lloran.  Regata en Villers, Gustave Caillebotte, 1880 Que no se apague el mar. En lontananza las barcos que miran el susurro del agua embravecida. Todas las sensaciones, cada una con su color. El violento batir de las esclusas, el sueño compartido de las velas, el aire silencioso del levante o poniente, el gri

Leer es lo más

Imagen
  Leo esta mañana de noviembre, fresca, transparente y luminosa, un artículo de Julio Llorente en Vozpópuli que se titula: Leer está sobrevalorado. No sigo habitualmente lo que escribe Llorente de modo que no puedo saber si es una boutade momentánea o una postura sistemática. El artículo lo ha retuiteado alguien en Twitter y el título me ha hecho leerlo. Desde el inicio ya estaba dispuesta a criticarlo porque el título es uno de esos títulos más propios de youtubers de salseo que de un periódico, una forma de trincar lectores como sea, una excentricidad que luego se quiere justificar con el texto. Ocurre a veces con los articulistas. Les viene a la cabeza una frase y con ella construyen un artículo que está al servicio de esa genialidad. En este caso la excusa de la genialidad es otra frase previa de Fernando Sánchez Dragó, un señor al que tampoco leo ni sigo por razones obvias relacionadas con que hay cosas de las que me alejo por salud mental. Ni uno ni otro, ni Llorente ni Dragó, me

Supervivientes

Imagen
No están en una isla vigiladas por mil cámaras que se mueven de un sitio a otro, intentando captar cualquier movimiento, cualquier pelea, la pesca del primer pez, la charla confiada, el sueño...No van a cobrar un sueldo vertiginoso al final de las semanas o los meses de permanencia en un escaparate donde ellos son los objetos y nosotros los observadores...No tienen una reseña en el periódico ni se les va a conceder ningún premio ni siquiera son héroes anónimos de los que, alguna vez, habla la gente... Simplemente están solas.  Da igual la edad, la ocupación, el tiempo que dedican a ellas mismas, las ilusiones que tuvieron o las cosas que tienen que decir. Están solas. Han llegado a la soledad por distintos caminos. Han encontrado el mismo espacio sin quererlo. Han llegado a las mismas conclusiones. Son islas en medio de un océano de diversión y risa. Están solas. Cuando las vacaciones amanecen y todos hacen planes, ellas seguirán recorriendo la ciudad en silencio o se sentarán junto a

"¿Qué fue de los Mulvaney?" de Joyce Carol Oates

Imagen
La granja es el síntoma de la estabilidad de la familia Mulvaney y su pérdida la nota del derrumbe. Esto exactamente cuenta Joyce Carol Oates en este libro. Cómo una desgracia puede acechar la vida de una familia normal y hasta feliz, para convertirla en un pozo de humillaciones y de tristezas. Cómo no está escrito nada hasta que la vida transcurre. El sueño de los padres, ver a sus hijos convertidos en personas adultas, responsables, sanas y prósperas, puede volar por los aires ante una circunstancia fortuita y feroz. En este sentido, es una especie de tragedia griega, de espacio intermedio entre la fatalidad y la felicidad, de momento cumbre que arrebata a unas personas su forma de vida y su futuro. Así traza Joyce Carol Oates muchas de las historias que escribe. Partiendo de la normalidad, del anonimato, convierte a sus personajes en seres indefensos, en seres perdidos, en seres desesperanzados. Es la esperanza el último eslabón que se les escapa y en esta pérdida hay toda una críti

Anocheceres

Imagen
A veces el otoño es un cuadro de Hopper... (Room in Brooklyn) (Nighthawks) (Western Hotel) (Habitación de hotel) (Gas Station) Cuando los días se acortan y las noches se alargan vivimos una completa incertidumbre. El amanecer es tanto una amenaza como una promesa y la llegada de la noche se anticipa mostrando un largo atardecer, un crepúsculo que no se apaga. Por eso dudamos. No sabemos con certeza si entramos o salimos, si volvemos o estamos a punto de ir. Es el tiempo de las medias tintas, de las medias verdades. Resulta mucho más sencillo mentir en otoño. El verano impide la mentira porque descubre los cuerpos y cualquier señal ofrece las claves de lo que sentimos. En el invierno, la mentira estorba, nadie está dispuesto a indagar sin apenas luces y sin apenas respiro. Y ella, la primavera, tan sobrevalorada, extiende sobre nosotros la imposible esperanza de que algo se mueve incluso sin quererlo. Pero el misterio del otoño es tan acogedor

Hogar mío

Imagen
Te has levantado temprano y algo cansada. La noche anterior ha sido difícil. Las despedidas siempre lo son. Un beso leve, solamente eso, suficiente para que desees más y para que obtengas menos. No hay esperanza, piensas. No hay nada.  El tren ha salido a tiempo y tú te has acomodado en él, en una esquina junto a la ventana. Te gusta ver pasar el paisaje como si corriera detrás de ti, como si te estuviera persiguiendo. Al fin, tú misma te sientes perseguida, como si no pudieras escapar de ti misma, de lo que sientes, de lo que ansías.  No hay remedio. No hay nada. Repites esta frase una y otra vez, la repites para ti misma, no quieres olvidarla. Las cosas son como son y tú eres una persona práctica, directa, que no quiere sufrir por tonterías. Pero, a veces, el dolor te traspasa, tú lo sabes, y llega en oleadas, como cuando te tuerces un tobillo y el pie se te va hinchando y, al tiempo que se hincha, recibes el dolor en todo el cuerpo y no puedes moverte sin gritar.

De la urgente soledad

Imagen
The Long Leg, 1930. Galería de la Biblioteca Huntington, California La sencilla verticalidad del edificio se rompe con las velas que, casi a la deriva, se arquean incomprensiblemente. El cielo despejado no puede competir con los azules del océano y la tierra se remueve como si un viento desconocido tuviera que impulsarla sin remedio. Esta es la naturaleza de Hopper y esta la forma en la que concibe la inmensidad del mar, sin habitantes, sin ruidos, sin prisas. Nadie sabe qué ojos humanos contemplan el paisaje. Nadie conoce qué ocurre en esa construcción blanca con tejado a dos aguas, o quién está dirigiendo el barco hacia ninguna parte. La ausencia de la figura humana llama la atención tantas veces en la obra de Hopper que termina siendo un aviso y una presencia imposible de olvidar.  Light at Two Lights, 1927. Museo Whitney de Arte Estadounidense, New York Los faros son esos edificios solitarios que ves a lo  lejos  pero que nunca cruzas, que no conoces por dentro.